Capítulo 28: Acogida

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Capítulo 28
Acogida

—Aterrizamos en Gatwick. Necesitan hacer una revisión al jet y los mecánicos vendrán aquí. Vamos en taxi; le he dicho a mi familia que ya te conocerán en casa. Querían venir a recogernos —dice Dave, protector.
—Gracias, estoy algo nerviosa, la verdad.
Me mira, sonríe y me besa en los labios con cariño.
—Ya estamos, quítate el cinturón.
Salimos del avión. Aquí hace algo más de frío, Dave me atrae hacia él por la cintura para darme calor. Estamos dentro del aeropuerto.
—Ponte algo que abrigue, no quiero que cojas frío. ¿Quieres ir al baño y allí abres la maleta?
—Sí —digo con un hilo de voz.
Salgo del baño, con la chaqueta de punto blanca puesta. Dave viene con diligencia hacia mí, con la mirada oscurecida. Coge mi mano, me hace un gesto para que lo siga y comienza a andar apresurado, sin hablar.
—¿Qué ocurre? —pregunto, angustiada.
Algo no va bien, se lo veo en la cara.
—Nada, no te detengas, sigue caminando —responde, intranquilo. Sus pupilas se han dilatado.
—Por favor, Dave, dime qué sucede —insisto.
—Nos persiguen, no te vuelvas ni te pares —dice con voz llena de alarma.
Dios mío, ¿qué está diciendo? ¿Y por qué? Tengo el corazón en la garganta y no soy capaz de seguir sus pasos.
—¿Que nos persiguen?, ¿quién? —digo, sobresaltada.
—No te detengas. Cuando rebasemos la esquina, acelera el paso, por favor —dice, firme.
Estamos fuera. He tenido que correr porque no podía seguir su paso ligero. Estoy exaltada y Dave no habla, no se inmuta. Tiene el rostro desencajado y sus labios forman una fina línea.
—¡Sube! —me ordena, abriendo la puerta de un coche negro de siete plazas. Nos estaba esperando nada más salir.
Supongo que será el taxi, aunque no tiene letras por ninguna parte.
«¿A quién demonios le importa que no tenga letras?». Sí, cierto. Subo y veo que el taxista introduce las maletas a gran velocidad. En realidad, las ha tirado al maletero y acto seguido lo ha cerrado con un golpe seco.
—¡Rápido, sal de aquí ya! —le pide, rudo, Dave al taxista.
El susodicho lo mira por el retrovisor y asiente. —¿Directamente a casa de su padre, señorito Andrews?
—Sí, Milton, y suba la ventana de seguridad, por favor —le responde.
El taxista vuelve a confirmar y sube un cristal negro que separa la zona delantera con la de atrás. Vaya, conoce al taxista, seguramente sea el chófer de su padre. El pánico regresa.
—¿Qué ocurre, Dave? Explícamelo —pido, preocupada.
—Ahora no puedo, tengo que hablar con mi padre.
Llama por teléfono. Está alterado, su respiración es agitada y sus labios están muy apretados. Dios, ¿qué sucede? Estoy angustiada.
—¡Hola! ¡Nos han perseguido en el aeropuerto, dentro! —dice con un tono duro—. No sé, no he podido ver bien. No iba solo... — Inspira hondo al pronunciar las últimas palabras y cierra fuerte los ojos—. ¡No puedo tranquilizarme, padre, joder! —dice, irritado. Está fuera de control, yo ni me inmuto. No sé lo que está sucediendo, pero tiene que ser algo grave—. ¿Cuándo? ¿Por qué no me lo ha dicho antes? Está bien... ¡Sí! —Su tono de voz se suaviza. Escucha durante unos minutos lo que le están diciendo por la otra parte del teléfono—. Hasta ahora —dice, y cuelga.
No sé si preguntar o no decir nada. Lo miro y él a mí. Toca mi pierna de forma tranquilizadora. Su mirada ha cambiado, menos mal. Me acerco más a él y me rodea con su brazo.
—Amor, ¿estás bien? —Toco los cortos pelos de su barba rubia con suavidad.
