Refugio

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Al llegar a casa encontré Lucas estudiando matemáticas con un montón de libros y libretas abiertos en el recibidor. Era sábado, pero estudiaba porque tenía un examen el lunes en la mañana. Lo saludé dándole un beso en la frente y enseguida preguntó cómo me había ido en la casa de la playa, la piel de mis brazos y mi rostro estaba un poco bronceada por el sol y mi estado de ánimo era muy bueno por eso había sospechado.
➢ Luces diferente, mamá. Feliz.
➢ Sí, es que tengo motivos. Conocí a alguien en la tormenta, su auto se quedó atascado como el mío en el lodo y le ofrecí ayuda. Parece buena persona. –le conté sin decirle que esa persona era mucho más joven que yo. Temía que su reacción no fuese tan entusiasta.
➢ Me alegro por ti. Mereces ser feliz y rehacer tu vida. A Papá no le importó dejarte y seguir con la suya. Es tiempo de que tú también lo hagas. –me respondió tomándome de las manos. Me dio un beso en la frente y siguió estudiando.
Pasadas unas 3 o 4 horas tocaron la puerta y fui a ver quién era. Frente a mi estaba un hombre alto de bigote ancho, canoso, vestido con su esmoquin oscuro y corbata rojo granate bien anudada. Llevaba un portafolios negro de cuero y zapatos bien lustrados; lucía unos espejuelos cuadrados como su mentón, cejas tupidas y fumaba algo enojado su tabaco. Larry estaba en mi puerta y por la forma en que me miraba por encima de los gruesos cristales de sus espejuelos sabía que estaba molesto. Sin dejarme decir ni una palabra entró a la casa de forma violenta.
➢ Vengo para hablar de Hanna. –dijo casi pasando sobre mí, entrando hasta el recibidor y le ordenó a Lucas que nos dejara solos.
➢ Escúchame bien, Larry. Que hayas sido mi esposo y el padre de mis hijos no te da el derecho de entrar en mi casa sin ser invitado, debes respetar mi casa. Y mi hijo no se va a ningún lado, se queda dónde está. Él sabe todo, no tengo nada que esconder. –dije muy enojada. Larry sabía cómo sacar lo peor de mi con su actitud arrogante.
➢ Ya veo que le contaste a tu hijito querido. ¿Por qué enviaste a Hanna a mi casa? Eso no fue lo que acordamos.
➢ ¿Qué pasa? ¿Te molesta tu hija en tu nido de amor? Pues acostúmbrate a la idea porque estará una temporada contigo. Hanna me odia y te extraña así que se quedará contigo. Lo siento mucho si a tu noviecita no le agrada. –respondí furiosa. Lucas se paró a mi lado para apoyarme.
➢ Hanna y Verónica no se llevan bien, la casa es un infierno y no puedo seguir así. Todo esto es tu culpa, es tu forma de vengarte de mí. ¿No es cierto? –gritó dando un paso adelante quitando su tabaco de su boca, esparciendo su desagradable olor por todo el lugar.
➢ No, no lo es. No te des tanta importancia, Larry. Por todo lo que pasas ahora se llama Karma, todo lo que das regresa a ti. Es lo justo y es solo el comienzo de todo lo que tendrás que pagar. –quise sonar fuerte pero mi voz se vio afectada por la proximidad de las lágrimas.
➢ Ja, aquí vamos otra vez con lo de la traición. –contestó y no pude contener mi rabia soltándole una bofetada en el rostro.
➢ Vete, sal de aquí. Eres un maldito imbécil, no quiero volver a verte nunca más. Me arrepiento una y mil veces de haberme casado contigo, de haberte dedicado mi vida entera cuando no quieres ni a tus hijos. Lárgate, lárgate de mi casa… - no podía dejar de explotar mientras mis palabras salían sin control de mis labios y me abalanzaba sobre el para pegarle mientras mi hijo me sostenía para que no llegáramos a hacernos daño. Larry solo retrocedía asustado, sorprendido, Lucas le gritaba que se fuera y lo hizo. Ahogada en llanto me deje caer al suelo sin fuerzas, mi cuerpo estaba sin control, temblaba. Sentía tanta rabia y dolor al mismo tiempo que no sabía que haría. Estuve así en el suelo por unos segundos, aunque no estoy muy segura de cuánto tiempo transcurrió, solo escuchaba a mi hijo llamándome, rogándome que le hablara. Estaba como en un trance, pero la voz de mi hijo me hizo reaccionar, secarme las lágrimas y ponerme de pie. No podía quedarme allí en ese estado, no quería que me viera humillada por más tiempo. Así que fui a la cocina lentamente busqué un vaso de agua, lo tomé con rapidez, tomé mi bolso con mis llaves que estaban en la mesa del recibidor y abrí la puerta. La voz de mi hijo Lucas me preguntaba que adonde iría, pero no había pensado en eso aún, solo respondí que no se preocupara. Subí a mi auto y Lucas no paraba de decirme que no me fuera, que era peligroso conducir así, pero lo ignoré. No podía escucharlo, la angustia en mi corazón no se detenía, era como si hubieran echado sal en mi herida. Los latidos de mi corazón iban erráticos y fuertes, mis manos sudaban y temblaban y me costaba mucho hablar. Conduje por un rato y sin percatarme siquiera me detuve frente a la casa de Edgar. Toqué la puerta y luego de unos segundos abrió.
➢ ¿Jane? ¿Qué sucedió? –preguntó mirándome preocupado, buscando mis oscuros ojos.
➢ ¿Puedo… pasar? –mi voz quebrada y baja no se distinguía bien, no sabía si me entendería.
➢ Claro, entra. –Edgar me sujetó de la cintura y me condujo hasta el sofá como una muñeca inerte. Levanté mi cabeza para mirarlo dejando al descubierto mis irritados ojos y una ola de dolor me sacudió instalándose en mi garganta.
➢ ¿Puedes… abrazarme? –tocó mi rostro con su dedo índice pero no dijo nada. Me tomó de la mano y me llevó a su habitación. Me sentó en un lado de su cama y me hizo recostarme. Se quitó los zapatos y se subió a la cama conmigo para abrazarme desde la espalda. Me besó los cabellos y me susurró al oído que llorara todo lo que guardaba para que me sintiera mejor. Las lágrimas comenzaron a salir sin detenerse, mis sollozos y sus suspiros eran tan fuertes como sus abrazos. Su pecho cálido era el refugio que necesita mi abrumada cabeza. El dolor y la tristeza de mi pecho fueron desapareciendo después de un largo rato, me quedé dormida en su abrazo rodeada de su olor. La luz de la mañana tocó mis ojos al entrar por la ventana, mis parpados se sentían pesados aún, pero al lograr abrirlos me percaté que Edgar me observaba, al parecer, desde hacía ya tiempo. Por su expresión sabía que estaba preocupado.
➢ ¿Dormiste bien?
➢ Si. –respondí, pero no me atrevía a mirarlo a los ojos. La vergüenza se apoderó de mí. –Edgar, lo siento no debí venir…
➢ No tienes por qué sentirte apenada. –dijo sentándose en la cama a mi lado. –Me alegro que haya venido refugiarte en mí, Jane. –colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja. Supongo que hablaste con tu ex y discutieron. ¿No es cierto? –Respondí solo con la cabeza y sentí las lágrimas aproximarse con lentitud. Sus manos abrazaron mi rostro haciendo que lo mirara. –Oye, has estado llorando desde que llegaste la noche anterior. No quiero verte llorar otra vez. Quiero que seas fuerte, yo estoy contigo. Puedes contar conmigo para lo que sea, Jane. Tú te mereces reír por siempre. –sus ojos se tornaron vidriosos como si quisiera llorar, pero no lo hizo. Me besó la frente y con una leve caricia me recorrió la espalda con sus dedos y me estremeció. No pensaba en nada más cuando estaba en sus brazos, pero no era sexo lo que deseaba sino estar así acurrucada en sus brazos, donde me sentía protegida, segura y en paz. Nos quedamos así por un rato sin hablar hasta que esbozó una pequeña sonrisa y me preguntó si tenía hambre. Respondí que sí y me tomó de la mano diciendo que cocinaríamos algo juntos.
