Fuimos a la cocina y allí sentados en unas butacas desayunamos los dos juntos. Miró su reloj y se dirigió al baño para lavar su rostro y afeitarse. Yo comencé a vestirme y a buscar una de mis zapatos que estaba extraviado. Lo encontré en un rincón del dormitorio y me puse triste al recordar que se iba por tres días. Como sobreviviría tres días sin Edgar si ni siquiera podía estar lejos un minuto. Se vistió, se puso los zapatos y yo le coloqué la corbata besándolo al terminar de anudarla. Edgar me dijo que debía pasar por el trabajo para recoger algunos documentos del proyecto y que desde allí conduciría hasta el motel que quedaba cerca del terreno en el que debía trabajar. Debía conducir por tres horas para llegar al sitio indicado. Observé que había sacado del armario varios conjuntos de ropa y los había colocado encima de la cama apilados uno encima del otro. Al igual que tres pares de zapatos y unas pantuflas cerca de su cama y la tristeza se volvió a acentuar en todo mi cuerpo. Salió del baño perfectamente afeitado y peinado, pero al verme triste su mirada cambió. Me tomó de la mano acercándome a su cuerpo mientras se sentaba en la esquina de la cama.
➢ No estés triste, Jane. Regresaré lo más pronto que pueda, te lo prometo. Además, te prometo que te llamaré tantas veces que no me extrañaras. No puedo verte triste. –dijo intentando alegrarme de algún modo.
➢ No me hagas caso, ve tranquilo. Tendré que acostumbrarme ¿no? –le dije intentando contenerme.
➢ Sabes que no puedo apartarme mucho tiempo de ti, te amo, Jane. –me aseguró tomando mi rostro entre sus manos y besándome con ternura. Luego me abrazó por un rato mientras me acariciaba los cabellos como una niña pequeña. Después busqué mi bolso mientras él se vestía con una camisa color uva y unos pantalones blancos. Tomó las llaves de su mesita de noche, nos subimos a su auto y condujo hasta mi casa. Me abrazó de nuevo para despedirse diciéndome al oído que me llamaría al llegar al motel. Se subió al auto y se alejó con lentitud. Entré a la casa y la sensación de que estaba sola me invadió por completo. Hanna y Lucas seguramente estaban en el colegio como era de esperar. Así que subí a mi habitación y me acurruqué en la cama. Me quedé dormida hasta que pasadas las 12 del día me despertó mi estómago rugiendo por comida. Preparé mi almuerzo y me senté a comer frente al televisor. Estaba disfrutando de un programa de participación cuando de repente mi celular sonó acelerándome el corazón. Contesté algo nerviosa.
➢ Hola, Jane.
➢ Hola, mi amor. ¿Ya has llegado?
➢ No, estoy en una gasolinera. Creo que todavía faltan unas dos horas para llegar, el terreno está un poco más lejos de lo que pensaba. –me explicó mientras de fondo se escuchaba el motor del auto.
➢ ¿Crees que llegarás antes de que anochezca? Puede ser peligroso manejar de noche en la carretera, Edgar. –le advertí
➢ No te preocupes, Jane. Llegaré pronto, solo me detuve para llenar el tanque y llamarte. Ya te extrañaba.
➢ Yo también te extraño y eso que solo hemos estado separados unas horas.
➢ En cuanto llegue al hotel te llamaré de nuevo para que no te preocupes. Quisiera que estuvieras conmigo, tal vez podamos irnos de viaje cuando regrese.
➢ Claro que sí, la pasamos muy bien en la casa de la playa. Podemos regresar cuando quieras. –dije abrazando el cojín que estaba sobre el sofá.
➢ Muy bien, regresaremos allá entonces. Te llamaré luego, besos. –su voz cargada de deseo y promesas se despidió y colgó.Dejé caer mi cabeza sobre mis rodillas levantadas pensando en aquella primera vez juntos y se me erizó el cuerpo. Luego de un rato me fui a bañar, la piel me dolía de la necesidad de su tacto e intenté quitarme esa sensación con un agradable baño con agua caliente. Logré relajarme un rato, pero sentía la ansiedad de llamarlo, de escuchar su voz de nuevo. Recordé nuestro encuentro en el baño de su apartamento y eso solo logro que me pusiera más triste por no tenerlo a mi lado. Llamé a su celular, pero no contestaba y una terrible sensación de angustia se apoderó de mi pecho. Miré el reloj y ya habían pasado tres horas desde que habíamos hablado. Decidí esperar media hora abajo en el recibidor para llamarlo de nuevo. Llamé de nuevo y seguía sin contestar a pesar de que insistí un par de veces. Estaba nerviosa, caminando de un lado a otro sin saber qué hacer. Mi hijo Lucas llegó del colegio y al verme preocupada y nerviosa me preguntó que pasaba. Yo le expliqué que pasaba y me tomó de las manos.
➢ Mamá, no seas dramática. Puede ser que se haya retrasado por algo y no haya llegado aún al hotel, ten paciencia, te llamará.
➢ Tengo como un mal presentimiento, no sé explicarlo, pero creo que algo pasa. O quizás sea que nunca me he separado de él antes y por eso estoy así. –le comenté.
➢ Tranquila, mamá. Edgar te ama y te llamará en cuanto llegué. Quizás es que estás celosa de que alguien esté con él. ¿No es cierto?
➢ ¿Piensas que estoy celosa?
➢ Sí, eso creo. Tienes miedo de que se acabe la felicidad que sientes con Edgar.
➢ Sí, es cierto, hijo mío. Quizás porque no me he sentido así de feliz y completa con nadie. Pero a la vez tengo miedo que no dure, a que la diferencia de edad empiece a influir en nuestra relación. A que le atraiga alguien de su edad, a quedar en ridículo, al fracaso. A eso le temo. –reconocí.
➢ Escucha, mamá. El amor es un riesgo, como lanzar una moneda al aire. Es nuestra oportunidad de ser felices o no. ¿Cuantas posibilidades te da la vida de conocer a alguien con quien poder ser feliz? Muy pocas, mamá. Entonces, si desperdicias tu tiempo pensando en lo que puede pasar antes de que pase estás perdiendo tu oportunidad. Disfruta de la felicidad que te han enviado, yo vivo el aquí y ahora. Es lo único que es seguro, dile que lo quieres, que quieres vivir con él. El tiempo no regresa, mamá. Aprovéchalo mientras puedas, olvídate de lo que dirán o lo que sentirás si no están juntos. –me dijo y me abrazó para hacerme sentir segura y protegida. Hablar con Lucas siempre me calmaba en cualquier situación, era un bálsamo sanador.
Llegó mi hija Hanna y comimos todos juntos. Luego de un par de horas sonó el teléfono y Lucas contestó con rapidez. Quizás creyendo que era Edgar sonrió al tomarlo mientras miraba mi ansioso rostro, pero su sonrisa se esfumó con rapidez. Su expresión palideció de pronto mientras sus ojos se atascaron en un asombro. Sabía que algo no andaba bien lo presentía, pero ahora estaba segura. Le pregunté qué pasaba y sus labios temblaron como buscando las palabras correctas para explicarme. Me aparté de la mesa y me acerqué a él buscando respuesta.
➢ Llamaron de un hospital, Edgar… tuvo un accidente de auto. –al escuchar la última palabra comencé a sentirme muy mal, mi respiración se volvió tan rápida que mi pecho apenas podía seguirlo. Me sentí muy mareada y me desmayé por unos minutos. No sé exactamente cuánto tiempo, pero desperté poco a poco al sentir la voz de Hanna y Lucas mientras me llamaban acariciando mi rostro. Quise levantarme, pero Lucas me sujetó para que no lo hiciera mientras me decía que fuera con calma para que no me desmayara de nuevo. Me senté en el sofá para tomar aire y las lágrimas comenzaron a caer por mi rostro al pensar en él.
➢ Debo ir con él. –dije con la voz quebrada.
➢ Mamá no puedes conducir en ese estado, yo conduciré. Pero necesito que te calmes primero antes de irnos. Hanna tráele un vaso de agua a mamá.
➢ Si, enseguida.
➢ ¿Cómo supieron que debían llamarme? ¿Está consiente? ¿Puede hablar? ¿Qué te dijo el médico? –no era muy consciente que las palabras salían de mis labios como dardos disparados a una diana.
➢ Mamá, tranquila, sí. El médico me dijo que puede hablar, sus lesiones no son muy graves. Edgar le dijo que llamara para acá ya que seguro pensó que estarías preocupada porque no pudo llamarte. Hanna regresó con el vaso de agua que tomé intentado calmarme un poco, haciendo que mi respiración se nivelara de nuevo. Lucas me ayudó a levantarme y me sujetó por si acaso no podía caminar. Estaba bien así que le hice un gesto de podía caminar hasta el auto y Hanna abrió la puerta para salir. Lucas dijo que iría por mi cartera con mis documentos y le indiqué donde estaba mientras caminaba lentamente hacia el auto con Hanna. Mi hija me abrió la puerta y me ayudó a subirme en el asiento del pasajero y me abrochó el cinturón. Me miró por unos segundos y me preguntó si de verdad estaba bien.
➢ Si, cariño, no te preocupes. Estaré más tranquila cuando lo vea. –le dije.
➢ Espero que esté bien. –dijo Hanna con la voz triste mientras me acariciaba las manos.
Lucas salió de la casa con mi cartera y me la puso sobre mis piernas. Entró al auto con rapidez, arrancó el motor y Hanna se despidió de nosotros mientras se apartaba del auto en movimiento. Lucas conducía hacia el hospital mientras yo miraba por el cristal de la ventanilla. No podía dejar de llorar mientras que mi Lucas me decía que estaba bien según el médico, que estaba sedado por el dolor. El viaje fue sumamente largo, tardamos 4 horas y media en llegar al hospital. Al entrar nos dirigimos a la sala de urgencias y preguntamos por su nombre a la recepcionista, nos indicó que estaba en la sala de Recuperación tras haber salido de cirugía para disolver un pequeño coágulo de sangre en el cerebro. Nos indicó que el doctor Vázquez era el que lo atendía y que podíamos verlo en la sala de Recuperación para saber más sobre el paciente. Nos dijo que camino tomar para llegar allí y le dimos las gracias antes de dirigirnos allí con rapidez. Atravesamos un largo pasillo todo blanco con oficinas dispuestas a sus laterales todas con diversos carteles de las especialidades médicas. Al final encontramos una escalera, subimos y atravesamos otro pasillo similar al que dejamos atrás, pero este era mucho más amplio y tenía algunos bancos de acero dispuestos a un lado. Al final había una puerta ancha de cristal totalmente cerrada y una pequeña oficina antes de llegar donde ponía “Información Recuperación” en un cartel. Lucas tocó en la oficina y un doctor salió con una gran barba blanca.
➢ Buenas noches. ¿Es usted el doctor Vázquez? Estamos aquí para saber sobre Edgar Thompson.
➢ Sí, soy el doctor Vásquez. Enseguida le digo como está. Pueden esperar unos minutos.
➢ Sí, claro. Aquí estaremos. –y nos sentamos en uno de aquellos bancos.
El doctor volvió a adentrarse en su oficina y en 5 minutos aproximadamente salió de nuevo. Nos explicó que llegó al hospital con varias costillas fracturadas, el tobillo fisurado, una pequeña laceración en la rodilla y un coágulo de sangre en el cerebro debido a que la bolsa anti choques de su auto no se abrió debidamente y golpeó el volante con su cabeza. También una pequeña contracción muscular en el cuello por la velocidad del golpe. Pero que estaba fuera de peligro.
➢ ¿Es usted su madre?
➢ Soy… su mujer. ¿Puedo verlo ahora? –respondí algo molesta a su pregunta indiscreta.
Lo siento, si claro. Aun estará dormido por la anestesia, pero despertará dentro de un rato. Síganme. –contestó apenado el doctor Vázquez y después de seguirlo atravesando la puerta ancha de cristal y otro pasillo con habitaciones dispuestas a cada lado.
ESTÁS LEYENDO
Al final de mi vida
RomanceUna mujer de cuarenta y tantos sufre el engaño de su esposo después de 30 años de casados. Luego del divorcio se encuentra devastada y sin un rumbo en su vida. Una noche va a un bar y se pasa de tragos, está hecha un desastre pero aún así logra atr...