Dueles tan bien.

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Manjiro Sano × Oc.


—Maldita sea.—Gruñó la joven al notar las horribles ojeras bajo sus orbes ámbar.

Su hermano le había advertido de lo que podía ocurrir hacía un tiempo, era una lastima que él ya no estuviera ahí.

Su madre no había vuelto a casa desde el día anterior, tal vez si las cosas fueran diferentes sí le importaría; aquel no era el caso ahora.

Él, Manjiro, era lo último que tenía en pie.

Por eso cubrió la piel oscurecida a causa de las lágrimas y el mal sueño con aquel maquillaje de su color de piel, el corrector y el polvo eran realmente algún tipo de magia.

Plisó su vestido por milésima vez antes de salir de su hogar en dirección a aquel Dojo que desde la partida de Emma solía estar obsoleto y empolvado. El aire tenía un extraño olor metálico aquella mañana oscura, las nubes grises cubrían cada rincón del cielo dando un aspecto deprimente, aún así, no se detuvo hasta llegar a su destino.

El "hogar" de los Sano.

Antes de llegar a la residencia se aseguró de acomodar correctamente el suéter que cubría sus brazos delgados, confirmando aquello, golpeó esperando ser recibida por el abuelo de Manjiro, en cambio fué él mismo quien le abrió la gran puerta de madera a los segundos.

—¿Qué haces aquí?.

Tragó duro, sintiéndose culpable de sentirse intimidada por esos ojos grises.

—Vine a visitarte, pensé que podíamos ir a desayunar a alguna parte.—Respondió de forma casi temblorosa.

El de cabello blondo dudó por unos segundos antes de alejarse de la puerta para dejarla pasar y asentir. Dejó salir con cuidado el aire retenido en sus pulmones para intentar darle una sonrisa a su novio.

Su novio, Manjiro.

—Iré a buscar una chaqueta.

—Claro...—Asintió.

Las paredes de aquel lugar estaban llenas de fotografías viejas que ya había visto mío veces antes pero que aún seguían pareciendole igual de atrayentes que la primera vez.

Algunos Marcos de la pasada joventud del abuelo Sano, del padre de Mikey, Shinichiro y Emma, de los primeros dos juntos cuando Mikey era un bebé, de cuando la rubia menor recién había llegado a la casa.

Recuerdos que ahora sabían amargos, sin duda.

Ella no notó cuando el hombro de su suéter cayó dejando expuesto aquel lugar. Menos aún que un silencioso Manjiro llegó tras ella, viendo con confusión aquella horrenda mancha violacea en su piel.

—Akane, ¿Qué te pasó ahí?.—Un escalofrío de ultratumba recorrió su espina dorsal y rápidamente volteó para no darle la espalda al joven.

—N-Nada, no te preocupes por eso.—Murmuró.—Mejor salgamos, ahora.

El ojigris no se sintió calmo con esa respuesta, decidido, se acercó a su novia a paso indiferente pero seguro, estuvo a punto de tomar su muñeca cuando ella retrocedió.

Ella tenía miedo.

Su novia temblaba de miedo, miedo de él.

Frunció el ceño visiblemente confundido, incluso algo molesto. Akane literalmente retrocedió como si fuera a hacerle daño.

Intentó volver a tocarla causando la misma reacción, está vez, las manos temblorosas de la joven llegaron hasta la punta de aquel altar, el vidrio se hizo trizas al chocar contra el suelo.

El cristal de la fotografía de Emma se había destruido en cientos de pedazos.

—Oh, no, no, no, no.—La Baji se agachó de inmediato a recojer los vidrios más grandes, la culpa se esparció en su pecho cuál droga.

La foto aún así seguía intacta, aquello la tranquilizó un pequeño porcentaje al menos.

Olvidó la otra presencia a su lado hasta que vió sus manos llegar a su lado par ayudarle a su labor.

Sus duros nudillos, rojos.

El temor la hizo apretar de más aquel filo, causando que su propia sangre ahora fuera quien entintaba el piso caoba. Su palma ardió pero no más que sus ojos al sentir como Manjiro la veía fijamente.

Quería alejarse, correr, gritar, llorar; pero no podía, porque se sentía bien.

Porque lo amaba, él seguía siendo su novio sin importar las cosas que hiciera.

Aquello la mantuvo ahí, en silencio, con miedo de levantar sus pupilas y tener que encontrarse con aquellos orbes presos en esa expresión de oscuridad infinita.

Fuera de sí.

Ese Manjiro, no su Manjiro, la aterraba.

Pero seguían siendo la misma persona, ¿No?.

Aquel chico que la miraba con pena seguía siendo el mismo que la golpeó el fin de semana pasado. El mismo que la obligó a acostarse con él hace un par de semanas. El mismo que le regalaba vestidos de colores y chocolates con rellenos dulces.

Él era ambos, pero seguía siendo sólo uno.

Por eso no sabía en realidad si podía confiar en este dulce Mikey que le estaba extendiendo su mano con cuidado, pues en cualquier momento el otro podría romperla en segundos.

Dolía, demasiado. Pero tampoco sabía que hacer.

Manjiro tenía el control de todo, de su mente, su alma, su corazón. Él podía ser sus altas y más profundas bajas, la droga que la llevaba al cielo pero al mismo tiempo la hacía caer en un vacío existencial del cual no veía salida.

Casi se sentía intoxicada por su amor.

Porque él la amaba, aún lo hacía  ¿No?.

Él le había prometido su historia de película, su final feliz, aquel destino de ensueño en el que se casarían y vivirían felices para siempre.

Y creía en ello.

Pero, ¿Por qué ahora sentía las manos del chico en su cuello entonces?.

¿Por qué el aire se hacía cada vez más pesado?.

¿Sus ojos siempre fueron así de turbios?.

Next Song; Canción sin miedo/Vivir Quintana.

𝘖𝘯𝘦-𝘴𝘩𝘰𝘵𝘴 𝘛𝘰𝘬𝘺𝘰𝘳𝘦𝘷¡!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora