➢ ¡Me encanta tu oficina! –dije al sentarme.
➢ ¿En serio? Me alegro de que te guste. –dijo al sentarse junto a mí en otra silla mientras me miraba divertido.
➢ Traje un sándwich para cada uno y café. Aunque no sé si te gusta. –pensé en alta voz la última frase poniendo la bolsa de la comida en un pequeño espacio sobre el escritorio.
➢ Adivinaste, me encanta el café.
➢ Que bien que acerté. –respondí moviendo mis manos nerviosamente en mi regazo.
➢ Pero antes de comer quiero que hables conmigo. ¿Qué pasa?
➢ Nada, no quiero agobiarte con mis problemas. Todo lo que hago es quejarme, pero eso no soluciona nada. Estoy harta de lamentarme, quiero buscar una salida, pero no sé cómo. –dije haciéndome surcos en el pelo.
➢ Pero yo estoy aquí para ayudarte, para escucharte. Quizás si me cuentas podamos juntos hallar el modo de buscar una solución. Dos cabezas piensan más que una. ¿No es cierto? –respondió intentando alentarme.
➢ Mis hijos conversaron hoy y mi hijo Lucas le contó a su hermana que la mujer que estaba ahora con su padre era por la que nos habíamos divorciado. Sé que mi hija Hanna hará un alboroto. Es muy rebelde y Larry se apoyará en eso para venirme a reclamar, a reprocharme. Lo sé, lo conozco y estoy harta de esta situación. Pero no tengo otro remedio que verlo y hablar con él, tenemos hijos en común y no puedo hacer otra cosa.
➢ Es cierto, tienen hijos en común y tienen por fuerza dirigirse la palabra. Pero él no puede humillarte, acosarte y perturbarte tu estado emocional. Para eso existen leyes como las ordenes de restricción para que no pueda acercarse a ti, ni interferir en tu vida. –contestó Edgar muy serio.
➢ ¿Me acompañarías a poner una orden de restricción contra Larry mañana?
➢ Sí, claro. Siempre estaré aquí para ti, Jane. –me tomó de las manos y las besó.
➢ Gracias, Edgar. Gracias por ser el apoyo que necesito. –y le regalé un beso rápido mirándolo a los ojos.
➢ Si me miras así no voy a poder seguir trabajando, Jane. Me encantó que vinieras, ya te extrañaba. –contestó mirándome con deseo y no pude contener mi sonrisa tímida. Se apartó de mí y sentó en la silla frente a su computadora. Miró a la pantalla y luego me miró de nuevo, pude leer en su expresión que no podía concentrarse. Entonces me levanté de mi asiento para sacar café para los dos. Le dije que me tomaría el café afuera de la oficina para no interrumpirlo y que me llamara cuando terminara.
Salí de la oficina con mi taza de café dando pequeños sorbos mientras recorría aquel salón llenó de escritorios y computadoras. Me acerqué a unos de los grandes ventanales de cristal y me detuve a mirar hacia la calle desolada. Luego de un rato sonó mi celular con un mensaje de mi hijo Lucas diciéndome que ya estaba en casa. Guardé mi celular en mi bolsillo y seguí mirando por la ventana mientras tomaba café. Luego me puse a mirar algunas pinturas que había en aquel salón, eran de paisajes, selva, playa, cascada, montaña y nieve. Todos muy bonitos e hipnóticos, disfrutaba mucho la soltura de los trazos de cada una de esas obras, parecían estar ejecutadas por la misma persona. Luego de un rato volví a mirar por aquel ventanal y comenzó a llover muy fuerte. Miraba como poco a poco toda la calle se mojaba, los carros, los edificios y hasta las luces de la calle. Cuando las gotas de agua comenzaron a resbalar por el cristal de la ventana sentí que unos brazos fuertes y cálidos me abrazaban desde la espalda. Apoyó su cabeza en mi clavícula, luego hundió su nariz en esa zona entre mi oreja y mi cabello llenándose de mi olor. Sonreí al ver que era Edgar y le pregunté si había terminado su trabajo. Contestó que sí pero que ahora no podríamos irnos mirando la intensa lluvia en la ventana. Así nos quedamos por un rato abrazados, solo disfrutando del momento. De pronto me dio hambre y lo invité a que nos comiéramos los sándwiches que había llevado. Regresamos a su oficina, merendamos y luego como la lluvia se había detenido recogimos todo y nos fuimos en mi auto hasta mi casa. Edgar me dijo que tenía el auto averiado y que luego tomaría un taxi hasta su casa. Insistí en llevarlo hasta su casa, pero me dijo que no quería que estuviera tan tarde afuera. Me gustaba que me cuidara así que no dije nada más, lo despedí con un beso lento, tomó un taxi y regresó a su casa.
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Al final de mi vida
RomanceUna mujer de cuarenta y tantos sufre el engaño de su esposo después de 30 años de casados. Luego del divorcio se encuentra devastada y sin un rumbo en su vida. Una noche va a un bar y se pasa de tragos, está hecha un desastre pero aún así logra atr...