Izana Kurokawa.

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hazzaflorez

Ella supo que debió haberle hecho caso a su madre cuando le dijo que no saliera con esos chicos en el momento en que se vió sola en medio de un lugar que no conocía. ¿Ahora como iba a volver a casa?, ¿Siquiera seguía en Shibuya?.

Las ganas de llorar le estaban ganando, llegó a un punto verde que vió a lo lejos. Una pequeña pared de árboles frente a un gran edificio de cemento, no sabía que era, sólo siguió caminando hasta llegar a aquel gran Cerezo el cual se veía alto y estable; fácil de trepar.

La primavera estaba en su cúspide, por lo que las flores le hicieron cosquillas mientras subía. Se sentó en la gran rama madre viendo en dirección a la ciudad intentando ubicarse, en vano, pues no reconoció ni un sólo edificio.

Izana había sido mandando de nuevo a la zona restringida, el pasillo rojo en donde encerraban casi como prisioneros de guerra a quienes daban más problemas de lo normal y que no tenían a nadie que fuera a respaldarlos.

La celda no tenía luz más allá de esa pequeña ventana con tres barrotes de hierro que se notaban desgastados, la cama sólo tenía una sábana vieja y estaba seguro de que el lavabo ni siquiera tenía agua. Maldijo dándole una patada a la pared que logró sacar un par de chispas del cemento, estaba harto de estar ahí, de que cada vez que hacía algo ni siquiera lo dejaran hablar y lo tiraran entre cuatro mastodontes con uniforme a esa pocilga.

Estaba harto de estar ahí sólo.

Se acercó a la única fuente de claridad que poseía, esa pequeña apertura fría sin cristal que daba al descamparo lleno con una arboleda para que no vieran absolutamente nada del exterior.

Ahí la vió, una chica de cabellos desordenados y vestido blanquecino estaba sentada dándole la espalda en aquel cerezo que ya había florecido. Admiró su figura casi angelical, ella movía levemente sus piernas a un ritmo conrinuo, jugueteando con sus pies en el aire.

Se agarró de los barrotes para verla atentamente, queriendo grabar su imagen en su mente. Pues probablemente verla era un milagro que jamás volvería a pasar.

Algo extraño pasó en su pecho cuando ella volteó. Sus miradas se encontraron, sus ojos tenían un tono de verde que jamás había visto, algo claro, pero sumamente fuerte.

¿Qué hacía una chica allí?, ¿Y por qué no salió corriendo al verlo?.

Un calor lo invadió cuando recibió una sonrisa, su corazón había empezado a latir de forma rápida, una sensación agradable, como la adrenalina de golpear a alguien.

Ladeó su cabeza, como preguntándole que hacía allí. Recibió un pequeño y delicado encogimiento de hombros.

Levantó su mano para apuntar el lado donde estaba la entrada, ella vió curiosa hacia allí y asintió dándole otra sonrisa. Se levantó en la rama dejándolo verla en todo su esplendor, era como una princesa.

Ella agitó su mano en señal de despedida, lo imitó y la vió desaparecer entre los demás árboles de nuevo.

Akane fue en la dirección que aquel chico le había indicado, llegó hasta una rejilla falsa y admiró el gran cartel que deletrebaba "Reformatorio".

¿Por qué él estaría ahí adentro?, se preguntó.

Los ojos del chico no tenían maldad, sólo dolor.

[...]

Desde aquel día va diario después de la escuela a treparse a ese árbol y quedarse un rato viendo a aquel chico de cabello blanco. A veces hablaban un poco por medio de señas, otras él sólo la veía con ojos melancólicos, incluso habían días en que ella sólo le sonreía para intentar darle un poco de paz en ese lugar que se podía imaginar era horrible.

Fue hasta el catorce de marzo, luego de cuatro meses de visitas sin falta, que lo vió sonreír.

Una sonrisa tan pura, como la de un niño, pero que por alguna razón hizo que sus ojos se humedecieran.

Él le transmitía una tristeza que no creía posible.

Fue un catorce de marzo cuando llegó al lugar y no lo vió. Se quedó dos minutos esperando, preocupada de que algo malo hubiera sucedido, hasta que escucho aquella voz a sus espaldas.

—Al fin puedo verte de cerca.—Se congeló al verlo cara a cara sin esa distancia de por medio, en un gesto guiado por sus emociones sólo se lanzó a sus brazos rápidamente siento correspondida.—Izana, ese es mi nombre.

—Akane, Majite Akane.—Respondió rápidamente.

Él se sintió cálido entre sus brazos, casi como si aquello fuera suficiente para callar a todos los demonios que lo perseguían dentro.

Ella no llegó a su casa aquella noche, pues tenían tanto de que hablar. El regaño valió totalmente la pena.

Le prometió acompañarlo a conocer a su hermano, Shinchiro. Escuchó todas y cada una de sus experiencias en aquel lugar, riendo de vez en cuando y comprendiendo de a poco como era él. Izana estaba dañado y ella quería arreglarlo.

No todo fue perfecto, claro. Desde que él se metió en aquello de las pandillas y cuando conocieron a Kakucho se había mantenido a su lado, cuando se encontró con su madre lo dejó llorar en sus brazos y cuando Shinciro murió lo acompañó noches en vela para que no estuviera sólo con su dolor. Incluso cuando aquella horrible obsesión contra Manjiro empezó se quedó a su lado, tomando su mano para nunca dejarlo caer completamente en la oscuridad.

Y ahora que estaba allí, después de aquella pelea contra Toman, sujetando su mano mientras la ambulancia iba a toda velocidad hacia el hospital y sus latidos se volvían cada vez más lentos. Se sintió perdida, pues aunque sonara horrible; Él era su camino, su mundo estaba con Izana. ¿Qué iba a ser de ella sin él?.

—Por favor, sólo aguanta un poco más.—Rogó dejando las lágrimas caer.

Y vió su sonrisa, que le dió la respuesta que necesitaba.

[...]

—Eso, despierta a papá, Kuiny.—Se burló viendo como la pequeña jalaba de los cabellos de su esposo quien había caído dormido de nuevo a pesar de que su alarma había sonado hace un par de minutos.

—Princesa, piedad.—Murmuró un Izana aún adormilado que intentó quitarse a la pequeña de encima.—Amor, ayúdame.

—Debes levantarte, Mikey y Emma con su esposo están por llegar.—Le reclamó terminando de guardar lo necesario en el bolso de su hija para el viaje familiar que tenían organizado, una escapada al lago por el fin de semana.—Kuiny, tira más fuerte.

—¡Ya, entendí!.—Puchereó, pues la niña realmente obedeció a su madre ente balbuceos que parecían un regaño. La apegó a su pecho dejando palmaditas en su pequeña espalda.—Ustedes tienen el mismo genio.

—Sí, así que vete acostumbrando a la idea.—Rió cerrando el cierre de la mochila de ovejitas.—Ve a darte una una ducha rápida mientras la cambio, si te tardas más de quince minutos te voy a cortar el agua caliente.

—Bien, comprendo.—Asintió ante la amenaza.—Ve con mami, princesita, papá necesita lavarse el cabello.

—Vaya que sí.

—¡Amor!.—Se quejó.

Después de todo, ellos estaban destinados a estar juntos. Se casaron legalmente en cuanto pudieron, Kaku claramente fue el testigo y lloró en la boda. El tiempo y terapia había ayudado a que Izana dejara todo aquel rencor que tenía dentro y se acercará a sus hermanos, porque aunque no tuvieran la misma sangre, los Sano lo recibieron con los brazos abiertos.

Sanchokuin llegó cuando ambos tenían veintitrés, ahora la bebé de dos años era la sobrina consentida de sus tíos y su esposo realmente se veía feliz de aquello que había logrado; tener una familia.

Pero Izana sabía, que sin ella, nada hubiera sido posible. Por eso le agradece cada noche antes de dormir el haber llegado como un ángel para salvar su vida de caer en el infierno.

𝘖𝘯𝘦-𝘴𝘩𝘰𝘵𝘴 𝘛𝘰𝘬𝘺𝘰𝘳𝘦𝘷¡!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora