Q U I N C E

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Hoy íbamos a ir al hospital, que de hecho, yo ya tendría que haber salido porque no iba a llegar a tiempo.

Aunque por suerte mi padre decidió llevarme hasta allí, así me ahorraba el viaje.

– Estoy emocionado por tí – me dice mi padre.

– Muchas gracias pa – le sonrío.

Cuando llegamos él me detuvo.

– Esta noche iremos a comer a la casa de Peter a cenar – Peter era el papá de Harvey.

– Oh, bueno –

– Seguro los pasamos a buscar a los dos al hospital –

– Por mí está bien – me bajo del auto – Nos vemos –

– Cuídate hija – me saluda.

Una vez que llegué a donde estaban todos los chicos, nos organizamos de quienes nos iban a acompañar. También nos maquillamos un poco la cara para que parezca más gracioso.

Con las cosas que tenemos para ellos estoy segura que se van a alegrar. Yo era la primera que arrancaba en los lados de los niños que tenían cáncer.

– Me dijeron que por acá hay una niña muy especial, ¿Puede ser? – me acerco hacia una camilla.

– Hola – saluda tímidamente.

Pobrecita, tan chiquita y así.

– ¿Cómo te llamas? – me siento a su lado.

– Acsa –

– Oh, pero que hermoso nombre – estiro mi mano en forma de saludo – Yo soy Ophelia –

– El tuyo también es bonito – dice.

– No tanto como el tuyo – le toco la punta de la nariz con mi dedo índice.

Saco un regalo de la bolsa para darle.

– Esto es para ti – se lo extiendo.

– ¡Gracias!  – su cara se ilumina.

–  De nada – sonrío.

Me estaba por levantar pero ella me detiene.

– ¿Puedo contarte algo? –

Asiento.

– Cuando me enteré que tenía cáncer me sentí muy mal porque sabía que no podía vivir como antes. Hasta que un día estar aquí se volvió agradable porque conocí niñas que tenían lo mismo que yo –

– Eso...– me interrumpe.

– Gracias por venir a tomarte el tiempo de hacernos sonreír – casi se me cae una lágrima.

– Es un placer pequeña – la abrazo – Ahora me toca ir a otra sala, pero vendré a verte, ¿Si? –

– Claro –

Me saluda con su manito llena de cables. Sabía lo que se sentía estar así.

Cuando crucé la puerta me vino un mareo fuerte, sentí como que se me hubieran puesto kilos de algo fuerte en la cabeza.

Traté de agarrarme de la pared pero no llegué, así que opté por sentarme en el suelo.

La respiración se me había acelerado y estaba transpirando. Mis manos estaban frías y sentía que no me circulaba el aire.

– ¿Te encuentras bien? – Rose se agachó a dónde yo estaba.

– N…no puedo respirar – digo a duras penas.

Si existiera otro universo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora