Cuando la tuviera delante de mí, le reclamaría por su estúpida decisión, le echaría en cara que era una egoísta por irse de la manera tan poco convencional en la que se fue de mi lado y también le recitaría en la cara las mismas palabras escritas en su carta. Me desconcertaba hasta lo inverosímil que hubiera tenido el valor o mejor dicho, la cobardía de dejar una nota escrita en la almohada de al lado mientras yo dormía y ella escapaba como los ladrones sin haber ruido. Llevaba planificada la escena, el acto de restregarle tanto en cara, todo el trayecto en el auto me la pasé hablando conmigo mismo, fingiendo que mantenía mi gloriosa charla con ella.
Pensé en irme a Italia con mi familia, incluso compré el maldito boleto de avión, pero no pude hacerlo, no logré marcharme así como así. Quizás estaba muy empeñado y también dolido en dejarla hacer su vida en paz, con el chef o con quien le diera la puta gana, sin embargo, soy egoísta y no voy a permitir que ningún otro tipo críe a mi hijo. Así que, en resumidas palabras, estoy aquí pero el encuentro no resultó como yo esperaba.
—Mierda—es la primer palabra que sale de mi boca al ver lo que acaba de suceder. Corro directo a Gredel y alcanzo a cogerla por la cintura antes de que dé directo al suelo—. ¿Gredel? Abre los ojos, por favor—imploro, sosteniéndola entre mis brazos.
Algo debió indicarle a Loraine lo que sucedía con su hija porque de inmediato aparece en el vestíbulo y mira horrorizada la escena.
—Andreas...¿qué?—sacude la cabeza e inspira hondo—. Llévala al sofá—señala hacia el salón de estar—, iré por sales de baño.
Desde que la conozco, ésta mujer me ha parecido que sabe cómo mantenerse recia en las peores circunstancias. Asiento en silencio, pasando un brazo por la espalda de su hija y otro por debajo de las rodillas, levantándome con ella y andando directo al sillón. Luce extremadamente pálida y no tengo idea de qué hacer mientras la deposito con sumo cuidado, colocando un cojín debajo de la cabeza y arrojando al suelos los demás.
—Gredel, mi amor. Despierta—susurro, arrodillándome a su lado y sosteniendo una de aquellas delicadas manos de elegantes uñas oscuras en la mía.
El sonido de rápidas pisadas por el pasillo me advierten que Loraine debe acercarse, me levanto del suelo y suelto su mano, cruzando mis brazos sobre el pecho sin dejar de mirarla y sintiendo el vacío de su contacto.
—¿Qué ha ocurrido?—exige saber, inclinándose sobre su hija y dándole a oler el frasquito que sostiene en sus manos. Se sienta en el borde del sillón, pasándoselo delante de la nariz varias veces—. Gredel, cariño. Arriba.
Mantengo cerrados los puños fuertemente contra el pecho, sin dejar de mirar el pálido rostro inconsciente de Gredel mientras su madre sigue con el procedimiento. Siento que ha pasado una eternidad y ella no reacciona.
—Debería llamar un médico—suelto, nervioso. Ella no reacciona y es culpa mía—. Loraine...
Un suspiro seguido de un gemido brota del pecho de Gredel, quien aletea poco a poco las largas pestañas y por fin abre los ojos.
—¿Qué pasó?—pregunta a su madre en voz baja, quejumbrosa.
Loraine toca su frente, frunciendo los labios y comprobando la temperatura. Gredel no me mira mientras su madre continúa con su rutina, pero siento que mantiene alerta todos los sentidos al tenerme ahí.
—Deberías recostarte—ordena la mujer—. Cariño, sube a tu habitación a dormir.
—No, mamá. Estoy bien—insiste ella, negándose a mirarme, estoy seguro.

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Mi manera de necesitarte
General FictionÉl es arrogante y mujeriego. Ella es divertida y romántica. Él no está interesado en comprometerse con nadie. Ella desea tener su final feliz. Gredel Campell siempre ha creído en los finales felices y desea tener uno cuando conozca al hombre indicad...