#clint

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Un día, poco después de Navidad, camino hacia un bar llamado Tropel sobre la rivera del río. Todavía hay muérdago colgado a través de la parte posterior de la barra. Uno de sus lados se ha aflojado de la cinta y cuelga hacia abajo por debajo del resto. Me deprime. Me deslizo en un taburete y ordeno whisky puro, dándole la espalda a los muérdagos caídos. La bartender desliza el vaso, sin mirarme a los ojos. Depresión estacional. Sí, yo también, amiga. Tomo un sorbo y me encojo. Beber es un buen plan. Quieres ignorar el dolor interno y verter maíz fermentado por tu garganta para que puedas ignorar tu dolor un poco más. Quemará más fuerte que tu corazón.

—¿Mal día?— la voz de un hombre dura, rica. Está sentado directamente frente a mí en el otro lado de la barra. Está en la esquina más oscura, lo que hace que sea difícil ser visto. Me pregunto si lo planeó así.

—¿El whisky lo delató?— mi voz es áspera.

Lamo mis labios y miro hacia otro lado. Lo último que me apetece hacer es bromear con un desconocido en un bar.

—Muchas personas beben whisky puro. Sólo luces como si tomaste un sorbo de ácido de batería.

Me rio. Me vuelvo hacia él, a pesar de mi misma.

—Si. Fue un día realmente malo. Sin embargo, la mayoría son así— giro mi vaso sobre el mostrador y estrecho mis ojos hacia las sombras, tratando de ver su rostro.

Su voz es joven, pero su presencia es vieja. Tal vez es un fantasma. Hago la señal de la cruz debajo de la mesa. Ni siquiera soy católica.

—Un amor— dice. —Y un corazón roto.

—Eso es bastante obvio— digo.

—¿Qué más hace que una joven de aspecto inocente entre en un bar a las tres de la tarde en un día laborable y beba ácido de batería?

Ahora es su turno de reír. Joven, definitivamente joven.

—Dime— dice él.

Y eso es todo lo que dice. Me gusta eso. Es como si sólo espera que sueltes todos tus secretos y estoy segura que muchos lo hacen.

—Dime— digo. —¿Por qué estás bebiendo solo en el rincón más oscuro de la barra, tratando de sacar el dolor de los extraños?.

Por un momento se queda callado y creo que me he imaginado toda la conversación. Tomo otro trago de whisky, decidido a mantener mi rostro quieto mientras observo el lugar donde está sentado. ¡Un fantasma!

—Porque eso es lo que hago— dice finalmente.

Me sorprende que respondiera, aunque es una respuesta barata, sin compromiso.

—¿Cuál es el punto de hacer conversación si vas a ser recatado y darme respuestas ensayadas?

Puedo sentir su sonrisa. ¿Es eso posible siquiera? Es como si el aire transportara todo lo que hace y te permite saberlo.

—Está bien—dice lentamente. Lo escucho bajar su vaso. —Soy un depredador. Espero que las personas me digan lo que quieren y luego las convenzo que puedo dárselos.

Me rio.

—Ya sé que eres un hombre. Dime algo nuevo.

Se mueve en su taburete y la luz golpea su rostro. Por un momento veo una barba y un ojo muy azul. Mi corazón se acelera.

—¿Cuál es tu nombre?— pregunta.

Parpadeo ante la tersura de su voz.

—Amelia— digo. —Y tienes razón. Tengo un corazón roto. Y no bebo whisky. ¿Cuál es tu nombre?

A la Mierda con el AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora