Capítulo 16: Emerger

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Capítulo 16!
Emerger

Abro los ojos, el sonido de la puerta al cerrarse me ha despertado. Recuerdo que no estoy sola. Frunzo el ceño. Pienso en la posibilidad de que Dave se haya ido sin despedirse, pero ¿cómo se va a ir si compró los billetes para los dos? Aunque lo cierto es que no los llegué a ver. Antes de que mi imaginación continúe con las películas, oigo el sonido de unas copas.
Así que el ruido no ha sido porque se haya ido, lo que significa que ha venido. Me levanto, pero paso primero por el baño para lavarme la cara. En pocos minutos estoy en el comedor. Veo que está en la cocina fregando todos los utensilios que utilizamos la noche anterior para la cena.
Chasco la lengua.
—Dave —pronuncio su nombre, quejica.
—Buenos días —dice sonriendo.
—Bon dia —le digo mientras se acerca y me da un beso en el pómulo. Joder, vaya beso más dulce me acaba de dar. Y, para colmo, huele maravillosamente bien—. Déjame que te ayude.
—Ya acabo, solo quedan los platos.
Me vuelvo y veo que el sofá está lleno de bolsas. ¿Qué habrá dentro de ellas? Estoy intrigada, pero reprimo mis ganas de ir a atisbar y le pregunto.
—¿Qué son todas esas bolsas? —Las señalo.
—Espera, a ver si te gusta. —Aclara el último plato con rapidez y seca sus manos en el paño de cocina a gran velocidad.
—¿Has dormido bien?
—¿Bien? ¡De lujo! Llevo casi tres horas despierto y hasta he ido a comprar para no despertarte —responde, eufórico.
—¿Qué te has comprado? ¡Cuántas bolsas! ¿Dónde has ido? —pregunto con emoción.
—Nada más salir he preguntado en la tienda de flores de la siguiente calle a la chica que trabaja allí. Ha sido muy amable y me ha guiado hasta las tiendas.
—A ver, enséñame mientras hago café.
—¡No, no hace falta! Como sé que te gusta el zumo natural he comprado desayuno: zumo de naranja natural y cruasanes de diferentes sabores, tu desayuno preferido —dice recordando algún desayuno en México.
Me quedo boquiabierta. Este hombre parece perfecto, ¿no tiene defecto alguno...? Bueno, en realidad eso no es del todo cierto. Pero hoy me parece el mejor despertar de toda mi vida aquí.
Por un lado, me gustaría quedarme en Barcelona con él y no regresar a México.
«¡Despierta, Catherine!».
—Desayunamos y después te enseño lo que he comprado —me dice, ilusionado.
—De acuerdo.
Comemos en la barra de la cocina, uno frente al otro. Me explica toda la aventura que experimentó para llegar a saber dónde vivía y cómo me encontró. Había estado horas andando y yo le di el peor recibimiento. Ahora me siento culpable por ello. Sigue explicándome que se fue de improviso; no pudo traerse equipaje, nada más que ropa interior, por lo que ha tenido que ir de compras.
Acabamos de desayunar, y de que él friegue los platos a la fuerza, ya que se ha negado por completo a que yo lo haga y me ha obligado a quedarme sentada.
Abre la primera bolsa, me muestra el atuendo que se ha comprado y lo saca con suavidad. Una camisa blanca, impoluta. Solo con mirarla se puede oler a suavidad, calidez y, por supuesto, su precio elevado. Es de una tienda que, por el aspecto de las bolsas, debe de ser costosa, pero no reconozco la marca, nunca la he visto.
Sigue con los pantalones. Me encantan, son increíbles, son como si estuviesen hechos exclusivamente para él. El color es de un gris azulado que parece negro en la distancia, pero si los observas en la cercanía puedes distinguir los colores. En la parte inferior se estrechan, tal y como a mí me gustan. Para finalizar, una americana a juego con los pantalones y, para rematar, una corbata azulada que te lleva a recordar que no existe color azul que pueda igualar la belleza de sus ojos. Por un instante, siento celos de la dependienta. Imagino su rostro, boquiabierta, al ver entrar a Dave en la tienda y poder comparar el azul de la corbata con el azul de sus ojos, que hipnotiza a cualquiera que los mire.
Coge otra bolsa; no logro concentrarme. No soy capaz de enmascarar cómo me siento al imaginarme cómo estaría con su torso desnudo poniéndose toda esta ropa. De repente, se gira hacia mí y me ofrece una de las bolsas.
—Toma, esta es para ti —dice, cariñoso.
—¿Para mí? Dave, no tenías...
—¡Ábrela! Venga, me hace mucha ilusión —confiesa con entusiasmo.
No digo nada más y me limito a abrir mi regalo. Desenvuelvo el papel con mucho cuidado, no tengo ni idea de lo que puede ser. Y cuando lo veo no consigo mediar palabra. ¡Dios! Es espectacular, es un vestido negro impresionante con zonas de color plata. Como si lo hubiese hecho el mejor diseñador del mundo para una gran ocasión especial. Tengo que tragar saliva para poder seguir respirando, pues siento un nudo en la garganta. Parece que estamos preparándonos para ir a una boda real o una importante gala. Sin conseguir reaccionar todavía, veo que coge otra bolsa y me la entrega.
—¡Dave! No puede ser.
Asiente. Su cara suplica que no diga algo desagradable. Me limito a abrir la bolsa sin pestañear.
—¡Dios mío! ¡Son preciosos! —digo en voz alta al ver los alucinantes zapatos.
Son negros con un leve decorado plata en la parte del tobillo, a juego con el vestido. El tacón es de aguja. ¡Son para ponerlos en un aparador de museo, no para utilizarlos!
—Sé que te gusta este estilo de zapatos, te he visto con algunos parecidos y sabía tu número. No he podido resistirme —explica con entusiasmo. Las lágrimas se escapan por mis ojos de la emoción —. Cath, por favor. Esta no es la forma en la que esperaba que reaccionases. Oye, no llores, pequeña —dice, preocupado, acercándose a mí.
—Dave, de verdad, no puedes hacer esto. Lo digo en serio. Solo tengo ganas de besarte —digo con la boca pequeña, un pensamiento.
—Pues hazlo.
—No digo en las mejillas... —aclaro, avergonzada de mis palabras.
—¡Pues hazlo! —repite a la vez que se aproxima más, muy despacio. Me toma por las mejillas con las dos manos.
—Dave... —susurro.
Pone su dedo índice en mis labios y los silencia. Se acerca despacio a mi boca y soy incapaz de hacer nada más que dejarme llevar. Sus dulces labios se acercan a los míos y me besa. Vuelvo a rendirme al baile que hacen nuestras lenguas, es pura energía para mí. Su sabor es único. Su barba tupida de cinco días es calidez para mi rostro. La toco y creo que no podré parar nunca. Me atrae hacia él y pongo mi mano sobre su pecho. Madre mía, tengo mucho calor y el corazón me martillea con fuerza. ¿Qué estamos haciendo? ¿Esto es ser solo amigos? Mis pensamientos detienen mi excitación y aparto mis labios de los suyos.
—Lo siento —se disculpa de inmediato.
—No ha sido tu culpa, ha sido mía —digo, sincera.
—He sido yo el que me he acercado.
—Yo te lo he pedido.
—¿Te gustan?
—¿El vestido y los zapatos? —pregunto, confusa.
—Sí, el vestido y los zapatos —aclara.
—¡Me encantan! ¡Son impresionantes! Para ir de boda o a un evento especial —respondo, alucinada, mirándolos.
—Son para ir a comer.
—¿A comer? —repito, perpleja.
—Sí, ya te lo dije ayer.
—Pero Dave...
—¿Qué? Me hacía mucha ilusión traerte un regalo, Cath —dice, inocente.
—Pero ¿para qué te gastas tanto dinero?
—No sabes lo que cuestan —dice, rufián.
—No quiero saberlo.
—Mejor.
Sonríe con esos dientes tan blancos que hacen que me detenga en su boca de nuevo.
Aparto la mirada.
—Dave, ¡estás loco!
Niego con la cabeza y contemplo las prendas. —Estoy feliz, muy feliz. ¿Tú no?
—Sí, pero esto es demasiado.
—¿Demasiado para qué?
—Para todo, Dave; no es normal. Mira el vestido, ¿para comer? ¿En serio?
—Es uno de los mejores días de mi vida, creo que me he quedado corto. No me hagas salir a comprar otra vez.
¿Lo está diciendo en serio? Su cara refleja que sí, que lo está diciendo completamente en serio.
—Creo que esto es excesivo... —Miro el vestido, que seguro me pondré solo una vez.
Veo la frustración reflejada en su rostro. Inspiro hondo. Sé que lo ha hecho con el corazón, ese corazón que no entiendo cómo le cabe en el cuerpo. Cada minuto que paso junto a él aprecio más su inocencia. Cuando está conmigo, sale el niño que lleva dentro.
—Dave, lo siento. ¡El vestido me encanta! Es el mejor del mundo y tienes un gusto impresionante. Venga, va. Me lo voy a probar, ¿te parece? —digo, animada.
—Como quieras.
Sigue serio. Maldita sea, no quiero verlo así, me parte el alma. Me acerco a él, mis manos tocan su pecho y su mirada me vuelve a paralizar. Es que el maldito huele superbién, ahora puedo hacerlo con más tiempo ya que me he colgado a su cuello y tengo la nariz debajo de su oreja.
—Es el mejor regalo de mi vida. Te prometo que nunca más me alejaré de ti sin hablar —le susurro al oído.
De inmediato, siento sus brazos que aprietan mi espalda. Me rodea con fuerza a la vez que con dulzura. Puedo notar cómo nuestros corazones bailan juntos, al mismo son. Nuestros cuerpos parecen uno cuando se tocan con fuerza y ellos lo confirman.
—Voy a probármelo. Ahora regreso —le digo con doscientos mil latidos por segundo en mi pecho y excitación por todo mi cuerpo.
Voy hacia mi habitación con el vestido y los zapatos. Estoy muy nerviosa, como una niña con su primer vestido de graduación. Subo la hermosa tela por los pies y la acompaño hacia los hombros. Al recorrer mi piel me hace sentir especial. Me recojo el pelo en un moño suelto, abro el armario para poder verme frente al espejo que tengo dentro de él. El tiempo se detiene y creo que mi corazón también. No consigo abrir la boca, no puedo ni pestañear. Este vestido hace preciosa a cualquier mujer que lo lleve puesto. La tela se adapta al cuerpo y parece hecho a mi medida. Es ceñido, pero sin ser demasiado ajustado. Deja apreciar cada curva de mi cuerpo, que está más realzada gracias a los doce centímetros de tacón de estos impresionantes zapatos. No sé si salir o dejar la sorpresa para la comida. No quiero salir, no quiero que me vea todavía. Decido dejar la sorpresa para más tarde y me cambio.
Salgo de la habitación con un suéter gris de rayas que parece un playero y con los zapatos puestos.
Dave me mira, pero no dice nada. Parece nervioso, pues traga saliva y clava su mirada acerada en mí.
—¿Sabes qué? El vestido lo dejo como sorpresa para la comida, me lo he probado y me queda genial. Has dado con la talla. —Le guiño un ojo. Dave no dice nada, solo mira mis piernas de arriba abajo y vuelve a mirarlas—. ¿Qué?, ¿qué sucede? —pregunto, ignorante. Bajo la mirada y me doy cuenta de que este suéter parece que es un poquito corto, más todavía gracias a estos doce centímetros. Noto cómo mis mofletes se sonrojan—. Bueno, voy a cambiarme.
—Sí, será mejor —responde inquieto mientras se vuelve, exaltado.
Regreso a mi habitación y me pongo unas zapatillas y unos pantalones cortos. El corazón me late muy deprisa, deseo a ese hombre con fervor, y su mirada observando mis piernas sin poder apartar la vista me ha confirmado que él a mí también. Intento tranquilizarme un poco y regreso al comedor.
—Así mejor. —Suelta, seco, sin poder retener sus palabras, y recorre de nuevo mis piernas de arriba abajo.
—Gracias —digo. Mi voz ha sonado algo pícara—. ¿Tienes pensado dónde vamos a comer?
—Sí, ya he localizado el restaurante donde quiero llevarte, pero tendré que llamar primero, ya es casi la una —dice, alarmado, mirando su increíble y caro reloj.
—Vale.
Marca el teléfono para llamar. Cojo papel y un bolígrafo para escribir todas las cosas que me tengo que volver a llevar a México. Con tanto embrollo no he tenido tiempo de pensar que mañana vuelvo otra vez al paraíso y debo hacer mi maleta de nuevo.
—¿A las tres y media?, ¿es la única hora que tiene? ¿No podría mirar si disponen de una mesa antes? Solo somos dos —dice, preocupado. Tapa el altavoz del teléfono para que no lo pueda escuchar la persona que está al otro lado—. Cath, solo tienen mesa para las tres y media, es la última hora.
—Dave, por mí está bien; he de ducharme, peinarme, vestirme, pintarme... —digo sin pausa, para quitarle presión. No tenemos prisa.
Su rostro permuta de preocupación a tranquilidad de inmediato. Y me he dado cuenta de algo: su español es perfecto. Nosotros siempre hablamos en inglés y me ha parecido extraño escucharlo con tanta fluidez. No sé dónde ni cuándo lo habrá aprendido, pero me encanta cómo pronuncia cada palabra.
—Vale, apúntenos para las tres y media, a nombre de Nathan Dave Andrews. Sí, espero.
Me quedo petrificada al escuchar su supuesto nombre y apellido salir de sus labios y también estoy embelesada al escucharlo pronunciarlos. Después, no sé qué más ha dicho por teléfono, porque me he quedado fascinada y he perdido el sentido.
—¿Quieres ducharte tú o me ducho yo primero? —me pregunta y vuelve a tapar el teléfono con su mano.
—¿Qué? —repito sin poder reaccionar.
—Que si prefieres ducharte tú primero y, mientras me ducho yo, acabas de arreglarte —sugiere.
Aparece en mi mente la maleta. Me da un vuelco el corazón. No tengo nada preparado y mañana salimos.
—No, dúchate tú primero y preparo mi equipaje para mañana. Si estás de acuerdo... —respondo sin poder pensar en nada más que en mi maleta y en su apellido.
—Como quieras. Entonces, me ducho yo primero —dice, caminando hacia el baño con el teléfono en la oreja.
—Vale, avísame cuando salgas —susurro.
Me guiña un ojo y mis latidos vuelven a incrementarse. Pensar que va a estar desnudo en mi ducha me pone nerviosa. Madre mía.
Imagino cómo se verá su cuerpo mojado cuando salga de la ducha y me sonrojo al pensar lo mucho que me gusta la idea. ¡Mierda, la toalla! Me aproximo con cautela y llamo dos veces a la puerta del baño. Toc, toc. Él abre.
—En este armario hay toallas, coge la que quieras. —Señalo hacia el armario de la pared.
Mi ritmo cardíaco se acelera todavía más. Estar cerca de él cuando sé que se va a quitar la ropa me está desquiciando.
—Perfecto, muchas gracias. No tardo. —Vuelve a guiñarme un ojo y cierra la puerta—. Sí, estoy aquí. Vale, muy bien, entonces a las tres y media estaremos allí —continúa diciendo.
Me dirijo hacia la habitación, algo alterada. No puedo desear de esta manera a ese hombre, me atrae de forma magnética y, para colmo, está desnudo a pocos metros de mí. Voy a la cocina y bebo un vaso de agua fría para refrescarme. Regreso a mi habitación y preparo el equipaje.
Apenas han pasado quince minutos y noto que el agua de la ducha ha dejado de caer. Poco rato después, la puerta del baño se abre.
—Ya estoy, Cath, ya puedes ducharte —dice en voz alta.
—Vale, ahora voy.
Sí, eso es lo que necesito, una ducha, pero con agua fría. Acabo
mi equipaje y voy al baño, que huele a jabón con esencia de Dave. Mmm, no sé si saldré de aquí.
La ducha me ha sentado excelente. Miro el reloj al salir; son las dos pasadas, aún tengo tiempo para maquillarme y acabar de arreglarme.
Estoy casi preparada, solo me falta vestirme, pero decido salir un momento con una camisola puesta a preguntarle a qué hora tiene pensado que nos vayamos.
Dave está en la barra de la cocina sentado, escribiendo en el portátil con entusiasmo. Pero mi vista se dirige hacia otro lado cuando me aproximo. No me lo puedo creer. No controlo la fuerza
arrolladora que sube desde mi estómago hasta mi pecho y me irrito por segundos sin poderme dominar.
—¿En serio? —le digo, severa.
—¿Qué? —me mira incrédulo.
—¿Qué haces? —pregunto con cara de profesora mala.
—Aprovechando el tiempo, trabajando... —dice con expresión de asombro y duda.
No entiende mi pregunta.
—¿Y la camisa? —digo molesta. La vista se me va a sus abdominales perfectamente marcados.
—No quiero que se arrugue antes de tiempo —responde, y sonríe al saber el motivo de mi irritación.
—Bueno, voy a vestirme, no quiero que se nos haga tarde. —No consigo disimular que me fastidia verlo así. ¡¡Dios!! Vaya abdominales tiene, joder, y los pone frente a mí, aquí, en mi casa, sin camisa, solos él y yo.
—Perfecto... —dice suave mientras me alejo.
Me dirijo al baño, para acabar de prepararme. Me miro al espejo, y veo mi cara de enfado. Pero ¿cómo quiere que seamos solo amigos si no dejamos de besarnos y se pone en pelotas? Joder. Mi reflejo se ríe y yo niego con la cabeza. Cojo mi móvil y pongo música mientras finalizo con los retoques de maquillaje.
Termino de vestirme y salgo al comedor. Dave ya está vestido. Bueno, en realidad, ya se ha puesto la camisa, menos mal. Está guapísimo, impresionante. Mi semblante manifiesta mis pensamientos; no puedo dejar de mirarlo con una sonrisa en los labios.
—¡Estás espectacular, Catherine! —dice mirándome con fijeza.
Sus ojos se han iluminado. Parece asombrado al ver este vestido abrazando mi cuerpo. Así es como me siento dentro de él.
—Tú también lo estás, Dave —digo, suave. Nos miramos durante un instante como si ya no importase nada ni nadie más.
—No tengo palabras para describir cómo estás, te lo juro... — Se acerca a mí, muy despacio.
—Dave... —Le suplico con la mirada que no dé ni un paso más porque veo cómo me mira y no sé si será capaz de conseguir controlarse. Sus pupilas se han dilatado y el color de sus ojos se ha vuelto más potente gracias al azul de la corbata. Como se acerque más, no vamos a evitar besarnos, se lo veo en la mirada. Pero antes de que llegue hasta mí, las palabras llenas de alarma salen de mis labios—: ¡Vamos a llegar tarde!
—Sí, ya es tarde, he llamado un taxi. Estará en la puerta. Vamos. —Mira su reloj.
Al salir a la calle, el taxi ya está esperándonos. Doy gracias al taxista por ser tan puntual, porque no me veía capaz de estar ni un minuto más a solas con él en mi piso sin juntar nuestros labios. Subimos al taxi y Dave le dice la dirección exacta. No recuerdo que esa calle estuviese en el mapa de la ciudad, pero he de decir que soy muy mala recordando direcciones. Contemplo el paisaje por la ventanilla. Dave acerca su mano a la mía y entrelaza nuestros dedos. Lo miro y me prometo a mí misma que nunca dejaré de ser su amiga, aunque eso suponga no poder ser su pareja. Estoy dispuesta a ello, lo que siento a su lado es la mejor energía que he sentido nunca. Es tranquilidad, paz, protección y amor. Solo consigo manifestar una leve sonrisa en mis labios; él me aprieta la mano, confirmándome su bienestar.

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