#ella

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Hay montañas. Unas grandes y geniales que apuntan a través de las nubes, con nieve en la punta que parece crema batida. Mi corazón. No está lloviendo cuando mi avión aterriza en Sea-Tac. El cielo está tan claro que presiono mi nariz contra la ventana y miro alrededor con incredulidad.

¡Mentirosos! ¿Dónde está la lluvia?

No hay nadie para encontrarse conmigo en el reclamo de equipaje; eso es lo que hace que todo se sienta doloroso.

No hay una madre que me abrace, ni un padre para poner mi equipaje en la cajuela mientras hace chistes de cuán pesada es. Estoy sola en todas las cosas, singular, asustada y emocionada.

Recupero mis maletas y un taxi me lleva los veinticinco kilómetros hasta Seattle propiamente.

Puedo ver la ciudad elevándose en un desfile de luces desde la carretera. Hay ciudades que te quitan el aliento por su tamaño algunas por el pulso de su rítmica cultura, pero Seattle te regresa la respiración. Lleno mis pulmones. Lo asimilo y siento que puedo respirar por primera vez en mi vida.

Dios mío, es como si hubiera estado buscando este lugar todo el tiempo.

Mi hotel es agradable; me aseguré de ello. Nunca sabes qué tipo de asesino serial te encontrarás en un hotel de mala muerte. Las cosas podrían ponerse duras en los siguientes meses, pero por las próximas cuatro horas, hasta que mi departamento esté listo, soy una turista.

Kyuhyun me envía mensajes con lugares para ir a ver. Es dulce excepto porque eso lo mantiene en mi mente todo el día, las notificaciones en mi teléfono con su nombre destellando hacia mí. Primero exploro la ciudad, el mercado de pescado, la Aguja y el Nordstrom que inició todo. Tengo un calambre subiendo por una de las colinas empinadas y una vagabunda vistiendo un mugriento gorrito rosa me ofrece un cigarrillo. Lo tomo, aunque nunca antes he fumado un cigarrillo.

No quiero ser grosera con mis compañeros Washingtonianos.

—Es como tus jodidos calcetines– dice ella, apuntando hacia mis pies con su sucio dedo.

No estoy vistiendo calcetines, entonces es súper genial que los vea de todas formas.

—Gracias— digo —Yo misma los tejí.

Asiente, mirando pensativa hacia mis pies.

—Oye, ¿tienes un par de dólares que me prestes? Es mi cumpleaños.

Busco en mi bolsillo y sacó cinco billetes de dólar.

—Oye, feliz cumpleaños— digo. Luce confundida.

—No es mi cumpleaños— dice la vagabunda.

—Por supuesto que no.

Se mueve para bajar la colina. Meto mi cigarrillo detrás de mí oreja, sonriente ante su locura. Magia, me digo. Kyuhyun me manda un mensaje:

CH: ¿Qué haces?

AG: Fumando un cigarrillo de cumpleaños con una amistad que hice, le contesto.

CH: ¿Chico o chica?

Hago una cara, y luego escribo:

AG: Chico.

No me envía nada por un rato, así que meto mi teléfono de vuelta en mi bolsillo mientras busco una tienda de papel hasta que me doy cuenta cuán ñoño es eso y me voy. Diez minutos después escucho un sonido que significa que tengo un
mensaje.

CH: Me siento celoso... que estés ahí y yo no.

Escribo una respuesta y luego la borro. Demasiada coqueta.

A la Mierda con el AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora