Capítulo 15!
UnánimeEntre sus brazos me siento en el paraíso. Siento que el corazón le golpea en el pecho muy fuerte, rebota en el mío y eso hace que se acelere. Nuestros rostros están muy juntos, su barba está pegada a mi mejilla y el corazón me bombea más fuerte. Se roza por ella hasta juntar su frente con la mía. Toca mi nariz con la de él y nuestros ojos se buscan, se encuentran y se enganchan en el brillo de nuestras miradas. Su cabeza se ladea y no puedo moverme, solo respiro, algo acelerada. Acerca sus labios a los míos y odio la poca distancia que nos separa, así que decido acercarme para que lleguen antes. Nuestras bocas se abren al instante de rozarnos, y llega la locura. La locura de sentir su lengua removerse contra la mía, intentando sacarle todo el jugo. Siento que todo mi cuerpo late, incluso parece que pueda escuchar el eco rebotar dentro de mi pecho.
Pongo mis manos a los lados de su cara y me aparto de golpe. Por Dios. Esto no está bien.
—Dave, para... —suplico con los ojos cerrados.
Mi cuerpo está inmóvil. Me he quedado sin fuerzas. Abro los ojos y veo el brillo en los suyos. Asiente y se aleja despacio de mí. Con la mirada perdida.
—Lo siento mucho —dice, y camina dirección al baño.
Salgo a la terraza, necesito respirar aire puro para poder recuperarme y recuperar también el ritmo normal de los latidos de mi corazón. Pongo la mano sobre él para detenerlo.
Si volvemos a hacer esto, no voy a poder ir con él a México ni voy a poder ser su amiga. Resoplo, no tiene ni idea de lo que consigue hacerme sentir cuando nos besamos. Todo mi cuerpo está revolucionado. Camino hacia el final de la terraza y contemplo desde aquí el Tibidabo iluminado.
Necesitamos hablar sobre esto para llegar a unas normas básicas, puesto que, sin ellas, no conseguiremos ser solo amigos.
Siento los pasos de Dave y me giro hacia él. Ahí está, apoyado en la puerta de la terraza con cara de no haber roto un plato en su puta vida. Dios, está guapísimo bajo la luz de la noche y con el reflejo de la luna llena en su rostro.
Me irrito conmigo misma al sentir las ganas que tengo de volver a besarlo. Maldita sea.
—¡Dave, joder, los amigos no se besan! —gruño por lo que experimento en mi estómago.
—Lo siento. No sé lo que me ha pasado. No lo volveré hacer, te lo prometo... —Baja la vista con culpabilidad.
En realidad, me molesta escuchar esas palabras salir de su boca. Pero necesitamos dejarlo bien claro para poder continuar con «nuestra amistad».
—No vuelvas a hacerlo —pido, precavida, al ver que se acerca despacio hacia mí.
No sé si voy a poder soportarlo tan cerca de nuevo.
—No lo haré nunca más. Nunca —contesta con desesperación. Frunzo el ceño. Tampoco me gusta que pronuncie eso—. A no ser que me lo pidas.
No pienso responder...
—Ven, te digo dónde está el agua —digo para cambiar de tema.
Quiero ser su amiga, sí. Pero no puedo decirle que no quiero que vuelva a besarme nunca más. No sería cierto.
—¿Te apetece que vayamos a cenar? Te invito yo; ya que tú me dejarás alojarme aquí en tu piso, ¿no? Puedo quedarme a dormir aquí hasta que volvamos, ¿cierto? —dice con cara de inocente.
—Te has invitado tú solo —me burlo.
—Si prefieres, puedo buscarme un hotel. No te preocupes, pero déjame que te invite a cenar de todas formas.
—Pues... Es que he comprado pizza y ensalada. Si me vuelvo contigo, ¿cuándo nos iríamos?
—¿Tienes ordenador? —pregunta.
Hago un gesto incrédulo con la cara. Eso lo hace recordar el portátil que llevaba en el curso.
—¿Me dejas que mire los vuelos y decidimos?
Su voz es suave, aguda, y su mirada de ilusión me gana.
—Lo traigo.
Voy a mi habitación a por el portátil y siento un cosquilleo en la
barriga. Es increíble que este hombre me haga sentir esto, como si estuviese en una película, en un sueño, como si estuviéramos en otra realidad paralela a la del resto de la humanidad. En un universo que es solo suyo y mío.
Regreso, le entrego el ordenador y coloco las cosas de la compra, ya que con todo lo sucedido no lo había hecho.
—Mañana solo sale uno por la tarde, pero hace escala en Washington y allí tendríamos que esperar siete horas hasta que saliese el siguiente en dirección a México. Con este son demasiadas horas. A ver pasado mañana.
—¿Y qué precio tiene ese?
—¿Para qué lo quieres saber? Te he dicho que lo pago yo — dice aclarando ese punto.
—Dave.
—Cath, en serio, te lo debo —replica firme.
—¿Me lo debes?, ¿por qué?
—¿De verdad tenemos que discutir esto? ¿Me haces el favor de dejar que te invite?, ¿y a cenar? —aclara con una sonrisa pícara. Creo que su objetivo es despistarme.
—Tengo comida aquí. Y no me parece normal que me pagues el billete.
—¡A mí no me parece normal que tengas que volver a pagar otro billete! No, me niego —dice algo molesto.
—¿Otro billete? —pregunto, confundida.
—Sí. Has regresado a Barcelona y lo has perdido. Así que ni lo sueñes.
Mis pensamientos se van al limbo. Madre mía, qué pensarán los del curso. Volver ahora, junto a él. Y todo por querer alejarme...
Dicen que las energías se sienten y creo que él ha sentido las mías. En apenas un segundo está de pie, a mi lado.
—Cath, quiero que hagamos una promesa.
—¿Qué?
—Bueno, en realidad, dos.
No puedo evitar reírme. No sé qué está tramando, pero sentirlo tan cerca ya ha hecho que regrese del limbo en el que estaba sumergida.
—¿Qué promesas?
—Primero: jamás volveremos a alejarnos el uno del otro sin despedirnos.
—No me gustan las despedidas.
Y eso es verdad.
—¡Cath, promételo!
—¿Por qué he de prometerte nada? A ver, ¿cuál es la segunda? —pregunto, intrigada.
—No. Si no me prometes la primera, no te diré la segunda —dice, amenazante.
—Si no me dices la segunda, no tendrás respuesta para ninguna de las dos —respondo, vengativa.
—Cabezona.
—¡Mandón!
—Cath, no quiero que te alejes. No sin por lo menos hablar, por favor —suplica, juntando las palmas de sus manos.
—Vale, está bien, intentaré no marcharme nunca más sin, por lo menos, hablar.
—¿Intentaré?
—¿Cuál es la segunda? —Baja la vista y respira hondo—. Déjame escuchar la segunda y comentamos —añado.
—Que nunca nos haremos daño. Que, aunque nos besemos como antes lo hemos hecho, podamos hablar como lo estamos haciendo hoy y podamos continuar con nuestra amistad. Que, si uno de los dos lo está pasando mal, siempre tenga el apoyo del otro para consolarlo. Dejar pasar el tiempo, aunque sean días, pero siempre volviendo a estar juntos, para siempre.
Esto es lo más bonito que he escuchado en toda mi vida, pero, a la vez, lo más triste saliendo de sus labios. Esto es lo único que podremos tener, amistad, pero, en realidad, no es cualquier amistad. Me está ofreciendo lealtad.
No puedo digerir lo que acabo de escuchar, pero también siento una tranquilidad inexplicable. Quiere que siempre estemos juntos; el resto de mi vida, aunque seamos solo amigos.
—¿Y si uno de los dos tiene pareja? —Se escapa de mis labios un pensamiento que ha sido más rápido que mi mente.
Su rostro se derrumba en un segundo y su mirada se pulveriza. Me doy cuenta de que, al hacer esa pregunta, me estoy refiriendo a mí, ya que él no quiere tener pareja.
—Cath, de verdad. Ahora no digas ni pienses eso. Con el tiempo podemos hablar de esa cuestión, si llega un día en que te guste alguien. Pero necesitaré tiempo para poder asimilarlo, porque ahora no puedo —dice, subiendo un poco el tono a medida que pronuncia las palabras.
—¿Y si es a ti a quien le gusta otra persona?
—No digas tonterías —responde irritado.
—¿Y si pasa? —pregunto, automática, con el objetivo de poder quitarle el pensamiento que tenía en su mente. Puedo apreciar el malestar que le ha producido pensarlo.
—Cath, yo no puedo tener novia. Si alguna vez en mi vida me diese un golpe en la cabeza y pensase por un instante en tener una, la única persona posible en este planeta serías tú. Tú. ¡La única! ¿Te queda claro? —dice, molesto, con un tono algo alto.
—Sí, me queda claro —respondo, seria.
Pero dentro de mí siento calor al escuchar esas palabras.
—Perfecto, pues voy a seguir con los vuelos.
—Bueno, si nos vamos pasado mañana, podemos cenar hoy aquí. He comprado una pizza y también puedo hacer una ensalada, ¿te apetece? —pregunto con la intención de animarlo. No se le ha quedado muy buena cara.
—¡Te quiero invitar a cenar! —dice, rotundo.
—A ver, vamos a hacer una cosa. Si cogemos el vuelo pasado mañana, hoy podemos cenar aquí. Y mañana me puedes invitar a comer o a cenar donde tú quieras, ¿de acuerdo?
—Pasado mañana hay dos vuelos. Uno directo y otro con escala. El directo sale a la una y veinte del mediodía, así que tendríamos que estar en el aeropuerto sobre las once y media.
—Ese me parece genial. Así no madrugamos demasiado si salimos a cenar. ¿El que hace escala, a qué hora sale?
—A las cuatro, pero también hay que esperar cuatro horas para hacer la escala con el próximo vuelo. No merece la pena.
—Pero si el precio es más económico, podemos esperar.
—El precio es irrelevante. Prefiero el directo.
—¿Cuánto vale?
—¡Qué más da!
—Hombre, no sé, si es mucha la diferencia...
—Eso no tiene importancia.
—¿No tiene importancia?
Me guiña un ojo con una sonrisa y saca la tarjeta de crédito de su cartera. Percibo que se ha esfumado su malestar y eso me gusta. Pero por otro lado, no me siento bien dejando que él pague los dos vuelos.
—Los cojo ya, salimos a la una y veinte —dice, complacido.
—Vale, pero déjame que te pague la mitad.
—¡Cath! ¡No! —gruñe.
—Pero ¿por qué? ¡La mitad!
—¡He dicho que no!
—No me parece bien.
—Tú me invitas a cenar y me dejas alojarme aquí. Además, dejarás que me duche. —Sonríe al decirlo.
—Sigue sin parecerme justo —respondo, girándome hacia la cocina. Enciendo el horno y saco de la nevera los ingredientes para sazonar la pizza.
—¡Ya está! Mmm... ¿Vas a hacer la pizza tú?, ¿dejas que te ayude? —Viene a la cocina.
Su teléfono suena, confirmando la reserva.
—No. Tú no dejas que yo pague, yo no dejo que me ayudes. Siéntate en el sofá mientras la preparo.
—No. Déjame ayudarte —dice, cariñoso, acercándose.
—¡He dicho que no! —repito seria. Sus manos acarician las mías y me quitan el jamón york con suavidad—. ¿Crees que te vas a salir siempre con la tuya? —pregunto, severa, al notar esa sensación de sus dedos en mi piel.
—No pretendo algo así. Pero déjame sentirme útil, ¿no? Me estás invitando. Qué menos que aportar... —Sus malditos ojos son brujería.
—¿Y yo?, ¿qué aporto en el viaje? —digo, alterada porque me estoy aprisionando en su mirada.
—Cath. Tú aportas. Tu presencia. —Ahora su maldita voz ronca.
—No me gusta, Dave. En serio, no me gusta que me lo pagues todo tú.
—Cath, por Dios, ¿has visto el reloj que llevo? —me pregunta con aires de superioridad.
—¿Qué reloj llevas?
—Un Patek Philippe.
No digo nada. No tengo nada que decir. Imagino que mi rostro responde por mí. Su boca muestra una sonrisa graciosa y continúa.
—Que me lo puedo permitir, Cath, de verdad, que no te preocupes por eso.
—¿Y quién dice que yo no me lo puedo permitir? —replico.
—Yo no digo eso, pero para mí son insignificantes estos dos billetes, créeme, y quiero regalártelo. Tú me vas a ayudar con la expedición de la ternuela. Déjame sentir que te lo puedo agradecer de esta forma. Sabes lo importante que es para mí encontrar ese componente y lo que supondría para las investigaciones. Este billete no es nada con lo que tendría que agradecerte. ¡Nada! Y no quiero hablar más de los dichosos billetes. Dime qué más preparo — concluye.
—¿Quieres beber algo? Aunque no sé lo que vale tu reloj, seguro que cualquier vino que te pueda ofrecer te parece agua —digo para picarlo.
—Cath, de verdad, ¿tan mal te caigo? —bromea con cara de ángel.
Me dan ganas de volver a besar su boca. Joder, Catherine. Tengo que quitarme esos pensamientos. El tiempo que estoy pasando con él está siendo auténtico, y no debemos estropearlo. Como amigos, también me siento en ese universo que es solo nuestro.
Saco del mueble el mejor vino que encuentro, uno de los que guardo para las ocasiones especiales con mis amigas. Y pienso que esta también se lo merece. No podría haber mejor ocasión.
Hemos pasado casi dos horas bebiendo y preparando la cena, riéndonos y charlando de las vivencias que hemos experimentado en México, de los componentes que hemos visto en las expediciones y de los que a él le interesan por el tema de la radiación. También sobre mi proyecto y de lo que he encontrado que creo que me vendrá bien. Tengo la sensación de que han transcurrido meses desde todo lo sucedido y, en realidad, solo han pasado días.
Mientras cenamos, pongo la película de comedia que tenía prevista, pero antes de que acabe me quedo dormida. No soy consciente del tiempo que ha pasado. Acabo de abrir los ojos y en la pantalla veo las letras del final. Vaya, me he perdido cómo acaba.
—Vamos a la cama —digo medio adormilada.
Me remuevo en el sofá.
—Me quedo aquí, no te preocupes. Tampoco dormiré toda la noche. —Dave pone la palma de la mano en el asiento—. Bloquearé la puerta del salón por seguridad.
—Ni hablar, ven. Hay una cama en la habitación de invitados. Si duermes aquí, mañana te despertarás dolorido. —Cojo su mano para que se levante.
Me percato a través de sus ojos de que está completamente agotado. Aunque, si he de ser sincera, a mí también me está costando mucho trabajo mantener los ojos abiertos. Pero él está exhausto, supongo que es por viaje, el largo día que ha pasado y el cambio horario.
Consigo convencerlo para que se ponga en pie y me siga hasta la habitación de al lado. Saco una colcha del armario y le doy un beso de buenas noches en la mejilla.
—Buenas noches, preciosa —susurra, dulce, mientras me alejo.
No puedo evitar el remolino en mi estómago. Me encanta el tono en el que lo ha pronunciado.
Me guiña un ojo, salgo y cierro la puerta del comedor. Me dirijo hacia mi habitación con una sonrisa en los labios.
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Supernova Delta (Supernova 1)
RomansUna historia trepidante entre una humana y una nueva especie. (Nueva edición Supernova Delta) Un nuevo ADN entre la humanidad, un amor que arde y un misterio que se esconde en las cuevas de Cancún. Catherine es estudiante de Química y para realizar...