Capítulo 14: Aspirar

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Capítulo 14!
Aspirar

Cuando el vaso se llena de agua y la última gota se desborda, cae con la gravedad. Así me he sentido. Los dos nos hemos desbordado. Ya no es posible hacer nada para detener el agua que vemos caer como tampoco para detener el sufrimiento del amor no correspondido.
Me acurruco en el sofá con una almohada entre mis brazos para poder sentir el contacto de alguna cosa. No quiero saber nada del mundo, no quiero saber nada de lo que ocurre allí fuera. Solo necesito mi soledad.
Ha pasado el primer día. Me siento algo mejor, sé que todo ha terminado y puedo volver a respirar. Creo que llevaba dos semanas sin poder hacerlo, sin degustar y percibir el aire.
Decido ir a comprar algo para la cena, ya que tengo la nevera vacía. En el supermercado me siento como si hubiesen pasado tres años. Nada es lo mismo. Yo no soy la misma. Todo resuena a alboroto. La gente va de un lado a otro sin detenerse a nada. Todo es celeridad y nerviosismo. Necesito marcharme de este lugar. Pago en la caja unas verduras y unas hortalizas para hacerme una ensalada y también unos yogures. Es lo único que me apetece.
Por la noche todo está en calma. Recuerdo el diario. Voy hacia mi maleta, abro la cremallera interior y ahí está, esperándome. En realidad, anhelo saber algo de él y esta es la única forma. Abro la página:

Hoy ha sido uno de los peores días que recuerdo. En el desayuno ya sospeché que algo no iba bien cuando no vi aparecer a Catherine, y cuando la vi salir del despacho de Jane, sabía que algo sucedía. Y cuando sostenía su maleta en la mano, el mundo pareció caer sobre mí. No soporté pensar que no volvería a verla. Todo mi cuerpo temblaba ante esa posibilidad. Por darme cuenta de que no quiero estar lejos de ella. Creo que me estoy empezando a enamorar y sería la primera vez en toda mi vida. Pero cuando deduje el motivo de su marcha, me sentí ruin. Yo la he hecho llegar a esa decisión, no tengo ningún derecho y, encima, le he mentido, porque sí, quiero que estemos juntos y le habría dicho cualquier cosa para que no abandonara el curso, pero sé que no es lo mejor y, por su bien, debo alejarme de ella en cuanto pueda. Solo tengo que ver todo lo que está pasando por mi culpa.

Cierro el diario apenada y lo vuelvo a guardar donde estaba. El malestar ha comenzado en medio de mi pecho. Siento que tengo el alma fracturada. Después de unas respiraciones profundas, logro relajarme un poco y consigo dormir.

El sol que entra por la ventana me despierta. Ni siquiera caí en la cuenta, ayer por la noche, de cerrar la persiana por culpa del cansancio que se halla instalado en mi cuerpo. Pero pienso que lo peor ya ha pasado.
Después de varias horas decido salir a desayunar al bar que está a dos calles, donde preparan el mejor brunch de la ciudad. Y donde suelo ir con mis amigas, lástima que estén de vacaciones.
Camino por el parque y consigo despejar mi mente. Contemplo a niños jugando a la pelota sin preocupaciones, madres charlando y parejas alborozadas paseando sus perros. Puedo observar que hay gente viva y que yo parecía no estarlo. A mi cabeza regresa Dave, y un escalofrío recorre todo mi cuerpo. Jamás me había sentido de esta forma, pero tengo que alejar esos pensamientos de mi mente. No quiero pensar en él, en su mirada, en su olor...
Después de atravesar el parque, decido hacer algo que me abstraiga. Pienso en comprar una pizza para esta noche y en ponerme una película divertida cuando llegue a casa. Esa mezcla siempre sienta bien.
Al girar la esquina del edificio de mi piso, mientras me aproximo al portal, noto un latigazo por todo mi cuerpo. Una sensación extraña se apodera de mí. ¿Volveré a ponerme mala de nuevo?
—¡Cath! —oigo, aturdida.
Su voz resuena en mi cabeza, creo que estoy delirando... No tengo fuerzas para darme la vuelta. No. No quiero imaginar que pueda ser real.
—Cath, soy yo... —repite la voz en el mismo instante que una mano toca un hombro.
No quiero volverme y consigo no hacerlo. Estoy paralizada por completo. Esto no es real.
—¡Catherine! Por lo que más quieras. Llevo más de dos horas aquí, esperándote. Estoy agotado del viaje —dice la voz grave.
Reacciono a esas palabras y mi cuerpo se gira a cámara lenta, sin poder llegar a creerme que sea él. Pero, sí. Aquí están esos dichosos ojos. Esos ojos a los que había decidido no volver a ver. Mi mandíbula se tensa.
—¿Qué diablos haces aquí, Dave? ¿No vas a tener nunca suficiente? ¿No vas a poder dejarme tranquila ni a ocho mil cuatrocientos kilómetros? —digo con todo el cuerpo removido.
Él sigue cabizbajo.
—¿Dejas que utilice tu baño? Por favor, lo necesito —me pide al cabo de unos segundos, pronunciando muy cuidadosamente todas las palabras con voz suave.
—¡Pasa! —gruño.
En este preciso instante me entra una impotencia que no sé cómo voy a gestionar. Hoy era mi noche de película y pizza. Y, mira por dónde, ahora también está él.
Después de algunos minutos, Dave sale del baño. No puedo dejar de preguntarme qué demonios ha venido a hacer. De verdad que no lo entiendo. Es el maldito perro del hortelano.
—Ya estoy. Muchas gracias.
—¿Qué haces aquí?
Mis palabras son duras, y mi aspecto también.
—Cath, si quieres que me vaya, me iré. Puedo buscar un hotel para pasar la noche. ¡Solo dímelo! —dice, desilusionado.
—Eres un... ¡Eres un gilipollas! —digo sin filtrar.
La expresión de su rostro cambia de sopetón. No tolera que le falten al respeto. Pero asiente.
—Vale, tienes razón. Y me iré si así lo deseas —contesta algo molesto.
Sí, que se vaya.
Esto es increíble. Lo miro, reticente a responder. De verdad que no entiendo qué demonios hace aquí. En México me evitaba y ahora...
—Cath. Te lo suplico, dime alguna cosa. —Su tono de voz es el más dulce que le he escuchado.
—Dave... ¡Yo no puedo con esto! No entiendo nada y no comprendo para qué has venido. ¿Qué haces aquí?
Recorre mi cara con su mirada y se acerca a mí sin hablar, pone sus manos en mi espalda y me atrae hacia él, me aprieta fuerte contra su pecho y me abraza. Cierro los ojos y, joder, siento que este es mi lugar favorito, aquí me siento a salvo. Parece que estar entre sus brazos sea como un templo donde recuperar mis energías. Pero no está bien, él no está bien, y continúa apretándome contra su pecho mientras acaricia con suavidad mi cabeza y toda mi espalda.
No sé los minutos que llevamos abrazados, he perdido la noción del tiempo. Inspiro hondo y me separo del templo, lentamente.
Llevo los ojos hasta los suyos, hasta ese color turquesa que parece que hoy sea más intenso. Aunque no hay luz diurna, se ven más bonitos, ya que los tiene llorosos y eso siempre le aclara el tono. Acaricio su párpado porque no soporto ver la lágrima que acaba de caer de él. Me parece la más bonita que haya visto jamás. Pero no me gusta verlo así.
—¿Podemos sentarnos y hablar? —pregunta, suave, señalando hacia el comedor. Asiento.
Nos sentamos en el sofá de color amarillo melocotón. No puedo creer que Dave esté aquí, en mi casa, en mi sofá. Todo parece una alucinación.
—Cath, primero de nada, quiero pedirte disculpas. Lo más importante para mí es que tú no estés mal. De verdad, disculpa mi comportamiento, no tengo ningún derecho. Como tampoco lo tengo para pedirte lo que te quería pedir, pero ahora no veo la importancia de hacerlo.
—¿Qué? ¿Qué es lo que me querías pedir, Dave? Dímelo —digo.
—Yo tampoco puedo con esto, Cath. Cuando te fuiste de México me di cuenta de que ya no podría vivir sin tu presencia, jamás podré alejarme. No puedo tener una relación, pero tampoco puedo estar lejos de ti. Cuando estoy contigo me siento en otro universo, mi vida es diferente. Todo lo que me rodea es diferente. Y no quiero que nos alejemos.
No entiendo nada. Y, sí, esto me confirma que sí, que mis pensamientos son reales; es el maldito perro del hortelano.
—No sé qué decir, Dave. Yo no... Yo también siento eso cuando estoy junto a ti, pero... —No puedo terminar la frase ya que Dave pone su mano en mi cara y la vuelve con suavidad.
Sus ojos me han inmovilizado de nuevo.
—Cath, ¿por qué no podemos ser amigos? Estar juntos como amigos. Necesito que regreses conmigo y que me ayudes. —Mira con atención mis labios. Parece que esté pensando en besarlos. Eso me dicen sus ojos.
—¿Que te ayude? ¿A qué? —pregunto mientras cavilo cómo voy a conseguir ser su amiga si estoy deseando que me bese.
—En las cuevas de la próxima excursión, que realizamos en unos días, hay ternuela. Necesito conseguirla, aunque sea una pequeña muestra. Necesito que me ayudes, Cath, por favor. Pero ya sabes que por ningún motivo puedes ponerte en peligro. Solo vigilando, sin que te acerques a mí. Necesito esa ayuda, te lo ruego. —A la vez que pronuncia las últimas palabras, se pone frente a mí y se arrodilla—. Por favor, dime que sí. Haré lo que me pidas, pero te necesito, necesito tu cooperación. Dime que sí, Cath.
No consigo hablar. Está como una cabra. Sus ojos me miran con súplica. Estar tan cerca de él me desarma, ¿cómo voy a sobrellevar todo lo que me está pidiendo? ¿Cómo hago para no desear que me besen esos labios tan carnosos que me ruegan? ¿Para eso ha venido? Para pedirme que lo ayude a coger un trozo de...
—Cath, ¡pídeme lo que quieras! —repite.
—¿Te puedes callar? Estás completamente loco, ¿sabes? ¿Tú crees que es normal venir aquí, a casi la otra punta del mundo, para pedirme que te ayude a coger un maldito mineral? ¡Estás loco!, ¡de remate!
—¿Solo te quedas con lo que te interesa? ¿No recuerdas que te he dicho que no puedo estar lejos de ti? No quiero que salgas de mi vida, aunque no podamos ser... pareja. —Baja su mirada al decirlo—. No quiero que salgas de mi vida... ¡Nunca más!
—Ya. Pero aquí no importa solo lo que tú quieres. Mi opinión también cuenta, ¿sabes? —respondo con suavidad.
—Por supuesto que cuenta. Pero no quiero que te enfades conmigo, te lo ruego. Yo solo quiero estar cerca de ti, solo eso. Y haré cualquier cosa.
—Ya, solo eso...
Como si fuera tan simple.
El silencio se ha apoderado de la situación y ahora los dos respiramos con resignación. En realidad, yo tampoco quiero estar lejos de él, pero estar cerca remueve todo mi interior.
Dudo, no sé qué hacer.
—Levántate, Dave. Voy al baño. Ahora vuelvo —digo.
Se queda en la misma posición y voy al lavabo. Lavo mi cara para despejarme y me miro en el espejo. Está como un cencerro, en serio. Pero, maldita sea, en realidad me gusta que esté aquí. Chasco la lengua y niego con la cabeza. Intento meditar sobre la situación y a los pocos minutos regreso al comedor.
Dave está sentado en el sofá, mirando sus dedos, pensativo.
—Está bien, podemos ser amigos —confirmo.
—¿En serio?, ¿vuelves conmigo a México? —pregunta abriendo los ojos como platos.
La sorpresa y la ilusión se reflejan en su rostro.
—Yo no he dicho que vaya a volver a México, solo que podemos ser amigos —aclaro.
—Cath, ayúdame a coger ternuela, por lo que más quieras, te necesito. Lo pasaremos bien. Eres mi mejor amiga.
—¿Ah, sí? ¿Tú mejor amiga? Vaya, qué sorpresa —me burlo.
—¡Sí! En realidad, eres mi única amiga.
Se levanta veloz y viene hacia mí. Me sujeta por la cintura.
—Me gustaría saber más sobre lo que quieres investigar del componente; igual podría ayudarte con eso también. —Me alejo de su agarre.
Mi corazón ha comenzado a palpitar fuerte.
—Bueno, aún estamos investigando, es muy difícil encontrar ternuela en todo el mundo y no hemos podido profundizar mucho por eso, pero creemos que posee ondas que pueden absorber la radiación que generamos al dormir y es de vital importancia hacer pruebas utilizando este componente en nuestro cuerpo.
—Ostras, Dave, eso es genial —digo, asombrada, imaginando poder analizar ese componente en el laboratorio.
Esa idea sí que me gusta. Me ha fascinado y ahora tengo más ganas de coger ternuela.
—Catherine, sé que está prohibido robar esos componentes y que no debería pedirte que me acompañes, pero esto podría ayudarnos a evitar matar a otros seres y que podamos convivir con personas como vosotros. Es muy importante para mi familia conseguir frenar eso, porque, en realidad, lo que hace ese efecto es matar —confiesa, derrumbado—. Y quiero pedirte perdón por suplicarte que me ayudes a vigilar; solo quiero que sepas que jamás te pondría en peligro, Cath. Nunca. Puedes estar tranquila. —Veo desesperación en sus palabras.
—Dave, lo sé. Te conozco y sé que lo haces por un motivo de fuerza mayor, no me tienes que pedir disculpas. A mí tampoco me gusta hacer cosas ilegales, pero esto es diferente —declaro.
—De igual forma, lo siento —dice, desolado.
—Pero, Dave, ¿cómo voy a volver? Lo he aplazado todo.
Es una maldita locura.
—¡Déjamelo a mí! Yo me encargo, mañana llamo a Jane, le informo de la situación y volvemos juntos. Sacaré los dos billetes. ¡Me ocupo de todo yo, de todo! Si haces eso por mí, qué menos que planificarlo todo yo y pagar los gastos —responde, entusiasmado.
—Dave... —digo, incómoda.
—¡No, Cath, no! Me responsabilizo yo. Tú solo tienes que decir que sí... ¿Aceptas?
—No sé —dudo.
—¿Aceptas? —insiste de nuevo y junta las palmas de sus manos, con una sonrisa dibujada en su rostro.
Sonrío, atontada. Este hombre no sé lo que está haciendo conmigo. Es inexplicable lo que siento teniéndolo aquí sentado, a mi lado. Es una paz jamás experimentada. No solo ha desaparecido cualquier malestar de mi cuerpo, sino que me siento en otro satélite con él. Días atrás pensaba que la razón era el país, el tan especial México, pero en este instante me percato de que no era el país. Somos, simplemente, nosotros.
Si soy sincera conmigo misma, yo tampoco quiero alejarme por nada del mundo de su vida. Y me resigno a que solo podamos ser amigos. Porque, estando junto a él, en mí vibra otra energía distinta. Soy otra persona diferente, soy mi yo auténtico, con más fuerza que nunca, con más ganas de todo que nunca. Y no es porque quisiera besarlo, sino por su presencia. Esto solo lo he sentido a su lado. ¿Cómo voy a alejarme de él?
—Cath, deja de mirarme así, joder... —Se levanta con brusquedad del sofá y se dirige hacia la cocina. No me he percatado de la forma en la que lo estaba mirando—. ¿Tienes agua? Me muero de sed.
—Sí.
—¿Dónde?
—Que sí, que acepto —aclaro.
—¿Sí? ¡Catherine!, ¡abrázame! —dice en voz alta.
Viene a la velocidad de la luz hacia mí y me abraza con energía contra su duro pecho.
Nos fundimos uno en los brazos del otro.

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