Razones para ir a Hogwarts y otros porqué [VV #1]

18. Porque, de alguna forma, la ayuda llegará

Verónica

No puedo creer que se los dije.

Lo saben.

Otto y Violet saben que soy legeremante.

Y aun así caminan a mi lado como si no pasara nada. Como si no pudiera profanar sus pensamientos en cualquier momento. Como si no pudiera hacerme con las partes más oscuras de sus mentes.

Así como hice anoche, cuando vi al completo la supuesta pesadilla de Violet. ¡Ella ni siquiera estaba despierta! Y yo me estaba muriendo del miedo.

Y por si eso no fuera suficiente para mantener toda mi concentración en no meterme en mentes ajenas, estoy que me caigo del sueño. Así que lo último que sé es que escucho a Binns comenzar la clase de Historia.

—Verónica —Alguien me zarandea.

—La vas a venir tumbando —reprocha Violet.

Abro los ojos aún con la cabeza entre los brazos y agito disimuladamente la varita bajo el pupitre para asegurarme de que estoy presentable.

—Ya despertó —nota Otto.

—Me quedé dormida en clase —farfullo.

Es la primera vez que me pasa. No puedo creerlo. Y más vale que sea la última.

Chrys, aún con la mano en mi hombro, sonríe como si fuera de lo más entretenida. Alex y Otto, a ambos lados del rubio, parecen tan sorprendidos como yo.

—No pasa nada —dice Violet frente a mí—, fue mi culpa, así que te paso mis apuntes.

—Tu descanso vale más que una clase de Binns —Chrys me guiña—. Ahora muévete, prometiste ayudarnos.

Lo sigo aún somnolienta. Subimos las escaleras hasta el séptimo piso y me tropiezo varias veces. Ambos Gryffindor me ayudan y meten prisa simultáneamente, como si no tuviéramos dos horas enteras. Yo debería ser quien esté apurada, la próxima semana tenemos exámenes parciales, y falta poco más de un mes para los finales.

Debería estar estudiando.

—¿Seguros de que está permitido entrar? —pregunto cuando Chrys abre la puerta de la torre de Astronomía.

—No pasa nada —responde Alex—, de día no usan toda el ala.

Suspiro ante su lógica y los sigo hasta una de las plataformas de observación. Chrys se sienta sobre el escritorio al fondo del salón, y Alex, en uno de los pupitres del medio. Me quedo parada contra la pared al lado del balcón, temerosa de caer o volverme a dormir, o de caerme por quedarme dormida junto a la barandilla.

—Entonces, ¿para qué necesitáis mi ayuda? —inquiero tras unos segundos de silencio.

Los dos desvían la mirada. Parece que se les ha acabado la prisa.