𝐈𝐈𝐈. Analiza aquello

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En aquel entonces Allie era muy pequeña, no comprendía por qué después de meses en los cuales no le permitieron ver a su hermano mayor, de buenas a primeras le daban permiso de visitarle en el hospital. Por su puesto su mente inocente no fue capaz de comprender que era un cumplimiento de última voluntad, no sentía temor, ni preocupación, no percibía atisbo de angustia; para ella eran buenas noticias, para ella significaba que Dios había, finalmente, tenido tantito tiempo para atender a sus súplicas de poder ver a Alec, aunque fuese un breve instante; pero la inocencia e ingenuidad de los pocos años de Alessa no bastaban para protegerla de aquella imagen que le esperaba cruzando el umbral de la puerta de aquella habitación con excesivos espacios blancos.

Casi en la esquina se encontraba una extraña cama de hospital, Alec estaba en ella recostado, y tenía más cables y objetos conectados al cuerpo de los que ella podía contar en ese momento, pero eso no era lo peor, definitivamente lo peor era el mismo Alec: tenía la cara demacrada, parecía que no había comido en semanas. Unas enormes marcas oscuras se posaban bajo sus ojos, como si en ese espacio las sombras hubiesen encontrado su hogar perfecto. Su cabello había abandonado su preciosa cabeza, y sus labios estaban resecos, la usualmente radiante piel de Alec, parecía haber perdido su vida, como si hubiese encontrado un mejor lugar al cual ir, algo absurdo. La piel de Alec había perdido su color. La pequeña Allie sintió una enorme y gélida punzada atravesando su corazón cuando lo miró, y aquella dulce y radiante sonrisa que llevaba dibujada en los labios se esfumó. No tenían que decírselo, no tenían que explicárselo, la manera tan violenta con la que su corazón había empezado a latir se lo advertía, la forma en la que algo se acongojaba en su pecho y amenazaba con robarle el aire, aquel sentimiento de angustia cuyo nombre no conocía.

Alessa se apresuró hacia su hermano, sujetó su mano de inmediato, con tanto apuro como delicadeza, de algún modo temía hacerle daño, lucía tan vulnerable como ella jamás vio a nadie en su vida. Sus padres permanecían en silencio, pero ella los conocía, esa forma en la que su padre sujetaba los hombros de su mujer desde atrás, aquello lo hacía cuando ella intentaba no llorar, y la forma en la que la quijada masculina temblaba casi imperceptiblemente, ese era el gesto que el señor Cassel mantenía siempre que contenía el coraje cuando cometía un error él mismo. Alessa podía leer aquellos signos en sus padres, incluso si no comprendía del todo lo demás. De pronto, finalmente, Alessa comenzó a cuestionarse el por qué le habían dejado ver a su hermano; sin embargo aquello perdió importancia en el momento en que su hermano mayor abrió los ojos, aunque ciertamente la niña notó cómo incluso aquello tan simple significaba un esfuerzo para Alec. Y aún así, le dedicó una sonrisa en cuanto la vio.

—Lessa... —susurró, su voz sonó tan frágil que la niña temió que se quebrara con el mismo aire, sin embargo fue capaz de devolver la sonrisa, aunque sus ojos ya estuviesen llenos de lágrimas. Lágrimas que cayeron en el instante en que parpadeó, tal cosa no pasó desapercibida para él—. No llores, Lessa, todo estará bien.

«Todo estará bien». Allie repitió en su cabeza, y como efecto inmediato una calma le pobló el pecho. Y es que ese era el efecto de Alec en ella, sin importar qué dijera o que todo indicara lo contrario, si Alec decía algo, ella lo creía ciegamente. La niña sonrió torpemente y acarició delicadamente el dorso de la mano de su hermano, muy en el fondo, había una extraña punzada molestándole en el pecho, era la primera vez que pasaba cuando él le decía algo. Alessa alzó la diestra para dejar una trémula caricia sobre el rostro de su hermano, soltó lentamente el aire que había contenido en sus pulmones, sin darse cuenta. Fue hasta ese momento que notó lo pesado que se había vuelto el aire a su alrededor, ya no podía respirar con la misma facilidad habitual.

—Allie… ¿sabes que te amo, verdad? Deja de mirarme así… todo estará bien, vas a crecer y te convertirás en la mejor doctora del mundo entero, ¿eh? Todo va a estar bien porque tú vas a sanarme. No temas —enunció, con dificultades entre las palabras, claramente el aire se le agotaba prontamente, y le costaba recuperarlo, por alguna razón, él mismo había apartado la mascarilla de su rostro.

Alessa entreabrió los labios, quiso responder verbalmente, pero había un extraño nudo que se había plantado justo en medio de su garganta y no se lo permitía. En su lugar, asintió repetidas veces, esperando que eso fuera suficiente mientras conseguía emitir algún sonido siquiera; aquellos intentos fueron interrumpidos cuando Alec empezó a cerrar los ojos, parecía que hacía un esfuerzo por quedarse despierto. Ella sintió cierto temor, algo que no podría explicar, fue como si por un instante el tiempo se congelara. Dejó de escuchar, dejó de percibir todo a su alrededor por prolongados segundos que le parecieron eternos. Lo primero que captó al volver a escuchar fue un extraño chillido perenne a un costado, no percibió el cambio de señales en el aparato, el cual dibujaba ahora una simple línea horizontal, no sabía lo que signigicaba. En el fondo, escuchó un alarido de su madre que le provocó un escalofrío, la mujer se soltó del agarre y se apresuró hasta donde Allie se encontraba, sujetó a su hermano sin mucho tacto, en realidad, bastante desesperada. Casi de inmediato su padre se aproximó a su madre en un intento de apartarla de Alec. Para Alessa el tiempo transcurría demasiado lento, en realidad, era como si se hubiese dividido entre dos realidades y se hubiese quedado atrapada en un punto medio, al grado de no saber ya en cual se encontraba. Aunque ella no sabría explicarlo en ese instante, pero su mente adulta definitivamente lo haría.

Cuando finalmente el golpe de la realidad la azotó fue algo bastante abrupto. El sonido volvió de inmediato, el mundo recobró su movimiento estándar, y el sonido que intentaba emitir finalmente fue expelido desde sus entrañas con tanta fuerza que sintió el ardor en su trémula garganta, desgarrándose. Sintió unas manos tirando de ella desde atrás, pero se aferró con todas sus fuerzas a su hermano; su cuerpo estaba realmente pesado, y no reaccionaba. Alessa comenzó a gritar su nombre una vez que halló en su cabeza la forma de hacerlo, pero no importaba cuánto lo llamara, Alec no respondía. No importaba con cuánta fuerza sus pequeñas manos se aferraran a sus brazos, él no los sostenía, no importaba cuánto le doliera el pecho, el dolor no menguaba. Él no la calmaba, él no hacía nada, por primera vez, Alec no hacía nada. Alessa gritó, gimoteó y pataleó inconteniblemente sin medir el tiempo, no sabía siquiera quién la había logrado apartar de Alec, pero aún seguían jalando de ella, alejándola lo más posible del inerte cuerpo de su hermano mayor. Quizá sus gritos fueron demasiado escandalosos, quizá por eso sentía que todo por dentro le vibraba dolorosamente, como si estuviese experimentando un terrible terremoto bastante personal. Quizá se estaba quebrando por dentro, quizá todo estaba cayendo a pedazos en su interior, quizá y solo quizá, por eso sentía su corazón tan roto en ese momento.

Alessa sintió un pinchazo en alguna parte de su cuerpo, pero apenas y lanzó un delicado quejido. Después de eso una enorme calma la embriagó súbitamente, algo bastante irónico, pero a pesar de sentir su cuerpo relajado, su alma estaba igual de inquieta. Con la pizca de lucidez que le quedaba intentó llamar su nombre otra vez, pero las letras se le quebraron en los labios y murieron en un susurro. Finalmente, antes de caer en un profundo y cruel sueño inducido, Alessa comprendió que, sin importar cuánto llamara, su hermano no iba a despertar.

Fue así, finalmente, que Alessa Cassel comprendió que Alec Cassel acababa de partir de ese mundo, fue así que comprendió, que una parte de ella había decidido seguirlo también.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora