Capítulo 21: Embate

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Capítulo 21!
Embate

Nos vamos a Ciudad de México. Son las ocho menos diez y estamos en el aeropuerto de Cancún esperando para salir hacia la capital. Allí nos alojaremos durante una noche en unas cabañas, en la montaña. Tengo muchas ganas de ver el sitio. Haremos un minicurso que durará dos días en una especie de laboratorio donde realizan química analítica. Los alojamientos están ubicados en los alrededores. Vamos a estudiar los comportamientos de alguno de los componentes. Me he dado cuenta de que Zoe está muy interesada en esta expedición y, por supuesto, Dave también está excitado. La verdad es que a mí también me interesa mucho.
Llegamos después de un viaje agotador. El lugar es extraordinario, me gustaría poder quedarme aquí todo el día. Hay unas trece o quince cabañas, todas con puertas individuales y a unos once metros de distancia las unas de las otras. Por el exterior son de madera. En la parte frontal están cubiertas por un tipo de caña oscura, muy fina y están en pleno bosque; es fantástico. Todas tienen dos camas y se supone que dormimos cada uno con nuestras parejas de habitación del curso, pero Cris ya me ha dicho que seguramente se vaya a dormir con Owen. La entiendo perfectamente, yo también lo haría si pudiese.
En la parte exterior hay unas cuantas mesas con sillas, todo de madera. Tienen que ser resistentes al agua, porque, si no, estarían
descompuestas y tienen un aspecto radiante. Sigo hacia delante, donde hay una baranda, también de madera. Es un fabuloso mirador desde donde se puede divisar todo el bosque. El paisaje te transporta, es conmovedor. Se oye, muy débilmente, el agua de una cascada. A lo lejos, en las montañas, se puede ver cómo cae el agua a través de ellas hasta llegar a un río de color turquesa que viaja completamente calmado para pasar al lado de estas espectaculares cabañas. Se ve el fondo del río, que es de arena blanca y tiene piedras en sus orillas, junto con musgo de color verde chillón. Este país es paradisíaco. No había visto tanta belleza agrupada. No quiero ir al laboratorio; permanecería aquí sentada disfrutando de esto.
Hemos comido al mediodía unos bocadillos, apresurados, ya que por la tarde teníamos que ir al laboratorio. Nos han explicado en qué consiste la química analítica y nos han enseñado todo tipo de componentes de nombres extraños. Dave y Zoe estaban con los ojos como platos escuchando sin perder detalle al señor Faraday. Es el jefe de laboratorio. Es físico, analista, e investigador químico, un gran genio. A mí me interesa mucho más todo el temario que daremos mañana, aunque hoy también ha sido muy interesante.
Ahora nos dirigimos a aventurarnos e ir por la ciudad para cenar antes de volver. Hemos alquilado un miniautobús que conduce Scott. Él se ha ofrecido a ello, ya que esta noche no va a beber alcohol, dice.
Después de cenar toda clase de nachos, con variadas y muy picantes salsas, junto a unas fajitas, finalizamos la cena con unos tequilas.
—No se puede venir a visitar México y no probar el auténtico tequila —dice Stephan.
Salimos del restaurante y nos quedamos en una calle muy transitada donde hay toda clase de gente. Nos introducimos por unas calles adyacentes a la zona donde hemos cenado.
—Antes de volver, tenemos que tomar la última. ¿Otra de tequila? —pregunta Stephan con algo de dificultad al pronunciar. Agarra por el cuello a Taziana.
—Me apunto —responde Jon, deslizándose entre los dos. Sonrío al ver ese movimiento.
—Es muy tarde ya, deberíamos volver —dice Jess.
No se encuentra muy bien, parece que está comenzando a resfriarse. No tiene buena cara hoy.
—La última y volvemos, lo prometo —propone Jon.
Al parecer, ha dejado su fascinación por ella, ya que ahora se está interesando por Taziana. La verdad es que ella sí que le pega. Es supergraciosa, como él.
—Mira, este parece que está bien —dice Owen al ver un bar lleno de gentío.
—No sé si cabremos en él... —murmura Zoe.
—Vamos —insiste Owen.
El último tequila se ha convertido en tres o cuatro más; he perdido la cuenta de cuántos llevan los chicos... Yo en el primero me he plantado. Son muy fuertes y no quiero arrepentirme mañana. Quiero estar serena en la expedición, pero a Jon y Stephan parece que se les ha olvidado que mañana debemos madrugar.
Ha pasado más de una hora y media, tenemos que volver. Al salir del local, ninguno recuerda con exactitud hacia qué dirección debemos dirigirnos. Nos metemos en un callejón que está algo oscuro.
—Vamos a perdernos, teníamos que haber regresado después de cenar —grita irritada Jess, que no se encuentra muy bien.
—¡Eh!, ¿dónde creéis que vais tan juntitos? —nos pregunta un hombre que está fuera de una taberna. Lleva la camisa desabrochada, está repeinado con gomina hacia atrás y tiene aspecto de duro.
Miro a Dave. No me gusta esta situación y no me gusta la cara que ha puesto. Se le han oscurecido los ojos. Cojo su mano y la aprieto fuerte para intentar transmitirle tranquilidad.
—Vaya, una gran parejita —dice, acercándose a nosotros sin quitar la vista de mi cuello.
Llevo un collar que me regaló mi madre por mi cumpleaños, días antes del curso, y al que le tengo mucho aprecio.
—Ni se te ocurra... —le advierte Dave mirándolo con agresividad, negando con la cabeza.
—¡Chitón, sangrón! Me vale madre lo que digas —replica el mexicano a Dave.
Mierda, no sé cómo salir de esta situación. Miro al resto de los compañeros, que están paralizados como yo. Salen del local cuatro hombres más con un aspecto parecido al del que está frente a nosotros.
—Está bien, si queréis pelea, no podremos evitarlo —dice Jon, decidido, quitándose la camisa.
—Ponte la camisa, Jon —protesta Dave, mirándolo de reojo.
Los tembleques recorren mi cuerpo; ahora seguro que no soy la única que se arrepiente de haber ido a ese bar a tomar la última.
—¿Nos vamos o peleamos? —propone Jon, que se deja llevar.
¿Qué demonios le pasa a este chico?, ¿tiene ganas de morir o qué? Creo que no se ha fijado bien en el aspecto de estos tipos.
Uno de ellos coge del cuello a Jon y Stephan se pone en medio para separarlos. Las chicas comienzan a gritar; no saben si salir corriendo o echarse a llorar. Están enloquecidas, ya que uno ha cogido a Jess y le está quitando una pulsera que lleva puesta.
—Si no queréis salir dañados, dadnos todo lo que llevéis, joyas y dinero —grita mientras dirige una de sus manos a mi cuello.
Dave, antes de que pueda rozarme, lo agarra de la muñeca y se la retuerce. La cara del mexicano se ha desencajado; he podido escuchar un «crac» procedente de su muñeca.
Dios mío, me he quedado helada.
—¡Te he dicho que ni se te ocurra! —le dice Dave, furioso, mirando con fijeza a los ojos del hombre, que está horrorizado.
—¡Dave, para! —digo, alarmada al ver que le ha partido la muñeca.
Dios, es asqueroso, no puedo mirar. Nadie se ha percatado de ello porque están revolucionados con los gritos y los empujones.
—¡Su pinche madre! ¿Qué has hecho, pendejo cabrón? ¡Ushcale! —grita el mexicano, sollozando de dolor y atormentado, mirando su muñeca.
—Vayámonos antes de que no pueda controlarme —me dice Dave al oído, irritado, cogiéndome de la mano con fuerza.
—Dave, me estás apretando demasiado —miro hacia mi mano.
—Perdóname, no sé qué soy capaz de hacer como te toquen, Cath. Vayámonos, por favor —me suplica, temiendo que pase algo de lo que se pueda arrepentir. Su mandíbula está muy tensa y sus labios forman una fina línea.
Me tiemblan las piernas, pero creo que es más por él y por lo que puede llegar a hacer esta noche que por el resto de los mexicanos que intentan robarnos. El hombre de la muñeca sigue en el suelo, gritando, pero nadie lo ayuda; están a otras cosas más interesantes. No sé si será por mi cara de pánico, pero otro iluminado ha tenido la brillante idea de acercarse a nosotros. El temblor de mis piernas es mayor.
—Por favor, contrólate, no estamos solos —advierto a Dave al ver que se ha puesto delante de mí.
Joder con el puto collar.
—¿Te cae? ¡Todo un macho defendiendo a su hembra! —dice el tipo, mirando a Dave fijamente.
Inspiro hondo. Estoy comenzando a enfadarme y los nervios están revolucionando todo mi organismo. Deberíamos salir corriendo de aquí, es la única solución. Miro a Cris, que está asustada y abrazada a Zoe mientras miran a sus novios discutir. Todo esto es irreal.
—Nathan, intenta no romperle nada, por favor —le susurro, temerosa.
Observo de soslayo que su boca forma una sonrisa inocente.
A mí, en realidad, no me hace nada de gracia. Estoy de los nervios.
—¿De qué te ríes, pendejo?, ¿quieres que te destroce la cara de guapo que tienes? A ver si así le gustas a esa zorra —dice, acompañado de una navaja.
—¿¡Quieres que te la atraviese por la garganta para que no puedas decir más estupideces!? Te has pasado de la raya —responde Dave, que ahora tiene su mano agarrada a la del mexicano y apuntando con la navaja al cuello del tipo, aunque este no se ha dado cuenta de cómo ha llegado la navaja hasta su cuello, y yo tampoco. La rapidez con la que lo ha hecho Dave y la fuerza con la que está sujetando su mano deja al hombre con mirada aterrorizada.
—Por favor, no, déjalo y vayámonos; nos vamos a meter en un lío —suplico temerosa a Dave, que tiene su cara a un centímetro de la del mexicano.
—¿¡Te gustaría no poder hablar nunca más!? Así no volverías a pronunciar la palabra «zorra», hijo de puta. ¿¡O prefieres no tener manos para que no vuelvas a tocar a nadie!? ¡¡Dime!! —prosigue Dave, furioso. Está descontrolado.
El hombre se ha quedado paralizado y creo que se ha orinado encima porque el suelo comienza a mojarse de la nada.
—¡Vayámonos de aquí, joder! —grito desenfrenada a todos mis compañeros, caminando hacia la salida.
Esto va de mal en peor y la situación me ha puesto de los nervios.
Todos me miran, Dave suelta al hombre con la navaja en la mano y algunos me siguen. Me giro para cerciorarme de que vienen todos menos los que no tienen que venir. Nos dirigimos en grupo hacia la salida y los otros tres hombres nos siguen.
—¡Corred! —digo en voz alta.
Mis compañeros y yo echamos a correr. Me doy la vuelta y veo que Dave nos observa, pero se detiene y se dirige a los tres asaltantes que quedan. Los empuja y los manda a bastantes metros de donde estaban. Doy media vuelta y soy incapaz de seguir. Regreso donde está Dave; no puedo dejarlo solo. Llego hasta él, pero los tres hombres ya están derrotados en el suelo, doloridos.
Me coge como aquel día que no podía hablar en la playa y me saca a gran velocidad de allí. Alcanzamos a nuestros compañeros y me deja de pie en el suelo para que pueda caminar.
—¡Que sea la última puta vez que te acercas al peligro cuando estoy intentando protegerte! ¿Me has escuchado? —me dice muy enfadado.
—No me he acercado al peligro, no podía dejarte solo... —me justifico, seria.
—La próxima vez, corres como el resto de tus compañeros y no vienes a buscarme. Yo sé defenderme solo, ¿te queda claro? — pregunta, furioso, con el tono de voz un poco más alto de lo normal. Trago saliva. Mi labio empieza a temblar sin pedir permiso. Miro hacia el suelo y él se percata de mi estado. Me abraza fuerte y prosigue más calmado—. Catherine, lo siento, ¡te juro que me muero si te pasa algo! No vuelvas a ponerte en peligro. Te lo suplico, Cath, solo te pido eso... Perdóname —me ruega con los ojos húmedos mientras acuna mis mejillas con las manos.
—Vamos, no os quedéis ahí parados. ¿Habéis enloquecido o qué os pasa? —nos grita Ian desde lejos.
—Vamos con ellos —dice Dave.
Comenzamos a correr a un ritmo normal.
Por fin, hemos logrado encontrar el aparcamiento donde tenemos el miniautobús. Llevamos cuarenta y cinco minutos buscándolo. Nos subimos todos a él y no pronunciamos palabra en todo el camino.

Supernova Delta (Supernova 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora