Tengo el día libre así que, he salido de compras con Vera. Hace siglos que no lo hacemos y echo de menos pasar el tiempo con mi amiga. Iremos juntas a la fiesta de ésta noche, porque quiero llevarla y porque presiento que discutió con Mark anoche aunque primero se zampe un frasco de crema de cacahuete (es alérgica), a admitirlo.
—Muero de hambre—se queja cuando salimos de la última tienda, cargadas de bolsas. Llegamos a un bonito restaurante con terraza y nos sentamos en una de las mesas de ésta calle—. Así que, ¿el bastardo no va? ¿Tan pronto se terminó la luna de miel?
Le pongo los ojos en blanco y frunzo los labios.
—Deja de llamarlo así—la regaño—, y por supuesto que va, sólo que él tiene más cosas qué hacer temprano y tampoco llegaremos juntos.
Ella hace una mueca de desagrado.
—Lo que me deja a mí como una segunda opción—refunfuña. A continuación, decide ignorar el tema y lee el menú cuando una chica bajita llega a tomar nuestra orden—. Pediré un sándwich de carne y tocino, con papas fritas y una malteada de vainilla.
—Que asco, Vera—me quejo, sintiendo una arcada. Afortunadamente hay una jarra con agua en nuestra mesa y me sirvo un vaso—. Para mí un té helado.
Tanto Vera como la chica me observan, sorprendidas, ésta última recoge los menús y se retira.
—¿Estás bien? Gredel, me preocupas—me mira con seriedad—. Te he escuchado vomitar y no me salgas con que se trata de síntomas de la gripe o que comiste algo que te hizo daño o incluso que se trata de tu período. Porque pondré todo eso en duda.
Me paso una mano por la frente y sacudo la cabeza. Vera es bastante perspicaz y tiene razón al respecto, pues tras la partida de Andreas del departamento, una vez más por la mañana tuve que correr al cuarto de baño.
—Soy un ser humano, Vera—me encojo de hombros—. También me enfermo.
—Gredel...—comienza a decir. La chica llega con nuestra orden, interrumpiéndose—, no te ves enferma, sino...rara.
Me le quedo mirando un poco confundida.
—¿Rara?
Ella ahora parece exasperada por mi pregunta y mi falta de comprensión.
—Sí, tienes no sé qué—sacude la cabeza, fastidiada—, tus ojos se ven más brillantes, más vivos—hace una pausa para luego soltar lo inesperado—. Gredel, ¿no sospechas que posiblemente estés embarazada?
Esto me toma totalmente por sorpresa así que, me río. Es la mayor ocurrencia de Vera y me causa muchísima risa en lugar de enfadarme con ella. Vale, quizás me estoy riendo de nervios. No lo sé.
—No, no sospecho nada de eso porque no soy idiota, Vera—doy un sorbo a mi té y sacudo la cabeza—. Sería estúpida cometiendo tremendo error cuando tengo el mundo a mis pies. Cielo santo, en mi vida no hay cupo para un bebé.
—Mi madre dijo lo mismo y mírame—se apunta, orgullosa con el pulgar—. Veinticuatro años después, aquí me tienes—me mira en silencio y muy seria—, de verdad, considera ésa posibilidad.
Imposible, no soporto la idea.
—No quiero.
—A ver—bufa—, ¿no te has sentido cansada en exceso? ¿Inflamada? ¿Náuseas? ¿Mareos? Por las mañanas corres al baño a vomitar...
Me quedo petrificada y asiento muy lentamente. Siento que el color huye de mi rostro.
—Pues esos, tonta, son los síntomas del embarazo—salta.

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Mi manera de necesitarte
Ficción GeneralÉl es arrogante y mujeriego. Ella es divertida y romántica. Él no está interesado en comprometerse con nadie. Ella desea tener su final feliz. Gredel Campell siempre ha creído en los finales felices y desea tener uno cuando conozca al hombre indicad...