Sangre. Sangre y más sangre.
Alessa siente el vuelco al corazón, apenas y le da tiempo de sostener al hombre que se desploma en sus pequeños brazos. Allie no está muy segura de ello, pero le parece que el hombre le ha dicho «ayúdame» en... ¿Ruso? Ella no entiende nada de ruso, pero sonaba muy ruso y sonaba muy necesitado de ayuda. Durante la secundaria llevó unos cursos que le ayudaron con el idioma, mas no está segura de que fuese eso. A quién engaña, realmente no tiene ni jodida idea.
A final de cuentas no importa, incluso si el hombre no lo dijese, es total y absolutamente obvio que necesita ser ayudado. Alessa atrapa el peso muerto en un abrazo, es inercia. Su menuda figura no le da para sostener el cuerpo del extraño, que seguramente ronda los 1.85cm de estatura o más. Con el mayor cuidado que puede lo acomoda en el suelo en posición horizontal, se apresura a inspeccionar su cuerpo, tiene el rostro muy golpeado y sangre por todas partes; con horror contempla que el joven cuenta con tres heridas de bala, una de ellas bastante peligrosa. Y entre más lo inspecciona, más heridas descubre, se topa también con lo que parece ser una puñalada. Alessa gruñe por lo bajo, el sujeto está realmente mal. ¿Qué debe hacer? Ella es médico, ella salva vidas. Entonces ¿Por qué el estado de este hombre la inquieta tanto?
Por acto reflejo, alza el rostro en dirección a su apartamento. Sí, eso. Su apartamento cuenta con más de un kit de primeros auxilios, con medicamentos y anestésicos, con su carísimo kit de bisturí y en general muchísimos artículos médicos que prácticamente colecciona. Quizá y solo quizás, ella misma pueda salvarlo incluso en un estado tan delicado. Solamente Dios todopoderoso sabe por qué demonios no le cruza ni por un solo instante la idea de llevarlo a un hospital o llamar a emergencias. Alessa no sabe ni cómo, pero tras gran esfuerzo ( y posiblemente mucha suerte) logra llegar con él hasta el apartamento. Él era pesado y ella era pequeña, pero llegan. Lo importante es que llegan.
La llave que estúpidamente guarda en el rincón ‘secreto’ de la puerta les concede el acceso fácil, sin el martirio de tener que buscar en el bolso de mano. Con cuidado lleva al joven hasta su cama y lo postra en esta. Alessa entiende el riesgo que implica atender esas heridas fuera de un hospital, entende también, el colosal problema en que puede meterse si algo sale mal, y aún así toma cada uno de los riesgos con tal de luchar por salvar la vida de ese extraño. Le toma por lo menos seis horas remover las balas y suturar todas las heridas. Durante el proceso, el chico sufre espasmos, y es que ella comprende lo doloroso que debe ser pero lamentablemente no cuenta con ningún anestésico lo suficientemente fuerte como para contrarrestar ese dolor; sorprendentemente no reacciona como cualquier otra persona lo haría, era como si, incluso así, su umbral del dolor fuese por demás mucho más alto y resistente que el de cualquier persona promedio.
Para el amanecer, el chico está relativamente fuera de peligro, las balas no han tocado ningún órgano ni arteria importante, y por la profundidad de las balas y los restos de pólvora en su ropa Alessa ha deducido que le dispararon a quemarropa, que irónico que justo ello le salvase la vida. Se encarga de limpiar bien el cuerpo del varón y mantener las heridas desinfectadas, pero desafortunadamente la pérdida de sangre fue tremenda, y eso es en definitiva algo que está fuera de sus posibilidades de equilibrar, por más que quiera.
Dos días pasan, dos días en los que apenas y puede dormitar, preocupada por la vida del extraño. Una vez más ¿Por qué no llamar a emergencias? No puede, sencillamente sus entrañas se lo dicen: que no puede. En un principio apenas y lo movía, lo difícil fue encontrar algo con qué vestirlo, porque claramente no podía dejarlo con aquellas prendas sucias, sin embargo ella no cuenta con ropa de su tamaño; o quizás sí. Recordó aquellos pantalones tres tallas más grandes que compró para obsequiar a un compañero de trabajo en un cumpleaños y a final de cuentas no asistió a la fiesta; y esa playera blanca en la que prácticamente podía nadar y que solía usar cual pijama por lo holgada. Alimentarlo Se vuelve el enemigo imposible: no había manera de hacerlo y comenzaba a preocuparse, con la pérdida de sangre no alimentarse era lo peor que podía hacer, pero el sujeto no despertaba y ella no contaba con los elementos necesarios para sondarlo, se consuela a sí misma pensando que al menos logró colocarle una intravenosa con suero para mantenerlo hidratado y administrarle medicamentos. Para el tercer día, no le queda más que esperar un milagro... tres días en los que se ha dedicado única y exclusivamente al cuidado de aquel desconocido, con el pasar de las horas y esos escasos días, Alessa ha aprendido a reconocer el ritmo de su respiración, las débiles expresiones en su rostro (que le indican una favorable actividad cerebral). Se le hace una costumbre, peor; un vicio, observarlo dormir, estudiar sus facciones hasta reconocerlas a ciegas, el contar sus cicatrices hasta que memoriza cada una de ellas y pasar horas imaginando las posibles causas que las tatuaron en su piel, desea conocer la verdadera historia de cada una de ellas. La inflamación del rostro ha bajado considerablemente, lo suficiente como para dejar las facciones ser reconocidas. Es un hombre atractivo. Muy atractivo. Hermoso, hermoso extraño.
Al anochecer del tercer día, justo cuando Alessa sale de la ducha y se pelea con el peine, escucha ruidos en la habitación. De entrada se sobresalta, llega a pensar que puede ser alguien más, sin embargo no le da más tiempo al temor, se envuelve en la enorme bata de baño y corre a la habitación guiada por la emoción de finalmente, verlo despierto.
―Hey, por fin despiertas ―lo suelta en tono afable, cálido, risueño. No es por alguna razón en especial, pues no le conoce, sin embargo esa es una de las características de Alessa: siente una desmedida necesidad de cuidar de las personas enfermas o heridas, ver a alguien mal activa de inmediato las fibras más sensibles y cariñosas de la fémina. Con la palma de su mano, sostiene delicadamente el pecho ajeno para evitar que se levantase―. No te levantes, fuiste mal herido. ¿Recuerdas lo que ocurrió? ―cuestiona con delicadeza, ladeando su cabeza por inercia hacia la derecha mientras le mira. La inflamación en su rostro había disminuido considerablemente, pero aún se aprecian claramente las marcas y consecuencias de lo que debió ser una paliza inigualable.
Le miró fijamente, manteniendo una media sonrisa en el rostro, y espera que su marcado acento parisino no le complique al varón entender lo que enuncia. Decide no hostigarlo más con preguntas, aunque lo cierto es que hay muchas cosas que le inquietan de ese joven, su torso cuenta con diversas cicatrices, nada livianas, individuales al daño reciente, así como también un hermoso y llamativo tatuaje en su espalda que daba la impresión de ser mucho más que un simple adorno para la piel. Y la inquietud la carcome.
Un cosquilleo se despierta en su estómago y de pronto siente nervios ante su sola presencia. Quiere saber todo de él, de verdad que quiere.
Ten cuidado con lo que deseas, siguen diciendo por ahí.
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Traicionada
Teen FictionEsta es la historia de una ingenua mujer que terminó envuelta en el bajo mundo criminal, todo por haber dado vuelta en la esquina equivocada. Salvarle la vida a un capo de la mafia rusa le costó la vida propia. Vivió como la mujer de un bratva, le...