GREDEL

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Caminamos en silencio, tomados de la mano a través de la cálida noche salpicada por infinidad de estrellas. Es hermosa, tranquila y fragante. La redonda luna plateada se refleja en el inmenso mar. Juro que quisiera quedarme aquí, en este pedacito de paraíso terrenal, rodeado de paisajes irreales y viviendo un momento especial. Digo especial porque desde que pisamos Grecia, mejor dicho, desde que pisamos Santorini, Andreas y yo la hemos pasado genial, estamos tranquilos pues en ningún momento hemos discutido y parece que igualmente ahora estamos bien.

Quizás mencionó que no se considera el tipo indicado para mí y, en cambio según su analogía Simon lo es. Lo que Andreas no quiere enfrentar es que, él si es el indicado para mí y yo soy la mujer indicada para él. Somos iguales. Un complemento. Me abruma despertar un día y ver que él forma parte de la vida de otra mujer y no de la mía, me entra pánico imaginarme fuera de su vida. No quiero dejarlo.

Antes de conocerlo mi vida era sosa, aburrida e insípida. Conocerlo fue maravilloso, perfecto. Él es mi vida entera. Lo amo demasiado, tanto que duele. Me duele amarlo, dejarlo, no ser capaz de seguir mi vida como debería ser sin él. Imaginarme sin él hace que mi corazón duela.

De repente Andreas se detiene, frenándome a su lado. Me sorprende cuando toma mi rostro entre sus manos, plantando en mis labios un hambriento beso que arranca un suspiro desde lo más profundo de mi garganta. Le echo los brazos al cuello, ciñéndome a él, descubriendo lo mucho que me desea, igual que yo a él. Sostiene mi nuca con una mano, envolviendo mis cabellos en un puño, mientras que la otra clava sus dedos en mi cadera y con fuerza.

¿Cómo diablos podré acostumbrarme a besar otros labios que no sean los suyos? ¿Tocar otra piel que no sea la suya? Soy incapaz de imaginarme con otra persona que no sea él. ¿Cómo permanecer en una relación aburrida? ¿Estar con alguien que siempre me dé la razón cuando yo quiera discutir? No puedo. No quiero.

—Te necesito tanto que dueles, Gredel—susurra, apartando su rostro y mirándome a los ojos.

Él a mí me duele en el alma, demasiado como para ignorar ése sobrecogedor sentimiento. Sin embargo, debo permanecer impávida, no trasmitir el ridículo miedo que me embarga y sofoca. Así que, sonrío, limpiando el carmín de sus labios.

—Sólo será una cena y más tarde seré sólo para ti, Andreas Miller—prometo.

Suelta una risa ligera, acelerando los latidos de mi corazón y ahuyentado el frío de mi alma. Es imposible no amarlo cuando lo siento tan mío. Doloroso imaginar mi existencia sin él cuando me pertenece.

—Vale—deposita un besito en mi nariz—, entonces sigamos.

***

Llegamos al restaurante del hotel y de nuevo me encuentro con una decoración blanca y azul. Las mesas tienen manteles blancos y ramilletes de anémonas rojas, también hay pequeñas velas en la terraza, que es donde han reservado mesa y hacia donde nos dirigimos justo ahora. El lugar está repleto, lleno de risas y conversaciones y no me doy cuenta si me convierto en el centro de atención o paso desapercibida.

Me siento feliz.

—¡Kalós, Gredel!—exclaman alegres, dos rubicundos tipos vestidos casi iguales al vernos llegar a la mesa.

El tercero, más joven y cuerpo de modelo se limita a asentir con la cabeza y la morena de ojos grises a su lado, simplemente observa muy seria nuestra llegada.

—Gracias—sonrío, sentándome en la silla que Andreas jala.

Lo miro directamente a los ojos y él pasa su pulgar por mi barbilla, dedicándome una sonrisita y ocupando su silla a mi lado.

Mi manera de necesitarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora