Capítulo 18: Retorno

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Capítulo 18!
Retorno

Suena el despertador de Dave. Abro los ojos. Me siento feliz, pero al mismo tiempo incrédula. ¿Fue real lo que pasó ayer o solo estaba en mi imaginación? No sé discernir si pasó en realidad o si lo he soñado todo. En este instante, vienen imágenes de lo que sucedió, pero las detengo. Sinceramente, estoy feliz de regresar a aquel paraíso y de volver junto a él. Voy al baño, me doy una ducha rápida y me visto. Esta vez no me pondré aquellas botas blancas con las que pasé tanto calor. Me pongo unos zapatos rosas abiertos, con tres centímetros de tacón y un vestido salmón muy cómodo.
Abro la puerta del baño, con la toalla puesta en la cabeza, y me encuentro a Dave frente a mí. Me quedo parada sin saber qué hacer.
—Buenos días.
—Buenos días, Dave.
—En cuanto estés lista, si quieres, nos vamos.
—De acuerdo, podemos salir antes y desayunar en el aeropuerto.
—Vale, ahora llamo a un taxi y le pido que nos recoja en media hora.
—Está bien. Ya sabes dónde está todo. —Señalo hacia el baño.
—Perfecto.
En menos de una hora estamos subiendo al taxi. No hemos podido hablar, ya que teníamos que prepararnos para el viaje y recoger todo. Pero los dos irradiamos felicidad; parece que nada ha cambiado entre nosotros. En realidad, algo sí; me siento más unida a él que nunca. Miro hacia fuera por la ventanilla. Recuerdo la escena de ayer, los besos en el taxi de camino a mi casa, después del restaurante. Siento mariposas aletear libres por mi estómago. Su boca es la más dulce y la más ardiente de la Tierra. Sus dedos consiguen estimular cada uno de mis órganos.
Tengo que apartar estas ganas de tocarlo. Lo miro y me fijo en la barbita rubia tupida.
«Catherine, deja de mirarlo...». Resoplo.
—Vaya, hay caravana —digo.
—Bueno, vamos bien de tiempo, tranquila.
—Sí. Si no, siempre podríamos ir corriendo —bromeo.
Dave mira mi rostro y yo sonrío. Él muestra una leve sonrisa y deja ver sus dientes tan blancos.
Aparto la mirada.
Siento nervios por volver al paraíso. Tengo ganas de llegar a México, abrazar a Cris y a Zoe y perderme con ellas toda una tarde de cafés, de charlas y de risas, como hacen las buenas amigas.
—¿Todo bien? —me pregunta.
—Sí, todo bien, ¿y tú?
Hace un gesto con el labio y ladea la cabeza.
¿Qué significa ese movimiento? Algo le pasa.
—¿Qué sucede?
—Nada.
—Eso no es una respuesta.
—Lo siento.
—¿El qué?
—Todo.
Ahora sí que no entiendo nada. O quizás es que no me he dado cuenta. No me he dado cuenta de que sus palabras de ayer eran reales; todo lo que pasó en mi cama fue realmente la firma de
contrato. Por eso ni siquiera me ha dado un beso en toda la mañana. Y ahora dice que lo siente todo...
—¿Todo? —repito, intentando analizar sus palabras.
Me mira y hace una mueca.
—Sí —responde en voz baja.
Vaya, eso ha dolido. Pues, al parecer, sí, lo de ayer fue la firma. Durante el resto del camino reina el silencio. Después de unos minutos, llegamos al aeropuerto. Me adelanto a Dave y pago al taxista.
—Quédese con el cambio —digo.
—No, pago yo —dice Dave con los billetes en la mano, ofreciéndoselos.
—Gracias —responde el taxista sin saber qué hacer.
No sabe si coger el dinero que le ofrece Dave o quedarse con el que yo le he dado anteriormente. No les dejo tiempo para reaccionar a ninguno de los dos, ya que salgo del taxi, fugaz, y voy hacia el maletero a coger mis maletas.
—¡Cath, déjame! Ya las cojo yo, ¿por qué has pagado tú? —pregunta, enfurruñado.
—Porque sí. Y ya llevo yo mis maletas, no estoy manca.
—¡Para, Cath! —dice, quitándome la maleta de la mano.
—Ah... —me quejo, porque no me ha dado opción a soltarla.
—Perdón.
Entramos al aeropuerto. Nos dirigimos a la cola para recoger los billetes. Hay muchas personas; estamos en pleno agosto y el aeropuerto es un tumulto de gente.
Dave coge mi brazo con suavidad y me vuelve hacia él, y las mariposas regresan a mi estómago por su contacto. Las detengo de golpe.
—Para, Dave.
Pongo distancia entre nosotros. Lo miro, tiene el ceño fruncido.
—¿Se puede saber qué te sucede?
—Nada.
—¿Te puedes comportar como una persona adulta y decirme qué te pasa? —dice suave, tranquilo.
—¿Una persona adulta, como tú?
—Oye, ven aquí. —Me atrae hacia su pecho y apoyo mis dos manos en él.
Nuestras bocas se han quedado muy juntas.
—Suéltame —digo, ya que me tiene atrapada entre sus brazos.
—Dime qué te sucede, o no te suelto.
Joder, ¿por qué tiene que oler tan bien?
—Compórtate como una persona adulta —digo.
Sonríe con esa sonrisa de dientes blancos y tengo que girar la cara porque me ha removido todo.
—Pequeña, suéltalo de una vez.
Chasco la lengua y me toma por las mejillas, haciendo que me detenga en sus espectaculares ojos.
—¡Siguiente! —La chica del mostrador nos interrumpe. Facturamos la maleta y nos entrega los billetes. Nos dirigimos a
las escaleras mecánicas y, una vez en ellas, coge mi mano. Estoy un escalón por delante de él; no me giro, me limito solo a sentir. Acaricia mis dedos con delicadeza con los suyos. Una simple caricia puede hacer que cada terminación nerviosa del cuerpo se vea alterada.
Las escaleras llegan a su final y Dave suelta mi mano para coger la maleta.
—Deja que lleve yo la maleta.
—¡Camina! —Señala hacia el frente.
Camino, dando por imposible una discusión sobre la maleta, hasta llegar a la cola de la cafetería, pero él vuelve a coger mi mano y nos separa de la gente.
Me lleva hacia una baranda y coloca sus manos a cada lado de mi cintura, acorralándome.
—¿Qué haces? —Me mira con intensidad y me atraviesa con esos iris de color turquesa que relajan con solo mirarlos—. Nathan.
Levanta las cejas sorprendido por cómo lo he llamado y tengo que morderme el labio para no sonreír. La vista se le va hacia mi boca.
—Pequeña, dime qué te sucede.
Su dulce tono hace que me rinda y confiese.
—En el taxi has dicho que lo sentías. —Frunce el ceño—. ¿Te arrepientes de lo que paso ayer? —digo con el corazón encogido.
—Claro que no, pero ¿qué estás diciendo?
—No lo sé, antes has dicho que lo sentías... Todo. Igual, si pudieses, borrarías todo lo que hicimos...
—No digas estupideces. —Me atrae contra su pecho y me abraza—. ¿Crees que borraría un solo segundo de lo que vivimos ayer?
Clava sus ojos en los míos, a cinco centímetros de distancia.
—No lo sé.
—Pues ya te puedo asegurar que no borraría una mierda. Ni un maldito segundo, porque fue un día increíble, el mejor de mi vida, te lo prometo.
Me quedo a cuadros por su respuesta. Miro hacia abajo sin saber qué hacer o decir, y me atrae hacia su pecho de nuevo. Me aferro con fuerza a él y me pierdo en el olor de su cuello. Es mi debilidad. Su olor es mi punto débil. Nos abrazamos sin decir nada, hasta que, después de unos minutos, nos separamos. No tengo ni idea de qué hora será.
—Vamos, que al final no nos dará tiempo a desayunar —digo. Sonríe y me guiña un ojo. Siento escalofríos.
Desayunamos y hablamos durante el tiempo de espera de lo que vamos a decir a todos los del curso para justificar la causa de mi vuelta y que él haya venido a buscarme. Dave, con su imaginación, ha preparado un guion muy creíble. Habla tan seguro de sí mismo que por momentos creo que podría ser real. Pero, en ocasiones, me siento ruin, ya que estamos hablando de un engaño. Y les tenemos que decir que mi problema familiar se ha solucionado y ese es el motivo de mi regreso al curso.
Subimos al avión. Me siento feliz de volver al paraíso. Dave y yo no hace falta que hablemos para que podamos sentirnos. Después de algo más de la mitad del viaje, de repente, tenemos unas pocas turbulencias. Dave intuye mis nervios y coge mi mano. Me apoyo en su hombro y, finalmente, consigo quedarme dormida junto a él.

Supernova Delta (Supernova 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora