Días de otoño, noches oscuras, cafés, árboles, vistas y estrellas.
Palabras que son difíciles de congeniar, pero no imposibles. También suena raro decir que observando se puede llegar a descifrar a alguien.
Ophelia y Theodore eran la prueba exacta...
Ella se había sentado a mí lado. Estábamos en plena lluvia una noche fresca.
Hay veces en los que recuerdo momentos cuando éramos chicos, algunos eran agradables y otros no, pero al fin y al cabo uno que otro valía la pena recordar.
Estábamos frente a frente, así que aproveché y pegué nuestros labios en un corto beso.
Para ser sinceros lo tenía pendiente en la lista, y también mí yo de diez años. Cuando éramos unos niños estuve enamorado de ella, me acuerdo que una vez en el árbol de su casa puse una cruz como marca de que algún día debía darle aunque sea un beso.
¿Por qué cumplo esa promesa años después? Porque tuve la oportunidad, no iba a defraudar y no cumplir lo que había dicho.
Siete años atrás.
– ¿Que haces Theo? – dió un saltito hacia mí.
Guardé rápidamente la piedra atrás mío.
– Nada – miro de reojos al árbol esperando que no vea la cruz porque me iba a preguntar.
– Mira lo que me hice – señala su cabello – ¿Te gusta? –
Tenía dos trenzas con unos moños en las puntas y tenía maquillaje exageradamente. Se veía graciosa.
– Pareces un payaso – río. Su sonrisa se va apagando – Pero te ves bien – respondo antes de que se ponga triste por haberle dicho eso.
– ¿Quieres que te convierta en Hulk? – habla emocionada.
– Bueno, ve que ahora te sigo – ella asintió y se fue corriendo.
Me giré hasta donde estaba la cruz y me quedé orgulloso de como había quedado.
Tal vez ahora no cumpla eso porque soy tímido y me desagrada, pero de grande si seguimos cerca lo haré.
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