Capítulo 17: Detonar

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Capítulo 17!
Detonar

Quince minutos después, llegamos al restaurante. El taxista nos deja en la puerta. Mis ojos se van directos al edificio cuando Dave me abre la puerta para que baje. El lugar es impresionante, parece una masía. No, un palacio.
En la entrada nos encontramos con el portero, que lleva un traje impecable y tiene una presencia digna de la realeza. Dave se acerca a él, el portero saca de su bolsillo interior algo parecido a una tableta y nos abre la puerta para que podamos pasar. Parece que vayamos a entrar al Palacio Real. Nunca, en todos los años en que llevo viviendo en esta ciudad, he pasado por la puerta de este restaurante, si es que a este palacio se le puede llamar restaurante.
—¿Una mesa para dos a nombre del señor Nathan Dave Andrews? —pregunta el portero, megaeducado.
—¡Correcto!
—Síganme.
—¿Nathan?, ¿Andrews? —digo entre dientes sin poder ocultar ni un minuto más mi curiosidad y asombro.
—Sí. Es mi primer nombre y mi apellido, toda mi familia me llama Nathan. Pero en el curso he querido utilizar mi segundo nombre, Dave. En realidad, casi nadie me llama así, por no decir nadie.
—¡Me encanta Nathan! Y me gusta mucho cómo suena tu apellido, señor Andrews. Es la primera vez que escucho que te llaman así.
Me quedo anonadada con su apellido. Suena como un príncipe, mi príncipe. Sospecho que el lugar ayuda a que pueda imaginarme semejante tontería.
Veo la cara de mi conciencia: está negando con la cabeza y pone una mano sobre su frente. Le entrecierro los ojos mentalmente. Regreso a la realidad, aunque tengo que decir que dudo si lo es, el lugar es impresionante. Los techos son muy altos y de ellos cuelgan unas fantásticas lámparas que parecen que estuviesen hechas de diamantes. Estoy en un sueño... Ahora comprendo por qué este vestido.
—Pase, señorita Torres. —Dave pronuncia mi apellido sonriendo, y deja que pase yo primero, como todo un caballero en un reino, reforzado con el gesto de su mano.
—¡Muchas gracias! —digo sin poder apartar la mirada de sus ojos.
Estoy atontada solo de entrar en esta mansión. De repente, coge mi mano y la desliza por debajo de su brazo para poder acompañarme hasta la mesa. Sonrío.
Un camarero nos acompaña. No quiero llegar a nuestra mesa y no quiero que comience la comida para que nunca termine este momento. Los brazos de él, del señor Andrews, son el lugar donde quiero quedarme. Pasamos por varias mesas, todas ellas muy amplias y muy separadas las unas de las otras. Finalmente, llegamos a la nuestra. Retira una silla y me ayuda a que pueda sentarme en ella.
—Señorita Torres... —susurra mientras coloca la silla debajo de mi trasero.
—Gracias de nuevo, señor Nathan Andrews —digo, coqueta. Él asiente, complaciéndome.
—¿Desean la carta? —pregunta el camarero.
—Sí, por favor —responde Dave.
Cuando se aleja el camarero por fin, no puedo dejar de mirarlo. Estoy perpleja, su sonrisa hace que mi boca consiga abrirse para hablar.
—Dave, esto es increíble, en serio. Me siento en un sueño, ¿habías venido alguna vez? —digo, entusiasmada.
—Es una cadena de restaurantes muy importante, expandida por todo el mundo. No había venido a este ubicado en Barcelona, pero sí que he ido a otros en diferentes países.
—¿Y también has regalado un vestido y zapatos a tus acompañantes? —pregunto burlona.
—¡Cath, no digas tonterías! Eres la primera chica con la que voy a comer de esta forma.
—¿De esta forma? —pregunto, extrañada.
—Cath, miremos la carta.
—Está bien...
—Tenemos que pedir antes de que nos cierren la cocina —dice, y me guiña un ojo, divertido. Sonrío.
En la carta hay dos hojas para cada tipo de comida; parece un libro más que una carta. Pero, claro, si lo comparo con el lugar, la carta no puede ser menos. En ningún plato pone el precio. Es la primera vez que veo una carta como esta. Me extraño de ello y se lo comento.
—No pone los precios.
—Cath, ¿puedes comportarte?
—¿Qué pasa? No estoy acostumbrada a ver cartas sin precio.
—Vale, lo acepto, pero por lo que más quieras, ¿puedes elegir qué vas a comer y dejar de pensar en tonterías?
—¿Tonterías? Si vengo a comer aquí, tendré que saber su precio, ¿no? Es lo más lógico —susurro en voz baja, como el resto de los comensales.
—Quien viene a comer a este restaurante, ya sabe su precio —dice, atravesando mis pupilas con su seductora mirada—. Cath, ¿recuerdas mi reloj? —Frunzo el ceño. Y al ver que no respondo, prosigue—: Que puedo permitírmelo sin ningún tipo de problema.
Así que te pido que me hagas el honor de disfrutar de este lugar como lo estabas haciendo. Eso hará que yo también disfrute... — Las últimas palabras que salen de su boca son hechiceras para mí.
Muerdo mis labios y asiento.
—De acuerdo, ¿qué me recomiendas?
—¿Dejas que elija yo? —dice, seductor.
—¿Me gustará? —respondo, seducida, con una sonrisa.
—¡Espero! Después de nuestra convivencia en México, algo sé sobre tus gustos —prosigue con un brillo deslumbrante.
—Vale, acepto.
Me dejo llevar por la situación, por el lugar y por el día porque siento que estoy en un sueño y quiero disfrutarlo al máximo.
Se acerca el camarero a la mesa. Dave pide un vino del que ni siquiera conozco el nombre. Para comer ha elegido una ensalada que lleva queso de cabra; sabe que me gusta. Mmmm, está deliciosa. También una especie de bolas que no sé cómo se pronuncian. Nunca he probado ni he visto nada parecido a este plato, que tiene un sabor entre dulce y salado, pero con la ensalada los sabores son compatibles.
De segundo, ha optado por dos platos de una deliciosa carne que se deshace en el paladar, junto a una salsa que llega a todos los sentidos. Está todo exquisito. Lo felicito por su elección y se complace. Antes de que acabemos con el segundo plato, pide otra botella de este delicioso vino que se puede beber como agua. Gozoso.
Para el postre, ha elegido —¡cómo no!— un delicioso pastel de queso bañado con salsa de arándanos y unas briznas de chocolate caliente. Cada cucharada que me llevo a la boca es una nueva explosión de sabores. No sé el precio de los platos, pero reconozco que es digno de ser pagado. Cada mínimo detalle de este alucinante restaurante lo vale. Él toma de postre una especie de tiramisú de chocolate, creo que ha dicho que lleva leche de coco fresca por encima, espolvoreado con cacao en polvo. Me da a probar con su cucharilla. ¡Mmmm, Dios! Otra delicia para el paladar. Exquisito.
Cuando terminamos con el postre, disminuye la luz del salón hasta quedar un ambiente tenue. Acto seguido, escuchamos que suena música clásica. Algunas parejas que han terminado de comer deciden ir a la pista y dan comienzo a un suave baile. Dave inclina un poco su cuerpo hacia mí y su dedo pulgar roza mis labios con mucha delicadeza. Lo siento a cámara lenta y me estremezco.
—Tienes un poco de chocolate —dice, suave, mientras regresa con su cuerpo a su estado normal. Mete el mismo dedo en su boca y se relame.
¡Joder!
Me quedo inmóvil y con deseo. No consigo mediar palabra, solo trago saliva.
—¿Te apetece bailar?
—¿De verdad? —le digo, asombrada.
—Sí, de verdad —responde, cariñoso.
—¡Me encantaría!
—¡Pues vamos!
—Aún nos queda el vino. Además, ¿qué hacemos con nuestras
cosas? —digo, intentando controlar todo.
—Cath, no recogen hasta que empiezan a preparar las mesas para la cena. He tenido alguna reunión de trabajo en esta cadena de restaurantes y sé cómo funcionan. Puedes estar tranquila —dice, seguro.
—¿Reunión de trabajo?
—Eso he dicho —responde a la vez que se levanta y me tiende su mano para bailar.
Obviamente, es inviable que pueda decir que no.
Coloca su mano en mi baja espalda y la siento como si estuviese desnuda, aunque la tela del vestido es muy fina, eso sí. Me atrae hacia él y coloco mis manos en sus hombros. Bailamos pegados, sin conciliar palabra, sintiendo nuestros cuerpos y nuestras respiraciones. Han pasado un par de canciones. Deseo quedarme en este restaurante toda la tarde, toda la noche, el resto de mi vida. Estar a su lado es como permanecer en una fantasía donde solo estamos él y yo. Aunque se acabara el mundo, nosotros continuaríamos soñando. Él refleja la misma felicidad que yo. Finaliza la siguiente canción y nos acercamos a la mesa para seguir bebiendo de ese exquisito vino. Entre una mesa y otra hay bastantes metros de distancia. El resto están casi todas desocupadas, puesto que apenas quedan comensales en el restaurante. Nos quedamos cerca de la nuestra para poder seguir bebiendo mientras bailamos. El espacio que hay entre nosotros es cada vez más estrecho. El olor de su cuello me cautiva, es un olor que no se puede comparar con nada. Es su olor. Con cada canción puedo sentir que nuestros cuerpos están más cerca. Que se atraen con más presión.
—Cuando te he visto esta mañana, con ese suéter y los zapatos, solo pensaba en quitarte la ropa —susurra de repente en mi oído.
Siento un pinchazo en el pecho. Pero me dejo llevar.
—¿Y por qué no lo has hecho? Yo también he querido hacerlo cuando te he visto sin la camisa —digo en su oído.
—No me provoques, porque hoy no respondo, Cath. —Me mira y veo lujuria.
—Qué miedo.
Seguro que yo tengo la misma mirada. Nos estamos dejando llevar. De pronto, lleva sus dos manos a mi espalda y las siento contra mi piel, empujándome hacia su pecho. Mi respiración se agita. Tiene una fuerza que me vuelve loca. Pongo mis manos en sus tríceps y me aferro con fuerza a ellos. Su respiración está entrecortada y nuestras bocas muy cerca. Demasiado cerca. Recorre mi cara con su mirada, se detiene en mis labios, se acerca a ellos con decisión y me besa. Vuelve a presionarme contra su pecho, como si quisiese traspasarme mientras acaricia su lengua con la mía. Estoy delirando de placer. Llevo mis manos a su nuca y me engancho en su pelo. Siento cómo acomete su lengua contra la mía, volviendo los besos más agresivos.
—Dave, que no estamos solos —digo, avergonzada, mirando a nuestro alrededor.
Tengo los mofletes rojos como un tomate y no es por el vino. Siento algo duro en mi abdomen y mis partes íntimas también laten con fuerza.
—¡Vayámonos a casa! —Su mirada denota frenesí.
—Sí —respondo sin pararme a analizar nada. En este instante no quiero pensar.
Llama al camarero y le da su tarjeta sin mirar siquiera la cuenta. Le pide que avise a un taxi y él lo hace con mucho gusto. En poco más de cinco minutos estamos fuera del palacio. Dave me ha abierto cada puerta, sin dejar que el camarero lo hiciese. Solo le agradecía el gesto, pero se empeñaba en abrirme él la puerta. Me encanta cómo se comporta en este lugar.
—Buenas noches, señor y señora Andrews —se despide el portero.
—Buenas noches —le agradece Dave, sonriendo.
—Buenas noches —digo sin dejar de sonreír al escuchar llamarnos señor y señora Andrews.
Vuelve a besarme con deseo mientras me lleva a la entrada principal del restaurante, cogida por la cintura. Una vez allí, me gira de golpe y me besa con las mismas ganas que dentro. Su erección se clava de nuevo en mi abdomen. Escuchamos un coche acercándose, es el taxista. Nos separamos a regañadientes.
—Señora Andrews... —dice Dave mientras abre la puerta para que yo entre.
Entra al taxi por la otra puerta, dando la vuelta por detrás. No puedo dejar de sonreír. Me fascina que me llame así. En realidad, en este preciso momento, me siento así; me trata así, como su señora. Estoy en un sueño del que no quisiera despertar jamás. Tampoco quiero dejar que mi vocecita interior hable y pueda estropear este momento.
—¿Te ha gustado la comida? —pregunta.
Coge mi mano y acaricia con suavidad mi rostro.
—¡Ha sido inolvidable! —declaro.
Nos clavamos en la mirada. Su boca vuelve a acercarse a la mía y nuestros corazones parece que vayan a salirse. Quiero tocarlo por todas partes. Toco su pecho, tiene los dos botones de arriba de la camisa desabrochados, noto cómo su corazón se acelera por segundos. Esta situación se está volviendo incontrolable.
—Dave, no estamos solos, deja de besarme —le suplico susurrando en su oído a la vez que él me besa por todo el cuello.
—No quiero parar —me dice con voz ronca al oído.
—Dave... —insisto.
Se nos está yendo de las manos.
—Está bien.
Se aparta muy despacio y parece que volvemos a la realidad. Parece que el bombeo del corazón se escuche en alto. Nos quedamos callados hasta llegar a la puerta. Dave paga el taxi y nos dirigimos a mi piso con un poco de prisa.
Al entrar en el portal, espero que vuelva a besarme, pero no lo hace. Subimos por el ascensor y, aunque estoy deseando que se abalance sobre mí, tampoco lo hace. Llegamos a mi piso y dejo las llaves. Él se quita la impecable chaqueta y la deja en la silla.
Me dirijo a la cocina para beber un vaso de agua, tengo mucha sed.
—¿Quieres? —digo, y le ofrezco otro vaso.
—Yo sí, ¿y tú? —pregunta, mirándome fijo a los ojos como nunca me había mirado.
No sé qué responder. Sé a lo que se refiere, y claro que quiero tocarlo y besarlo con todas mis fuerzas, pero en estos pocos minutos que hemos tardado en subir a mi piso he podido volver a pensar en nuestro acuerdo y no quiero jugar con eso. No quiero estropearlo todo.
—Sí, pero ¿y el trato?
—Podemos hacer esto como una excepción. Nuestra firma de contrato —dice, seguro de sus palabras.
—¿Firma de contrato? Dave, ¿de verdad quieres hacerlo? — pregunto, temerosa.
—Cath, no quiero pensar, solo quiero besarte, tocarte, acariciarte, sentirte... ¿Tú quieres? —dice, sincero, aproximándose a mí.
Me estremezco de cuerpo entero.
—Sí, quiero.
Coge el vaso de agua que tengo en mis manos y bebe lo que queda en él. Se acerca despacio hacia mis labios y comenzamos de nuevo otra vez con el delicioso roce de nuestras lenguas. Mi cuerpo no puede contenerse ni un segundo más y el suyo lleva horas deseando dejar de hacerlo. Le saco la camisa de los pantalones y meto mis manos por debajo de ella. Amo este pecho, joder. Tocar su torso remueve todos mis órganos y, en especial, mi sexo. Mis manos se deslizan por su espalda mientras él va desabrochando cada uno de los botones de la camisa. Lo ayudo a que salga de su cuerpo tirando con suavidad de las mangas. Tiene los brazos duros como piedras y puedo notar que su miembro está del mismo modo.
Mis manos se dirigen directas a su cinturón. Lo desabrocho al compás que él va tocando mis pechos. Estoy muy excitada; sus manos dominan mi cuerpo y deseo que me toque por cada rincón. Logro desabrochar su pantalón y meto mi mano por debajo de sus calzoncillos. ¡Dios mío! Que duro está, lo puedo sentir todo con mis dedos, puedo ver cómo se excita en exceso con mi mano. La alejo de su miembro y se agacha para quitarme los zapatos. A medida que va ascendiendo por mi cuerpo, desliza con sus dedos mi vestido hacia arriba, me lo quita lentamente y me deja en sujetador, tanga y liguero. Por la expresión de su rostro, confirmo que no se esperaba este liguero.
—¡Joder, Cath, qué ganas tengo! —dice, desesperado.
—¡Pues hazlo!
Me coge en brazos y me lleva a la habitación. Allí me tira sobre la cama y se quita los pantalones, los calzoncillos y los calcetines, sin haberme dado cuenta de cómo lo ha hecho. Estoy excitada, quiero más. Se pone encima de mí y me roza con la yema de sus dedos por encima del tanga. No resisto más, quiero sentirlo dentro de mi cuerpo.
—Dave... —gimo su nombre.
Él continúa por encima del tanga, pero baja su cabeza hasta mi sexo y prosigue con sus labios. Aparta el tanga muy despacio y juguetea con su lengua por mi clítoris que se hincha por segundos.
Por. Dios. Santo.
—Dave, para, que no aguanto... —digo, excitada, mirándolo con el placer en mis ojos.
Se abalanza sobre mí y me quita de golpe y con agresividad el sujetador, el tanga y las medias. De nuevo, sus movimientos han sido muy rápidos. Vuelve a lanzarse encima de mí y sus ojos se clavan en los míos. Creo que estoy temblando, separo mis piernas para darle acceso y, sin dejar de mirarme a los ojos, me penetra muy despacio con su enorme pene, que me hace sentir jodidamente prieta. No puedo dejar de gemir, es mi dios, me lleva a otra dimensión mientras me embiste sin parar de besarme. No deja de mover sus caderas con unos maravillosos movimientos, que noto en profundidad ya que aferro mis dedos a sus glúteos. Nuestras lenguas están revolucionadas al compás de la penetración. Me empuja una y otra vez, cada vez con más fuerza, y no aguanto más. No soporto tanta fogosidad; mi cuerpo se tensa. Me clavo en sus ojos y le digo con la mirada que no puedo más, acelera el ritmo y tengo un orgasmo que me hace gemir sin aliento, con los ojos humedecidos por la excitación. Él se aparta de golpe para no hacerlo también dentro de mí y llega al clímax sin poder quitarme el ojo de encima.
Se tiende a mi lado, coloca su brazo por debajo de mi cabeza y me besa. Ahora lo hace con mucha suavidad, con ternura. Estoy loca por este hombre, lo prometo. Creo que ahora soy consciente de lo pilladísima que estoy por él, y no quiero que esta noche acabe jamás.
Después de ir al baño y asearnos, volvemos a tumbarnos. Nos besamos con suavidad, acariciándonos. Me siento en una nube de la que nunca quisiera bajar, pero mis ojos se rinden a tantas emociones.
—Me voy a la habitación a descansar —me dice, suave, besando mi párpado.
—No, no te vayas, Nathan —le suplico.
—Cath, no hagas esto, tengo que irme. Te estás quedando dormida —responde, inseguro.
—No, no quiero que te vayas... —Enredo mis dedos con delicadeza por su pelo y acaricio su nuca.
—Catherine, por favor, no puedo dormir contigo, ya lo sabes. —Inspira hondo— ¿Ves como no puedo tener una vida normal?
Mi corazón da un vuelco. No. No quiero que se vaya el señor Andrews con el que he estado hoy, pero el Dave de siempre parece haber vuelto, lo presiento.
—Dave, por lo que más quieras, no digas nada que arruine esta noche.
—¿Que no diga el qué, Cath?, ¿la verdad?, ¿que no puedo tener una vida normal como el resto de las personas?, ¿que no puedo quedarme a dormir contigo porque te mataría?, ¿que pasarán los años y no moriré, mientras que todos iréis envejeciendo? —dice con tristeza en su alma.
Mis ojos se humedecen y mi labio comienza a temblar. Todo el día ha sido un sueño, pero ya pasan las doce de la noche y el día de cuento ha finalizado.
—Cath, joder, perdóname. Lo siento. —Besa mis mejillas arrepentido de sus palabras—. Me siento impotente por no poder darte lo que te mereces —prosigue.
No alcanzo a hablar. Si pronuncio una sola palabra, mis lágrimas comenzarán a brotar por mi rostro sin que logre pararlas. Pero realmente quiero gritarle. ¿Qué quiere decir con que no me puede dar lo que yo merezco? Yo no quiero nada más que estar en sus brazos, no quiero nada más que lo que me ha dado hoy. Maldita sea. Todo ha sido demasiado, habría tenido suficiente con quedarnos en el sofá comiendo pizza junto a su pecho. Pero mi boca no puede moverse para pronunciar nada, no tengo energía para hacerlo, estoy paralizada.
Se queda durante unos minutos junto a mí, tumbado a mi lado, sin decir nada más. Acaricia mi pelo y mi rostro con delicadeza. Sus
caricias consiguen tranquilizarme y, antes de que me quede dormida, se despide.
—Buenas noches, pequeña. Hasta mañana —pronuncia cariñoso.
—Buenas noches, Andrews.
Sale de la habitación y a los segundos escucho cómo coge una silla del comedor, supongo que para encajarla en la puerta para que no pueda entrar.

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