Una parte de mí creía que aquel hombre con quien me casé, padre de mis hijos y esposo de tantos años no sería capaz de actuar así, aunque estuviera celoso de mi relación con Edgar. Pero la otra parte de mí me decía que había lados oscuros que Larry nunca me mostró hasta que lo atrapé siendo infiel. Intenté quitarme ese sabor amargo que me dejó la noticia que trajo el detective Moore, pero mi cuerpo se sentía pesado.
Luego de eso el día transcurrió tranquilo, llegaron mis hijos sobre las 6 de la tarde, cenamos todos juntos frente al televisor disfrutando de una película. Hanna nos trajo refrescos y palomitas luego de la cena para seguir disfrutando de más películas. Se percataron que algo me pasaba porque Lucas y Hanna se acurrucaron a mi lado en el sofá hasta quedarse dormidos. Los llamé muy bajito para no asustarlos para que se fueran a dormir. Me dieron un beso en la frente y subieron a sus habitaciones.
Pasaron 3 días en lo todo estuvo tranquilo hasta que un domingo en la tarde justo cuando me disponía a ayudar a Edgar a darse un baño tocaron a la puerta. Al acercarme a la puerta olfateé el desagradable y familiar olor a tabaco de la misma marca que fumaba Larry. Enseguida vinieron a mí las palabras del detective Moore y me paralicé. Edgar se percató de mi cambio y me preguntó que pasaba. Susurré su nombre a Edgar y escuchamos ambos la voz de Larry que me pedía que lo dejara pasar para hablar con los dos. Su tono no era de agresión sino de arrepentimiento y eso me tranquilizó un poco. Miré a Edgar y movió su cabeza para indicarme que abriera la puerta y lo dejará entrar. Al abrir botó el tabaco que mascaba a un lado del jardín antes de entrar con la cabeza baja. Tomó su portafolio y se dirigió con lentitud hasta el recibidor.
➢ Lo escucho, señor Larry. –dijo Edgar en tono bajo mientras yo me sentaba junto a {el en el sofá.
➢ Vine a… disculparme con los dos. Mi actitud no fue la más correcta al saber de su relación. No debí decir las cosas que dije aquel día, Jane. Ya no formo parte de tu vida y no tengo derecho a opinar sobre tus decisiones. Estuvimos de acuerdo en separarnos y respetaste mi decisión entonces yo debo respetar de igual manera las tuyas. También vine para decirle a ambos que yo no intenté hacerte daño, sean cuál sean las circunstancias no mataría a nadie. –se explicó.
➢ ¿Cómo sabemos que no fuiste tú? Se comprobó que fue tu auto. ¿Quién nos asegura que no le pagaste a alguien para que lo hiciera? –le pregunté molesta.
➢ No puedo creer que pienses eso de mí, Jane. Bueno, no les puedo pedir que me crean, pero tampoco le ordené a nadie que lo hiciera. Sé que mi temperamento es un poco volátil pero no sería capaz de matar, ni mandar a matar a nadie, se los juro. –se limpió los cristales de los espejuelos y los colocó en su lugar de nuevo.
➢ ¿Si no fuiste tú entonces quién lo hizo? Edgar no tiene enemigos, es un buen muchacho y no se dedica a resolver sus problemas de esa forma. Si no fuiste tú entonces sabes quién lo hizo. –insistí presionándolo para ver si lograba quebrar su calma.
➢ Sé lo que intentas hacer, Jane. Presionarme no te servirá de nada, no sé quién lo hizo ni con qué intención. –no lo logré y me sentí impotente.
➢ Jane…contrólate, por favor. Vino a disculparse. –me susurró Edgar acariciando mi mano.
➢ Prepararé un té. –los dejé solos y me fui a la cocina. Después de compartir una taza de té, Larry se despidió y se fue. Edgar se quedó pensativo y me dijo que Larry no mentía. Habló con tanta seguridad que le creí, aunque todavía estaba intrigada sobre quien había sido.
Pasaron 3 largas semanas en los que finalmente Edgar se recuperó completamente, Larry no nos molestó y estábamos tan felices de estar juntos. Ya se había hecho parte de nuestra familia, se llevaba tan bien con mis hijos y ellos lo adoraban. Nos reuníamos para hacer actividades juntos, fuimos a museos, al acuario, al Zoológico y nos divertimos mucho juntos. También cenamos en casa muchas veces y hasta celebramos un nuevo contrato de Edgar con una empresa francesa que trabajaría con la suya para construir Parques temáticos y Hostales en todo el país. Se acercaba la fiesta de graduación de mi hijo Lucas de la universidad. Hanna y yo fuimos a buscar nuestros vestidos de gala para la ocasión y los chicos irían luego a buscar sus esmóquines. Laura Becket, la novia de Lucas, nos acompañó para también comprar el suyo así que fuimos todas juntas al centro comercial. Luego de buscar en varias tiendas donde solo había ropa muy sencilla encontramos una que era de vestidos de gala. A mí me cautivó un precioso vestido color uva de escote en V con una hermosa flor blanca adornando el frente con lentejuelas y de inmediato lo compré. Laura escogió un hermoso vestido azul pálido con flores pequeñas de encaje oscuro adornado con pequeños hilos sueltos desde el centro de cada flor. Pero mi hija, Hanna, después de probarse un montón de vestidos no se decidía por ninguno. Hanna no era para nada indecisa, sabía que estaba así por algo, quizás un chico. Al preguntarle porque estaba tan nerviosa por ese baile me confirmó que había un chico de segundo año que le gustaba. Pero no sabía cómo acercarse a él porque era muy tímido y no se relacionaba con nadie. Se la pasaba leyendo libros en la biblioteca de la escuela y ella ni siquiera sabía su nombre. Yo le dije que la ayudaría a encontrar el vestido indicado para que fuera a hablar con aquel muchacho y ganarse su corazón. Salí del vestidor donde Hanna esperaba y escogí un vestido blanco de encaje acampanado con vuelos abajo. Una hermosa y pequeña flor roja adornaban la parte superior del vestido como si fuese un broche, era delicado y perfecto para Hanna. Se lo llevé al vestidor y le encantó tanto que me abrazó y me besó sonriendo. Con ese vestido era muy poco probable que ese chico le dijera que no a un baile con ella. Hanna se lo probó y le quedaba perfecto, lo compramos y volvimos a casa entusiasmadas. La casa permanecía vacía cuando llegamos y ocultamos nuestra compra para preservar la sorpresa. Luego llegaron Edgar y Lucas con sus bolsas de compras y fueron hasta la habitación de Lucas para guardar su traje. El traje de Edgar lo guardaría en mi armario ya que se estaba quedando con nosotros. En 3 días sería la graduación de mi hijo Lucas y estaba tan contenta que no podía dejar de sonreír. Mi vida se estaba encaminando, todas las piezas estaban encajando en su lugar. Pensaba que nunca había logrado ser tan feliz y me daba miedo perder esta felicidad que ahora experimentaba junto a Edgar y mis hijos. Aunque solo me enfocaría en disfrutar cada momento del presente.
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Al final de mi vida
RomantiekUna mujer de cuarenta y tantos sufre el engaño de su esposo después de 30 años de casados. Luego del divorcio se encuentra devastada y sin un rumbo en su vida. Una noche va a un bar y se pasa de tragos, está hecha un desastre pero aún así logra atr...