Capítulo 30: Organismo

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Capítulo 30
Organismo

Una delicada brisa roza mi rostro. Pestañeo hasta conseguir abrir los párpados.
—Buenos días, señorita Torres.
—Buenos días, Nathan. Amo que me despiertes así...
Le doy besos suaves en los labios. Saben a dentífrico. Me apasiona que me despierten estos ojos. Están siendo mis mejores despertares.
—Hoy vamos con mis primos, Claus y Alexa.
—¿Y Renée?
—También —responde con una sonrisa en sus labios.
—Bien.
Me doy una ducha y me preparo lo más rápido que puedo. Cuando salgo, Dave está sentado en el sofá que hay cerca de la cama leyendo un periódico. Se me antoja una imagen muy sexi.
Al vestirme, pienso en todo lo que hemos pasado y en la situación donde nos encontramos ahora. Todo parece un sueño, en realidad, y este sueño se acabará cuando cada uno regrese a su vida. No me gustan las despedidas y tengo la sensación de que se acerca una muy pronto.
—¿Qué te pasa, pequeña? —pregunta.
Deja el periódico sobre la cama y viene hacia mí.
—Nada. —Levanta las cejas, parece leerme la mente—. No nos hemos separado... y ya te echo de menos, Nathan.
Sonreímos.
—Pues, no pienses en eso —acaricia mi rostro—, no va a suceder, ya te dije que haría lo que hiciese falta. Y que puedo trabajar en otro país. Lo iremos viendo sobre la marcha. —No digo nada, y continúa—: De momento puedo alojarme unos meses en un hotel, en tu ciudad, aunque tendré que hacer algunos viajes. Y cuando acabes la carrera, valoramos. ¿Te parece bien? —propone.
—¿A un hotel? —digo, asombrada.
—Sí. No a cualquier hotel. No puedo arriesgarme a que pase algo, pero conozco una cadena hotelera segura.
—Espero que esté cerca de mi casa.
—Eso no es problema. Estoy en la misma ciudad que tú. Pero sigue preocupándote algo, ¿cierto? Dime lo que quieres. Yo solo propongo —dice, inquieto.
—Me parece una genial idea, y también podrías quedarte a dormir en mi piso algún día o fin de semana.
—Cath, no sé si es buena idea. Ya sabes por qué... No quiero arriesgar y que te pongas en peligro —dice, algo serio, y me mira a los ojos con fijeza.
Caigo en la cuenta de que toda mi vida será así con él, sin poder pasar la noche juntos, pero ¿tampoco podremos estar bajo el mismo techo? Hemos pasado todo el verano en la misma casa y no ha sucedido nada.
—Ya te has quedado en la habitación de invitados y no ha pasado nada. —Cuelo mi mano por debajo de su camisa y toco sus marcados abdominales. Joder, que suave está, no tiene ni un pelo en él.
—Cath... —me advierte con las pupilas dilatadas.
—¿Qué? Venga, pondré un cerrojo en tu habitación o lo que quieras. Así no podré entrar y te sentirás más seguro.
—Está bien, si pones un cerrojo, valoraré quedarme contigo. Se me forma una amplia sonrisa.
—¡Nathan! Te quiero mucho. —Me lanzo a su boca.
—Yo también a ti, pequeña... —Responde a mi beso—. Vamos, nos esperan.
Hemos visitado el laboratorio que dirige Claus, ubicado en el centro de la ciudad. Dave ha traído todos los componentes que halló en México. Bueno, todos menos la ternuela, que sigue en su casa. Quiere enseñárselo primero a su padre y mirar algo que no entendía bien qué era.
El edificio es muy grande, tiene varias plantas y todo está impoluto. Me embelesa este laboratorio, nada que ver con el lugar donde trabajo. Después de que guardasen todo en un lugar exquisitamente seguro, han decidido enseñarme los lugares más sorprendentes de la ciudad. Estuve una vez en Londres, pero pocos días, y no tuve tiempo de ver casi nada.
Hemos comido y cenado en el centro y ahora entramos en uno de los mejores pubs de la ciudad, según Alexa.
—¡Ana! —grita Renée, sorprendida, a una chica rubia, nada más entrar por la puerta.
Se aleja de nosotros, se dirige hacia ella y charlan entusiasmadas. La chica rubia es muy atractiva y expresiva. Me doy cuenta que no le quita el ojo de encima a Claus. Él mira a Dave y le hace un gesto con la cabeza para que lo siga hacia la barra.
—¿Qué te apetece tomar? —me pregunta Dave.
—Un gin-tonic.
—Veo que te ha gustado. —Me da un beso fuerte en los labios. Se dirige hacia la barra con su primo. He probado hoy por primera vez el gin-tonic, mezclado con Schweppes de limón, y me ha encantado.
A la chica que está hablando con Renée le ha cambiado la expresión del rostro al ver que Claus se ha alejado y se ha ido hacia la barra. Se despide de Renée, apresurada, y desaparece del pub.
—¿Cómo estaba? —pregunta Alexa cuando Renée regresa con nosotras.
—Con esperanzas... Pero ya ha comprobado que no tiene nada que hacer.
—Sospecho que mi hermano jamás cambiará.
—Yo también lo creo, pero ella era una de mis mejores amigas y le dije a Claus que con ella no —dice, molesta.
Creo que es la primera vez que la veo de esta forma.
—Lo sé, pero ya sabes cómo es mi hermano. Voy a pedir con ellos. Ya se le pasará, no te preocupes.
Alexa se dirige hacia los chicos. La miro con el ceño fruncido, no entiendo muy bien lo que acaba de suceder. Y Renée, que parece que me lea la mente, me explica:
—Conocí a Ana estudiando en la carrera. Mi primo Claus es un mujeriego. La enamoró y ahora ya no tenemos la misma amistad que antes. Ella venía siempre a mi casa y ahora...
—¿Ella no es como vosotros? —pregunto, cautelosa.
—¿Nosotros? —dice, sorprendida—. No, no es de la familia —prosigue.
—¿Tenéis amigos íntimos... como yo?
—Sí, como tú —dice divertida, riendo.
—Toma, con Schweppes de limón. —Dave me ofrece el gin-tonic.
Claus le da otra copa a Renée, la atrae fuerte del brazo contra él y le planta un beso en lo alto de la cabeza, sospecho que intentando disculparse con ella. La verdad es que el primo de Dave también es muy guapo, aunque nada que ver con mi novio, pero, aparte de su físico, tiene un aire chulesco que atrae a muchas mujeres.
Llevamos unas dos horas bailando todos juntos, menos Claus, que ya ha tonteado con cuatro chicas desde que hemos llegado. Ahora está hablando al oído y acariciando el cabello de otra. Parece que le esté dando besos por el cuello.
Se acerca una morena con el pelo ondulado muy bien cuidado. Tiene aspecto de dura. Me he fijado en ella porque todos se han vuelto para mirarla y se dirige hacia nosotros con paso acelerado.
—¡Hola! —nos dice.
—¡Hola, Sofi! —responden.
Vaya, la conocen. Pero ella tiene puesta la mirada en su propósito. Toca el hombro de Claus, que se gira, y le da una bofetada que suena bastante fuerte. Él se queda asombrado, pero no dice nada. Ella niega varias veces, se da la vuelta y se aleja. Claus la sigue, la atrapa del brazo y habla con ella. Todos observamos expectantes los movimientos de los dos, como si estuviésemos viendo una película. Yo me he quedado de piedra. Parece que ella está furiosa, pero ahora consigue controlarse.
—Siento que veas esto. Mi primo es... —me dice Dave sin saber cómo excusarlo.
—¿Es mortal? Y Ana, la chica de antes, ¿también? —pregunto aún sin asimilar la bofetada, imagino que merecida.
—Sí, son mortales.
—Yo creía que vosotros...
—¿Qué sucede, pequeña? —pregunta, sorprendido.
—¿Tú has estado alguna vez, aparte de mí, con una mortal? ¿O solo con chicas como tú? —digo sin fuerzas, sin saber por qué diablos le hago esta pregunta.
—Sí, claro. Con chicas como yo y como tú. Pero ¿esto a qué viene ahora, Cath? No quiero hablar de este tema —responde, incómodo y serio.
Creía que yo era la única mortal a la que había besado y aunque es una verdadera estupidez, saber que no es así me molesta un poco.
—Quiero saberlo.
—A mí no me apetece saber nada de tus relaciones anteriores —dice, molesto.
—Creía que yo había sido la única mor... —No puedo acabar de pronunciar la palabra.
—Amor. Eres la única novia que he tenido, ¿eso no te hace saber lo diferente que eres para mí? —No digo nada—. ¡Mi única novia! No puedes compararte con nadie. Para mí solo existes tú. Y, por lo que más quieras, dejemos este tema.
—¿Por qué te disgusta tanto? Solo quiero saber de ti, Nathan —digo, sorprendida por su enfado.
—De este tema, lo único que tienes que saber de mí es que solo he estado enamorado una vez. ¡De ti! Y que me pongo así de furioso porque no quiero preguntarte si has estado enamorada alguna vez de alguien, aparte de mí. Y no me respondas, porque a mi mente solo vienen cosas bastante oscuras al pensar en ello... Voy al baño —dice, atormentado.
Evidentemente, no he podido decir nada y no pienso hacerlo. Está perturbado al pensar que haya estado enamorada de alguien. No tiene ni idea de cómo lo estoy ahora. Nada de lo que he tenido antes se podría comparar con lo que siento por él. Nada.
Regresa del baño. Me mira serio y me coge por la cintura como si quisiese demostrar al resto de la sala que soy solo suya. Pero no dice nada; observa al resto de personas del bar con mirada fría. No aguanto más esta tensión.
—Nathan, jamás he sentido antes lo que estoy sintiendo por ti, te lo prometo. Te quiero como a nadie, y no quiero que estés molesto conmigo por esta tontería. —Lo miro a los ojos y toco su barba rubia tan bien cuidada.
—Lo que siento por ti, Cath... Soy capaz de cualquier cosa. Te amo y nunca había amado a nadie —dice con los ojos húmedos—. No quiero volver a hablar de este tema, por favor.
—Está bien. No hablaremos más del tema. Solo tú y yo. Eso es lo único que existe a partir de ahora para nosotros. —Repaso sus labios con mi dedo índice.
—Eso. Solo tú y yo... —Nos acercamos y nos besamos con desespero.
En dos minutos volvemos a juntarnos todos, ahora más calmados. Nos hemos sentado en una zona retirada con mesas y sofás. A nuestro alrededor no hay nadie.
—¿Qué tal con Sofi? Llevas años así con ella —le pregunta Alexa a su hermano.
—Nada. Ya está más tranquila y se ha marchado. Me gusta esa chica, pero no quiero compromisos. Con nadie, ella lo sabe. No es tan difícil de entender.
—Deberías centrarte un poquito, Claus —replica Renée.
—Lo intentaré, primita. Siento lo de tu amiga.
Parece sincero en sus palabras. Por un instante, siento pena por él y por las chicas. «Se están perdiendo algo muy bonito», pienso mientras miro a Dave, que parece que me está leyendo la mente y me guiña un ojo.
—Esperemos que algún día lo hagas —le dice Alexa.
—Cambiemos de tema y dejemos de hablar de mí. ¿Te ha dicho tu padre lo de la hermana de Teodula y el resto? —pregunta con cautela a Dave.
—Sí, ya son ocho los asesinados en la familia —responde él, molesto. Alexa y el resto me miran con precaución, Dave se da cuenta de ello y prosigue—. Catherine puede saber todo, no le voy a ocultar nada, así que, si no queréis que sepa algo, tampoco me lo digáis a mí.
—Aceptamos tu decisión. Por mi parte no hay ningún problema —le dice Claus.
—Es mi cuñada. Ya es de la familia. —Renée sonríe.
—Sí, lo es —confirma Alexa.
—Bien. Sí, me dijo que le habían extirpado el riñón que le quedaba —prosigue Dave.
—¿Por qué los riñones? Siempre son los riñones... —dice Alexa, preocupada.
—Tenía una cicatriz de varios años en la zona, donde debía de estar el otro riñón, que tampoco tenía. Ya se lo habían extirpado, parece ser —explica Renée.
—Hay algo que no encaja en todo esto. Creo recordar que el resto de los otros siete que asesinaron también tenían una cicatriz de hace años —puntualiza Alexa.
—Sí. Y también hay algunos miembros de la familia que tienen cicatrices en la zona de uno de sus riñones —dice, pensativo, Claus.
—¿Y vosotros? —digo, escapándose un pensamiento que ha sido más rápido, estupefacta por todo lo que estoy escuchando.
Sé que Dave no tiene, he estudiado cada centímetro de su espalda muchas veces en México.
—No... —responde Renée, dudando.
—Espero que no... —dice Alexa levantándose la camisa, revisando la zona.
Todos se inspeccionan, incluso Dave. Todos menos Claus, que está cabizbajo. Dave me mira y le hago una señal para que observe a su primo.
—¿Claus? —le pregunta Dave.
—Sí. Yo sí tengo una.
—¿Qué? No lo puedo creer, ¡quiero verla! —dice Alexa frenética, y se pone de pie a mucha velocidad..
Lleva las manos a la camisa de su hermano, se la sube y abre los ojos, sorprendida. Todos nos levantamos, Claus también, y se gira despacio para que podamos ver la cicatriz. Su marca es de unos treinta centímetros. La tiene en el lado izquierdo y es muy fina.
—¡Vayámonos de aquí! —dice Dave algo furioso.
—¿Dónde?
—¡Vamos! —responde, rudo, en tono alto. Coge su teléfono y llama a alguien.
Salimos todos fuera del pub, sin decir nada. En cinco minutos llega el coche; es Milton. Mi novio me abre la puerta para que pase, Renée se sienta a mi lado y aprieta mi mano con suavidad. Eso me tranquiliza un poco. Dave se sienta delante.
—¡A casa! —ordena.
—Sí, señorito Andrews.
Llegamos en pocos minutos. Nadie ha dicho ni una sola sílaba en todo el camino.
—¡Por la puerta de vuestra casa! ¡Al estudio! —vuelve a ordenar Dave, dirigiéndose a Claus. Todos obedecemos.
Pienso por un instante en quedarme en la habitación de la piscina, pero no sé lo que quiere que haga Dave y decido seguirlo.
Coge mi mano, parece que vuelve a leerme el pensamiento, observa mi rostro preocupado y seguimos caminando hasta llegar al estudio de la casa de invitados. Una vez dentro, comienza a hablar.
—Me han seguido varias veces. El otro día sin ir más lejos, en el aeropuerto, con ella. —Dave me señala—. No podemos ponernos en peligro ni una sola vez. ¡Estás completamente loco enseñando la cicatriz en un jodido bar! —Mira furioso a su primo.
—Cálmate, Nathan —le dice Claus.
—¿Que me calme? No quiero que te ocurra nada, joder, eres mi primo favorito; eres un maldito mujeriego, pero una de las mejores personas que conozco y no soportaría que te pasase algo malo —declara rotundo.
—Nathan... Todo está bien.
—No, no lo está. La hermana de Teodula tenía sangre. Nunca hemos sangrado, nunca. ¿Qué es lo que no entiendes?
—¿Pero era de ella? —pregunta Renée incrédula.
—Sí, era de ella... Y, ahora, explícanos por qué tienes esa puta cicatriz —dice Dave, que no consigue tranquilizarse.
—Sentaos... —Obedecemos y nos sentamos, menos Dave, que sigue erguido—. Tengo la sospecha de una noche. Fui a casa de una chica... —Mira con cautela a Dave, que niega varias veces con la cabeza. Claus prosigue—: Estaba en la barra con mi copa y esa noche tenía pensado irme pronto para casa, pero ella se acercó, con sus largas y delgadas piernas, un vestido negro muy ceñido a su esbelto cuerpo y las perfectas uñas pintadas, con las que la vi sacar una tarjeta para pagar. Pero entonces abrió sus labios rojos y dejó salir el aire para comenzar a hablar y fue cuando me cautivó. Tenía la voz más dulce y suave que jamás haya escuchado. No pude reprimir mis ganas de seguir escuchando esa deleitosa voz y charlé con ella.
»Estuvimos parte de la noche en el pub. Me explicó que era de fuera y llevaba pocos meses en la ciudad. Cuando volví por segunda vez del baño, me propuso seguir la conversación en su casa; estaba algo mareado, o perturbado, no sé. No era normal que me encontrara de esa forma, estoy acostumbrado a beber. Por eso, dudé de qué hacer, pero ella insistió, me agarró del brazo y salimos. Había llamado a un taxi y subimos a él. Le dio al conductor, con su femenina mano, una tarjeta de color negro con letras blancas y le dijo que se dirigiese a esa dirección. Llegamos a su piso, pero no pude fijarme bien en el trayecto porque ella me besó y yo estaba un poco más aturdido que antes. Era un piso con ascensor, ya que recuerdo que en él comencé a marearme. Me cogió del brazo y me dijo: «No, aún no, aguanta». Llegamos al comedor, supongo... Me ayudó a tumbarme en un gran sofá y no recuerdo nada más con claridad.
»No sé si me drogó o si iba muy bebido, pero tuve la sensación de haber estado durmiendo varias horas. Cuando volví a estar consciente, ella ya no estaba allí. Al levantarme me dolía el costado izquierdo y volví a sentirme algo mareado y aturdido. Bajé por el ascensor con los ojos cerrados, toda luz me molestaba. Salí a la calle, pero aún no había amanecido. Caminaba muy próximo a la pared con la intención de ir apoyándome en ella y miré mi teléfono móvil para llamar, pero fue inútil, ya que estaba apagado, sin batería. Respiré al ver que seguía teniendo mi cartera. Caminé y caminé, con la espalda dolorida, sin poder abrir bien los ojos, apoyándome cada pocos metros en la dura pared. Por fin pude ver un taxi, subí a él como pude y llegué a casa. Dormí durante quince horas seguidas.
»Al día siguiente me miré la espalda, pero seguía aturdido y no pude ver nada que me llamase la atención. En los siguientes días me sentí extraño y con algún malestar. Con el tiempo, me di cuenta de la cicatriz y deduje que fue a causa de esa noche. Pero no lo sé con seguridad.
—¡Ir con tantas mujeres no te trae nada bueno! —le dice Dave, después de unos instantes de silencio mientras se peina el pelo hacia atrás con los dedos, nervioso—. ¿No recuerdas nada de esa mujer?, ¿ni de la zona donde estaba ubicado el piso?
—No... Fue todo muy confuso, ya he dicho que bebí demasiado o me drogó... —contesta ofuscado—. ¿Crees que no he intentado recordar?, ¿que no he vuelto al pub para ver si alguna vez aparecía de nuevo?, ¿o que no he recorrido toda la ciudad en coche para ver si venía alguna calle a mi recuerdo? Pero todo ha sido inútil. Apenas podía abrir los ojos aquella noche.
—Hay algo que no entiendo... —digo pensando en voz alta—. Todos los que han muerto... ¿ha sido porque les han extirpado los dos riñones?
—Eso parece —responde Renée, pálida.
Claus inspira hondo y mira perturbado a su primo; parece que quiere seguir explicando.
—En realidad, nunca se lo he contado a nadie. —Se calla un instante—. Ni siquiera a ella.
—¿A quién? —pregunta Renée alarmada.
—Aquella noche, en el momento en el que abría los ojos y veía todo borroso y oscuro, me pareció ver delante de mí, observándome, a Sofi.
—¿A Sofi? Ahora mismo la llamo —dice Alexa.
—Por favor, no. Si alguien tiene que decirle algo, soy yo —replica Claus, autoritario—. Hablaré con ella, pero tengo que encontrar el momento adecuado.
—¿Cuánto hace que sucedió todo esto que nos has explicado? —le pregunta Dave.
—Un año, aproximadamente.
—¿Y en casi un año no has encontrado el momento adecuado? Habla con ella ya o lo haremos nosotros, Claus —le ordena Dave, exasperado.
—Lo siento, hermanito, pongo el manos libres —dice Alexa, que ya ha marcado el teléfono de Sofi y se escucha un tono.
—Por Dios... ¡No!
—¿Sí? Dime, Alex —se escucha por el altavoz la voz agradable de Sofi.
—Mi hermano tiene una cicatriz en la espalda. ¿Tú sabes a qué puede ser debido?
Se hace el silencio y se escucha un leve suspiro audible a través del teléfono de Alexa.
—Sofi, no respondas si no estás segura, hablaremos de este tema mejor en persona —dice Claus acercándose al teléfono de su hermana.
—Sí, este tema es mejor no conversarlo por teléfono —responde, alarmada, Sofi.
—Entonces, ¿sabes a qué es debida la cicatriz de mi hermano? Ven a casa de mis tíos, por favor, estamos en mi estudio —prosigue Alexa, exaltada.
—Hoy no puedo, estaré fuera unos días. Cuando regrese te llamo de inmediato.
—Sofi, sabes que eres importante para mí y ahora te necesito —le dice Claus con voz afable.
—¡Eres un idiota! Y creo que después de que hablemos todos no volveremos a vernos. No quiero seguir más con esto. Se acabó, Claus —le contesta, rotunda.
—Sofi, ¡qué dices! —Coge el móvil con fuerza de las manos de su hermana—. Tú eres... —No continúa la frase.
—Llamaré a Alexa cuando regrese, Claus.
—¿Dónde vas? No me habías dicho nada.
—No eres mi novio, ¿recuerdas?
—¡Sofi! Nos vamos ya, te espero fuera... —Se escucha una voz femenina y muy dulce a través del teléfono.
—Os tengo que dejar, llamo cuando regrese —dice y cuelga. Claus nos observa como si hubiese escuchado un fantasma.
Todos estamos asombrados por su expresión y ninguno reacciona a ella, ninguno puede, pero sin aguantar más esta situación le pregunto:
—¿Qué sucede, Claus?
—Esa voz... Esa voz era de... ¡Me ha recordado a la voz de la mujer de aquella noche! ¡Esa voz dulce que se ha escuchado fue la que me cautivó! —explica, desconcertado.
—¿Estás seguro? —le dice Renée.
—Por Dios santo, hermanito, no digas eso. ¿Estás diciendo que Sofi estaba aquella noche y que conoce a la chica que te podría haber extraído el riñón? ¿Y que ahora está con ella? —pregunta Alexa, ofuscada.
Claus mira a su hermana, sorprendido. No es capaz de asimilar sus propios pensamientos. Alexa vuelve a marcar el teléfono de Sofi y pone el manos libres, pero no obtiene respuesta porque suena el buzón de voz.
—¡Mierda! No puede ser... ¡Sofi no! —dice Claus, que camina de un lado hacia el otro, histérico.
—¿Por qué demonios no nos habías dicho nada? Esto lo tiene que saber toda la familia —le dice Dave, exaltado.
—Ya os he dicho que todo fue muy confuso. Estaba ebrio o drogado, seguramente. No lo recuerdo con exactitud, pensaba que podía haber sido mi imaginación. ¿Cómo iba a pensar que Sofi me traicionaría de esta forma? Es obvio que creía que esa noche estaba delirando al imaginarme que ella estaba frente a mí.
—Está bien. Cuando regrese Sofi nos reuniremos con ella y nos explicará todo. Seguro que hay una explicación lógica para esto y todo volverá a la normalidad. Estamos un poco desquiciados con lo sucedido y creo que imaginamos cosas que no son —dice, inquieta, Renée.
—Mi hermana tiene razón. Cuando vuelva hablaremos con ella y nos aclarará este malentendido. Ahora vamos a descansar, es tarde y mañana nos espera un día intenso.
—No puedo creer que Sofi haya hecho eso. Ella era importante... —declara Claus sus pensamientos en voz alta.
—¡Pues lucha por ella y madura de una vez! —le responde Dave, apesadumbrado.
Coge mi mano, tira de ella y salimos del estudio.
—Oye, con lo que le ha sucedido a tu primo, no puedes irte molesto con él. Ahora más que nunca, te necesita —digo, deteniéndome nada más salir por la puerta.
—Sí, tienes razón. Quiero mucho a mi primo y estoy furioso por todo esto. ¡Es un cabezota! —Arqueo las cejas, mira quién habla...—. Volvamos, hablaré con él.
Qué bonito es, aunque tenga ese carácter tan fuerte, se le han iluminado los ojos con mis palabras y se ha ablandado. Volvemos al estudio y los dos entran en una habitación colindante para charlar. Están allí algo más de veinte minutos mientras nosotras hacemos hipótesis de lo sucedido. Salen sonriendo. Me siento más tranquila; ahora sí podemos irnos.
Ya ha oscurecido y sé que tengo que quedarme en esta habitación sola. Las imágenes de alguien extrayendo el riñón de Claus pasan por mi mente. Intento alejar ese oscuro pensamiento.
—Nathan, ¿puedes quedarte un rato aquí conmigo? Tengo un poco de miedo —confieso.
—Pequeña, no dejaré que te suceda nunca nada. Me quedaré parte de la noche aquí mientras duermes, ¿vale? Descansa tranquila, yo no tengo sueño.
—Gracias, amor. Pero tú también tienes que dormir, mañana tenemos cosas que hacer.
—Cuando esté cansado, me iré a la habitación, no te preocupes.
—Quiero ayudarte con la ternuela, quiero investigar con vosotros en todo. Déjame que os ayude con la descomposición.
—Catherine. No quiero que te responsabilices tanto ni que tengas tantas esperanzas en los logros. Te desilusionarías mucho. Sé de lo que te hablo... —dice, inquieto.
—Vale, no me haré ilusiones. Pero déjame ayudaros, por favor. Para mí es muy importante también.
—Está bien, preciosa, podrás ayudar.
Me besa con dulzura y nos perdemos en nuestros labios.

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