C A T O R C E

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¡Viva el vino! Ese era el vivo pensamiento de Jeon Soyeon en estos momentos

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¡Viva el vino!
Ese era el vivo pensamiento de Jeon Soyeon en estos momentos. Chan la llevaba a duras penas sobre su espalda, mientras la borrachera la envolvía.

Se mantenía en un constante ajetreo, —¡Arre caballo!

—Ya te dije que no soy un caballo —la alzó hacia arriba para acomodarla mejor en su espalda.

—Y no lo eres —sonrió y lo apretó por el cuello, sin ahorcarlo—. Eres una yegua ¡Arre yegua!

Resopló cerrando la puerta de la mansión de los Jeon —. Lo que tú digas, jefa.

Su espalda adolorida lo obligó a dejarla sentada sobre las escaleritas en la entrada de la sala. Su mascota, Rufina, con alegría acudió a ella y la llenó de saliva por sus lamidos.

—Rufina ¡vete! — pidió Chan, pero sus intentos fueron en vano, pues la peligris consideró acariciarle la pancita peluda.

—Rufina, mi fina —repetía, jugando con ella. Chan se sentó a su lado y la mascota salió corriendo hasta meterse en su casita—. ¿Ya no le tienes miedo?

—Ya no —chasqueó su lengua—, más o menos.

Soyeon dejó caer su cabeza en el hombro de su guardaespaldas y cerró los ojos, quedándose casi dormida.

—¿Qué haces ? —preguntó impresionado. En respuesta recibió un ronquido. La observó, recorriendo cada parte de su rostro— . Es bonita....muy bonita.

Tenía grasa en la comisura de su labio, decidió limpiárselo con su dedo.

—¿Mmm? —abrió los ojos y se quedaron mirando fijo, impresionados y con un sorpresivo dolor en el pecho o mejor dicho, un latido constante por parte de sus corazones.

—Tengo ganas de vomitar —dijo y Chan dejó escapar una sonrisa.

«Tengo ganas de vomitar, Chan»

Recordó, un momento de su pasado, creyó haberlo olvidado, pero aún estaba intacto. Inmediatamente la seriedad lo invadió e invitó a la que no estaba totalmente en sus sentidos a subir sobre su espalda.

—Te llevaré a tu habitación —sugirió en cuanto la sintió rodear su cuello—. Esperemos que tus padres no nos vean.

—Mamá no debe estar en casa, papá seguro debe estar en la empresa —decía la de cabellos grises subiendo la voz con la palabra: debe.

—Ví un auto parqueado afuera —comentó.

—Seguro es de un vecino —olisqueó la cabeza de su guardaespaldas—. Tu pelo huele a frambuesa, eso me da más ganas de vomitar —hizo una mueca de asco.

—¡Espera! No se te ocurra vomitarme encima —con prisas consiguieron llegar a la habitación de Soyeon. De un empujón con el pie, se abrió la puerta.

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