Capítulo 6: Prosapia

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Capítulo 6'
Prosapia

Hoy es un día diferente a los del resto de mi existencia. Creo que me estoy volviendo completamente loca por alguien que no es del todo humano o no sé lo que es. Todavía no he terminado de asimilar lo que me explicó ayer Dave, pero sus últimas palabras no dejan de aparecer por mis pensamientos y lo que leí en su diario ahora ha cobrado sentido y parece más misterioso que antes. Tengo que decirle que he leído su diario, pero ahora necesito saber más de él.
En el transcurso del desayuno, la mirada se evade sin poder controlarla hacia los ojos de Dave. Sé que percibe cómo se clavan mis ojos en los suyos, pero estos no me miran. Se ha convertido en un electroimán con más potencia. El olor de su cuello sigue incrustado en mis fosas nasales. No sé qué corre por mis venas, pero ahora me genera una atracción mayor que la de antes. Estoy muy intrigada por saber de qué se trata lo que dijo ayer: «No te he contado lo peor».
En poco más de una hora estamos todos fuera del hotel esperando al autocar, ya que hoy comienza una nueva expedición en las cuevas Tulum. Quiero hablar con Dave y no me voy a conformar con una negativa. Dentro del autocar no tiene salida para evitarme, así que aprovecharé. Me dirijo hacia donde está, subo al autobús y me siento junto a él. Me mira, parece molesto al ver que me siento a su lado.
—Hola.
—Hola, ¿por qué te sientas aquí?
—Es un asiento.
—Se iba a sentar Ian —dice serio mirando al frente.
—Quiero hablar contigo acerca de lo de ayer. —Sus ojos por fin miran a los míos.
—No tenemos nada más de qué hablar. Por favor, deja el tema. —Las palabras salen de su boca sin ganas ni fuerzas, tienen tono de derrota.
—¡Hola, chicos! ¿Te sientas tú aquí? —me pregunta Ian sonriente.
—No, ya se iba —responde Dave por mí obligándome con ello a levantarme del asiento para dejar que se siente su amigo.
—Sí, ya me voy —respondo, mirando a Dave con lo ojos entrecerrados.
Quiero hablar de lo que pasó ayer. Por fin he conseguido asimilar todo lo que me explicó, pero necesito saber más y ahora me dice que no tenemos nada más de qué hablar. Esto no va a quedar así, me niego.
Llegamos a las cuevas e intento de nuevo acercarme a él. No todos los días tienes algo tan importante de qué hablar con el chico que te gusta.
La guía nos explica que estas cuevas están más oscuras de lo habitual porque hay ciertos materiales que deben evitar la luz directa, debido a la poca iluminación que hay en ella.
Me encuentro otra vez a su lado y puedo escuchar cómo respira profundamente al verme aparecer.
—Qué frío hace aquí dentro, creo que me voy a poner algo para abrigarme —digo mientras saco de mi mochila su camisa. La he tenido guardada todos estos días y hoy he decidido ponérmela sin el permiso del dueño. Dave tiene que mirar dos veces para reconocer su camisa. Su boca dibuja una leve sonrisa y su mirada ha cambiado.
Esta mirada sí que me gusta.
Toco su brazo suavemente. Al hacerlo, noto sus duros músculos y comienza a agitarse la sangre por todo mi cuerpo. Sigo deseándolo como antes. En realidad, creo que ahora lo deseo más, supongo que por haber leído lo que sentía, por haber confiado en mí y por contarme lo que me explicó ayer. Pero aún falta que me diga algo más. Me acerco a su oído.
—Dave, necesito hablar contigo... —le susurro.
—Es mejor que dejemos las cosas tal como están.
—¿Y cómo están?, ¿me lo puedes explicar? —digo burlona.
—De verdad, dejemos las cosas, así es mejor.
—No puedo, quiero saber y también quiero explicarte algo —añado.
—Este no es el lugar, Cath —dice con tono serio.
—No me importa que no lo sea, quiero una explicación y la quiero ahora.
—He dicho que aquí no —responde cortante.
Mi mano sigue en su musculoso brazo. Le miro fijamente a los ojos y asiento con la cabeza a la vez que quito mi mano suavemente. Tiene razón, no es el momento ni el lugar para hablar de todo esto y confesar. Por fin acaba la tan larga expedición. Hoy me ha parecido que duraba el doble que las anteriores. Será por la impaciencia que tengo por hablar con él. Antes de subir al autocar, la guía hace recuento; falta una persona.
¡Falta él!
—¿Alguien ha visto a Dave? —pregunta la guía.
La gran mayoría de los compañeros dirigen sus miradas hacia mí.
Me quedo sin respuesta. Hace como un par de horas que lo he perdido de vista.
—No, yo hace unas horas que no le veo. Owen, Ian, ¿sabéis dónde se ha quedado? —digo algo intranquila.
—No, yo también hace varias horas que le he perdido el rastro. Creía que iba con vosotros —responde Ian.
—No, yo tampoco —prosigue Owen.
Pasan unos largos e interminables minutos y por fin vemos aparecer a Dave, que viene hacia el autocar corriendo y algo sofocado.
—Hombre, ya era hora, ¿dónde estabas? —dice Scott cuando ve a Dave, que se acerca a nosotros. Está mojado por haber sudado en demasía.
Me mira fijamente como si fuese su cómplice. Soy la única persona que sabe que él no es el hombre que parece ser.
—Me he perdido dentro de las cuevas, he pasado por un pasillo oscuro y luego no sabía volver —explica justificándose.
—Espero que esto no vuelva a suceder —responde la guía algo crispada—; este es el motivo por el que digo que no nos podemos separar ni para ir al baño. Debemos estar siempre juntos. Las cuevas no son un museo. Nos podemos perder y sabéis que no os podéis desviar del grupo. Espero que ahora lo hayáis entendido. Vayámonos, es tarde.
Nadie dice nada más. La guía parece angustiada, pero el resto no le damos mayor importancia, ya que al final ha aparecido Dave y eso es lo importante.
Acabamos de cenar y salimos del hotel a tomar un poco de aire, aunque la mayor parte del grupo prefiere irse a dormir para descansar. El ambiente es un poco más fresco que las noches anteriores. Observo a Dave, pero él no se inmuta. Esto tiene que acabar de una vez, de esta noche no pasa.
—Dave, ¿podemos hablar? —le digo en voz baja.
—¿Ahora? Íbamos a tomar algo al bar de la playa, ¿cierto, Owen? —Mira con cara de súplica a su amigo.
—Sí, pero podemos ir todos —responde, mirando cariñoso a Cristine.
—¿Te apetece? —me pregunta con su mirada penetrante, con esos malditos ojos inmovilizantes.
No me apetece demasiado. Quiero hablar con él, pero es inútil; no tiene intención alguna de hacerlo.
—Está bien, vamos todos —digo.
—Me han comentado que puede ser una alternativa a la discoteca donde íbamos. Dicen que por las noches ponen música y solo van turistas de los hoteles colindantes —explica Ian entusiasmado.
—Ian tiene razón, puede ser una buena opción después de lo que pasó ayer... —dice Stephan conmovido.
Dave y yo cruzamos las miradas. Recuerdo todo lo que me explicó la noche anterior, pero ahora no encuentro el momento para seguir hablando sobre ese tema y él no tiene ningún interés en hacerlo. Lo ha dejado bastante claro.
Tardamos unos diez o quince minutos a lo sumo en llegar al bar, nada que ver con ir en autobús. Es muy distinto a lo que puedo rememorar de las veces que he venido de día. Lo recuerdo como una barra de chiringuito. Sí, mucho más grande y amplio de lo que puede ser cualquier típico chiringuito de playa. Por el día no tiene nada que ver con lo que se transforma por la noche.
Justo en el lateral izquierdo de la barra hay una zona con el suelo construido de tablas de madera. Por el día no parece tan grande como ahora. Es semejante a una pista de celebración de ceremonias. En las cuatro esquinas, muy distantes las unas de las otras, hay un tímido velo blanco que ondea con la suave brisa, a juego con el mismo color que el techo que la cubre y que no deja pasar los rayos de sol durante el día.
No parece el mismo lugar, claro está. Por la noche, con las antorchas encendidas alrededor de la pista, es muy diferente. Aproximadamente, a cada tres o cuatro metros cuelga una luz tenue en la pista. Es la única iluminación que existe en ella. Exactamente en el centro, entre luz y luz, cuelgan unas preciosas plantas de colores, cada una diferente a la otra; no hay dos repetidas.
Este lugar es impresionante, todo ello sumado al sonido de las suaves olas del mar, que consiguen que vuelva a sentirme en el paraíso. Pero este dulce sonido se interrumpe de golpe, ya que comienza a sonar música disco. Había olvidado por un instante a qué habíamos venido.
Estamos en la barra y hemos pedido varios mojitos. No tienen nada que ver con los de la discoteca. Estos son naturales y parecen estar hechos con mucho cariño. Al menos, es lo que me transmite cuando bebo a través de la pajita un trago fresco.
He perdido la noción del tiempo. Estamos bailando todos en la pista, juntos. Las ganas de hablar con Dave se han esfumado. Estoy pasando una de las mejores noches desde que he llegado. La discoteca del pueblo es increíble con aquellas vistas desde la terraza, pero este lugar te atrapa, es mágico. Y, aunque estamos muy cansados de la excursión, ninguno quiere irse de este sitio.
Estoy bailando con Zoe, la argentina simpática del grupo. Imagino que se ha dejado llevar por el mojito, ya que me acaba de explicar que le gusta un chico del grupo, pero que este no le hace caso y que no sabe qué hacer. Yo estoy intrigada por saber de quién se trata. Me viene a la cabeza el nombre de Jon, pero recuerdo que la noche anterior se besó con Taziana.
Doy un bote al notar que unas manos me cogen por la cintura.
—¿Bailas? —me pregunta una dulce voz grave.
Me giro y aquí están esos ojos.
Lo que me está contando Zoe me parece muy importante, pero su mirada me engatusa y no sé qué hacer.
—Ve con él, Cath. Yo voy a bailar con Cris y Stephan —me dice Zoe, acercándose a mi oído. Y acto seguido, se aleja.
Mmm, Stephan... ¿Podría ser el chico que le gusta? Sin dejar que diga ni una palabra, Dave me coge por la parte baja de la espalda y me atrae hacia él.
—Dave, ¿cuándo me lo vas a explicar? —le digo.
Las ganas de saber qué más tiene que decirme han regresado de inmediato al poner sus manos en mi cuerpo. Es una atracción extremada y enérgica.
—¿De verdad quieres hablar ahora de ese tema? —pregunta dando una vuelta junto a mi cuerpo, al compás de la música. Baila increíblemente bien.
—Como quieras, Dave. Si te apetece, hablamos y, si no, otro día... —Las palabras salen de mi boca lentas y sinceras. Yo también tengo algo que contarle y en realidad no me apetece hacerlo; me da miedo.
—¡Vamos a la playa! —me suelta.
—¿Ahora?
—¿Quieres pasear o no?
—Sí, espera, que aviso a los demás.
Le digo a Cristine que nos vamos a dar un paseo, que no nos esperen y que informe al resto. Salgo rápido y vuelvo con Dave. Caminamos por la playa hasta perder de vista ese espectacular bar- discoteca. Por fin estamos solos. Nos sentamos en la arena y Dave comienza a acariciar mi pierna con suavidad.
—¿Qué es lo peor que no me contaste? —digo al final, después de un rato pensando en hacerlo.
—Cath, de verdad, no me apetece contarlo ahora —dice. De pronto, veo que salen lágrimas silenciosas de sus ojos, inesperadas.
El corazón me da un vuelco.
—Oye, estoy aquí, ¿no? Confía en mí. Estoy preparada para escucharlo, por favor, no voy a decir nada a nadie. Te lo prometo. —Pongo mis rodillas en el suelo y me coloco frente a él mientras seco las lágrimas de sus párpados. No quiero verle así. Me ha estremecido el cuerpo entero.
—¿Recuerdas que quise dormir solo desde la primera noche que llegamos?
Supongo que esta situación le ha ablandado y se ha decidido a hablar.
—Sí —respondo cautelosa.
—¿Sabes que siempre bloqueo mi puerta para que nadie pueda entrar?, ¿que siempre tienes que esperar a que abra?
—Sí, Dave, sí, dímelo ya —le digo impaciente.
—No sé cómo hacerlo... —confiesa.
—Por favor, dilo ya, sin más rodeos.
Coge mis brazos y me ayuda a sentarme a su lado, en el mismo lugar donde estaba antes.
—No puedo dormir con nadie porque, cuando llego entre la tercera y la cuarta fase del sueño, irradio. Irradio de manera que si duermo con alguien a mi lado durante la fase de transición... llega a morir. —Sus lágrimas vuelven a brotar, pero esta vez lo hacen con más fuerza.
Vuelvo a quedar en shock, pero mi mente reacciona y manda una señal a los lagrimales, que comienzan a dejar que las lágrimas salgan. Dave me abraza fuerte y perdemos la noción del tiempo. No consigo entender nada de lo que me dice, pero odio verle así, sufriendo. Sus ojos reflejan dolor, un dolor atrapado desde años atrás.
—Dave, eso de que puedes matar a alguien ¿lo deduces o...? —No puedo terminar la pregunta, ya que dejan de salirme las palabras de la boca. No tengo fuerza suficiente para pronunciarlas.
Su mirada me corrobora que no es una deducción.
—Uno de mis mejores amigos murió junto a mí mientras dormíamos en unas vacaciones. Desde entonces, nunca más he vuelto a dormir con nadie. Ni siquiera puedo dormir con animales.
—Pero ¿sabes a qué distancia puedes dormir con alguien para no...? —Tampoco puedo acabar la pregunta ahora.
—Cath, ¿piensas que me he puesto a comprobar a qué distancia puedo matar a alguien?
Su expresión es de asombro. Supongo que no puede imaginar el volver a pasar por lo mismo que pasó aquella noche con su amigo.
—Sería interesante saberlo... —Las palabras vuelven a salir de mi boca sin permiso y sin fuerza.
—¿Para qué? Nadie puede dormir a mi lado. —Su mirada atraviesa la mía y siento que desea con todas sus fuerzas poder dormir junto a alguien. Sus ojos lo delatan.
—¿Cuando eras pequeño tampoco dormías con nadie? —pregunto aún perpleja por lo que me está explicando.
Antes de responder a mi pregunta, llena sus pulmones de aire y prosigue:
—Mis antepasados provienen de una selva, Tasnia, en Canadá. Hará unos mil quinientos años. Era un lugar inexplorado y lleno de minerales con partículas alfa, beta y gamma. No somos completamente humanos. Bueno, nuestro ADN es diferente al vuestro. Somos una especie diferente. Cuando mis abuelos eran jóvenes, decidieron dejar Tasnia y explorar el mundo junto con sus hermanos. Con el transcurso de los años se instalaron en la ciudad y allí nacimos el resto de la familia. Todos tenemos el mismo ADN y las mismas habilidades. Entre nosotros no nos irradiamos y podemos dormir juntos; no nos afecta. Cada vez que hay un nacimiento en la familia, puede acabar en muerte. Al nacer, al bebé le cuesta mucho respirar por primera vez, es como si se irradiase a sí mismo. O logra compatibilizar o se muere. En realidad, he venido a este curso con un objetivo: coger minerales de algunas de las cuevas, ya que sus componentes nos podrían ayudar con el tema de la irradiación. Que sepamos, que sean naturales, solo existen en estas cuevas de México y poco más. Hoy, en la expedición, he salido tarde porque he encontrado un componente y he podido coger un pequeño trozo, aunque está completamente prohibido. Lo siento, te explico sin parar y supongo que no estarás asimilando nada, perdóname.
Efectivamente, Dave habla sin parar y es consciente de que lo que me está explicando vuelve a dejarme en estado de shock.
—Sí, la verdad es que no sé qué decir. Creo que no estoy comprendiendo mucho. Tienes toda la razón —contesto, perpleja, lo primero que pasa por mi mente.
—Se ha hecho tarde. Vamos al hotel y continuamos en otro momento, ¿te parece bien?
—Sí —respondo en automático.
En el camino hacia el hotel, recuerdo lo que me acaba de explicar, pero no consigo creerlo. Es irreal, todo parece un sueño, ilusorio. Pero siento que este Dave me gusta mucho más que el anterior; es más cariñoso y sincero. Aunque no sepa lo que es realmente, me seduce todavía más.
Cojo su mano, me aprieta con dulzura. Percibo que me está volviendo completamente majareta, sí, definitivamente lo estoy. Me ha explicado que no es un ser humano como el resto de nosotros y yo solo quiero sentirlo y estar a su lado. Todo lo que me cuenta me atrae aún más hacia él. Es indescriptible, y el imán no deja de acrecentare.
Llegamos al hotel.
—Mejor me voy y te dejo descansar —dice frente a la puerta de mi habitación.
—No, quédate conmigo. —Mis palabras salen suaves y llegan de mis labios a los suyos, hasta que mi lengua se funde de nuevo con la suya. Mis dedos, en su pelo—. Quédate.
—No puedo, Catherine.
—No quiero que te vayas todavía, a mí también me gustaría contarte algo. —Siento con más potencia la atracción hacia él y quiero sincerarme con lo del diario.
—Ahora sabes que no puedo quedarme y el motivo. Estoy cansado y quiero ir a dormir, no me lo pongas más difícil —responde, algo intranquilo.
Tiene razón, seguro que esto es muy complicado para él.
—Vale, mañana nos vemos.
—Hasta mañana.
Le doy un beso de buenas noches y entro en mi habitación con rapidez. Me dirijo hacia el armario, descuelgo su camisa y me introduzco en la cama junto a ella. Su olor parece más intenso y me recuerda al olor de su cuello cuando me trajo en brazos la noche anterior. De pronto siento una tristeza penetrando en mi alma; nunca podrá dormir con nadie, nunca podría dormir junto a mí. Tengo un dolor en el pecho. Haber leído su diario y tener dos fotos en mi teléfono me está trastornando. Abrazo con más fuerza la camisa y cierro los ojos.

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