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Carcajadas

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Carcajadas. Soyeon no paraba de reírse, se tocó su barriga incluso por el dolor que su ataque le había provocado. BangChan seguía sobre su cama sin comprender la extraña reacción de su superior.

—¿Tengo monos en la cara? —Preguntó insultado, poniéndose de pie.

Tratando de tomar un poco de aire la peligris movió su mano a modo de negación, dejó escapar otra carcajada hasta que se relajó.—No, es solo que tu calzoncillo es muy gracioso. No sabía que eras fan a las caricaturas.

No sabía que las personas pueden entrar a las habitaciones ajenas sin permiso—dijo con sarcasmo llevándose sus rizos rubios hacia atrás.

—No necesito permiso para entrar a ningún lugar, esta es mi casa y hago en ella lo que quiera —Se acercó más a él, quedando en el centro del dormitorio, a poca distancia uno del otro. Soyeon levantó una ceja por la sorpresa que encontró en el hombro de su guardaespaldas, tenía un pequeño tatuaje. Intentó ver más de cerca, pero su empleado adoptó por sentarse en su cama.

—¿A qué viniste?

—Necesito cigarros —El rubio chasqueó su lengua antes de levantarse, abrió su armario y sacó una cajita blanca.

—Estos son los únicos que me quedan

—La chica intentó quitárselos, pero fue en vano aquel hombre los alzó en alto—. No te los daré tan fácilmente, primero, quiero saber por qué vienes a mí a pedir esto si tienes todo el dinero del mundo para comprarlo.
Soyeon puso las manos en su cintura, echó su cabeza para atrás cansada y dijo: —No tengo que darte explicaciones de porque hago y dejó de hacer las cosas. —Levantó su brazo y se puso de puntitas para poder alcanzar lo que vino a buscar, pero el joven levantaba cada vez más esa cajita.

—¿Por qué?¿Me quitarás el trabajo si no lo hago? —La miró amenazante sin olvidar seguir manteniendo en alto lo que se había vuelto tan deseado por su jefa—. Soy yo el que tiene la última palabra. Soy yo el que tiene lo que deseas —murmuró muy pausadamente, casi deletreando.

—Soy tu jefa me debes respeto—.Cansada de jueguecitos, enroscó sus piernas en las caderas de BangChan y se sujetó en sus hombros para tratar de llegar a su objetivo. Esto provocó una sorpresa en el pelirubio, pero aun así no perdió su postura. —Dámela.

—No te lo daré hasta que me digas porqué la quieres.

Así se pasaron por unos minutos: Dame, no, dame, no; hasta que resbalaron y cayeron sobre la cama, uno encima del otro. Nuevamente BangChan pudo vivir la experiencia de sentir el cosquilleo de las pestañas de Soyeon sobre su pecho. Ella aprovechó el momento, le arrebató la caja y se mandó a correr.

Ella se detuvo en el pasillo con una sonrisa victoriosa, pero se esfumó al ver el contenido de la caja; unos chicles. —Será— intentó maldecirlo, pero unas risitas detrás de ella captaron su atención, BangChan se estaba riendo a sus espaldas.

—Eres un idiota —Dijo molesta tirándole la caja.

—No a las drogas— hizo una cruz con sus dedos y ella se alejo avergonzada —El que ríe de último ríe mejor.

***

Si creías que la empresa KM era grandiosa, te cuento que la mansión de los Min es aún mejor. Sus muebles son de un estilo moderno y siempre que pasan de moda se cambian debido a los exigentes gustos de la señora Min.

Yoongi estaba en su dormitorio. Marcó en una pantallita que estaba en la pared el número seis tres veces seguidas y luego uno. Mágicamente una de las paredes se abrió, tras ella había una habitación secreta. En esta se podía escuchar el sonido del piano electrónico de su hermana menor.

Ahí estaba Min Yeong perdida como siempre en la música, desde pequeña había sido así, era algo que le daba sentido a su vida. Su hermano al verla le tocó el hombro. La rubia provocó un estruendo con las teclas del piano al ver al pelinegro.

—¿Qué haces aquí? —preguntó él llevándose las manos a los bolsillos de su pantalón.

—He venido a enseñarle mi progreso— Señaló a la mujer inconsciente sobre la cama. Estaba conectada a un montón de máquinas.

—No me gusta que vengas aquí.

—Lo sé, pero ella es mi amiga y tengo que estar aquí. No se merecía lo que le paso, todo esto es tu culpa—bajó la vista evitando la mirada de su hermano, para que no la viera las lágrimas que le empezaron a salir por los ojos.

—¿Por qué siempre me recuerdas que es mi culpa? Soy tu hermano, por nuestras venas corre la misma sangre.
Yeong se levantó, sus ojos estaban rojos por el llanto, llena de rabia soltó: —Dejaste de ser mi hermano el día que provocaste que mi amiga callera en esas condiciones —Uno de sus pelos rubios tapó su cara, se lo colocó tras la oreja—. Le advertí tantas veces de ti, pero seguía locamente enamorada —Se acercó a la pelicastaña—. Me siento culpable por no haberla cuidado mejor.

—Yo no tuve nada que ver —Habló tranquilo mirando un cuadro de un gato que había en la habitación.

—No me mientas más, sabes mejor que nadie porque está en estas condiciones —Tomó la mano de la dormida y la acarició.

—Debía hacer lo mejor para la familia y ella no estaba de acuerdo —miro a su hermana y luego a la pelicastaña.

—Por lo menos, ¿Alguna vez la amaste?

—Con toda mi alma —Dijo con toda su fuerza.

Yeong negó con la cabeza varias veces
—No te creo nada.

Con eso se marchó de la habitación dejando atrás a su amiga y a su hermano. YoonGi se acercó al cuadro que antes estaba observando, creyó que lo estaban vigilando, pero al acercarse no notó nada raro.

—Son alucinaciones mías —Bajó, subió los hombros y salió detrás de su hermana.

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