—Sí, pequeña. Ya está todo controlado. Los han atrapado —responde mirándome a los ojos.
—¿Quiénes eran? —pregunto, desconcertada.
—Alguien que sabía que tenía que volver de mi viaje... Y, también, que seguramente iba a traer algún componente interesante —confiesa.
—¿Alguien? —repito, alarmada.
¿No se supone que esto solo lo sabe su familia?
—Catherine, ya ha pasado... —dice, y acaricia mi pelo.
—Pero lo quiero saber, Nathan, estoy preocupada... Esto no es algo normal para mí, como comprenderás. Solo sabéis este tema en la familia, ¿cierto?
—No, por desgracia hay más personas que lo saben, personas que no son de la familia —contesta con la mirada perdida.
—¿Personas... mortales?
Me mira y sonríe. Bien, por lo menos lo he distraído de lo que le estaba perturbando.
—Sí, Cath, sí. Seres mortales. —Se acerca y me besa con cariño.
Me dejo llevar, pero sigo intranquila.
—Pero, si son mortales, ¿por qué te has exaltado tanto?
Me mira como si me quisiese decir algo, pero no lo hace. Le doy un golpecito con mi pierna en la suya, exigiéndole que me responda.
—Tú eres mortal. Y a ti sí pueden hacerte daño. Si te pasase algo, Cath, no podría... —Detiene sus palabras con turbación en los ojos.
Inhalo y suelto el aire por la nariz, miro hacia fuera de la ventanilla, nunca me he visto en esta situación. Tampoco sé quiénes eran y hasta dónde podrían llegar.
—Pequeña, no quiero verte intranquila. Ya ha pasado el peligro y mi padre me ha confirmado que los han atrapado. Había puesto seguridad en el aeropuerto para cuando yo llegase. No permitiremos poner en riesgo todo lo que he hallado en México. Y ya ha pasado el peligro, ¿de acuerdo? Olvidemos esto. —Acaricia mis mofletes con dulzura.
Asiento sin poder pensar con claridad. Me atrae hacia su cuerpo y nos quedamos a un centímetro de distancia, inclina su cabeza y me besa. Su lengua y la mía van independientes a lo que ocurre en el resto del universo. Se devoran la una a la otra y comienzo a sentir calor por todo mi cuerpo. La mano de Dave llega hasta mi pecho y la mía hasta su pantalón. Este hombre conseguirá que llegue a enloquecer, lo veo venir.
El coche se detiene.
—Creo que deberíamos controlarnos... Estamos llegando.
—Sí —digo, y mi estómago se retuerce por los nervios.
Toc, toc. Milton toca dos veces al cristal y, al segundo, lo baja despacio.
—Estamos cerca, señor —informa el conductor, con educación.
—Perfecto, Milton —le dice Dave.
Inspiro hondo... Nos hemos quedado en silencio. Comienzo a sentir algo revolotear por mi estómago con más intensidad. Voy a conocer a su familia y no quiero darles mala impresión. Noto un nudo en la garganta. El taxi se adentra por un camino de montaña poco transitado. Hay casas. Aparece una y, medio kilómetro después, otra. Pocos kilómetros más adelante, el conductor suelta el acelerador, pone el intermitente y se introduce en un terreno con luz al final. Parece que hemos llegado a un castillo o una mansión.
—¿Es aquí? —pregunto, temblorosa.
—Sí —responde, entusiasmado—. ¡Vamos, te voy a presentar a mi familia! —La ilusión se refleja en sus ojos. Baja del taxi y abre mi puerta.
—Nathan.... —digo sin poder ocultar mis nervios.
—Tranquila. Están muy contentos de que, por fin, tenga una novia —dice, divertido, mientras me rodea por la espalda con sus brazos y me besa.
Vuelvo a respirar hondo y decido confiar en él. Reúno todas las fuerzas que puedo y me preparo.
El taxista baja las maletas y Dave las coge.
—Ya las llevo yo, Milton.
—No es molestia, señorito Andrews —dice, alarmado.
—Insisto —dice con una sonrisa en los labios.
El taxista asiente, resignado, sube al coche y se aleja de la entrada principal. Vemos acercarse a alguien veloz; es una chica que viene agitada para abrir la puerta de hierro forjado.
—¡¡¡Hermanito!!! ¡¡Te he echado de menos!! —Se lanza al cuello de Dave con fuerza. Él la besa en sus mofletes redondos y sonrojados.
—¡Hola, disculpa! —Se dirige a mí y me da dos besos.
—Ella es... mi novia, Catherine —me presenta Dave, orgulloso y sonriendo.
—¡Vaya! ¡Tu novia, qué bien suena eso!, ¿eh? —Le da un golpe en el brazo.
Dave se fricciona varias veces insinuando que le ha hecho daño, divertido. No puede dejar de sonreír.
Se acercan más personas. Un hombre robusto, trajeado y alto me da la bienvenida. Es el padre de Dave. Estoy tan nerviosa que no logro fijarme en nada y me dejo llevar por la situación. Nos dirigimos hacia la parte exterior de la casa, a la terraza. Allí diviso unas... ¿cuarenta?, ¿cincuenta personas? Creo que son más. Nos dan todos la bienvenida. No recuerdo ningún nombre, solo el de Renée, la hermana de Dave, ya que no se ha despegado de nosotros.
Es muy cariñosa. Agradezco que él no me haya soltado la mano ni un solo instante porque me siento como un animal en un zoo, con todas las miradas dirigidas hacia mí. Pero, claro, soy su primera novia. ¡Y la única, espero!
Cuando llevamos casi un par de horas en la fiesta, observo a mi alrededor, ahora con más tranquilidad. La casa está construida en piedra. Es más impresionante de cerca que en la lejanía. Francamente, se asemeja a una mansión. En el exterior, en una parte de la terraza, hay una piscina impresionante. Dave me habló de ella, me dijo que era climatizada y de agua salada, pero lo más impactante es que está cubierta y tiene palmeras dentro. Me muero de ganas de verla durante el día. ¡Es alucinante!
Regreso la vista a los invitados y analizo algo que me asombra. Dave me comentó que su hermana era mucho más pequeña que él..., pero aparentan la misma edad. Sus padres, a pesar de ir vestidos con ropa muy elegante y de época, parecen muy jóvenes, de cuarenta y cinco años, aproximadamente. Eso me llama la atención. ¿Con qué edad tuvieron a sus hijos? Pero me he quedado perpleja cuando me ha presentado a sus abuelos. ¿Abuelos? No creo que tengan más de sesenta años. No comprendo nada. Necesito hablar con Dave de esto. Cierto es que hay algún que otro niño pequeño en la familia y personas de muy diferentes edades, pero no veo a nadie que tenga una edad de más de sesenta y pico años.
—¿Estás bien? —me pregunta mi novio, protector, al oído.
—Sí, muy bien.
—Pareces distraída —dice, intranquilo. Coge mi brazo y me aparta del barullo de gente—. ¿Te preocupa algo?, ¿quieres que nos vayamos? —insiste.
—No, estoy bien, de verdad. Solo es que... —No prosigo por precaución.
—Pequeña, por favor, me estás inquietando.
Me doy cuenta de que algunas personas nos examinan. Están pendientes de nuestros movimientos. Me acerca hacia él y quedamos demasiado próximos para mi gusto. Tengo pudor delante de su familia.
—Dave... —Me alejo con cuidado.
—¡Dime qué sucede o nos vamos! —dice rudo.
—No es nada —le digo al oído. Agradezco que estemos cerca de los altavoces y tenga que acercarme a él para hablar por encima de la música y no puedan escucharme—. Es que estoy sorprendida con las edades de tu familia, sobre todo, con la de tus abuelos —confieso, precavida.
Dave me mira y se echa a reír.
No sé de qué se ríe, y aunque me vuelve loca el sonido que hace cada vez que ríe así, ahora mismo no le veo la gracia. Supongo que esperaba que dijese que no estaba del todo cómoda y esto lo ha tranquilizado. Pero vuelvo a reaccionar y levanto una ceja, incrédula. No entiendo nada.
