Era sábado, y eran las ocho de la mañana, debería estar durmiendo pero soy una chica productiva.
Los sábados trabajaba en una tienda de cd's y discos. Queda a unos veinte minutos y digamos que si o si tenía que levantarme a esta hora para entrar a tiempo.
Otro día lluvioso, a veces me lamento de haber venido a vivir a Inglaterra, los días son demasiados lluviosos de vez en cuando. Mí paraguas era mi mejor amigo.
– You can't do it by yours… – veo interrumpido mi canto por mí padre.
– Oh, whatever tears you apart – me señala con los dos dedos índices.
– Don't let it break your heart – termino la frase.
– Una de mis favoritas hija – suelta mi padre.
– Yo igual – expreso mientras me sirvió mí café.
– ¿Ya te vas? – me pregunta.
– Si, ya tengo que salir porque no quiero llegar tarde – mi café en mano y abrigada hasta el tuétano.
– ¿Quieres que te lleve? – me pregunta otra vez.
– Si puedes estaría genial –
– Vamos, sino te vas a mojar – agarra las llaves del auto para luego ir al garaje.
Y así fue como me ahorré el trabajo de viajar en el bus, hay días que me desagradaba, pero era una forma de independizarme como decía mi madre.
– Llegamos – avisa mi padre sacándome de mis pensamientos.
– Muchas gracias – le doy un beso en la mejilla para poder bajarme.
Corro los pocos metros que me quedan para entrar a la tienda, ya que todavía estaba lloviendo como loco.
– Hola Troy – saludo a mi compañero de trabajo.
– ¿Qué onda Ophe? – se acerca a saludarme.
Iba a decir algo pero fuimos interrumpidos por la campanilla de la puerta. Que eso avisaba que un nuevo cliente había llegado.
– Yo voy – le aviso a Troy.
Me acerco al cliente y me doy cuenta de que era Theodore, que estaba mirando un disco de los Beatles.
Me aclaro la garganta para que se de cuenta que estaba a su lado. Como respuesta recibo una mirada sin importancia.
– ¿Vas a llevar ese? – pregunto tímidamente.
No respondió y siguió mirando los otros.
– Ese es el de la vieja edición – aviso señalándolo.
– No te pregunté – Ah bueno, nos levantamos de buen humor.
– Cuando tengas lo que quieras, llévalo a la caja – le señalo hacia donde estaba Troy atendiendo.
Tampoco respondió, y ni esperé a que lo hiciera, sabía que seguía siendo igual que de chico.
– ¿Cómo fué? – me pregunta mi compañero.
– De maravilla – lo dije con sarcasmo obviamente.
Él negó la cabeza, porque sabía cómo era.
– Éste – me sobresalto al escucharlo.
– Serían trein… – no tuve tiempo a contestarle porque me había dejado el dinero en la mesada y se estaba yendo de la tienda.
– Que rápido – alzó las cejas Troy.
– Como sea – agarro la plata y la guardo en la caja.
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Si existiera otro universo
RomanceDías de otoño, noches oscuras, cafés, árboles, vistas y estrellas. Palabras que son difíciles de congeniar, pero no imposibles. También suena raro decir que observando se puede llegar a descifrar a alguien. Ophelia y Theodore eran la prueba exacta...