By Jimin
—No entiendo por qué te lo has tomado tan a pecho, sinceramente. Sólo era una broma, Jungkook. Ha sido una gilipollez.
—Sí, tú lo has dicho. Una gilipollez. No me gustan las gilipolleces y más viniendo de ti. Te estás volviendo muy graciosillo ¿no?
—¡Pero si yo no he hecho nada, ha sido Ricky, te lo juro! Yo me he quedado quieto y tú le has dado mis pantalones a Ddosun para que los mordiera. ¡Tengo el culo lleno de babas, mierda!
—Claro, el que gasta las bromas soy yo, no tú, así que ahora jódete.
—Eres un rencoroso.
—¡No! ¿En serio te lo parezco? – había vuelto a caer la noche después de un intensísimo día de calor abrasador, agua fresca en medio de un paisaje de en sueño y una compañía entretenida. Ahora, con la única iluminación de las luces del coche y la escasa que daba la luna, volvíamos a casa cansados y llenos de arena, deseando darnos una ducha decente. Jungkook conducía con porte sereno, pero era fácil detectar el sueño en él cada vez que acercaba la mano a la palanca de marchas. Le costaba trabajo incluso moverla. Yo estaba bastante animado, aunque perezoso, vigilando la carretera con la ventana abierta refrescándome la cara quemada, porque sí… me había quemado y parecía una patata asada.
—Una vez fui a un campamento de verano en Francia. Mamá me llevó para que me interaccionara y me divirtiera. Cuando volví no podía ni siquiera ponerme la camiseta de lo quemado que tenía el cuerpo. Fue horrible. Quemarte la piel en verano es asqueroso. – le dije.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? ¿Te crees que yo nunca me he quemado? Pero a diferencia de ti he aprendido la lección y uso crema. Te lo avisé cuando llegamos pero no me hiciste caso, así que se siente. Será divertido cuando te entren los picores. – miré a Jungkook, que apoyó la cabeza sobre su puño cerrado, fatigado con la conducción. Oí un ronquido a mi espalda y me giré para vigilar a Ddosun, tumbado a lo largo de los asientos traseros, durmiendo con el cinturón de seguridad para perros enganchado a su cuerpo.
—¿Quieres que conduzca yo? – Jungkook me miró de reojo, con una ceja alzada y se rió.
—¿Cuánto tiempo llevas sin conducir?
—Un año y medio, más o menos.
—¿Por qué?
—Porque… tuve un accidente.
—¿Y de quién fue la culpa? – me hundí en el asiento del copiloto, juntando los dedos, un poco incómodo.
—El tío se saltó un Stop.
—¿Seguro?
—Bueno, había una intersección y yo no vi la señal de no preferencia, el tío no vio la señal de Stop y chocamos. En los juzgados me echaron la culpa a mí, porque fue mi coche el que golpeó al suyo. ¡Pero no lo habría golpeado si no se hubiera puesto en medio!
—¡Qué bestia, Muñeco! ¿Te hiciste daño?
—Se me rompieron las gafas de sol por culpa del airbag y el cinturón casi me secciona el cuello. A parte de eso… ¡la tarta de cumpleaños de Lía salió disparada y se estrelló contra la luna del coche! Fue un desastre.
—Hum… Lía… — me mordí el labio, consciente de que había metido la pata, pero Jungkook no soltó ningún comentario.
—¿Sabes que fue Lía la que dio la señal de alarma? Fue ella la que le dijo a todo el mundo que éramos hermanos. – le había contado algunas cosas a Jungkook sobre los últimos meses de vida en Seúl, pero muy poco. No me gustaba indagar en ese tiempo oscuro, lleno de melancolía y patetismo por mi parte. Pero sobre Lía no había dicho nada, al menos que yo recordara.