Predestinados

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1942

—¡Rogers!

Steve dio un pequeño saltito en su asiento y levantó la vista hacia enfrente. Un par de metros más allá, el editor en jefe del periódico le miraba con los brazos en jarras y  su habitual rostro malhumorado.

—Dígame, señor—respondió Steve con calma, sosteniendo su estilógrafo firmemente y lejos del papel.

—¡¿Terminaste con esa cosa?!

—Faltan unos detalles.

—Pues date prisa—dijo el hombre y dio media vuelta para regresar a su oficina.

Steve suspiró y regresó a su trabajo. Trazó las últimas líneas y esperó a que la tinta secara mientras contemplaba su obra. Se trataba de un relato más de su alter ego Roger Stevens, ilustrado por él mismo. Nunca esperó que sus historias tuvieran tanto éxito dentro del suplemento semanal del periódico, que incluía algunas "curiosidades literarias" como llamaba su jefe a los relatos de ciencia ficción; pero a las personas les gustaba leer cosas fuera de este mundo, o de este mundo, pero extrañas y, a la vez, plausibles. Y si él hubiera tenido una máquina del tiempo entonces y hubiera sabido que en un par de años viviría en carne propia los productos más inverosímiles de la ciencia, se habría sorprendido.

La puerta del editor se abrió de nuevo con tal violencia que hizo oscilar la persiana, que cubría el cristal donde estaba grabado su nombre.

—¡Rogers!

Steve bajó de su banco y llevó consigo el documento terminado con todo y la ilustración. Con paso rápido entró en la oficina del editor, quien había vuelto a su escritorio y encendía un puro con el ceño fruncido, como siempre.

—¡¿Lo tienes?!

—Sí, señor Jameson—respondió Steve al tiempo que le tendía su trabajo por encima de los papeles del escritorio de su jefe.

Jameson leyó primero el texto rápidamente y, mientras lo hacía, farfullaba y chasqueaba la lengua reprobatoriamente. Luego, le dio una hojeada a la ilustración.

—Basura—dijo el editor, lo cual ya no afectaba para nada a Steve, porque siempre decía lo mismo—. Geez, no entiendo porque le gusta a la gente esta clase de tontería.

Steve puso su mejor cara de póker y esperó.

—Pfff organizaciones secretas, tecnología de punta, este maldito robot...

—Es una armadura.

—Lo que sea. ¿Quién carajos se pasearía en una lata dorada y roja?

Steve no dijo nada, ya se sabía ese discurso.

—Patrañas, patrañas y más patrañas—dijo el editor golpeando con el dorso de los dedos tres lugares diferentes en las hojas que contenían la historia—. A la basura, es a dónde debería de ir.

Tocaron a la puerta entonces, y una chica se asomó algo titubeante.

—Señor, el jefe de la imprenta dice que se dé prisa en enviar el suplemento del domingo.

—¡Carajo!—dijo Jameson—. ¡Ven aquí!—ordenó.

La chica ingresó a la oficina, como era ya costumbre, ni siquiera volteó a ver al joven pequeño y delgado sentado en la silla frente al escritorio del editor; éste le dirigió una pequeña y tímida sonrisa que, como era de esperarse, pasó desapercibida.

—Entrégale esto y esto—dijo Jameson pasándole algunas hojas, luego, sujetó la historia de Steve—. Y esto en las páginas centrales. Ya, ya, ¡ya!

Stony Series Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora