𝐗𝐈𝐗. Vaya puta

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Apenas hacía dos días que había hecho esa prueba de embarazo, dando positivo. Para estar segura (a pesar de haber tomado 3 pruebas distintas) Allie se había hecho estudios en el laboratorio del hospital en el que realizaba sus prácticas. Desde el momento en que supo la noticia dejó de responder los mensajes de Aleksandr. Sabía que no era una buena idea cortar de tajo el contacto, pero tampoco creía que pudiese hacerlo de otra manera, para ella era en demasía difícil alejarse de él, especialmente después de ese acalorado encuentro en su oficina cuando fue a dejarle la cartera. Alessa tenía bien claro que no quería dar oportunidad a que Aleksandr se enterara de su embarazo, tal vez fuese algo muy egoísta de su parte, pero en realidad no creía que alguien como L tuviese interés en ser padre, mucho menos con los problemas que le acarrearía dentro de su clan. Y de manera personal, Alessa quería mantener a su futuro hijo (o hija) fuera de todo peligro, aunque eso implicara ser madre soltera.

Fue sorprendente lo rápido que corrió la noticia en el hospital, definitivamente el cotilleo estaba a la orden del día. Allie apenas se dirigía a la oficina de su superior para darle la notica (pues como practicante, estaba obligada a notificar algo como un embarazo) cuando una de las enfermeras en el pasillo la detuvo.

—¡Oh, Allie-ssi! Me encontré en el elevador con Kiko, de laboratorio —declaró la mujer con timbre animado y ese peculiar acento de Busán, era el único con el que estaba familiarizada. La mujer hizo una pausa, y miró con picardía a la francesa, como esperando a que esta le dijese las cosas por sí misma.

Allie bajó el rostro a la vez que sonreía con torpeza, exhalando.

—Entonces creo que ya lo sabes —musitó con su típico acento parisino—. Es verdad, estoy embarazada —confesó con algo de pena en la voz, pero al mismo tiempo esta estaba cargada de gran emoción.

—¡Ommo! Muchas felicidades, Allie-ssi. ¿Ya sabes cómo vas a darle la noticia a tu esposo? —cuestionó la mujer, con el mismo tono de compañerismo y afabilidad previo.

—¿Esposo? Oh, no. Yo no tengo esposo, ni lo tendré —respondió con soltura y simpleza, aunque ciertamente su voz se apagó un poco al completar la frase—. Seré madre soltera.

Alessa no tenía idea del craso error que acababa de cometer. En cuestión de segundos la mirada de la mujer pasó de esa amabilidad a frialdad pura, de pronto fue como si para ella Alessa estuviese comenzando a supurar gusanos por cada poro de su piel, endureció la quijada y torció el gesto de la boca, enderezó la espalda y dio un paso hacia atrás.

—Vaya, yo creía que eras una muchacha decente —soltó de tajo, dejando perpleja a la francesa, y emprendió camino sin mirar atrás, ladeando un poco su cuerpo para evitar rozar a Alessa, como si esta tuviese la peste.

Allie no supo qué hacer, se quedó en medio del pasillo mirando a la mujer alejarse. ¿Sería bipolar? ¿Qué clase de comportamiento era ese? Frunció el ceño y chasqueó la lengua, por fin retomando camino hasta la oficina de su jefe en turno. El doctor Han fue mucho más amable, felicitándola por su embarazo; aunque no sabiendo bien cómo darle la recomendación sobre ‘discreción’ con el tema. La manera en la que el hombre jugueteaba con sus manos y evitaba mirarla a los ojos fue lo que le hizo darse cuenta.

—¿Esto es… sobre ser una madre soltera, no es así? —preguntó Alessa con educación y timidez.
—Entonces, ¿ya lo sabes? Creí que al ser extranjera, no tendrías idea de cómo son las cosas aquí, en ese ámbito —declaró el hombre mayor, acomodándose los lentes y sonriendo con cierto alivio.

—En realidad no… no tenía idea, pero acabo de encontrarme a HyeMi en el camino y me trató muy bien, pero cuando dije que seré madre soltera… bueno, fue como si estuviese cayéndoseme la piel a pedazos —relató, aún sin entender del todo—. ¿A qué se refiere con ‘las cosas aquí, en ese ámbito?

El gesto de alivio que había cruzado por el rostro del doctor Han se perdió, endureció el gesto sin darse cuenta, y finalmente suspiró con pesadez.

—Ay, Allie… cómo lamento oír eso. Ojalá no hubieras tenido la mala suerte de toparte con alguien antes de venir a hablar directo conmigo. Mira… trata de mantenerlo de forma discreta, lo más que puedas. Y no hagas caso a… sandeces —puntualizó, haciendo un ademán con la diestra—. Las personas aquí tienden a ver a las madres solteras de una mala manera. Yo crecí en Estados Unidos, así que no entiendo tampoco ese pensamiento cerrado, pero es así aquí.

Alessa agradeció las palabras del médico y se retiró después de entregar los papeles. Todavía quedaban unas dos horas antes de que finalizara su turno así que se encaminó directo al pabellón de emergencias. Cuando llegó sintió un cosquilleo incómodo en la boca del estómago, más bien fue como un tirón, pues como si se tratara de una película, todas las enfermeras dentro voltearon a verla en cuanto cruzó el umbral. Las miradas iban desde desapruebo, rechazo, pasando por asco y probablemente llegando a la indignación y al enfado. ¿No era eso demasiado exagerado? Intentó hacer caso omiso de las evidentes miradas, incluso escuchó cuchicheos.

“Se veía una muchacha decente”, “quién le viera, con su cara de mosca muerta”. “Esas son las peores”. “Seguro ni sabe quién es el padre”. “Una cualquiera…”. “Puta”.

Así, gradualmente los cuchicheos fueron subiendo de volumen, subieron de intensidad también. Alessa siempre se dijo que no le importaba lo que las personas pensaran de ella pero entonces… ¿por qué tenía ese nudo en la garganta? ¿Por qué se sentía a nada de romper a llorar? Especialmente cuando intentó vacunara un pequeño de unos cinco años y tras hablar con una enfermera (quien no dejaba de señalar a Alessa) le susurró cosas al oído y después la mujer llegó a prácticamente arrebatar al niño de su camilla, exigiendo que le atendiera alguien más. De nuevo, ¿no era eso demasiado exagerado? Alessa jamás pensó que pudiese ser algo tan drástico. La hora restante se convirtió en algo de verdad insoportable, para cuando llegó el final del turno ya no había nadie que trabajara en ese hospital que no supiera que sería madre soltera, y que como equivalente, la tacharan como una cualquiera.

Alessa se marchó a casa con la amargura en la boca y la constipación en el corazón. En cuanto llegó a casa comenzó a hacer una búsqueda en internet sobre el cómo veía la sociedad surcoreana a las madres solteras, y entre más leía; más se horrorizaba. Fue entonces cuando comprendió la magnitud de su error al haberle dicho a esa mujer que sería madre soltera. Su siguiente búsqueda fue por boletos de avión, no quería esa clase de vida, no tenía por qué aguantarla. Además, mientras más lejos estuviese menores probabilidades habría de que Aleksandr descubriera su embarazo, volvería a Francia y criaría a su hijo o hija allá. Era lo mejor por y para todos.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora