Capitulo 5: No se puede ayudar a alguien que no desea sanar.

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Atticus.

Escuche el sonido de la puerta cerrarse y asome mi cabeza al exterior. Ella se fue.

Es una odiosa. Una que cocina rico.

Uh, solo espero que no me duela es estómago por haber comido, después de tantos días sin comer.

Mi celular comenzó a sonar avisando una llamada, contesté enseguida.

—Imbécil, ¿Dónde estás? —mi proveedor, Jake, sonaba molesto.

Aquello no me sorprende en lo absoluto. Siempre está enojado cuando no se droga.

—En rehabilitación. —contesto escueto.

Escuché su risa llena de burla a través de la línea telefónica.

Rodé los ojos.

—Bastardo de mierda. —le insulto. Su risa aumenta.

Ni siquiera sé porque se ríe. No es gracioso estar aquí. Me he estado sintiendo mal y necesito desesperadamente heroína para sentirme mejor.

—Te atraparon de nuevo. —se burló. —Seguramente ya hasta te tienen como cliente favorito.

—Vete a la mierda.

—Bien, bien, ¿donde queda ese centro de rehabilitación? —pregunta Jake, a través de celular.

—No sé. Pero se llama Hope World.

—Sé donde es. —dice. Y ruidos se escuchan, seguido de risas.

—¿Vendrás? —cuestiono, extrañado. Ansioso.

—Estaré allí a las dos, en la noche. Llevaré crack. —avisa riendo. Un sonido nasal se oye, como si estuviera esnifando algo.

— No quiero crack. —negué, con una mueca.

Mi cuerpo tiembla.

No debería...

Pero realmente, realmente la necesito.

—¿Heroína, entonces? — pregunta, divertido.

— Sí. —aseguré. Y la llamada se cortó.

Yo no debería de haber aceptado. Oh, mierda. Ya llevo cinco días limpio. No debí...

Mi pecho comenzó a doler y una sensación de tristeza, a la par que decepción me invadió. Mi vista se nublo.

Tocaron la puerta suavemente y una enfermera entró, mirándome preocupada.

—¿Estas bien, Atticus? — preguntó, por su expresión, debo verme nervioso o triste, o ambas.

Me siento vulnerable.

Me siento mal. Asustado.

No quiero seguir. No ahora. No así.

—Oye, Atticus, ¿Qué ocurre? — pregunta acercándose.

Pero... Realmente necesito la droga. De verdad lo hago.

Mi ansiedad crece, al igual que la desesperación. La necesidad aumenta.

La enfermera sigue preguntando.

Yo...

No puedo más.

—¡Estoy bien! ¡Déjame en paz, maldita sea! —grite.

Ella parpadeó, sorprendida.

— ¡¿Por qué tú y este maldito lugar no entienden que quiero estar solo?!

Una dulce adicción (#1 GEMELOS EVERETT)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora