Al día siguiente desperté como siempre, madrugando para hacerle el desayuno a mis hijos. Me encantaba tener a mi pequeña Hanna conmigo de nuevo, antes del divorcio teníamos muy buena relación. Yo le dejaba cumplir algunos de sus caprichos, pero ella se comportaba muy bien conmigo. Me obedecía en lo que le pedía y nos llevábamos como amigas. Pero luego del divorcio nuestra relación se quebró, ya no nos entendíamos o, mejor dicho, no me escuchaba. Pero ahora que habíamos hablado sabía que poco a poco volveríamos a ser lo que fuimos, solo debía tener paciencia. Ser sincera con ella y eso implicaba contarle mi situación sentimental. Me ponía muy nerviosa al pensar que no entendiera mi relación con Edgar, debía hablar con ella con mucho tacto. Esperé que se marchara Lucas para hablarle, aprovechando que no tendría clases, su profesora había notificado que estaba enferma y que no asistiría a la escuela ese día. Así que la convidé para salir a distraernos un rato, aceptó con mucha alegría y fue de inmediato a vestirse para salir.
Fuimos a un café y nos deleitamos con los cafés y bizcochos súper deliciosos que ordenamos y conversamos de la escuela. Me contó que tenía un chico que le gustaba en la escuela y era dos años mayor que ella. Solo lo veía en los pasillos del colegio, no se atrevía a hablarle, ni siquiera lo saludaba solo lo miraba de lejos. A veces sus miradas se cruzaban, pero ella huía, no podía sostenerle la mirada por mucho tiempo. Cualquiera que no conociera a Hanna de verdad diría que era una pesada, pero nada más lejos de la verdad. Cualquiera que la mirara por primera vez con aquellos piercings por todo su rostro, su maquillaje oscuro y su mala actitud pensaría que no valdría la pena sentarse a hablar con ella. Pero no era así realmente, Hanna era sensible y buena, solo que era un poco cerrada, desconfiada. Le costaba mucho confiar en las personas y si alguna vez le rompías el corazón nunca más te miraría a la cara.
Le insistí para que le hablara y lo invitara a la casa. Que ella debía dar el primer paso y hablarle, solo así sabría si le gustaba al chico. Debía dejar atrás esa desconfianza en sí misma y en las personas y hacer amigos. Hanna me miró como si se hubiera percatado de eso en ese instante, se quedó pensativa, le dio un sorbo a su café. Le pregunté que le parecía Edgar y nuestra relación. Soltó su tasa muy seria y me dijo que creía que era un poco joven para mí pero que ella no se opondría si me hacía feliz estar con él. Creía que yo no debía confiar en Edgar tan pronto, típico de Hanna.
➢ Mamá, te lo digo en serio. Puede andar tras tu dinero. Es… raro que alguien de su edad se acerque a una mujer madura sin segundas intenciones. ¿No crees?
➢ Creo que… alguien se puede interesar en mí, sin ser joven, Hanna. –le respondí con el orgullo un poco herido.
➢ No quise decir eso, mamá. Sigues siendo hermosa pero no confíes en todo lo que te dice.➢ No quiero que te hieran más. Regreso enseguida. –y se levantó para dirigirse al baño.
La verdad era que ya confiaba en Edgar, me transmitía una seguridad que nunca antes sentí. Con él era libre de sentir, hacer y decir lo que quisiera. Mientras disfrutaba del café miré hacia la calle para ver a la gente pasar y luego de unos segundos miré que un rostro conocido pasaba del otro lado de la calle. Iba tan risueño y feliz que quise llamarlo, pero luego al verlo acompañado del brazo de otra mujer joven no pude evitar que mi corazón se acelerara sin dejarme respirar. La muchacha era bonita, sonriente, de cabello oscuro y corto a la altura del cuello. Labios finos y ojos negros que lo miraban con amor y sus manos siempre le acariciaban. En solo segundos vinieron a mi mente las palabras de mi hija y en un arranque de ira me levanté de mi asiento sintiendo la proximidad de las lágrimas en mis ojos. No podía articular palabra alguna mientras procesaba lo que estaba pasando. Caminé hacia ellos cruzando la calle mientras la sangre hervía en mis venas, la ira intoxicándome cada vez más. Al estar cerca de su espalda toqué el hombro de Edgar sin sentir mis lágrimas rodar por mis encendidas mejillas. Su rostro sorprendido se volteó y dijo mi nombre que solo escuché vagamente. Mi mano fue más rápida que su lengua y sin pensar asesté una bofetada en su rostro.
➢ ¿CÓMO PUDISTEEEE? No debí creerte, eres igual que los demás. –grité mientras miraba sus ojos y daba pequeños pasos hacia atrás.
➢ ¿Jane… de que hablas? –preguntó Edgar confundido mientras tocaba su rostro que se puso rojo en unos segundos. Su acompañante quedó en silencio mientras abría mucho los ojos por unos segundos. Me volteé para alejarme de ellos y caminé con rapidez hasta la esquina de esa calle. A cada paso que daba la opresión en mi pecho se intensificaba. Luego pensé en Hanna y que no podía irme sin decirle nada, pero no quería hablar con nadie en ese momento. Cubrí mi rostro con mis manos y mi corazón se quebró. Las lágrimas no cesaban de caer cuando escuché que Edgar repetía mi nombre acercando sus pasos a mí. Intenté alejarme, pero me alcanzó. Me resistí a su toque, pero se abrazó a mi espalda mientras me suplicaba.
➢ Jane, escúchame, por favor. –y recordé con su respiración la primera noche que pasamos juntos. Aquel recuerdo me derrumbó aún más. Me moví de forma brusca intentando liberarme, pero no pude lograrlo y me quedé quieta.
➢ Suéltame, por favor. Déjame ir, no me hagas más daño. –le dije, pero no me soltó.
➢ Jane, esa mujer no es lo crees, puedo explicártelo todo si te calmas, por favor. –me volteó hacia su rostro y siguió hablando sin soltarme. - Ella es mi hermana Amy, hace mucho tiempo vive en Viena. Vino a visitarme de sorpresa, llegó ayer en la noche. No me dio tiempo decírtelo. Incluso estábamos hablando de ti, le conté que había conocido a una mujer increíble y que quería que se conocieran. –me explicó y me fui calmando poco a poco, pero estaba confundida. Aún estaba escéptica, no podía creerle tan rápido. Nunca me había hablado de su hermana. Por encima de su hombro pude ver como se acercaba la joven que estaba con él y sus ojos nos evaluaban.
➢ ¿Crees que soy tonta? ¿Crees que te perdonaré tan fácilmente?
➢ No, Jane. Te estoy diciendo la verdad, solo eso. Pero si no me crees porque no compruebas que lo que digo es cierto. –respondió muy serio soltándome al fin.
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Al final de mi vida
RomanceUna mujer de cuarenta y tantos sufre el engaño de su esposo después de 30 años de casados. Luego del divorcio se encuentra devastada y sin un rumbo en su vida. Una noche va a un bar y se pasa de tragos, está hecha un desastre pero aún así logra atr...