Indecisión

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Al abrir la puerta Lucas estaba sentado en el recibidor estudiando, pero su mente no estaba del todo en el estudio. Lo saludé con un beso en la frente (ese era nuestro saludo) y le pregunté en que pensaba que estaba tan distraído. Me confesó que había conocido una muchacha en el instituto y que le gustaba mucho. Quería saber si me parecía correcto que la invitara a casa para que yo la conociera y empezar una relación formal. Yo me alegré mucho por él; Lucas era un joven muy dulce, cariñoso y se merecía una muchacha igual. Le contesté que podía traerla para conocerla, pero solo cuando pasara el examen. Mi hijo me preguntó cómo me había ido con la persona que había conocido en la playa y mi corazón latió más apresurado. Le conté que esa persona me había escuchado, me había consolado y me había sanado, todo lo que necesitaba. Pero que yo quería ir despacio y conocerlo mejor. Mi hijo respondió que le parecía bien que tomara precauciones para no salir lastimada otra vez, pero que no podía pensar que cada hombre que conociera sería igual que su padre. “Todas las personas no son iguales, mamá.” –me repetía Lucas y eso me hizo reflexionar, quizás estaba prejuzgándolo sin conocerlo. Lucas me confesó que se sentía decepcionado y enojado con su padre por humillarme como lo hizo el día anterior. A lo largo de nuestro matrimonio había escuchado algunas de nuestras peleas, pero nunca al punto de ridiculizarme delante de mis hijos. Tomé sus manos y le rogué que no pensara en eso, yo tomaría las medidas de protección para que no pudiera acercarse a mí y evitar hacernos daño. Quizás con el tiempo, cuando nuestras heridas sanaran lograríamos llevarnos como amigos, pero sería difícil y complicado.
➢ ¡Eres la mejor mamá del mundo! Aún cuando te hacen cosas malas no te defiendes. No entiendo como Hanna no se dado cuenta de eso. Odio que ella no lo vea y tengas que sufrir por eso. –me abrazó y me confortó. Era muy importante para mí que al menos uno de mis hijos me apoyara, me entendiera y me sostuviera. Gracias a él y a Edgar me sentía un poco más fuerte, más segura.
➢ Gracias, hijo mío. No sabes cuánto valoro que me apoyes en este momento.
➢ Entonces, ¿Cuándo me presentarás a tu protector? –dijo con una sonrisa maliciosa en los labios.
➢ No lo sé, Lucas. No me presiones, quiero ir despacio. –respondí algo nerviosa, pero a la vez emocionada. En el fondo me gustaba la idea de poder verlo de nuevo y en compartir más tiempo con él.
➢ Mamá, solo te pido conocerlo, hablar con él, quizás cenar juntos, solo eso. No te estoy pidiendo que te cases con él de inmediato, pero dale la oportunidad de conocer a tu familia. A los hombres no nos gusta mucho el anonimato.
➢ Está bien, lo pensaré. Te lo prometo. –y fui a la cocina para evitar seguir hablando de esto.
Pasaban las horas del domingo y más sentía la necesidad de la presencia de Edgar a mi lado. Lucas y yo almorzamos juntos, pero continuó concentrado en su estudio apenas terminó de comer. Subí a mi cuarto y estaba ansiosa, quería hablar con él, escuchar su voz, pero no sabía que decirle. Sabía que estaba molesto conmigo y no quería ceder. Decidí pintar un poco para despejar mi mente y aliviar mi ansiedad. Pero no me sentía cómoda con lo que pintaba, arranqué la hoja de mi caballete y comencé a dibujar el rostro de Edgar a carboncillo, casi sin proponérmelo. Recordaba sus bonitos rasgos, sus ojos, sus labios, su mirada penetrante y profunda y sus cabellos oscuros sobre su frente. Mientras me concentraba más en el dibujo más recordaba aquella noche en que lo había conocido en el bar. La noche que pasamos en la casa de la playa, su forma de amarme. Todo el tiempo que pasó a mi lado, escuchándome llorar mientras me abrazaba y me consolaba. Eso me hizo darme cuenta que no era un muchacho común que solo buscaba sexo, Edgar era muy maduro para su edad y si solo buscaba sexo de mí ya lo había conseguido y dejaría de buscarme. Pero, por el contrario, Edgar se preocupaba por buscarme algo que me gustara hacer y se preocupaba por mí. Y yo… había sido fría con él. Recordé la forma en que me miró antes de salir de su cuarto y la culpa mordió mi pecho dejándome aún más angustiada. Debía disculparme de alguna forma, hablar con él, pero no sabía cómo. Tomé mi celular, indecisa si debía llamarlo o no. Mientras pensaba con el celular en la mano sonó el timbre y en la pantalla  decía número desconocido.

Al final de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora