Quería, solo por una vez, olvidar. Olvidar todo y escapar de la posibilidad de volver a verlo. Conduje hasta la bifurcación que había que tomar para llegar a la casa de la playa, una carretera que era de tierra. De pronto el cielo se oscureció y el viento suave se tornó frío e intenso. Comenzó a llover mucho y aquel cenagoso terreno amenazaba con atascar mi auto mientras avanzaba con cuidado. Pero a dos kilómetros de la casa quedé varada en aquel camino, mi auto no quiso avanzar más. Como estaba tan cerca decidí caminar hasta la casa, aunque cuando salí del auto y me mojé en aquella lluvia helada en medio de aquella oscuridad me arrepentí de inmediato. Al rato de estar caminando en la lluvia vi a lo lejos un auto atascado, como el mío, con las luces encendidas y haciendo un grave sonido. A medida que me acercaba me percaté que el conductor trataba una y otra vez de arrancarlo para ver si se movía hacia delante para desatascarlo, pero frustrado al ver que no resultaba se bajó del auto y le propinó dos patadas a la goma delantera. Parecía que llevaba algún tiempo intentándolo porque estaba empapado de pies a cabeza. Su pelo mojado le cubría el rostro mientras miraba la goma pensando cómo sacarla del lodo por lo que no supe quién era hasta que se lo apartó hacia atrás haciéndose surcos en él. Me puse algo nerviosa cuando sintió mis pasos aproximándome y me miró.
➢ ¿Jane?
➢ ¿Edgar? ¿Eres tú? –fingí que no lo había reconocido tratando de ocultar mis nervios por verlo de nuevo. Aunque estaba realmente asombrada de verlo allí.
➢ ¿Qué haces por aquí? Mi auto se atascó, estaba aquí revisando unos terrenos para la constructora donde trabajo, pero quedé atrapado en medio de esta tormenta.
➢ Vine a distraerme un poco, ver el mar, pero me atrapó la tormenta también. Yo…tengo una casa por aquí cerca, mi auto también quedó varado a unos metros de aquí. Sígueme, vamos. –dije y seguí caminado porque no soportaba que me mirara de esa forma y el agua hacia más pesadas mis ropas.
Caminamos en silencio hasta llegar a la lujosa casa, al entrar observamos que todos los muebles estaban cubiertos con mantas blancas para protegerlos del polvo y del salitre del mar. Descubrí los muebles del salón y le hice un gesto a Edgar para que se sentara. Encendí las luces de la casa, pero no funcionó, debía haber algún problema con el suministro de energía. Entonces busqué dos toallas, dos mantas y ropa de mi hijo Lucas para que Edgar se cambiara de ropa. Siempre teníamos un par de conjuntos que podíamos usar si pasábamos la noche o cuando veníamos por varios días. Regresé al salón y me percaté que aquel muchacho no paraba de temblar y sus labios parecían haber cambiado de color. Le ordené que se cambiara de ropa con rapidez y que se secara bien el cabello para que no se resfriara. Mientras que Edgar se cambiaba yo encendí la chimenea y luego fui a cambiarme. Al principio me sentía muy avergonzada, solo había dejado en el armario para mí una bata de baño un poco corta y lencería fina pues allí había planeado llevar a Larry para celebrar nuestro aniversario. Tomé la bata de baño y sin darle más vueltas me la puse. Me dirigí a la cocina y preparé dos tazas de té negro para los dos y serví unas galletas que había en el estante. Lo coloqué todo en una bandeja y lo llevé al recibidor. Aquel muchacho se veía muy atractivo en pantalones de chándal y camiseta, aun chorreaba agua de su cabello negro y lacio. Sentado en el sofá solo me miraba sin decir nada, aunque no hacía falta que lo hiciera.
➢ Tu cabello está muy mojado aún, ven te ayudaré a secarlo bien. –tomé mi toalla y me acerqué a él para secarlo. Se puso de pie mientras caminaba hacia él, le coloqué la toalla sobre el cabello y comencé a frotarla con suavidad. Era tan hermoso con la cabellera despeinada que me estremecí. Apreté mis labios intentando no besarlo y me aparté de él.
➢ Come algo, solo estaremos aquí hasta que… deje de llover. –dije mientras tomaba mi taza de té y me sentaba en el sofá frente a la chimenea sin mirarlo a los ojos.
➢ Me parece bien. ¿Te puedo preguntar algo? –preguntó sentándose a mi lado trayendo con el su taza de té y las galletas. –¿Dejaste tu bolso en mi casa para poder encontrarnos de nuevo o simplemente lo olvidaste?
➢ No sabía que los jóvenes de tu edad fueran engreídos. En realidad, lo olvidé, olvidar objetos es parte de mi naturaleza. Dije tomando de mi taza sonriendo divertida.
➢ Esperaba otra cosa, pero no importa, mucho mejor difícil. ¿Puedo… preguntarte algo más personal? ¿De qué escapabas hoy? –preguntó y sin poder evitarlo mis ojos comenzaron a sentir la proximidad de las lágrimas y en mi garganta se hizo un nudo indisoluble.
➢ De… un reencuentro con mi ex –esposo. Mi hija… me odia porque la separé de su padre y ya no…quería vivir conmigo así que la envié con él. –dije como desahogándome, como si estuviera con alguien de confianza.
➢ ¿Aún lo amas? –preguntó aquel joven mientras me analizaba.
➢ No, es… la costumbre supongo. A decir verdad, no sé cómo logré estar con una persona así durante tanto tiempo. Tener la misma persona a tu lado durante 30 años y el dolor de ser traicionada, sólo eso. –miré su rostro a través de mis lágrimas, se veía tan atractivo iluminado por el fuego.
➢ Yo… no te hubiera dejado nunca. –y me besó abrazándome a él. Traté de detenerlo, de resistirme, pero no quería resistirme. Mis manos buscaron su cabello para enredar mis dedos en su espesura y luego a su espalda ancha y fuerte. Edgar continuaba besándome con ternura mientras acariciaba con suavidad mi cuello y recorrió mi espalda hasta mi cintura. Como si me ahogara en sus labios dejé escapar un gemido que habría jurado que no era mío así que me alejé para poder respirar y pensar.
➢ Esto no está bien, Edgar, yo… no puedo utilizarte para olvidar mis decepciones, no puedo. –dije tartamudeando sin lograr sonar convincente, mi cuerpo estaba en shock. Caminé de un lado a otro ocultando mi rostro entre mis manos.
➢ Pero yo quiero que me utilices, no quiero verte llorar nunca más. –respondió poniéndose de pie, deteniéndome.
➢ Eres joven y me dejarás por la primera muchacha bonita que corra hacia ti. Lo sé y no quiero que me suceda de nuevo. Una vez fue más que suficiente. –Tomó mis manos con suavidad mirándome a los ojos.
➢ Escúchame, Jane. Razonemos como dos adultos. ¿Está bien? Somos un hombre y una mujer, que no estamos en una relación con nadie. ¿Cierto? No le debemos nada a nadie. Tú me gustas… mucho y sé que yo a ti también. Si mañana decides que no debemos vernos nunca más respetaré eso y estaré de acuerdo. Si decides llevar esto a otro nivel que creas que quieres llegar conmigo también estaré de acuerdo. Solo quiero estar contigo, no importa lo que hagamos o no. ¿Entiendes? –dijo muy serio, pero con voz muy baja. Me abracé a Edgar para sentir una vez más esa seguridad que emanaba de él. Aunque parecía sereno y calmado pude escuchar los latidos de su corazón acelerado retumbando en su pecho. Eso me hizo sentir que aquel hombre que tenía delante era quien necesitaba. Lentamente introduje mis manos por el dobladillo de su camiseta acariciando su espalda y luego la subí hasta su cabeza para quitársela. Luego él me tomó en sus brazos y subió las escaleras hacia los cuartos. Entró en la primera habitación y me depositó con suavidad en el colchón. Mientras me besaba sin prisa alguna sentí que estaba haciendo algo malo, aun mi mente no se hacia la idea de que otro hombre me tocara. Mi mente estaba luchando contra eso y Edgar se dio cuenta de esto entonces me susurró al oído que no cerrara mis ojos. Así lo hice, sin dejar de mirarlo comenzó a deshacer el lazo de mi bata de baño dejando a su vista mi pecho desnudo para él. Luego distribuyó besos mojados desde mi cuello en línea recta hasta el ombligo, intuí lo que haría, así es como no tuve que mirar. En mi ya no quedaba la duda, solo me había rendido al placer. Aunque afuera llovía aún y relampagueaba con estruendo para mí todo estaba en silencio. Nunca nadie me había amado así, con tanta pasión y ternura que parecía irreal. No supe en que momento nos quedamos rendidos por el cansancio, ni a qué hora, pero sé que me desperté en algún momento de la madrugada y lo vi dormir tan sereno que solo podía mirarlo y pedir que esto que había vivido fuera para siempre.
La mañana llegó y abrió sus ojos sonriéndome. Sonreía también como una niña pequeña, cubrí mi rostro con mis manos por la vergüenza sentía mi cara ponerse muy caliente.
➢ Buenos días, hermosa. –me dijo apartando mis manos de mi cara divertido.
➢ Buenos días, Edgar. –no sabía que más decir.
➢ ¿Ves? Te dije que acabaríamos juntos, Jane. –respondió con una sonrisa maliciosa.
➢ Silencio, arruinas el momento. –contesté siguiéndole el juego y soltando una risita divertida.
➢ ¡Que sonido tan bonito! ¿Dime que tengo que hacer para escucharlo otra vez? –preguntó mordiendo su labio inferior de forma muy sensual.
➢ No lo sé. Tal vez quieras marcharte a tu trabajo. La lluvia cesó y el camino esta transitable de nuevo. –contesté con una sonrisa pícara.
➢ No, hoy no tengo que trabajar, puedo hacer lo que quiera. A menos que quieras que me vaya.
➢ La verdad es que no quiero que … te vayas. –no me reconocía a mí misma.
➢ Claro que no, no me puedo ir sin antes escuchar esa mágica risa de nuevo. Por eso… -y se abalanzó sobre mí para hacerme cosquillas. No podía dejar de reír como una niña, me sentía extrañamente feliz. Luego su sonrisa juguetona desapareció para besarme mientras me acariciaba el rostro y los cabellos. Se acostó junto a mí para abrazarme y yo coloqué mi cabeza en su pecho fornido.
➢ ¿Puedo preguntarte algo, Edgar?
➢ Claro que puedes, Jane. Lo que quieras. –respondió mientras acariciaba mi espalda con la punta de sus dedos.
➢ ¿Qué edad tienes?
➢ ¿No crees que eso no tiene ningún sentido ahora? –contestó suspirando divertido.
➢ Lo sé, pero… tengo curiosidad. Es que pareces tan maduro. Disculpa. –dije mientras entrelazaba su mano con la mía.
➢ No, tranquila. Tengo 33 años ¿Y tú? –mordió su labio inferior y clavó sus ojos en mi como esperando mi respuesta.
➢ No puedo decírtelo, te reirías de mí.
➢ Vamos, no me reiré. –tomo uno de mis mechones de cabello y lo colocó detrás de mí oreja para que tomara confianza.
➢ 47. Dios mío, no puedo creer que haya dicho eso. –sonreía mientras sostenía mis sienes con ambas manos.
➢ Eres hermosa, Jane. No importa la edad que tengas. –me besó de forma sensual y comenzó a regar besos mojados por todo mi cuello, mi zona más sensible, mientras yo solo me dejé llevar por las sensaciones que me hacía experimentar. Mis manos acariciaban su cabellera despeinada y su musculosa espalda mientras que me envolvía su aroma.
Tras un largo rato me desperté algo cansada, pero mirar el rostro de Edgar dormido fue encantador. Salí casi en puntillas del dormitorio para no despertarlo y tomé mi celular para llamar a Lucas. Debía estar preguntándose en donde estaba desde ayer. Le expliqué que había venido a la casa de la playa para distraerme un poco y que por causa de la tormenta el auto se había atascado y por eso no había podido regresar. Lucas comentó que su padre había estado en casa para hablar conmigo, pero se fue muy molesto al ver que no llegaba diciendo que regresaría al día siguiente. Le informé a mi hijo que regresaría en cuanto el camino estuviera seco para poder desatascar el auto y me despedí con rapidez porque él todavía estaba en clases. Fui a la cocina para preparan el desayuno para los dos. Me sentía extrañamente feliz, ya no me asustaba la posibilidad de ver a Larry. Experimentaba una sensación de seguridad, de que era capaz de hacerle frente a lo que fuera. Subí al cuarto con varios emparedados de jamón y leche en una bandeja. Desayunamos juntos hablando de nosotros, de nuestras vidas. Me contó que era arquitecto en jefe de una empresa constructora. Años antes había trabajado con su padre pero que ahora trabajaba por su cuenta por desacuerdos con su padre. Su padre era muy estricto con él desde niño, desde el accidente de auto donde su madre falleció. A los 21 años su padre lo obligó a casarse con la hija de un rico empresario y por su puesto el matrimonio no funcionó se divorciaron luego de tres años y como no tuvieron hijos nunca más se vieron. Yo le conté sobre el motivo de mi divorcio y que solo contaba con el apoyo de mi hijo Lucas porque Hanna pensaba que yo era la culpable de que su padre se hubiera ido de la casa. También le conté mis deseos de poder encontrar algo que hacer, algún trabajo que me mantuviera ocupada para no pensar solo en mis problemas y deprimirme. Pero no estaba segura de que hacer o donde buscar, nunca había trabajado, Larry nunca quiso que yo trabajara. Edgar me prometió que me ayudaría a encontrar algo que me gustara. También me aconsejó que hiciera ejercicios. Él acostumbraba a correr una hora, tres veces por semana y eso lo ayudaba a liberar las tensiones de su trabajo. Se sentía más activo, menos nervioso o malhumorado y al mismo tiempo aumentaba su apetito y dormía mejor. Me agradó mucho la idea y le pregunté donde corría regularmente y si podíamos correr juntos. No pudo evitar sorprenderse de que quisiera seguir viéndolo y respondió risueño que le encantaría que hiciéramos algo juntos. Iba a correr al mismo parque donde aquella noche se había sentado junto a mi sobre la hierba, recordé ese lugar y sonreí. Al terminar de desayunar se acercó a mí y me preguntó si todo lo que había pasado entre nosotros me parecía bien y que sentía. Nunca nadie me había preguntado eso. Me quedé unos segundos en silencio intentando procesar.
➢ Me sorprende que preguntes eso. Eso me hace pensar que eres muy sensible y considerado. Son cualidades que admiro en un hombre, me gusta tu forma de ser y sí, quiero seguir viéndote. Tú me haces bien, Edgar, mucho bien.
➢ Me encanta tu forma de ser y me gustaría mucho seguir viéndonos. Tú también me haces bien, Jane. ¿Quieres dar un paseo conmigo por la playa antes de que tengamos que irnos? –me acariciaba las manos y me colocó un mechón de cabello de tras de la oreja.
➢ Está bien, pero no me puedo demorar mucho. Vamos. –le dije tomándolo de la mano y bajando las escaleras. Tomé las llaves de la casa y la coloqué en una maceta del portal que era artificial con una pequeña cajita en su interior. Luego Edgar volvió a tomar mi mano para caminar por la arena fría. Caminamos durante un rato hablando sobre mis hijos y que me gustaba la pintura. Incluso había pintado varios cuadros solo que no había vuelto a pintar desde que estaba deprimida. Él me hablaba de cuanto amaba su trabajo y diseñar casas o edificios para que la gente pudiera vivir, le gustaba saber que contribuía a que las personas tuvieron un techo donde dormir y sentirse seguros. El agua fría tocó mis pies y se me erizó la piel dando un pequeño grito. Edgar sonriente me preguntó si quería regresar o quería entrar en el agua y comenzó a caminar hacia el mar. Yo solo decía que no con la cabeza y sonreía al ver como se hundía en el agua. Como no salía a la superficie grité su nombre varias veces y me metí en el agua. Sentí que unas manos me sujetaban las piernas y supe que era él. Le encantaba jugar, salió a la superficie sonriéndome.
➢ ¿Te asusté?
➢ Un poco, no vuelvas a hacer eso. –le ordené mientras lo sujetaba por los hombros.
➢ Ok, jefa. –contestó haciéndome un saludo marcial para luego llenarme de besos rápidos. El último de ellos fue en los labios y fue profundo y sensual y me llenó de deseo. Me abrazó y me susurró en el oído que si pudiera se quedaría así conmigo todo el día. Yo no respondí, pero me sentía igual, solo me quedé acariciando su mojada espalda y disfrutando de aquella sensación de estar flotando en el agua. Nos quedamos así abrazados durante un rato en el agua para luego salir y sentarnos en la arena. El sol comenzaba a calentar la arena y se sentía más agradable. Quería quedarme en ese lugar con el sin tener que preocuparme de mis problemas, pero no podía. Debía hablar con Larry y eso era un dolor de cabeza seguro. Pero cuanto antes hablara con el más rápido saldría de esa situación.
➢ Será mejor que regresemos. Debo irme.
➢ Está bien, Jane. Regresemos.
Luego de ducharnos cada uno por separado nos vestimos con la misma ropa de la noche anterior que ya se había secado. Se veía tan atractivo tan atractivo con su camisa blanca de mangas cortas y sus jeans azul oscuro que no podía dejar de mirarlo. Supongo que a Edgar también le gustaba verme en mi vestido rojo con pequeñas flores blancas porque no dejaba de mirarme. Se me acercó por detrás cuando peinaba mi cabello, pegando su pecho cálido a mi espalda para abrazarme y besarme en mi oreja haciéndome cosquillas. Le dije que debía pasar por su casa para recoger mi bolso, lo necesitaba. Salimos de la casa de la playa tomados de la mano caminando por el sendero fangoso de ayer y caminamos hasta nuestros autos. Por suerte el terreno ya se había secado y salieron sin problemas su auto y el mío. Lo seguí en mi auto por la interestatal hasta llegar a su casa. Me dijo que esperara en el salón mientras el buscaba mi bolso y no pude evitar mirar todas y cada una de las fotografías que adornaban cada una de las paredes. Había varias fotos de cuando era pequeño, junto a su madre, en el colegio, junto a sus amigos de la universidad, su graduación y algunos con colegas de trabajo al parecer. Una en particular llamó mi atención y era la que su madre lo tenía en brazos. En la foto parecía tener unos 4 o 5 años y la abrazaba con una mirada tan tierna y dulce. Pensaba que esos adorables ojos café no habían cambiado nada, seguían teniendo la misma inocencia y eso me conmovió.
➢ ¿Me prometes que esto no significa que no nos volveremos a ver? –preguntó al devolvérmelo.
➢ Te lo prometo. –sosteniendo el bolso y colocándolo en mi brazo. –Aún no me has dado las gracias por ser tu salvadora.
➢ ¿Mi salvadora? –preguntó divertido con una sonrisa maliciosa.
➢ Si, dejarte allí bajo la lluvia, con tu auto atascado en el lodo en aquella oscuridad no parecía ser muy seguro. Podría llegar a ser peligroso, pero… como soy una dama decidí ayudarte. –le expliqué coqueta y divertida. me atrajo hacia él y me obsequió un memorable beso mientras recorría con sus dedos mi mejilla y mi oreja.
Me dirigí hacia la puerta pensando que era la primera vez que deseaba estar con alguien por mucho tiempo, no sabía si él se sentía igual o no. Para mí no había sido solo sexo, por eso decidí no decir nada y despedirnos. Me dirigí a casa solo recordando todo lo que había pasado entre Edgar y yo, sus caricias, sus besos, sus palabras y la forma en que me miran sus ojos cafés se quedaron grabados en mi mente.
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Al final de mi vida
RomansaUna mujer de cuarenta y tantos sufre el engaño de su esposo después de 30 años de casados. Luego del divorcio se encuentra devastada y sin un rumbo en su vida. Una noche va a un bar y se pasa de tragos, está hecha un desastre pero aún así logra atr...