Aquí estoy de nuevo, mirando la luna, extrañamente cercana esta noche, deprimida una vez más. De pie en el balcón las lágrimas brotan de mí; mi corazón sufre un irremediable e insistente dolor mientras repaso mi mente repasa todos los años vividos junto a él. Hace ya un año que me divorcié de mi esposo tras vivir 30 largos años de matrimonio y aún no me acostumbro a la idea de estar sola. Pero encontrarlo besando a su joven secretaria en su oficina fue una imagen demasiado perturbadora para mí. Trato de calmarme bebiendo un trago de whisky de un tirón servido de una botella que reservaba para nuestro aniversario; aquel líquido ligeramente frío baja por mi garganta haciendo que se caliente cada vez más. Voy al lavabo y refresco mi rostro bajo el agua del grifo. Me miro detenidamente en el espejo que queda frente a mí; para ser madre de dos adolescentes mi rostro no luce tan viejo o arrugado como el de otras mujeres.
➢ Aún eres bonita y deseable, Jane. - digo en voz alta a mi propio reflejo con las lágrimas brotando sin cesar de mis irritados ojos. - Entonces olvida ya a ese imbécil. - me digo a mi misma como si quisiera despertarme de un sueño profundo o más bien de una interminable pesadilla. Grito sin percatarme que mi hijo mayor, Lucas, duerme en la habitación que está junto a la mía. Me repongo de mi crisis nerviosa y decido tomar un poco de aire así es que, aunque faltan pocos minutos para la medianoche me coloco un sencillo vestido negro con diminutas flores blancas y busco un bolso negro para que combine. Salgo de la casa en silencio para que mis hijos no me llenen de preguntas y se preocupen por mí. Camino por un rato bajo la luz de la luna hasta que veo un bar y decido entrar por otro trago. El ruidoso ambiente me molesta, pero aun así ignoro a los que cantan y bailan y me siento en la barra. Le pido un whisky al cantinero y éste me sirve haciendo una floritura. Del otro lado de la barra, a varios metros de mí un joven me mira fijamente. Intento no mirarlo, no hacerle ver que su mirada me pone nerviosa, hace mucho que nadie me mira así. Pero no puedo evitar sonrojarme y recordar la primera vez que mi esposo, Larry, me miró de igual forma y como esa mirada se había debilitado con los años hasta desaparecer. Mi mente se sumió en los recuerdos con rapidez y como si eso pudiera evitarlo terminé mi trago con avidez. Luego de varios tragos rápidos me siento mareada y un calor se posa en mi pecho. Siento otra vez un incontenible deseo de llorar y quiero irme. Le ofrecí dinero al cantinero para que me permitiera llevarme la botella conmigo y accedió al percatarse de las lágrimas al borde de mis ojos. Salgo del bullicioso bar tratando de hallar el equilibrio con mis manos y camino hacia un solitario parque situado frente al bar. Camino entre la hierba fresca y caigo en ella, luego tomo otro trago. Mi cabeza está completamente nublada pero aun así los dolorosos recuerdos no me abandonan. Mi mente grita ¿Por qué? pero mis palabras se escuchan intangibles y decido callar. Comienzo a llorar mientras me acuesto sobre la hierba que pica bajo mi vestido y entonces me percato de una silueta que se acerca con lentitud. Me siento y trato de distinguir su rostro entre la oscuridad y mi estado de embriaguez. Solo lo logro cuando la luz de la luna le ilumina; es el muchacho del bar.
➢ ¿Puedo sentarme? - dijo y contesté con la cabeza para permitirle acercarse. Lo hice casi sin pensar, deben ser los efectos del whisky; ahora me arrepiento de permitirle a un extraño que se acerque a mí. Me mira, pero yo estoy luchando con la vergüenza de mirarlo otra vez. No deseo hablar, no cuando sé cómo se escucharán mis palabras. En vez de eso miro sus ropas; viste unos jeans azules, zapatillas deportivas y un pullover con el rostro de John Lennon estampado en ella. Seco mis lágrimas y bebo otro trago para callar la vergüenza que late dentro de mí. - ¿Está bien? No tiene por qué sentir miedo o vergüenza conmigo, solo estoy… preocupado por usted.
➢ ¿Por qué se preocupa por alguien que no conoce? Yo… no soy importante. - digo y mi depresión se hace visible otra vez. Cubro mis ojos con mis manos al sentir la proximidad de mis lágrimas. Siento que se acerca y toma mis manos con suavidad, las aparta de mi rostro.
➢ No diga eso, usted es…hermosa. - al estar así tan cerca puedo sentir su exquisito perfume y fijarme en sus bonitos rasgos. Sus ojos son color café, hipnóticos, de esos ojos que no quieres dejar de mirar ni que dejen de mirarte, su labio superior es un poco más fino que el inferior y su pelo negro, cae como una llovizna sobre su frente. Y es todo lo que alcanzo a ver porque comienzo a sentirme realmente mareada hasta que mi cuerpo cae y pierdo la conciencia.Al abrir mis ojos estoy en una habitación muy espaciosa, con muchos cuadros de paisajes bonitos y de edificaciones antiguas. Un fuerte dolor de cabeza me invade y la luz del ventanal de cristal es muy fuerte al principio. Giro mi cabeza hacia la mesita de noche y observó que el reloj marca las 10 en punto. Recuerdo las cosas que hice la noche anterior y un miedo se apodera de mí. Miro bajo la manta con la que estoy cubierta y suspiro aliviada, estoy vestida. Busco mis zapatos para marcharme y él entra en el dormitorio con un vaso con agua. Lo miro e intento decir algo coherente pero la vergüenza no me deja pensar.
➢ Buenos días. ¿Dormiste bien? - dijo esbozando una sonrisa tierna mientras sostenía el vaso y camina hacia la cama. Se sentó en el borde, cerca de mí y mientras me miraban sus ojos cafés abrió la gaveta de su mesita de noche y sacó un frasco de analgésicos. - Aquí tienes para el dolor de cabeza.
➢ Gracias. - y me pongo tensa con el roce de sus dedos cuando me lo entrega. Se levanta y mira por el enorme ventanal por donde entra mucha luz. Dudo en tomarme el medicamento, pero no me queda más remedio, el dolor es muy fuerte. Lo miro de nuevo, está de espaldas a mí, con el cabello mojado, solo viste pantalones y su musculosa espalda está mojada haciéndolo lucir más seductor aún.
➢ Te quedaste dormida cuando hablábamos y como no sabía dónde vivías te traje a mi casa. Espero que no te moleste. - dijo volteándose hacia mí. - No acostumbro aprovecharme de las mujeres ebrias. Tengo curiosidad por saber porque una mujer bebe sola en un parque casi de madrugada.
➢ No veo por qué. ¿Eres uno de esos? - dije sacando mi antipatía como escudo protector.➢ ¿Qué quieres decir cuando dices ‟esos”? - sonrió pícaro.
➢ A esos muchachos que seducen mujeres de cierta edad para aprovecharse de ellas. - contesté mirándolo fijamente. Analizándolo, a mi juicio no parecía ser un rufián.
➢ No, no soy uno de esos. Pero… no mentiré, no soy un santo. -su mirada se volvió más penetrante y cautivadora, como si se tratase de un león acechando a su presa. Mi sonrisa ahora se ha esfumado y no puedo dejar de mirar sus ojos y sus labios, debo contenerme para no besarlo.
➢ Debo irme…, mis hijos estarán preocupados por mí. –digo y mira al suelo por un momento como para recuperarse de mi obvio rechazo. Luego sonríe y se pone de pie diciéndome que lo acompañe a desayunar y luego me llevaría a mi casa en su auto. Intenté negarme, pero el dolor de cabeza y la sensación de vaivén aún estaban allí recordándome la noche anterior. Me indicó donde estaba el baño para arreglarme y se fue al comedor para esperarme mientras que yo me colocaba mis zapatos. Lavé mi rostro que parecía albergar fuego a la vez que me miraba al espejo y me preguntaba cómo podía encontrarlo sexy y tierno. Un chiquillo del que no conocía absolutamente nada y del que me separaban varios años de diferencia. Cepillé mi cabello hacia atrás dejándolo caer tras mis hombros y me dirigí al comedor donde me esperaba bebiendo una taza de café. Me hizo un gesto para que tomara asiento y comenzara a comer. Me senté cerca de él y sostuve mi taza de café con leche para beber de ella mirándolo. Me acercó un plato con tostadas y mantequilla pescando algunas para él. Me sentí mal porque él había sido muy amable conmigo y yo ni siquiera le había dicho mi nombre.
➢ Disculpa mis modales, mi nombre es Jane.
➢ Mucho gusto, Jane. Yo soy Edgar. - y luego de unos segundos de silencio me preguntó si no le diría el motivo de mi tristeza.
➢ No es… nada importante. - otra vez las lágrimas y los recuerdos amenazaban con salir de su escondite.
➢ Está bien. No es necesario que le cuentes todo a un extraño solo porque salvó tu vida anoche. Dejarte allí, en aquel parque con semejante estado podría haber sido… peligroso. - respondió cargando la última palabra de intención.
➢ Es cierto. Gracias, Edgar. Eres un caballero. - reconocí al fin y me miró esbozando una pícara sonrisa.
Terminamos nuestro desayuno, nos subimos al auto y nos dirigimos a mi casa. Durante el viaje me preguntó cuántos hijos tenía. Le respondí que tenía dos hijos, Lucas de 19 años que pronto iría a la universidad y Hanna de 16. Llegamos rápidamente a mi casa y se detuvo en la entrada. Me apresuré para bajar del auto dándole las gracias, pero sentí que su mano tomaba la mía con una ternura que hacía mucho no experimentaba. Al voltearme hacia él su rostro estaba muy cerca del mío; sus ojos lanzaron su hechizo sobre mí haciendo que mi piel se erizara y mi pecho bajara y subiera más rápido con cada respiración. ¡Espera! Fue como un susurro y luego en el tono más bajo posible me pidió vernos otra vez. Sacó una tarjeta de su bolsillo y me la entregó con una sonrisa que amenazaba con derretir mi firmeza. La tomé vacilante, suspiré profundamente aspirando su sensual aroma a hombre y sonreí diciéndole que lo pensaría. Escurrí mi mano de la suya y salí del auto cerrando la puerta tras de mí. Caminé hacia la entrada de mi casa sin mirarlo, sintiendo que sus ojos aún me seguían, hasta que escuché que el motor del auto se encendía nuevamente y las ruedas se deslizaban sobre el pavimento.
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Al final de mi vida
RomanceUna mujer de cuarenta y tantos sufre el engaño de su esposo después de 30 años de casados. Luego del divorcio se encuentra devastada y sin un rumbo en su vida. Una noche va a un bar y se pasa de tragos, está hecha un desastre pero aún así logra atr...