ANDREAS

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Dos años atrás...

Nunca he traído a nadie a mi departamento por mera política personal. No me interesa que ninguna de las mujeres con quienes me acuesto, intimen en mi vida, y que se sientan parte de ella cuando no les doy ninguna oportunidad de hacerlo. No quiero forjar lazos para después soportar lloriqueos y que se presenten aquí. Ésa es la regla de oro: no traer mujeres al departamento. Entonces, ¿por qué la traje a ella?

Me incorporo sobre un codo, observando a la mujer que duerme a mi lado y es hermosa, su largo cabello castaño queda extendido como halo sobre la almohada, dejando al descubierto su rostro sin ni una gota de maquillaje. Tiene la nariz recta y larga, nada que ver con ésas naricitas de muñeca que resultan ser operadas, salpicada por pecas que apenas y se notan cuando le pones mucha atención, sus largas pestañas oscuras rozan los pómulos bien definidos.

Rozo con el pulgar su sonrosada mejilla. Nunca me he tomado el tiempo suficiente para observar a una mujer dormir, salvo a mi madre cuando era muy pequeño y me daba pánico que se fuera de mi vida, por eso pasaba la noche entera mirándola dormir, contemplando la serenidad con la que descansa. Ella duerme con los rosados labios entreabiertos y una mano cerca de su rostro, semejante a la posición que ocupa un bebé mientras duerme.

Cierro los ojos unos instantes, disfrutando de su propia paz.

No puedo creer que anoche ella me regaló su virginidad. Soy un bastardo, un verdadero hijo de puta y ésta perfecta criatura me entregó su virginidad sin objeciones.

Suspiro con pesadez, pasándome una mano por los cabellos y reparando en una cosa, un pequeño e importante detalle: ni siquiera sé cómo diablos se llama y ya la desvirgue. No creí que aceptaría venir conmigo anoche, pues no parece del tipo de chicas acostumbradas a irse con el primer tipo que conocen y les proponente ir a su departamento. Supuse que iba a recibir un puñetazo en el momento de besarla porque, en definitiva no es de ésas chicas.

Estoy por acomodarme a su lado y volver a conciliar el sueño, cuando el timbre de la entrada comienza a sonar con insistencia. Sólo hay una persona que llama de manera tan escandalosa cuando no se le espera.

—Mierda—susurro, saliendo a prisa de la cama. Entro al cuarto de baño, envolviéndome una toalla alrededor de la cintura y salgo de la habitación.

Dario, mi hermano menor ha elegido el peor momento para hacerme una visita sorpresa.

Abro la puerta y ahí está mi hermano menor, con su equipaje al hombro y una despreocupada sonrisa en el rostro. Nada más abrirle, cruza el umbral, me da un abrazo de oso y besa mis mejillas.

¡Mio fratello preferito!—exclama, emocionado. Me suelta y va directo al salón de estar.

—¿Qué haces aquí? ¿No se supone que estabas en Venecia?

Cierro la puerta, yendo a donde Dario. Éste se encuentra ahora en la cocina, hurgando en el refrigerador como si fuera un vagabundo. Vale, mi hermano insiste en recorrer el mundo con una mochila al hombro. No es que sea un vagabundo, estudia Comercio Internacional, le gusta viajar ligero de equipaje y visitarme cada vez que viene a Londres.

—Decidí hacerle una visita a mi hermano mayor—cierra la puerta del refrigerador, cargando con los ingrediente para prepararse un sándwich—. ¿He llegado en mal momento?

Arqueo las cejas, cruzando los brazos sobre el pecho. Nunca me ha importado la espontaneidad de Dario, me encanta que mi hermano o cualquier otro miembro de la familia me visite, hasta ahora. Al parecer, acaba de caer en cuenta que efectivamente llega en mal momento. Mira a su alrededor, buscando pistas.

Mi manera de necesitarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora