Capítulo 25: Paraíso

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Capítulo 25
Paraíso

Han pasado dos días y la calma y el buen rollo reinan en la casa. Estamos más unidos que nunca, es lo que tiene pasar tantas horas juntos. También estamos un poco melancólicos porque ya se acerca el final del curso.
Me dirijo a la habitación de mi novio para informarle de que vamos a cenar en breve. Toco a la puerta, que está abierta.
Toc, toc, toc.
—¿Quién es? —pregunta, gracioso, mirando de reojo.
—Yo. Vengo a decirte que vamos a comer. —Entro en la habitación.
No soy consciente de sus movimientos, ya que lo he visto borroso, pero ha cerrado la puerta y encallado una silla en ella, y me lo encuentro frente a mí. Mi melena se mueve por la ventisca de la velocidad.
—¿Qué quieres comer? —dice con su boca a dos centímetros de la mía. Siento su aliento en mis labios.
Me quedo sin palabras y con todo el cuerpo removido, solo con esas tres palabras. Pasa su dedo índice por mis labios y abro la boca. Introduce su dedo en ella con suavidad y mi lengua lo recibe, relamiéndolo. En medio segundo, me tiene contra la pared, sujetándome por los cachetes del culo. Con su mano izquierda, aprisiona mis manos hacia arriba y aprieta todo su cuerpo contra mí.
Su mano derecha se cuela por debajo de mi camiseta, siento la electricidad por toda la espina dorsal; la lleva hasta mis pechos, muy despacio y cierro los ojos para sentirlo mejor. Apoyo la cabeza contra la pared y me muerde en el cuello. Mi respiración se entrecorta. Pasea su lengua por mi piel hasta llegar al óvalo de la oreja, donde se detiene para rozarlo. Continúa con la mano por mi barriga y baja hasta conseguir colarse por debajo de mis bragas. Lentamente, llega al clítoris. Allí comienza a realizar movimientos suaves con su dedo corazón, e introduce sus dos grandes dedos dentro de mi sexo donde da comienzo un juego en mi interior. No puedo resistirme a jadear, estoy muerta de placer.
Emprende de nuevo el viaje con su lengua, que regresa a mi cuello, a mi barbilla, a mi cuello otra vez, debajo de la oreja. No quiero que pare. Quiero más, pero en ese preciso instante tocan a la puerta.
—Dave, ¿puedo pasar? —se escucha la voz de Zoe.
En otro escaso segundo me sienta en la silla del escritorio y llega a la otra punta de la habitación para abrir la puerta. Saca su camisa rosa por fuera del pantalón, inspira hondo y la abre.
—Sí, pasa —responde, tranquilo.
—En realidad, también vengo a por Cath —dice, graciosa.
—Dime —contesto como puedo, con la excitación por todo mi cuerpo.
—Estamos comentando de ir al bar-restaurante de la playa después de cenar, pero quiero saber si vosotros vais. Nos quedan solo tres días —prosigue, amistosa, dirigiéndose a mí.
—Pues... supongo que sí. Tenemos que aprovechar estas tres noches a tope —digo, despistada.
Dave me está mirando sonriente, se está chupando el dedo que tenía hace un momento dentro de mi cuerpo. ¡¡Dios, no me lo puedo creer!! Su mirada me está alterando. Esta me la paga.
—¡Vale! Pues venga, vamos a cenar pronto, que mañana tenemos la última expedición —concluye, sonriendo.
No nos deja más opción que seguirla para ir los tres juntos. Miro a Dave entrecerrando los ojos, tirándole rayos láser con ellos. Él sonríe, seductor, deja que pase primero y toca mi trasero palpando demasiado por toda esa parte de mi cuerpo.
Eso vuelve a excitarme. Le doy un manotazo que no llega a alcanzarlo.
—¡Para! Me las vas a pagar —susurro.
Sonríe levantando una ceja, el deseo se refleja en sus ojos turquesas. Me reta con la mirada y sé que estoy perdida. Sé que tiene ganas de jugar y me excito al imaginarlo.

Estamos en el bar de la playa bailando. Dave no me ha quitado el ojo de encima en toda la noche desde que me he cambiado. Llevo puesto un ceñido vestido blanco y negro, que de un lado es más corto que del otro. Recorre con la mirada todo mi cuerpo, con deseo; quiere jugar y eso me excita. Bailamos todos juntos en la pista. Ian y Zoe ya se han ido al hotel a dormir porque es un poco tarde. Querrán descansar, ya que mañana es la última expedición y, para ella, las últimas fotografías.
Dave se acerca a mí. Hoy está guapísimo, lleva unos pantalones estrechos blancos y una camisa rosa, con los dos botones de arriba desabrochados.
—Así que te las voy a pagar esta noche, ¿no? —dice, en tono provocativo, mientras baila frente a mí.
—¿El qué? —pregunto, precavida.
—Antes, al salir de mi cuarto, me has dicho que te las iba a pagar... —responde.
Se acerca a mi cuerpo sin poder estar un segundo más separado y pone su gran mano en mi trasero. Creo que esa manaza ocupa todo un cachete entero.
—Hoy tenemos que dormir pronto, mañana es la última expedición —digo, sintiendo sus cinco dedos pegados en mi culo.
—Llevo toda la noche pensando en quitarte este pequeño vestido —me susurra al oído con voz muy grave.
—Ah, ¿sí? —digo, traviesa, y me giro para seguir bailando junto a él de espaldas.
—Si me pones el culo así, no voy a poder controlarme, pequeña —dice, firme. Coge de mi cintura y aprieta su cuerpo contra el mío.
Me vuelvo de nuevo; su mirada es lujuriosa. Estoy agitada y deseo provocarlo. Me acerco a él y hago como si quisiese besarlo, pero, cuando se acerca para hacerlo, me aparto de golpe.
Levanta las cejas por la sorpresa.
—¡Te lo has buscado! —Coge mi mano y me lleva fuera de la pista.
—¿Dónde vais? —grita Cris.
—Nos vamos a dormir ya —responde Dave, convencido.
—Vale, nosotros en un rato iremos —dice ella.
—Hasta mañana. —Le lanzo un beso.
—¡Hasta mañana! —Me lanza otro y vuelve al baile con su novio.
Cuando estamos fuera, me coge como un saco, me apoya en sus hombros y comienza a correr. No digo nada, es inútil. Cuando estamos lejos, donde nadie podría vernos, me deja de pie.
—Como me apartes la cara otra vez, la que me lo va a pagar vas a ser tú —dice.
—Eso habrá que verlo —digo, altiva, caminando hacia atrás.
—Ahora tendrás que quitarte ese vestido.
—No —respondo sonriendo.
—Quítatelo... —Repite.
—He dicho que no.
Pestañeo y lo veo frente a mí, me agarra por el trasero con firmeza. Siento los latidos con fuerza en mi sexo. No sé qué tiene este hombre, pero me pone a mil en un solo segundo.
Me acerco para besarlo, pero ahora es él el que ha girado su rostro para no hacerlo. Ese movimiento le produce un delicioso pellizco a mi sexo. Me encanta este juego. Agarro con fuerza su pelo rubio y tiro de él. La lujuria se refleja en sus ojos, y de un solo movimiento, mete su mano por mi corto vestido y me baja las bragas haciendo ruido al respirar. Se quita toda la ropa, excepto la camisa, sin que me haya percatado bien de cómo lo ha hecho. Estamos a mil. Pero ninguno de los dos se atreve a acercarse porque sabe que el otro se va a girar para esquivar el beso. Desabrocho con suavidad cada botón de su camisa, acaricio su pecho al hacerlo. No me quita la mirada de encima, me come con ella; beso su pectoral desnudo y sigo con mis dedos por los musculosos brazos, para ayudar a que la camisa caiga al suelo. Se muerde el labio y cierra los ojos por el placer. Sí, esta es mi oportunidad. Paso mi lengua rápido por sus labios y abre los ojos de golpe por la sorpresa. Me coge por los muslos, con el deseo en sus ojos, sube mi vestido y mueve mi trasero hasta conseguir encajar nuestros sexos. Nos miramos con intensidad y siento, con mucho placer, cómo me penetra de una estocada.
—Ahh... —Gimo, descontrolada.
Me alegro de que aquí nadie pueda escucharnos.
—Me vuelves loco, Catherine —dice mientras me embiste duro. Me dejo dominar y llevo la cabeza hacia atrás. Detiene sus movimientos de golpe y me hace una cola de caballo con los dedos, atrae mi boca hacia la suya con la intención de besarme, pero no me dejo. Resopla por la excitación y cierra los ojos. Se queda estático dentro de mi cuerpo y devuelve las manos a mi trasero. Intento moverme para seguir disfrutando de su penetración, pero no lo consigo. Me tiene retenida con sus manos, sin dejar que me mueva. Eso me pone de los nervios y tiro de nuevo de su pelo. Lo beso en la boca, pero gira la cabeza para evitarlo.
—¡Dave! —digo sin poder soportar más la excitación ni el juego.
Sigue sin moverse, sin besarme. Vuelvo a tirarle del pelo para que me mire, pero no lo hace.
—Para —dice.
—¿O qué?, ¿me vas a dejar con las ganas?
—Te lo debía del otro día —me mira fijo a los ojos.
—Bájame —ordeno, empujando sus brazos.
—No. Te bajaré cuando yo quiera.
—Déjame, Dave —digo enfurruñada.
—Oye, pequeña, no te enfades —dice con suavidad, saliendo de mí.
Me deja en pie.
Nos miramos y nos acercamos muy despacio, pero esta vez ninguno de los dos se aparta y nos besamos con verdadera desesperación. Se aleja de mi boca para sacarme el vestido. Me aferro a su pecho desnudo como si fuésemos dos lapas. Me tumba con cuidado en la arena y se coloca encima de mí. Vuelve a penetrarme, esta vez muy suave, muy despacio, y nos besamos con dulzura sin apartar nuestros ojos. Lleva sus manos a lo alto de mi cabeza, me acaricia las cejas con sus pulgares mientras me besa, y entra y sale de mi cuerpo con una lentitud que me desarma por completo.
—Catherine. Me vuelves loco, te lo juro.
—Tú a mí también.
Nos enganchamos en las intensas miradas sintiéndonos lentamente.
—Estoy enamorado de ti —me suelta entrando en mi cuerpo a través de sus ojos.
Sonrío por el nerviosismo. Todo mi cuerpo está temblando.
—Yo también estoy enamorada de ti, Nathan.
Acaricia su lengua con la mía, sin cerrar los ojos ninguno de los dos. Y ralentiza el movimiento de cadera. Retrocede, y otra vez me penetra hasta el fondo, muy lento.
—Jamás había pronunciado esas palabras. —Me besa y me derrito en su cuerpo—. Y me pones tanto que tengo ganas de acabar ya —dice en un susurro.
—Oh, Nathan, no lo hagas... —suplico. No quiero que esto termine.
—Pues deja de besarme y de moverte.
Le hago caso y me quedo inmóvil. Toco con cuidado su pelo, del que antes he tirado con fuerza. Acaricio con suavidad su barbita, él hace lo mismo en mi rostro con la ayuda del dorso de su mano. Y recorre toda mi cara suavemente con los dedos y después con la mirada.
—¿Cómo puedes hacerme sentir todo esto? —pregunta.
Sonrío y sus labios me besan con dulzura. No se mueve, y me agito al anhelar que comience a hacerlo y no saber cuándo lo hará. Prosigue con un movimiento de cadera, tortuosamente lento. Sigue con las caricias y los besos por mi cara. Estoy llegando al clímax, pero no se lo digo para que no se excite de más. Continúa con los suaves movimientos, profundizando, y no puedo resistirme más. Mis músculos internos aprietan su miembro, se lo digo con la mirada y sonríe. Se mueve más rápido, como si conociese mi cuerpo mejor que yo; nos devoramos a besos y grito en un orgasmo que hace temblar todo mi cuerpo.
—Ahh, Nathan...
Sale de mí y llega a su clímax mirándome a los ojos. Los dos gemimos. Se coloca de nuevo sobre mí, nos besamos y nos rendimos al tan esperado y deseado placer que nos proporcionamos.
—No tengo palabras, me has dejado sin ellas —dice, ronco.
Acaricio su rostro con el corazón en la garganta. Nos besamos y nos abrazamos unos minutos. Después, me ayuda a levantarme y nos vestimos.
Se inclina, me coge en brazos por las piernas y camina hacia el hotel. Abrazo fuerte su cuello, me encanta cómo huele, es mi olor favorito. Me quedaría a vivir en sus brazos toda mi vida. Me enfrasco en el olor todo el camino mientras acaricio su nuca y nos damos algún que otro beso.

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