—Amor, no te he explicado. Perdona —me dice al oído. Me coge de la cintura, con cuidado, posando su palma en la base de mi espalda. Me pongo algo tensa. No me gusta que todas las miradas estén observando sus manos—. Nosotros no envejecemos de igual forma que vosotros. Envejecemos muy lentamente a partir de bien pasada la pubertad. Mi hermana tiene diez años menos que yo. Mis abuelos tienen mil... —Detiene de golpe sus palabras al ver la expresión de mi rostro—. ¡Lo siento! Ya hablaremos de esto en otro momento más tranquilos.
—Pero tus abuelos aparentan sesenta años, no más... —insisto, aún con el asombro en mi cuerpo.
—Sí. Los más mayores tienen un aspecto de esa edad. No envejecemos físicamente más de esa edad, pero todavía no hemos descubierto por qué —aclara, observando mi reacción con preocupación. No quita la mano que parece que esté pegada a mi baja espalda y eso comienza a inquietarme, ya que los miembros de su familia siguen mirando sus manos.
—Vaya... —respondo, nerviosa, sin haber asimilado bien lo que me acaba de explicar.
Su hermana nos libera de la situación y nos ofrece una copa de champán a cada uno.
—¡¡Un brindis por los novios!! —grita Renée al resto de invitados.
¡Dios! ¡Qué vergüenza! Parece que seamos los novios de una boda... y los acabo de conocer. Pero esto hace que lo que me acaba de explicar Dave sobre las edades desaparezca de mi mente en un segundo.
—¡¡Por los novios!! —dice su primo, feliz.
Dave contempla mis ojos, se acerca y me da un breve beso en los labios. Gracias a Dios, porque estoy demasiado sonrojada. Los pómulos me arden, menos mal que ya ha atardecido y no deben de percatarse de ello. Chocamos nuestras copas y bebemos cruzando los brazos, yo por el suyo y él por el mío, como dos verdaderos novios de ceremonia. Su rostro refleja dicha y satisfacción.
Después de un rato en el exterior, me enseñan una parte de la casa. ¡Otra maravilla! Es increíble, como una mansión, pero está decorada a la última moda, con diseño actual. No tengo palabras, me he quedado con la boca abierta y acabamos de entrar.
Todo es muy sofisticado. No reconozco casi ningún material, aunque parecen naturales, pero no los había visto nunca. Me encanta esta casa. Le pregunto a Dave, porque no puedo reprimir la curiosidad. Él, feliz y orgulloso, me explica que los materiales son especiales. Estos son más resistentes que los que utilizamos nosotros, los mortales. También dice, satisfecho, que el diseño es suyo, él hizo todos los planos de la casa.
Me explica que la familia posee una empresa donde fabrican el mobiliario de exclusividad para ellos mismos. No están en el mercado, y ahora comprendo mi fascinación. Pero no le respondo, no tengo términos para hacerlo. Estoy atónita y vuelvo a reflexionar sobre el dinero que posee su familia. Me siento un poco fuera de lugar, pero gracias a su hermana, Renée, que nos hace de guía, se esfuma esa sensación. ¡Me cae genial! Me confiesa que quieren poner la casa en venta. Ella desea irse a vivir a París y están estudiando el trasladar algunos de los negocios de la familia allí.
Se supone que la fiesta es algo informal, pero no falta detalle: unos exquisitos canapés y el mejor champán francés. Contemplo hechizada la vestimenta de antaño de los familiares adultos. Algunos de ellos deben de llevar debajo un tipo de cancán, puesto que sus vestidos están muy abultados. Me embelesa escucharlos hablar entre ellos. Dave con sus primos y con generaciones más jóvenes no se habla de usted, pero él a sus padres sí. Y así ocurre sucesivamente con el resto de familiares y con sus mayores. Este Nathan me enamora, si cabe, todavía más. Junto a su familia me siento en otra época. Es muy agradable y un privilegio poder sentirse dentro de varias épocas a la vez.
Con Renée me he llevado fenomenal desde el minuto uno. Es muy inteligente, aunque mi novio también; les vendrá de familia. Dave no ha dejado ni un metro entre nosotros en toda la tarde, pero, ahora, mientras su hermana sigue explicándome los detalles que tiene la gran casa, él se ha detenido a hablar con no sé quién de la familia.
—Nathan, ¿te importa que vaya con tu hermana? Dice que quiere enseñarme su estudio —le digo a mi novio, sintiéndome ya como en casa.
—Por supuesto, ve con ella —responde sonriendo—. Si quieres que te rescate, solo tienes que mandarme un mensaje al móvil, ¿de acuerdo? —dice, guardián.
Me da un beso rápido en los labios y me suelta.
—Estaré bien —digo, dulce. Me guiña un ojo.
Es de noche, la tarde ha pasado muy rápido. Llevo horas hablando con Renée, es adorable. Le encanta el arte y me ha llevado a su estudio. Es inmenso, todo lo que tiene aquí es sobrecogedor. Parece que nos hayamos transportado a otro espacio. Tiene un sofá doble y dos butacas de madera de roble, tapizadas en algodón en color crudo, con formas redondeadas; hay un gran escritorio y muebles, todo con el mismo estilo de madera; el suelo es de color gris claro, parece de mármol. Tiene dos columnas en medio que también parecen mármol y los techos son muy altos. El estudio es extraordinario.
—Estos los he pintado yo —dice con brillo en los ojos.
—¡Impresionantes!
Me parece toda una artista. No entiendo mucho de arte, pero, como he dicho, me siento en otra época. Puedo sentirme especial aquí dentro con todas estas pinturas y con el decorado de la estancia. Seguimos caminando por su estudio.
—¿Este lo has pintado tú? ¿No es de Velázquez?
—Veo que sabes quién es.
—Sí, era español como yo —sonrío.
—Intenté hacer una interpretación de Las meninas; me encanta el cuadro por su enigma. Mira el espejo, ¿piensas que está pintando a los reyes, que posan para él, o que están ahí por casualidad?
—¿Por casualidad?
—Quién sabe. Nadie lo ha podido descifrar.
—Vaya... Fascinante.
—Aquí tengo algunos de mis artistas preferidos —explica mirando a su alrededor.
—En este, todo es geometría. Y en este, color... —digo. Me dejo llevar por las formas del cuadro, contemplo las manchas de colores hasta sentir que podría introducirme dentro de él.
—Uno es Composición y el otro, Acuarela abstracta. Los dos son de Kandinsky. Un genio, él inventó el arte abstracto.
—¿Abstracto? —pregunto asombrada mirando los cuadros—. Me encantan.
—¡Y a mí me encanta que te encante! —me aprieta contra ella, un poco más fuerte de lo normal.
—Ahh... —digo, tímida, un poco dolorida.
—Lo siento. No he controlado. ¡Perdona!
—Tranquila, estoy acostumbrada —Sonrío.
Me mira con dulzura y también sonríe.
—¿Te apetecería venir conmigo a un museo? —suelta de golpe.
—Sí, por qué no. Pero tendrás que hacer de guía.
—Será un verdadero placer —dice, y da pequeños saltos de alegría—. Soy una buena guía. Tengo que decirte que conocí a algún artista en persona.
Me quedo atónita de nuevo, nunca me había llamado tanto la atención el arte, pero ella me transmite su pasión. Espero que Dave también quiera venir.
Renée y yo volvemos al exterior. Vemos a Dave hablando con un señor con aspecto abstraído, que, de pronto, se dirige hacia el interior de la casa.
—¡¡Hermanito!! ¿Puedo llevarme a tu novia mañana? —le pregunta Renée, emocionada, cogiendo de mi brazo.
—No —responde, frío.
—Vaya, creo que está enfadado. Te dejo a solas con él —me susurra Renée, y camina hacia la casa.
—¡No te vayas, vuelve, Renée! —le dice Dave en voz alta.
—¿Qué ocurre, Nathan? —pregunta.
—¿De qué hablasteis en la reunión familiar a la que no he podido acudir?
Renée traga saliva y me mira. Pienso en irme de aquí para que puedan hablar.
—Iré al baño... —me excuso.
—No, ella puede escuchar. Lo sabe todo de nosotros, bueno, casi todo. Ella es como si fuese yo.
—Nathan, creo que este no es el momento ni las formas. ¿Qué te ocurre? ¡Habla con padre! —le dice Renée, y se gira.
—¡Ey, hermanita! Lo siento... —Chasca la lengua—. Lo que sucede es que el tío Odón me ha contado una historia muy triste. Perdóname. —La atrapa antes de que pueda alejarse y le da un beso en lo alto de su cabeza. Me mantengo al margen, pero él me atrae
del brazo junto a ellos—. Ven aquí, pequeña —me dice, tierno. Renée me mira embobada.
—¡Mmm! Me encanta ver a mi hermanito enamorado. —Hace palmas de felicidad muy seguidas.
—¿Me perdonas, peque? —pregunta, dulce.
—Claro.
—El tío me ha comentado que lo de la reunión me iba a interesar y estoy intrigado. Sabes que me apasionan los nuevos descubrimientos —prosigue sin desviarse de su tema objetivo.
—Esto es diferente, Nathan. Un familiar lejano ha muerto, la hermana de Teodula. Bueno, mejor dicho, la han asesinado... —aclara, temblorosa. Sus ojos me miran llenos de preocupación.
—¿Qué? No entiendo. ¿Asesinada? ¿Y nadie me dice nada? Ya hablaremos de esto. ¡Vamos dentro! —dice, arrepentido de que lo haya dicho delante de mí.
—Está bien —responde Renée, intranquila.
—Yo creía que tu hermano solo era así de mandón conmigo, pero ya veo que no... —le digo bromeando, al oído, para intentar tranquilizarla y ocultar lo atónita que estoy por haber escuchado lo que acabo de escuchar.
Ella sonríe, parece que ha funcionado.
—Solo cuando se enfada. Pero, en realidad, es espléndido —dice en su defensa, ahora menos preocupada.
—Sé de lo que hablas —digo con amor en los ojos.
—¡Mañana está ocupada, tendrá que ser otro día! —responde, se gira hacia nosotras y coge de mi mano con fuerza.
—Vale, otro día, entonces.
La miro y sonrío; ella me guiña un ojo.
Entramos en el comedor a paso ligero. Odón se está despidiendo de la familia. Abraza fuerte a Dave y se dirige a mí.
—Cuida de él y no penséis más de lo necesario, no merece la pena, solo disfrutad —me aconseja. Me abraza más fuerte de lo habitual.
No sé cómo reaccionar. No sé a qué viene esto. Miro a Dave, extrañada, él también lo ha escuchado, pero niega y esboza una mueca para restarle importancia. Eso me tranquiliza.
El resto de la familia se despide y todos abandonan la fiesta exceptuando los padres de Dave, Renée y su tía Nora, junto a su marido, Alan. No sé cuál de los dos es el tío carnal, pero sospecho que ella es la hermana del padre. Es rubia y con los mismos ojos azules que el padre de Dave. El marido es castaño con ojos verdosos. También se quedan sus dos hijos: Alexa, una joven rubia, que aparenta unos veinticinco años, y su hermano Claus, también rubio, y que aparenta algún año más que Dave. Los dos tienen los ojos de la madre.
—Está bien, me es indiferente que no sea el momento, pero quiero una explicación del caso de la hermana de Teodula, Nheo —le exige Dave a su padre.
—Tenemos que reunirnos. Hoy no es buen día —responde el susodicho mirándolo a los ojos, serio.
—No acepto que no sea buen día. Quiero saberlo ahora, por favor —insiste Dave.
—¡Vamos a mi despacho! —le dice, autoritario, Nheo.
Ya veo que de tal palo tal astilla. Dave es firme y autoritario como su padre cuando algo no le gusta.
—Cuando lo llama por su nombre, es que está muy molesto —le dice Renée a su madre.
—Lo sé, es mi hijo —responde en un suspiro—. ¿Queréis tomar algo?
Nos sentamos en los sofás. Son negros, de piel, pero no sé qué tipo de piel, porque no se queda pegada en los brazos cuando te apoyas en ellos, como el que tiene mi tío. Estos son suaves y cálidos y, aunque estemos en verano, no desprenden calor al sentarte en ellos.
Este rato he estado enfrascada con Addie, la madre de Dave; nos ha traído algo de beber y nos ha dado conversación. Es muy buena anfitriona y me ha hecho sentir como en casa. De pronto, vemos aparecer por la gran puerta del comedor a Dave y a su padre.
Poco después, cada uno se dirige a su estancia a descansar. Dave me acompaña a la habitación de la piscina. Yo dormiré allí. Dice que es más conveniente por mi seguridad.
Estamos agotados, por lo menos yo. Ha sido un día muy intenso, así que creo que dormiré bien. Siento curiosidad por preguntarle de qué ha hablado con su padre, ya que me he quedado
preocupada por las reacciones que ha tenido al saber lo de la tal hermana de Teodula.
—¿Y cómo ha ido la charla con tu padre?
—Bien. Me ha explicado la reunión que tuvieron en mi ausencia.
—Ah, pero no me lo puedes explicar, ¿cierto? —digo, precavida.
—¿Quieres que lo haga?
—Todo lo que tenga que ver contigo me interesa, Nathan, pero, si no lo haces, lo entiendo.
—Lo único que quiero es que no te inquietes por todo esto... —Frunzo el ceño—. Ya sabes que somos inmortales. Pero, en estos años, en mi familia han asesinado a ocho personas.
—¿Qué dices?, ¿quién? ¿Cómo? —pregunto, alarmada.
—Lo estamos investigando, pero ahora no quiero que te preocupes por eso, pequeña. Todo está controlado aquí.
—Pero ¿cómo lo hacen? Quiero saberlo.
—Quitándoles órganos del cuerpo.
—¿Órganos?
—Sí: los riñones. Pero ya hablaremos, Catherine. Ahora no quiero que te duermas con esto en la cabeza. Vamos dentro.
—Está bien —digo, algo aturdida.
Entramos y el lugar, por irreal que parezca, hace que salga de mi mente lo que acaba de explicarme. Parece que hayamos regresado a las Bermudas. Es arena de playa real, con palmeras y plantas de colores alrededor. Incluso puedo oler a sal. Para entrar en la piscina hay una rampa, también de arena. Al final hay dos rocas grandes que me recuerdan a la isla de las cuevas Tibis.
—Dave, esto es impresionante. —Miro a mi alrededor, perpleja.
—Sí, mi hermana es un genio, lo diseñó todo ella.
—Sí, lo he visto antes. Pero ¿la vais a vender?
—Sí, bueno, seguramente. Pero si lo hacen, se la quedarían mis tíos, que no quieren dejar del todo su vida aquí.
—Normal... ¿Y la empresa?
—Mi hermana es el ojo derecho de mi padre. Haría lo que fuese por ella. Y ella quiere ir a vivir a París, como los artistas —responde arqueando una ceja.
Sonrío.
—A mí me parece toda una artista —digo, recordando los cuadros de su estudio.
—Lo es, le apasiona y lo refleja en sus obras y en todo lo que hace.
—¿Y qué opinas tú de ir a Francia?
—Pues cuando lo propusieron me era indiferente. No es la primera vez que nos mudamos, pero ahora me parece mejor idea; está al lado de España. —Me guiña un ojo.
—Cierto —respondo, feliz.
—Y ahora, a dormir. Te cerraré con llave al salir —dice. Frunzo el ceño—. Por precaución...
Asiento y se acerca para darme un largo beso.
—¿Podrías quedarte un rato?
Estoy un poco inquieta, lo que me ha contado antes ha regresado a mi mente.
—Claro. Me quedaré hasta que te duermas, no te preocupes, pequeña. —Acaricia mi pómulo con suavidad y me besa, dulce.
—¡Gracias, Nathan! —profundizo el beso.

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