Capítulo 12

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La mañana inició como de costumbre, sólo que está vez los rayos de sol no golpeaban mis ojos, sino que iluminaban a un guapo chico dormido como un perezoso.

Su cabello adquirió tonalidades rojizas con la luz solar, y estando casi pelirrojo se veía asombroso, su pelaje caía hacía todos lados, un desastre. Sus pestañas cerraban esos hermosos ojos que me hechizaban cada que podía. Sus cejas descansaban tranquilas y relajadas. Y sus labios entreabiertos dejaban escapar ronquidos armoniosos.

Si bien los ronquidos no eran muy lindos, los de Rey Ricura eran tiernos y casi audibles.

Hoy me iría a casa. No me había ido y ya sentía la sensación de que le echaría de menos.

Cuanto lo iba a extrañar.

Sólo será una semana. Siete días. Ciento sesenta y ocho horas.

Quería sorprenderle y se me ocurrió preparar un desayuno casero.

Me levanté con mucho cuidado, fui al baño y cepillé mis dientes.

Silenciosamente abrí la puerta de la habitación para salir directo a la cocina. Trey era de sueño pesado, podía traer una orquesta junto a una banda de rock y él ni parpadearía. 

Mire la despensa. Cereales con leche no era muy casero, ¿verdad? Unos sándwiches tampoco me parecían buena idea. Panqueques… Era mala con los panqueques, el sabor a quemado no era mi favorito para desayunar. Una ensalada de frutas era una estupenda opción.

Ensalada de frutas y…

Revisé el refrigerador con la esperanza de encontrar la compañía perfecta para la ensalada. Recordé que sabía cómo hacer huevos revueltos y freír tocino. Nana me enseñó muchas cosas, unas terminaron carbonizadas y otras con apariencia aceptable. Pero era la mejor haciendo huevos revueltos.

Caliente la sartén, le esparcí aceite de oliva y rompí los huevos, mirando como la clara se tornaba blanca en su cocción. Los revolví hasta integrar las yemas. El olor era divino y despertó mi hambre. Ahora era turno de los tocinos. Al tocar el aceite comenzaron a dorarse en cuestión de minutos. Se veían crujientes y apetecibles.

Ordené ambos platos y quedé maravillada con mis resultados. Ensalada de frutas, tostadas, huevos revueltos y tocino. Falta un jugo de naranja, pensé.

Registré la nevera y efectivamente había jugo de naranja. Feliz serví dos vasos, pero mi cuerpo se detuvo al escuchar mi nombre.

—¡Mia! —La voz de Trey sonó desesperada y asustada. Me alarmo escuchar sus estruendosos pasos por el pasillo.

Apareció en la sala, tenía las llaves de su auto en su mano derecha, a la vez que se colocaba la zapatilla torpemente con la izquierda. Se detuvo al verme frente a él y en su rostro circuló sangre de nuevo. Estaba más empalidecido que de costumbre. Y eso si le sumamos el hecho de que su piel era como la de un vampiro.

—¿Qué pasa? —Fue lo primero que le cuestione.

Me recorrió con la mirada, de cabeza a pies. Aún respiraba agitadamente. Su pecho subía y bajaba de forma inaudita. Y entonces, cuando creí que caería, corrió a abrazarme.

Enredada le correspondí el abrazo.

Soltó una bocanada de aire que guardaba en sus pulmones, lo sentí relajarse.

—Pensé que te habías ido. —me susurra, con voz inestable.

Afectado por el miedo, le temía a que me fuera.

En mi corazón hubo una explosión.

Me aleje un poco para mirarle y sí, en sus ojos celeste había pánico. Lo tomé de las mejillas para calmarlo.

Persiguiendo mi arcoíris © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora