Atenea vuela a Lacedemonio y le dice a Telémaco que regrese a Ítaca. Ella le advierte que algunos de los pretendientes intentarán emboscarlo y matarlo en su camino a casa, y le dice que evite todas las islas. A la mañana siguiente, Menelao hace arreglos para que Telémaco se vaya a casa con Pisístrato. Cuando Telémaco menciona a Odiseo en su despedida, un águila con un ganso en sus garras pasa volando: un buen augurio. En Pilos, Telémaco carga sus regalos en su barco y navega hacia Ítaca; lleva consigo a Tecómeno, el hijo de un profeta que mató a un hombre en Argos y que pide hospitalidad.
Mientras tanto, de vuelta en Ítaca, Odiseo decide probar a Eumeo una vez más. Le dice a Eumeo que planea irse a la mañana siguiente y probar suerte mendigando en el palacio, pero Eumeo lo insta a quedarse hasta que Telémaco regrese. En respuesta a las preguntas de Odiseo como mendigo, le dice que el rey Laertes vive de luto por Odiseo y por la madre de Odiseo. Odiseo le pide entonces a Eumeo que cuente su historia y el pastor de cerdos acepta con gusto, reflexionando sobre el placer de las penas recordadas.
Eumeo dice que su padre era señor de dos ciudades en la isla Siria. Una tripulación fenicia desembarcó un día en la isla y uno de los hombres sedujo a una enfermera fenicia de la casa de su padre. Se fue con ellos, y trajo consigo al hijo del rey: ese niño era el pastor de cerdos. Finalmente el barco desembarcó en Ítaca y Laertes compró al infante. Aquí termina la historia de Eumeo.
A la mañana siguiente, Telémaco llega a salvo y en secreto a Ítaca. Él dirige el barco para continuar a la ciudad mientras que él va a la granja de Eumeo. Cuando sale del barco, todos ven a un halcón con una paloma en sus garras. Tecómeno interpreta que este presagio significa cosas buenas para Odiseo y sus descendientes.