Capítulo 3: Delirio

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Capítulo 3'
Delirio

Anoto en mi ordenador portátil todo lo que me parece interesante para incluirlo en el proyecto final de carrera. Estoy entusiasmada con todo lo que estoy aprendiendo. Han pasado tres días de excursiones extensas y cansadas. Ni siquiera nos ha apetecido salir a tomar algo estas noches. Pero, por fin, disponemos de un día libre para hacer lo que queramos. En estos tres días, Dave y yo nos hemos mantenido distantes, lo que me ha servido para estar atenta y realizar las excursiones tranquila. También me he dado cuenta de que Jess muestra mucho el interés hacia Dave. No desperdicia ninguna oportunidad para sentarse junto a él o preguntar cualquier estupidez con la excusa de hablarle.
Los compañeros proponen varias actividades para hacer hoy. Unos sugieren ir a la piscina; otros, un baño en la playa; algunos, un paseo por el parque natural donde estamos ubicados... Yo decido quedarme junto a mi inseparable Cristine, con el grupo que ha elegido la playa. Me apetece muchísimo introducirme en estas aguas turquesas que parecen extraídas del propio paraíso. Llevamos cinco días aquí y aún no me he mojado en este mar tan maravilloso, así que no voy a dejar que pase ni un día más.
—Venga, chicas, venid al parque. No seáis así, ya tendréis tiempo de playa por la tarde —dice Owen, que intenta convencernos para que vayamos con él al parque natural.
En estos tres días ha hecho muy buena amistad con nosotras, en especial con Cristine, ya que él es irlandés y, no sé por qué, a ella siempre le han llamado la atención los chicos de allí.
—Llevamos cinco días aquí. Quiero sentir estas aguas de una vez —digo alucinada observando el color del mar.
Es una pasada tenerlo tan cerca y la brisa huele, especial.
—¿Vienes tú, Cris? —le propone Owen, insistente.
—No, yo también quiero bañarme. Quédate con nosotras y, después de comer, vamos al parque.
Owen accede con mucho interés a las palabras de Cristine y se queda con nuestro grupo.
—Dave, ¿vas al parque ahora? —pregunta Owen con el tono elevado cuando ve aparecer a su amigo.
Él se acerca a nosotros. No puedo evitar mirarle. Está más guapo que nunca. Luce unos pantalones tejanos por encima de las rodillas que parecen hechos a medida para su cuerpo. Le quedan perfectos, a pesar de que es muy alto. Calculo que medirá alrededor de un metro noventa. Lleva un suéter de color turquesa que refuerza, todavía más, esos impresionantes ojos. Tengo que apartar la mirada. El imán ha regresado de nuevo y un nudo en mi estómago incrementa mi nerviosismo.
—Sí, marcharé ahora a la explicación que dan acerca de las mariposas y estaré por allí, ¿te espero para comer? —le dice sonriendo al ver cómo salpica con el agua a Cristine.
—Sí, ¿comemos juntos en el bar de la playa?
—Perfecto, más tarde nos vemos, entonces —responde Dave. Dirige su mirada hacia mí. Sabe que yo también comeré allí.
Un escalofrío recorre toda mi espina dorsal. Necesito despejarme y me dirijo hacia el mar. Me pierdo nadando en la espectacular agua, que pruebo al fin. Está deliciosa.
Siento algo de impaciencia cuando salgo de la ducha y me visto para ir al bar de la playa. La verdad es que me apetece mucho comer con ellos.
—¿Por qué te arreglas tanto, Catherine? —me dice Cristine, con voz traviesa—. ¿A quién vas a ver en la comida?
—¡No seas mala, Cris! —respondo sonriente—. Tú también deberías arreglarte. Owen no te quita el ojo de encima y ha ido a cambiarse. Seguramente querrá darle buena impresión a alguien, ¿no crees? —digo intentando vengarme de ella.
—Pues podría ser que fuese para su amiguito, que también iba muy arreglado —prosigue juguetona.
—Vale, no me pongas más nerviosa —respondo rindiéndome al recordar cómo iba vestido Dave.
—¿Nerviosa por qué? Solo vamos a comer. Cada día lo hacemos —me dice burlona.
—Sí, pero no los cuatro juntos como si fuésemos dos parejas —le digo sin poder controlar mis nervios.
—Cath, no te rajes ahora.
—No, pero es que estaba muy guapo hoy... —digo mirando al horizonte, recordando sus pantalones ajustados.
—¿Hoy? Es muy guapo. La verdad es que no entiendo cómo no tiene novia ni por qué no se lía con alguna de aquí. Pasa de todas. Posiblemente sea gay, ¿no crees? —dice con sinceridad.
—Gracias, Cris, me ayudas mucho, de verdad. ¡Venga, dúchate, que no quiero que nos esperen! —la riño.
Cristine me mira, sonríe y sale de la habitación sin comentar nada más.
Caminamos en dirección al bar de la playa. Cuando estamos llegando siento un cosquilleo en mi estómago. Estoy nerviosa. ¡Vamos a comer los cuatro juntos!
Desde esta distancia puedo observar que ya están sentados en la mesa esperando, pero con una sorpresa: Jess está allí también, sentada al lado de Dave. ¿Qué hace ella aquí?, ¿quién la ha invitado? Cristine me mira, también sorprendida al verla junto a ellos.
Ya no me apetece tanto la comida... respiro hondo y decido seguir con el plan que teníamos hasta ahora: comer.
Jess solo quiere captar la atención de su objetivo y lo deja muy claro, pero él no le hace mucho caso; creo que ni se da cuenta o lo disimula muy bien. Por momentos, no puedo ocultar que esta situación me está incomodando. Parece que esté aquí de aguantavelas.
Dave, por alguna extraña razón, parece divertido. Me mira con expresión analizadora. Creo que se ha percatado de mis pensamientos y, ahora, ha decidido ponerse un poco más agradable con Jess.
Pongo los ojos en blanco imaginativamente. Me levanto y me dirijo al bufé a por el segundo plato. No sé qué elegir. En realidad, no me apetece comer nada más.
—Te recomiendo la merluza, tiene muy buen aspecto —susurra una voz grave que proviene de detrás de mí.
Me giro y vuelven a acecharme otra vez esos ojos con electroimán. ¡Dios, cómo puede provocar esto en mí! Me enfado conmigo misma al ver la reacción que tiene mi cuerpo cuando él está cerca de mí.
—¿Sí?, ¿por qué no se lo recomiendas a tu pareja?
Vaya. «¿Y ahora estas palabras de dónde diablos han salido?».
—¿Me puedes explicar qué demonios te pasa? —pregunta mientras me gira, cogiéndome del brazo.
—¿A mí? Nada.
«Ya me gustaría saberlo...».
—Estoy intentando ser amable contigo.
Ahora parece molesto, pero también cariñoso.
—No hace falta que intentes nada conmigo, para eso ya tienes a tu pareja, ¿no crees? —Las palabras vuelven a salir por mi boca sin poderlas frenar, aunque, a medida que las voy pronunciando, me voy arrepintiendo de ello.
—Ella no es mi pareja... Y, la verdad, ¡no pretendo tener nunca pareja! —responde irritado, a la vez que coge un plato de merluza y regresa a la mesa con paso firme.
Esa respuesta me ha dejado paralizada. Sé que mis palabras han estado fuera de lugar, no sé que me pasa con él. Tiene una especie de influencia sobre mí y eso me cabrea más todavía. Regreso a la mesa con una mousse de limón en las manos. No me apetece nada más.
Acabo el postre. El resto de los compañeros no perciben la tensión que hay entre nosotros gracias a Jess, que no para de hablar y no ha dejado tiempo para el silencio; tampoco han visto las extrañas miradas que nos echábamos. Pero si no lo hacía él, entonces yo apartaba la mirada hacia otro lado.
Después de comer nos dirigimos al parque para reunirnos con el resto del grupo. No me ha gustado la forma en la que le he hablado, y por mi mente aparecen repetidas veces las palabras que han salido de su boca: «¡No pretendo tener nunca pareja!».
Me acerco a él, sigilosa.
—Dave, perdona. Me he portado como una estúpida en la comida, discúlpame —le digo en tono dulce.
—Yo también lo he sido en ocasiones contigo, también me disculpo. Estamos en paz —dice, mirándome a los ojos.
Le hago un gesto de agradecimiento; de nuevo, estoy atrapada ante su mirada.
—¡Eh, chicos! ¿Os venís al bosque? Dicen que allí se pueden observar unas vistas impresionantes desde el mirador. Nosotros vamos a verlas, ¿os animáis? Voy con Jon y Stephan —propone Ian eufórico.
—Yo no, estoy de relax. Me apetece más la playa y, además, ya he quedado con Cris.
La cara de Owen refleja enamoramiento. En la comida ha estado muy cariñoso con Cristine; es por ese motivo por el que no se han percatado de nuestra tensión.
—Sí, yo sí me apunto —respondo.
Owen y Cristine necesitan estar a solas. Seguro que esas vistas serán impresionantes y el paseo me vendrá bien.
—Yo también voy —se suma Dave.
—Pues yo no voy a quedarme sola, también iré a ver ese panorama —responde Jess sin quitar la mirada de su presa.
—Yo te enseño a ti las vistas que quieras —le dice bromeando Jon, que aparece por detrás.
—Seguro que las que me gustan a mí no podrías enseñármelas —le reprocha Jess.
—Ponme a prueba —insiste Jon.
Él es un chico moreno, muy alto, con los ojos de color marrón verdoso. Es corpulento y ha fijado su meta en Jess. Dice que toda persona superficial tiene un corazón muy blando y que él logrará conquistar el de Jess. Pero se olvida de una cosa: ella ya tiene otra meta diferente.
—Yo también me apunto. Pero, Stephan, ¿en serio vas a subir con esos zapatos? —le pregunta Zoe sonriendo.
Lleva unos zapatos marrones cerrados de piel, unos pantalones de pinzas y una camisa de flores.
—Perdona, con estos zapatos puedo hacerlo todo. Además, siempre puedo quitármelos. La culpa es de Ian. Habíamos quedado para comer, no para escalar —responde mirando a Ian con cara de incrédulo.
—¿Qué estás diciendo?, ¿escalar? Solo vamos de excursión a un mirador. Mira, Dave también lleva zapatos —dice Ian divertido.
—No, no. Estos no son zapatos reglados. Es calzado para la playa. —Dave sonríe.
—¿Para la playa? Bah, esto sí que es cómodo. —Ian señala hacia sus pies y nos enseña su calzado, de aspecto muy caro.
—Sí, es especial para la playa. Se pueden mojar y se adaptan a la perfección a la forma del pie —explica Dave como si fuese el mejor comercial de la marca.
—¿Te dan una comisión por cada uno que vendas? Haces una propaganda de ellos inmejorable —bromea Stephan a carcajadas.
—De verdad, son súper cómodos, aunque no tanto como los tuyos, que son de élite, ¿no, Ian?
—Veo que sabes cuáles son —dice mientras guiña un ojo a Dave. A los dos les fascina ir a la última moda y se nota.
—Bueno, bueno, mucha marquita, mucha adaptación, pero seguro
que os han costado el doble que a mí —dice Jon.
—Si solo fuese el doble... —contesta Jess dirigiéndose a su objetivo—. ¿Me puedo agarrar a ti en la excursión? Por si me resbalo, seguro que tus zapatos son mejores que los míos.
Dave le dice a Jess algo al oído. Decido agruparme con el resto de los compañeros. Son muy graciosos, en especial Stephan.
—¿A qué distancia está ese mirador? —le pregunto a Stephan.
—Pues creo que a media hora andando, ya estaremos llegando. ¿Estás cansada?
—No, era solo por saber.
—¿Media hora? No puede ser, eso es lo que llevamos caminando —dice Jon con aspecto preocupado.
—¡Qué dices! No ha hecho media hora... —replica Stephan.
Él siempre ha hecho caminatas muy extensas y este camino para él no es significativo.
Cuando llevamos algo más de una hora y cuarto andando, el sol se encamina para esconderse. Stephan señala un punto a lo lejos del camino y explica que allí se encuentra el espectacular mirador.
—Yo no puedo más, me quedo aquí —dice Jess. Le duelen los pies, ya que su calzado no es el adecuado.
—¿Quieres que me quede contigo a descansar? —le dice Jon ofreciéndose.
—No, sigamos, ya queda poco según Stephan.
Ella ignora a Jon y pasa por delante de él con desprecio. Su cara tiene aspecto de frustración. No entiendo cómo le trata de esta forma. Él es muy dulce y lo que hemos presenciado es molesto. Esta mujer no tiene piedad. Ya le vale. Miro a Jon y no puedo reprimir las ganas de acercarme para hablarle, tengo confianza con él para hacerlo.
—Jon, tú vales mucho. ¿Por qué no te fijas en alguien diferente? Jess es un poco repelente —le digo. A veces no puedo morderme la lengua.
—Cath, parece que no os lleváis muy bien, pero ella también tiene que tener corazón, aunque no lo parezca.
—Yo no digo que no lo tenga, pero podrías fijarte en alguien que te trate como te mereces.
—¿Y cómo sabes lo que me merezco? —me pregunta.
Su cara refleja resignación y desengaño.
—Jon, me caes genial. Simplemente quería aconsejarte porque no me ha gustado verte de esta forma, pero ¿quién soy yo para hacerlo? — digo.
¿Quién soy yo para dar consejos? También me he fijado en alguien que seguramente no me conviene.
—Cath, no digas tonterías. Te lo agradezco, de verdad, pero sabes que en el corazón no se manda —prosigue sincero, pellizcándome la mejilla con sus dos dedos.
Le miro con ternura, tiene toda la razón. Me aprieta el brazo con aprecio varias veces y se aleja. Ahora tengo la sensación de que es él quien está consolándome a mí.
Por fin llegamos al mirador.
¡El lugar es impresionante! Podemos observar desde aquí la infinita orilla del mar, que parece que no tenga fin. Es increíble. El cielo está formado por diferentes tonos de colores naranjas, amarillos, rosas, lilas, rojos, azules... Lo primero que viene a mi mente en este momento es Dave. Me vuelvo y, efectivamente, ahí están esos ojos que me derriten y que se encuentran con los míos. Mi energía se agita y hace que los latidos de mi corazón se aceleren mucho más. Puedo sentir cómo desaparecen mis compañeros, uno a uno, hasta que al final solo quedamos él y yo.
La brisa del mar se introduce a través de mis fosas nasales y puedo ver reflejado el color del mar en sus ojos. Su boca me habla sin moverse, me pide que la bese, pero mi cuerpo no obtiene respuesta. La única parte de mi organismo que tiene movilidad son mis dientes, que aprietan fuerte mi labio inferior.
—¡Chicos, no tengo palabras, me quedaría a vivir aquí!
Sin dejar de mirarnos, en ese instante, comprobamos que no estamos solos.
—Sí, yo también podría quedarme a vivir aquí —susurra Dave, con voz dulce, sin dejar de observarme.
Sus palabras salen suaves de sus labios carnosos, mientras recorre mi rostro con la mirada.
Su cuerpo comienza a moverse despacio y se mezcla con el resto de compañeros. Vuelvo la mirada hacia el mar dejándome acariciar por la dulce aura. Yo también quiero quedarme a vivir aquí. Nada de lo que podemos ver esta tarde, ningún color que exista puede ser descrito con palabras comparables a la belleza que conseguimos ver. Tengo el presentimiento de que en este momento todos nos sentimos en el paraíso. Seguro que quien lo describió algún día se había inspirado en este apasionante lugar. Seguimos petrificados durante algunos minutos.
—Deberíamos ir bajando ya poco a poco, comienza a atardecer —propone Jess, que, con los pies doloridos, no consigue disfrutar del lugar como lo hacemos el resto.
—Sí, vamos antes de que anochezca —dice Stephan con tono preocupado.
Mientras regresamos, observo cada detalle de este maravilloso lugar por si nunca más vuelvo a pasar por aquí: las diferentes tonalidades del color marrón que existe en la tierra que pisamos, las impresionantes hojas de los arbustos, tan perfectas y con un color radiante, los diferentes tipos de flores y las mariposas que revolotean por encima de ellas. Nunca he visto tanto colorido vivo junto.
Mis compañeros adelantan mi paso, pero yo no quiero perderme ningún detalle de esta belleza y de la sensación de libertad que me origina caminar en soledad por aquí.
Me doy cuenta de que me estoy distanciando demasiado y casi no logro ver a mis compañeros por el camino. Decido aligerar el paso, pero ahí me los encuentro: unos ojitos mirándome, unos ojitos pequeñitos, muy brillantes, y una nariz puntiaguda que se mueve muy rápido. No mide más de quince centímetros. Es un auténtico espectáculo en directo. Estoy excitada y emocionada.
—¡Cath! ¿Qué estás haciendo? —La voz grave de Dave hace que esa nariz desaparezca entre los arbustos de inmediato.
—¡¡Era un oso hormiguero!! ¡¡Un oso hormiguero muy pequeño!! Lo has asustado, ¿sabes? —digo molesta. Los ojos negros del osito se han intercambiado por el color azul de los ojos de Dave que, paralizados, observan mi cara de niña pequeña como si tuviese mi primer juguete nuevo, ese que llevaba todo un año esperando—. Se ha ido. Era precioso... —me quejo, resignada.
—Está anocheciendo, todos se han alejado y no sabemos volver. Deberíamos irnos —me dice con voz muy dulce.
Esas palabras hacen que regrese a la realidad. Miro hacia el cielo; su tono intenso ha bajado considerablemente y se está apagando. No, no quiero permanecer por la noche aquí.
—Tienes razón, vamos.
Pasamos por unos arbustos y Dave da un salto. En el mismo instante en que sus pies tocan el suelo, sale un papel de su bolsillo, escapando con el aire. Veo que se altera inexplicablemente al ver volar el papel. Se dirige hacia un acantilado que hay a nuestra derecha. Va detrás de la hoja con desespero y yo le sigo. Bajamos con excesiva rapidez para mí. A su paso va arrasando con toda rama que se interpone en nuestro camino. No comprendo su exasperación, y su velocidad tampoco; no puedo seguirle, es imposible. En un instante, el viento da un giro y el papel se eleva hacia mí, y me detengo. Al atrapar con ansiedad ese dichoso papel, la pierna de Dave atraviesa una de las ramas que él ha roto segundos antes. Veo como su carne se abre con un saliente puntiagudo de la rama y esta queda manchada de sangre. Se da media vuelta con el papel en la mano. Bajo desenfrenada, sin apenas aliento para ver su corte.
—¡Dave!, ¿estás bien? ¿A ver? ¡¡Te has cortado!! —digo en un tono muy alto y desesperado.
—No, tranquila, no ha sucedido nada —dice intentando tranquilizarme.
—¿Que no ha sucedido nada? He visto cómo se ha atravesado la rama en tu pierna, hay sangre en ella. Déjame verlo —insisto.
—¡He dicho que no! —gruñe.
No consigue refugiar su mal humor al responder. Pero yo no puedo aceptar un no como respuesta; lo he visto y tiro de su brazo obligándole con ello a enseñarme la pierna.
—¿Lo ves? No tengo nada —dice con aspecto preocupado.
—Pero, Dave, te he visto... He visto cómo te hacías el corte. —Las palabras salen quebradas de mi boca.
No tiene ningún rasguño en la pierna. Nada. Es incomprensible. Lo he visto, he visto cómo se abría la carne, la rama tiene sangre, maldita sea. Creo que estoy desvariando, esto es demasiado. Me derrumbo por unos segundos.
—Cath, estás cansada, te lo habrás imaginado. —Me rodea con sus brazos y me aprieta fuerte contra su pecho.
¿Qué me lo he imaginado?
Mis sentimientos se fusionan, me desplomo en sus brazos sin fuerzas y mis lágrimas comienzan a salir de mis ojos sin permiso.
—Por favor, Cath, no te pongas de esta forma, te lo suplico —me ruega al ver mi rostro.
Vuelve a abrazarme fuerte y respira hondo. Siento sus dedos acariciando mi espalda, intentando consolarme.
—Cath, mírame; confía en mí, por favor. Estoy bien, no ha sucedido nada. No te pongas así, por favor, no lo soporto —dice con voz suave clavando su mirada con fijeza en mis ojos a la vez que seca mis lágrimas con sus dedos pulgares. Lo hace cuidadosamente por mis párpados, sigue por las mejillas y acaba en mi boca, esta boca que dice en silencio que quiere ser besada por sus labios.
Dave no controla sus emociones, ni la situación, y observo como una lágrima fluye también por su rostro.
—¡Dave! ¿Por qué lloras?
Verle así me rompe el corazón, pero él no dice nada.
—¿Por qué lloras? —insisto sin comprender.
—Por nada —responde con resignación.
—Está bien, todo ha sido mi imaginación. Es mejor que volvamos,
ya que los dos estamos bien y no lloramos por nada —digo.
Me siento frustrada. No entiendo nada de lo que ha sucedido y él no puede darme ninguna explicación. Me giro y regreso al camino principal por donde íbamos andando.
Durante el resto del camino no nos dirigimos la palabra. Volvemos a encontrarnos con el grupo. No puedo quitarme de la mente la imagen del corte en la pierna de Dave. No puedo aceptar que haya sido mi imaginación, no puedo estar tan paranoica, «bueno, eso podría ser discutible».
Resoplo. Podría serlo. Me estoy comportando como jamás había hecho. Y esto que siento...
Mierda.
Intento no pensar más en el incidente y pasar página, aunque en lo más profundo de mi alma queda un pequeño resentimiento hacia él. No consigo desprenderme de la sensación de que me está engañando y eso es una de las cosas que no soporto, la mentira.

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