Me llevó a la cocina y me pidió que tostara el pan mientras que el prepara los huevos revueltos con jamón. Así lo hice y los puse en platos al terminar y tomé jugo de naranja para los dos. Devoramos todo con rapidez y luego de hablar de mi pasión por la pintura dijo que era tiempo de ejercitarse. Me ofreció unos pantalones deportivos que se le habían quedado pequeños hacía tiempo y una camiseta deportiva que era tres veces mi talla, pero no me quedaba tan mal. Busqué en mi bolso una goma para sujetar mi cabello en una cola y estaba lista para correr. Al voltearme Edgar me miraba con malicia, mordiéndose el labio mientras observaba como me quedaba la ropa deportiva, creo que le gustaba. Él también se había cambiado sus pantalones de dormir por un short negro con dos líneas verticales situadas a ambos lados de la cadera. Su pecho estaba cubierto por una camiseta gris con unas letras blancas en el centro que decían “Sonríe ˮ. Se acercó a mi preguntándome si estaba lista con las llaves de su casa en la mano y yo asentí sonriendo al mirar las letras sobre su pecho. Fuimos al parque donde nos conocimos caminando, estaba a solo dos cuadras de su casa. Me explicaba en el camino que si en algún momento durante el entrenamiento creía que era demasiado rápido su paso desacelerara o trotara más lento pero que no me detuviera. Llegamos y empezamos a correr a un paso medio, pero luego de dos vueltas al parque mi corazón latía muy rápido como para seguirle el paso a Edgar, así que reduje poco a poco el paso y mis latidos comenzaron a volver a su ritmo normal en el que podía respirar sin dificultad. Seguimos así por 15 minutos y me indicó que debía caminar junto a él. Para mí era suficiente con el ejercicio que había realizado hoy. El siguió con paso medio por otros 15 minutos luego caminó dándole una vuelta al parque y al terminar regresamos a su casa. Tomé mi celular y llamé a Lucas que debía estar preocupado por la forma en que salí ayer de la casa. Hable con él por un rato, se sintió más aliviado al saber que no había estado sola. Me despedí de Lucas diciéndole que regresaría en unas horas y que siguiera estudiando para su examen de matemáticas. Al regresar a la habitación escuché el sonido de la ducha y supe que Edgar estaba tomando una ducha. Me percaté que había dejado la puerta entreabierta y pensé en hacerle una broma. Al poner la mano en el picaporte sentí un poco de vergüenza al pensar en que pudiera verlo desnudo. Pero al recordar las veces que nos habíamos visto en la misma situación sentí más confianza. Entré al baño y pude ver su silueta en la cortina, me acerqué en puntillas para asustarlo un poco y reír juntos. Pero antes de que pudiera asustarlo sentí que su mano me sostuvo la muñeca y me haló para que entrara a la ducha. Me tomó por sorpresa y me besó en los labios con pasión mientras que mi cuerpo se mojaba con el torrente. Edgar aprisionaba mi cuerpo contra la pared mientras me besaba el cuello en silencio. Con suavidad levantó mi camiseta adornando con sus besos mi vientre. Luego me quitó los pantalones mojados besando todo a su paso. Otra vez nos entregamos al placer, sus ojos cafés no dejaban de mirarme. Perdía la noción del tiempo cuando estaba en sus brazos y me aterraba la idea de necesitarlo más cada vez. No podía enamorarme de Edgar, pero algo dentro de mí se expandía cada vez que estábamos juntos. Luego de que nuestras respiraciones volvieran a la normalidad nos quedamos abrazados dentro de la bañera sentados en el piso. El agua aun nos mojaba, pero Edgar cerró la ducha luego de sentarnos. El acariciaba mi espalda y mis cabellos mientras yo jugaba con la piel tan suave de su pecho y su barbilla. Luego de un rato dijo que debía secarme y se puso de pie. Agarró una toalla grande y cuando me levanté la envolvió en mi cuerpo moviéndola lento por mi piel para secarme. Era una sensación tan exquisita la de ser mimada y cuidada por este hombre que me sonrojé. Secó también su cuerpo mojado y luego salió del baño desnudo diciéndome que traería mi ropa. Luego de unos segundos regresó con mi ropa y vestido por completo. Me la entregó, me dio un beso rápido en los labios y me dijo que se iría para dejarme vestirme con tranquilidad. Luego de que se fuera me vestí con lentitud, como si no quisiera que no pasara el tiempo. Al salir lo vi sentado en la cama, peinado de forma perfecta, esperándome. Me acerqué a él hasta quedar de pie entre sus dos piernas, esbozó una sonrisa al verme y me abrazó pegando su rostro a mi vientre. Me dijo que le encantaba mi olor y que no se aburría de tenerme cerca.
➢ Yo… siento haberte involucrado en mis problemas ayer, pero necesitaba de… de ti. Te agradezco que lo hayas entendido y que me ayudaras. Ahora debo irme, aunque realmente no quiera. –dije con una sonrisa triste pegando mi frente a la suya.
Yo tampoco quisiera que te fueras. Siento que cada vez que estamos juntos quiero pasar más tiempo contigo. –respondió muy serio y me miro a los ojos esperando a que respondiera. Pero no lo hice, sería admitir estaba sintiendo algo por él y en ese momento estaba muy insegura de mí, de mis emociones, de mi vida. Edgar miró hacia abajo como decepcionado y se extendió para tomar un peine de encima de la cama. –Péinate. Te esperaré en el salón para llevarte a casa. –No quiso hacer contacto visual conmigo cuando se alejó, se veía lastimado. Me sentí culpable por haberle hecho daño, pero todo en mi vida estaba patas para arriba y no quería complicarlo más. Al rato salimos en mi auto para mi casa, el conducía mi auto sin mirarme y supe que estaba enojado. En absoluto silencio recorrimos todo el camino hasta llegar a mi casa, se bajó del auto en la entrada al igual que yo, me entregó las llaves del auto y se despidió de mí algo indiferente. Caminó hacia la avenida y tomó un taxi para regresar a su casa; me sentí terrible, no era fácil para mi hablar de mis sentimientos.

Al final de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora