Un día de otoño

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Una pequeña hoja de arce se desprendió del árbol y se meció suavemente en el aire hasta caer al piso. Formó parte, entonces, de un tapete dorado que había cubierto todo el césped del patio trasero de la casa de los Rogers-Stark. De pronto, unos pasos apresurados se aproximaron al árbol. Cada uno de ellos hacia crujir las hojas debajo, eran dos... no, cuatro... no, seis pisadas que corrían hacia ahí.

—¡Upa! —dijo el pequeño Peter Rogers-Stark al caer sobre el colchoncito de hojas debajo del árbol.

Encima le cayó su perro, quien lo había estado siguiendo durante todo el trayecto. Peter rió y rodó con su can por las hojas, mientras éste trataba de darle un par de besos y movía la cola emocionado.

El otoño estaba en su apogeo y no había nada que Peter disfrutara más que hacer crujir las hojas que habían caído de los árboles, excepto, tal vez, por aquello que anunciaban esas caídas: Halloween.

—¡Peter!

El niño se sentó en las hojas y su can miró en dirección a la casa, al escuchar aquel llamado.

—¡Ya nos vamos! ¡Tony dice que nos vamos sin ti!

—¡Voy, papá! —gritó el niño y luego volteó a ver a su mascota —. Es hora, Dodggie, ¡vamos!

Ambos se pusieron de pie y corrieron en la dirección opuesta. Steve lo vio acercarse y mantuvo la puerta trasera de la casa abierta hasta que ambos entraron a la cocina.

—Mira que te dije que no te ensuciaras —dijo Tony acercándose a su hijo, para sacudirle las hojas y pedazos de ellas, que se habían quedado adheridas a su ropa y cabello.

—Pero si tú me dijiste que podía ir a hacer ángeles en las hojas en lo que papá bajaba —recriminó Peter.

—Shhh —Tony se llevó un dedo a los labios y miró de reojo a su marido, quien colocaba la pechera y correa a Dodger —. No me delates.

Peter sonrió y fue con su otro papá para tomar de sus manos la correa del can.

Minutos después, los cuatro iban en la camioneta rumbo a una granja de calabazas. Peter estaba muy emocionado, porque eso significaba que, oficialmente, los festejos de Halloween estaban comenzando.

—¿Ya pensaste de qué irás disfrazado a la escuela? —le preguntó Steve mientras hacía girar el volante y entraban a un camino de terracería.

—Será el señor Spock —dijo Tony en el asiento del copiloto.

—¡Noo! —replicó Peper.

—Un Jedi.

—¡Noo! ¡Quiero algo genial y que asuste!

—Darth Vader.

—¡Noo!

—No hay nada más genial y que asuste que Darth Vader.

Peter repitió que no, pero aún no sabía qué, tampoco tuvo mucho tiempo para seguir pensando en ello. Justo entonces, su padre estaba estacionando el auto y a unos cuantos metros, Peter pudo ver el color naranja de las calabazas.

Salió del auto con Dodger a su lado y corrieron alborozados hacia la cerca que contenía a las calabazas. Steve y Tony anduvieron el camino con calma sonriendo ante el entusiasmo de su hijo. El granjero les permitió pasar y escoger las calabazas que se llevarían. Escogieron grandes y pequeñas, para decorar y hacer tartas. Llenaron la parte de atrás de la camioneta y volvieron a casa.

Pasaron la tarde en el patio, sentados en el porche, en familia se encargaban de vaciar las calabazas para decorarlas, menos Dodger, quien dormitaba a un lado de Peter. Armados con un cuchillo, Tony y Steve horadaba las calabazas; mientras Peter se encargaba de sacar toda la pulpa y dejarla en un recipiente, ya que la utilizarían después para las tartas.

Stony Series Vol. 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora