Coincidir

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Se encontraron en un bar. Se sentaron uno junto al otro en la barra. Uno pidió un whisky, el otro una cerveza. Se hablaron sólo porque suspiraron al mismo tiempo. El uno siempre llegaba primero, tenía el pelo negro, siempre revuelto, y vestía ropa cara. El segundo siempre llegaba tras el anochecer, siempre casual y lo caracterizaba una tupida barba rubia. Sólo tenían en común el azul triste de sus pupilas.

—Te pareces a alguien que conocía —dijo el de cabello azabache al tiempo que agitaba suavemente la copa de whisky.

Era, quizás, la segunda semana que se reunían de manera sistemática en aquel lugar, la diferencia era que ese día habían optado por una mesa en lugar de la barra.

—Ah, ¿sí?

—Sí —asintió sin dudarlo. Lo había notado desde que lo había conocido, pero no se había atrevido a decirlo, porque entonces despertaría un recuerdo que había tratado de ahogar por días en alcohol—. También era alto, rubio, fuerte... amable.

El hombre descrito en esos términos sonrió suavemente y con una mano se acarició la barba.

—Es curioso—dijo —, también me recuerdas a alguien. Aunque no compartes con él, prácticamente, ningún aspecto físico.

—¿No? ¿Cómo es ese al que te recuerdo?

—Su cabello y ojos eran castaños, más bajo que tú... pero, también tenía ese estilo de barba y ese extraño sentido del humor tuyo.

—No es extraño —replicó el otro —, es sarcasmo. El humor más inteligente de todos.

El rubio sonrió.

—Sí, también le gustaba echarse flores.

El otro rió por lo bajo, se terminó el whisky y llamó al mesero. Pidió otro y su compañero de mesa pidió otra cerveza.

—Hablaste en pasado de él —dijo el azabache—, ¿por qué?

El otro le dio un largo a su cerveza, antes de contestar.

—Él... murió.

—Ya veo —se tomó un trago de whisky y, luego, con gravedad, controlando su propia voz dijo —: También el hombre al que me recuerdas está muerto.

Ninguno dijo nada más ese día.

***

Una semana después, ocuparon la misma mesa. El whisky y la cerveza fueron servidos sin preguntas. Esas las harían ellos después de la tercera ronda.

—¿De dónde vienes? —preguntó aquel del whisky.

—De Nueva York.

—¿De aquí? ¿Qué parte?

—No, no de aquí.

Aquella respuesta hizo que el vaso de whisky se quedara a la mitad de su camino. Sobre los ojos azules caía un mechón de pelo negro, que fue apartado con un movimiento suave y mecánico de sí mismo.

—¿Cómo que no de aquí?

—Es difícil de explicar.

—Tengo tiempo.

Tras un largo trago de cerveza, el rubio suspiró.

—Cuando él murió, no tenía nada más que hacer en mi mundo —dijo —. Así que completé una misión, me despedí de algunas personas y, después, decidí venir aquí... no pensé exactamente dónde, ni siquiera sé bien dónde estoy, pero no importa. Todo es diferente aquí.

—¿Por qué?

—Él no existe.

El pelinegro reflexionó en silencio, mientras el otro creía adivinar lo que pensaba: no le creía. La historia, su historia no tenía pies ni cabeza.

Stony Series Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora