GREDEL

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—Gredel, Andreas quiere hablar contigo.

Estoy en el vestidor, hecha un ovillo y con un brazo cubriendo mi rostro tras haberle sacado a la pobre Cami el susto de su vida al caer desvanecida de la nada. Me giro en redondo hacia Kate, deseando que se equivoque con sus palabras y no sea yo a quien busca. Mierda, es a mí.

Gruño.

—Vale—me incorporo aunque todo gire a mi alrededor y me levanto, la sigo caminando detrás de ella. Se quedó esperando a que la siguiera.

Cami fue a buscar un vaso de agua y aún no regresa. No quiero enfrentar a Andreas sola tras lo acontecido anoche, la chica significa un apoyo emocional y moral para mí así que, más que nunca, la necesito.

Avanzó con la espalda recta y barbilla alzada, evitando que se noten los nervios que tengo. Sonrío cuando Kate me mira, suspicaz, mejor dicho acusadora. Entramos al ascensor en silencio, nuestras miradas cruzándose en el espejo de la pared.

Salgo del ascensor mientras mi acompañante sigue de largo, dejándome sola a mi suerte. Tomo una gran bocanada de aire, armándome de valor antes de entrar a la oficina sin tocar.

Andreas se encuentra enfrascado en una llamada telefónica, me mira e indica que me siente en la butaca que hay enfrente. Cinco minutos transcurren mientras sigue al teléfono y donde ya me he dado cuenta de las sombras amoratadas bajo sus ojos y lo agotado que se ve. Cuando nuestras miradas se encuentran, siento ésa inconfundible descarga eléctrica recorrer todo mi cuerpo. Dios, el embarazo terminará por enloquecerme.

—Mañana tenemos sesión para la revista de la novia de Mark—informa sin mirarme, tras finalizar la llamada—. A las diez de la mañana, en mi departamento. Cualquier cosa que no te parezca, podrás discutirla con Mark o Leighton.

Ni siquiera me mira mientras habla, se dedica a teclear algo en el ordenador, ignorándome por completo. Estoy clavada a mi asiento, apretando los puños con fuerza, furiosa. No puedo creer que él me ignore. Que estoy embarazada de él y me ignora.

—Quiero que me mires—digo, molesta. Andreas clava sus azules ojos en los míos—. Deja de portarte como...

—¿Cómo qué?—ruge. Sale detrás del escritorio y viene hacia mí. Al instante me levanto, desafiándolo—. Quieres que deje de portarme cómo, Gredel. Cómo el imbécil que hizo el mayor idiota delante de todo el mundo al decirte que te amo y, ¿qué haces?—da una zancada amenzante y ésta vez retrocedió ante su furia—. Te largas con el chef.

Alzo la barbilla, sin dejar se mirarlo.

—Sí, ¿sabes por qué?—digo. Sigo retrocediendo hasta que mi espalda toca la pared. Sus manos ahora han formado una prisión a ambos lados de mi rostro. Se inclina y aspiro su aroma—. Porque no es un desgraciado celoso como tú, porque puedo conversar con él sin discutir, porque me escucha, porque le interesa conocerme en lugar de solamente acostarse conmigo.

Esto último no lo sé en realidad, dado que nunca hemos estado juntos en ése sentido.

—Me trata especial, me hace sentir feliz—sus manos se convierten en puños a mis lados. Me mira, furioso—. ¿Te molesta verme feliz?

Me dedica una mueca de burla.

—Lo que me molesta es, que eres tan absurda—gruñe—. Él no te conoce como te conozco yo—sonríe, burlón—. Piensas que cuándo el tipo se dé cuenta de lo malhumorada que eres o los berrinches que haces si nada te parece, ¿será capaz de soportarte?

—¡Sí!—exclamo, molesta.

Ok, no lo sé.

—No, mi amor. Nadie te conocerá como te conozco yo—me pasa el pulgar por mi labio inferior, borrándome el carmín.

Mi manera de necesitarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora