Capítulo 28

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¿Alguna vez han sentido que el mundo se calla solo para escuchar lo rápido que late tu corazón? Precisamente estaba viviendo eso justo ahora. Podía oír cada palpito acelerado de mi corazón.

Lo único en lo que pensaba era en la línea delgada que divide lo posible de lo imposible.

La vida muchas veces puede ser patética pero cuando las cosas buenas tocan la puerta sin duda te hacen pesar que estuvo bien soportar todo por llegar hasta ahí.

Una prueba de ello es ella, ha tocado mi puerta. La evalúo sin creerme que la esté viendo.

—¿Cómo...? —mi voz no se escapa de mi estado estupefacto.

—Soy yo —oírla decirlo desata un efecto arrollador en mí, cubro mi boca y trago ese sollozo—. Soy Alice.

Su cabello sigue siendo negro, largo y brillante, no se lo ha cortado, solo tiene algunos reflejos rojizos. Su cara a pesar de tener lágrimas está pálida, como siempre, su piel de porcelana no ha podido tener un bronceado digno. El cambio está en su vestimenta, la Alice de hace seis años atrás se vestía más juvenil, no tan formal como la chica que tengo en frente ahora.

Mis extremidades están rígidas, inmóviles por ciertos instantes. No dejo de mirarla, no puedo asumirlo. Y solo hay una manera de hacerlo, solo hay una forma de saber que es ella... de que sigue siendo mi Alice.

La idea motiva a mi cuerpo a salir de su estado estético, mis pies se descongelan y pasan a avanzar un poco. Doy un paso.

Lo necesito. La he necesitado tanto.

La necesito tanto que ya no es una idea sino un gran impulso el que me empuja a ella, doy una gran zancada y por fin lo hago.

Rodeo con mis brazos y la aprieto tanto para que no se vaya, la atrapo por si en mala suerte de ser ella un espejismo su imagen en mis brazos no se desvanezca nunca.

Y sí.

Sonrío sintiendo. Sintiéndola.

—No te has ido, no te fuiste —murmuro débilmente, las lágrimas ya brotan por mis mejillas, requería creerlo por eso lo repito—. No te fuiste.

En correspondencia me abraza, acuna mi cara en su cuello, como siempre la diferencia de altura nos lo ha permitido.

—Sigues enana. —dice y rio un poco.

En verdad era ella. Y no era un sueño.

—Y tú sigues igual de jirafa —retribuyo reforzando el abrazo—. Te he echado tanto de menos.

—Y yo a ustedes.

Con ese "ustedes" aterrizo y recuerdo que no estamos solas en la escena. Sheyla también tiene un rol muy relevante en la historia de esta amistad, mas no les diría que el reencuentro de ellas será tan emotivo como el nuestro, hay una parte de esta historia que no te he contado.

—¿Alice? —pronunció jadeante la voz de Sheyla.

El hecho de oírla así de afectada me hace aflojar el abrazo. Ahora ya de lado entiendo que es su turno, les toca encontrarse.

Sheyla podía estar más desorientada que yo, su mirada es alucinante y melancólica, se deben una gran disculpa. Ella lo sabe y Alice también, se deben un abrazo y una reconciliación. Se preguntarán por qué y es una historia larga de contar.

—¿Qué...? —los ojos lagrimosos de Sheyla se posan en los de nuestra amiga.

—Regresé —le sonríe y una lágrima toca su labio—. Volví para quedarme.

Persiguiendo mi arcoíris © [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora