Cena

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A la mañana siguiente me desperté y fui a la cocina para preparar el desayuno para Lucas y yo, estaba entusiasmada. Tenía que limpiar la casa y ordenar todo para que a las 7 de la noche todo estuviera listo. Así que me dispuse a limpiar un poco y recoger toda la casa luego del desayuno. Lucas me ayudaba, por su puesto a botar la basura, mover algunos muebles pesados y ordenar su habitación. Después de 4 horas de limpieza ininterrumpida, todo estaba reluciente así que descansamos un poco y almorzamos. Luego de descansar por tres horas Lucas me ayudó a poner la pesada bandeja con el pescado en el horno y puse un reloj despertador para que sonara a las 6 de la tarde. Lavé las manzanas rojas para hacer el pastel, mientras Lucas me alcanzaba la mantequilla, la harina, los huevos. Mezclé la harina, los huevos y la mantequilla con una pizca de sal para hacer la masa de hojaldre amasando con la mano y la coloqué en el molde una vez terminada para que sirviera de recipiente. Corté las manzanas en tajadas algo gruesas y las coloqué dentro del molde sobre la masa. Rellené todo el interior del molde de manzanas rojas cortadas hasta el tope. Encima coloqué otro pedazo de masa de hojaldre para cubrirlo y sellarlo uniéndolo a la masa de base. Enseguida lo coloqué en el otro horno más pequeño que tenía y puse otro reloj despertador para que me avisara cuando estaba listo.
Mientras yo limpiaba y organizaba todo el desorden que habíamos hecho en la cocina y preparaba una ensalada gigante Lucas fue a ducharse para ir a buscar a su novia. Apagué el horno en cuanto sonó la primera alarma, pero no lo saqué para que se mantuviera caliente hasta que llegaran nuestros invitados. Edgar me mandó un mensaje donde me decía que llegaría en una hora y se me aceleró la respiración. Todavía estaba todo sucia y llena de harina. Corrí a mi habitación para ducharme y ponerme un vestido color uva ceñido al cuerpo con vuelos en los hombros y cerca de la rodilla. Adorné mi cabello con una pequeña presilla con una flor del mismo color del vestido pegada a ella, colocándola a un lado de mi cabello brilloso. Luego de vestirme y maquillarme un poco, bajé al salón para esperar a los invitados y apagué el horno del pastel de manzana. Lo saqué del horno para que se refrescara y escuché sonar el timbre de la puerta.
Al abrir encontré a mi hijo Lucas muy emocionado, sostenía la mano de una joven rubia de cabello ondulado y largo hasta las caderas. La pequeña muchacha de ojos azules miraba todo con curiosidad esbozando una sonrisa amable y tímida. De inmediato sentí que era una buena muchacha y sonreí al invitarlos a pasar.
➢ Mamá, ella es Laura Beckett, mi novia.
➢ Mucho gusto, señora Mc Clean. –contestó la joven.
➢ El gusto es mío, Laura. Por favor, llámame Jane. Bienvenida.
➢ Gracias por recibirme.
➢ Lucas es muy hermosa, tienes buen gusto, hijo mío. –dije sonriéndole a Lucas.
➢ Bien, ahora solo falta tu caballero. –contestó mientras se sentaba junto a Laura en el sofá. Me dispuse a ordenar la mesa mientras los tórtolos se decían palabras al oído y reían escuchando la suave música que había puesto Lucas hacia un momento. Después de poner la mesa sonó nuevamente el timbre y mi hijo fue a abrir la puerta.
➢ Hola, tú debes ser el famoso Edgar Thompson. ¿No es cierto? – estiró la mano para saludarlo.
➢ Si, el mismo. Y tú debes ser Lucas ¿No? - contesto sonriendo mientras estrechaba su mano.
➢ Si. ¡Cielos! Mamá tiene … buen gusto también. Pasa, bienvenido.
Los dos entraron al salón y un nudo se formó en mi garganta, estaba tan nerviosa que apenas podía hablar. Pero mi hijo me tranquilizó sonriéndome mientras me guiñaba el ojo. Lucas le presentó a su novia Laura y se saludaron formalmente. Edgar le entregó a Lucas una botella de vino blanco que trajo para brindar luego de la comida. Me acerqué a Edgar algo nerviosa, no sabía cómo actuar delante de mi hijo. La situación era nueva para mí y no sabía cómo lidiar con eso. Edgar se percató de eso y me tomó de las manos acariciándolas con suavidad.
➢ Estás preciosa, Jane. –dijo hablándome en voz baja.
➢ Gracias. –contesté tímidamente.
➢ Creo que le agradé a tu hijo, no deberías estar nerviosa. Si no le hubiera gustado la idea de que fuera más joven que tú su reacción hubiese sido diferente. ¿No lo crees?
➢ Sí, eso creo. Esperaba lo peor y salió… mejor de lo que esperaba. Estoy más tranquila ahora. –exhalé aliviada.
➢ Disfruta.  Este es tu momento, Jane.

Nos sentamos todos a la mesa y empezamos a comer, todos alababan mi comida describiendo cuan exquisita estaba. Conversamos un rato en el recibidor compartiendo el vino hasta que Lucas se puso a bailar con su novia al ritmo de una movida melodía, se notaba cuanto se querían y lo felices que eran juntos. Sentí una tranquilidad tan grande al ver a mi hijo tan feliz y enamorado. Sus ojitos no podían dejar de brillar mirando a Laura al compás de la música, estaban en su propio mundo, disfrutando el uno del otro. Edgar sostenía mi mano y miraba mi rostro con visible deseo. Se estaba conteniendo de besarme, lo notaba en la intensidad de sus caricias en mi mano. La música cambió a una suave melodía y Lucas se detuvo para decirme que le enseñaría su cuarto a su novia. Subieron las escaleras y Edgar se puso de pie estirando su mano para indicarme que quería que bailáramos. Los acordes del piano junto a la suave voz de Barbra Straisand nos envolvieron mientras bailábamos abrazados. Edgar hundió sensualmente su nariz en mi cuello buscando el aroma de mi perfume, despertando el deseo en mí. Besé sus labios con suavidad mientras recorría su mano por mi espalda desnuda por mi escotado vestido.
➢ Me alegra que todo saliera bien. Esto es importante para mí. Quiero conocer tu mundo, Jane y que conozcas el mío. –dijo mientras me miraba a los ojos.
➢ Si, que mi hijo me apoye es importante para mí. Ya no tengo que esconderme para verte, como debe ser. –mirándolo también. -¿Sabes que mi hijo dice que eres mi caballero?
➢ ¿Y eso por qué? –sonrió intrigado.
➢ Sí, porque le conté que salí del bar aquella noche que nos conocimos estando muy pasada de tragos y que me rescataste. Me llevaste a tu casa y no intentaste propasarte conmigo mientras estaba ebria. Dice que solo los caballeros actúan de esa forma. – mirando de nuevo sus ojos color café.
➢ En algo tiene razón, no quedan muchos así.
➢ Por eso sé que… eres especial. Fue… lo primero que me gustó de ti. –respondí con el corazón a punto de salirse de mi pecho.
➢ ¿En serio? Ahora tengo curiosidad por saber que más te gusta de mí. –soltando una carcajada. Le encantaba jugar.
➢ Ja, Ja. No te diré nada más. Tendrás que averiguarlo. –respondí divertida.
➢ Está bien, lo averiguaré. Pero debo decir que tú también eres especial. Eres una mujer sensible, reservada, entregada a tus hijos y muy hermosa. –dijo con una sonrisa maliciosa haciendo énfasis en las últimas palabras mientras miraba mis labios. Sonreí sintiéndome alagada.
Nos sentamos en el sofá de nuevo, bebimos vino y conversamos un rato más de nosotros y que debíamos ir juntos a la estación para poner la orden de restricción contra Larry. Algo que habíamos olvidado por completo con la emoción de la cena. Decidimos ver una película juntos y los tórtolos bajaron en ese momento para ver la película con nosotros. Lucas fue a la cocina para servirnos el postre casi a la mitad de la película y a todos les gustó mi pastel de manzana. Al terminar la película eran ya cerca de las 10 de la noche y Laura dijo que debía irse a casa. Lucas se ofreció a acompañarla y Edgar le ofreció llevarlos en su auto. Salieron los tres luego de despedirnos y se subieron todos al auto de Edgar. Luego de unos 30 minutos Edgar y mi hijo regresaron muy sonrientes, parecía que fueran los mejores amigos. Creo que compartían la misma forma de humor sarcástico y eso hizo que se entendieran de manera natural. Lucas me dio su acostumbrado beso en la frente diciéndome que se iría a dormir, aunque sabía que era solo para mandar mensajitos amorosos a Laura. Edgar se acercó a mí en cuanto se fue y me tomó de las caderas invitándome a acercarme a su cuerpo. Me besó para despedirse con esa ternura que era solo de él, pero sabía que su deseo era quedarse conmigo. Su mirada quemaba mi piel hasta hacerme sentir calor, era algo que no podía explicar. Ante el hechizo de sus besos solo podía quedarme a su merced, sintiendo como aquella electricidad me recorría la espina dorsal y se distribuía por todo mi cuerpo. No importa cuánto duraran sus besos me desvanecía en sus labios y perdía la noción del tiempo, siempre igual. Se apartó con pasos cortos, mordiendo su labio inferior con suavidad, tratando de contenerse. En voz baja me susurró: “Te veré mañanaˮ despidiéndose mientras caminaba hacia su auto. Con mis brazos cruzados sobre mi pecho observé como se alejaba su auto por las oscuras calles y sentí un enorme vacío otra vez. Apenas lo conocía y lo extrañaba. ¿Cómo podía ser?

Al final de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora