[NSFW / +18] 𝐈𝐗. Desatada

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Apenas y es capaz de pensar con coherencia, no tiene ni idea siquiera del orden de los hechos. Primero estaba reprendiéndolo, después curándolo, cuando reaccionó, sus labios ya se habían aventurado a besarlo, y ahora estaba ahí, bajo su cuerpo, con la ropa interior hecha jirones. ¡Sus calzones de ositos panda! Eran sus favoritos, dentro de su inesperada excitación, se dio tiempo de lamentar la pérdida y destrucción de su ropa interior predilecta. Su pecho sube y baja agitado, todo estaba ocurriendo en verdad muy rápido, tan rápido que no le ha dado tiempo siquiera de pensar las cosas.

—Maldita sea —sisea él, interrumpiendo el contacto con unos segundos, respirando pesadamente.

A ella le parece increíble cómo añora sus labios, todavía tiene el sabor fresco de su boca impregnado en la propia, cómo su lengua aún experimenta esa sensación tan placentera que el roce de la adversa le había generado, lo siente síndrome de miembro fantasma: las personas que sufren amputaciones suelen pasar meses con la sensación de tener el miembro todavía; en su caso tiene la sensación de mantener la ávida lengua de Aleksandr jugueteando por su boca todavía. Y lo añora, quiere besarlo de nuevo, quiere devorar sus labios una vez más, besarlos más, morderlos más; sin embargo, aquel irreconocible y desmedido arranque de lujuria que la había dominado parece esfumarse, o por lo menos aplacarse durante el breve instante en que es puesta bajo dominio absoluto del varón.

Aleksandr la empuja sobre la cama y la arrincona, cuál animal acechando a su presa. Se arranca la toalla que trae en la cintura, quedando en plena desnudez salvo por las vendas del torso que ella misma puso y cubren poco menos que nada. Alessa se muerde el labio inferior, nerviosa, frunce el ceño en confusión y reproche. No tiene por qué aventarla así, no tiene por qué sostenerla de esa manera, sujetando sus muñecas contra el colchón, ni acorralarla de tal forma; y mirarla así, peor, solo consigue despertar sus miedos. Alessa atina a encogerse en el escaso espacio que tiene, su mirada pasa de ese destello de deseo por él a inseguridad y temor, ¿Va a hacerle daño? Se estremece ante el roce del glāndë en sus labios inferiores, sin embargo no sabe reconocer la causa de ello, ¿tiembla de miedo o tiembla de excitación? Su intimidad continúa humectándose desmedidamente, es normal, supone ella; después de todo jamás ha estado con nadie y las mujeres vírgenes siempre se humedecían el doble de aquellas que ya llevaban una vida sexual activa. De pronto Aleksandr cubre sus labios con los propios en un beso desesperado. El hecho de que volviese a ser besada con toda esa pasión provoca de nuevo un desajuste en sus hormonas. Lo desea, lo desea tan malditamente, sin embargo, tiene un (inesperado) un momento de lucidez absoluta.

Se le enfría la cabeza lo suficiente como para pensar con claridad. Eso está mal. Está mal. No pueden hacer eso. No se trata simplemente de que fuese un desconocido o la falta de protección, va más allá incluso de que fuese su paciente y eso sea contra los códigos de ética profesional, no porque fuese su primera vez, tampoco. Es porque él está herido. Aunque sus heridas estuviesen recuperadas a comparación de cualquier ente humano, seguían siendo heridas profundas y delicadas, el sexo es un esfuerzo físico que él no debería permitirse, podría terminar en una desgracia absoluta, podría costarle la vida, incluso. Repentinamente se halla más preocupada por la integridad física de aquel hombre que la trata tan rudamente más que por su propia seguridad ante lo que parece ser un posible abūsō së/x/ûal. ¿Realmente es un abuso? Se cuestiona, ella lo besó a él, tiene los pezones erectos totalmente y la intimidad escurriendo de fluidos vä/gî/nä/les, los labios hinchados y aquel deseo irrefrenable de sentirlo dentro de ella. Eso no es un abūsō së/x/ûal, se dice a sí misma. Está asustada, muchísimo, está preocupada por merecidas razones, mas eso es algo que desea.

¿Por qué? No lo entende jamás se le dio el deseo sexual con facilidad, nunca fue una prioridad, ni una necesidad tampoco para ella, le daba más bien igual, en más de una ocasión llegó a considerar la posibilidad de ser asexual, porque sencillamente el deseo no era parte de ella... Sin embargo ahí está, con las piernas abiertas cual compás, acorralada bajo el desnudo cuerpo de un casi extraño que frota su miembro contra su intimidad, provocándole no-tan-leves sensaciones de corriente eléctrica recorriéndole la espina dorsal. No entiende la diferencia entre el mundo y Aleksandr, no comprende por qué él, por qué en ese momento, por qué de ese modo, mas lo desea, lo desea totalmente, como no ha deseado nada nunca. No importa. Está mal pero no importa, es incorrecto, pero no importa. Absolutamente todo pasa a segundo o tercer plano, al punto en que no vuelve a pensar más en ello, salvo por una sola cosa: él. Sus heridas, le preocupa nuevamente que pueda hacerse daño.

―Al-Aleksandr ―jadea su nombre, y es que con ese demandante beso es difícil recobrar aliento para llamarlo siquiera. Su voz sale ahogada a causa del beso, mas se notan los desmedidos nervios en el temblor de su timbre agudo y sumiso, le es inevitable en esa situación. Aparta el rostro a un lado tan solo para alejarlo un instante y poderlo afrontar.

―Esto… está mal ―comienza a balbucear, tiene la respiración agitada. Joder, está tan excitada, ¿por qué está tan excitada?―. Tus heridas… no quiero que se te abran las heridas. Puede pasarte algo ―finalmente las palabras de sensatez logran hacerse espacio entre el incendio que arde en ella. El tono de preocupación en su voz es tan palpable como el mismo deseo que siente por él. Así de cerca siente su aliento contra su rostro, el aroma de su cuello sudoroso, todo eso le provoca un fuerte cosquilleo en el vientre bajo.
Se siente en una terrible encrucijada atrapada entre el miedo y el deseo.

Aleksandr no deja de besarla, de tocarla, de tor-tu-rar-la con esos roces entre sus sexos. Es solo cuando ella toca el tema de las heridas que él hesita por un momento. Aleksandr luce confundido, pero finalmente parece comprender. Claro, por supuesto, tenía que ser Alessa, más preocupada por él que por ella misma.

—¿Crees que me importan un carajo las heridas cuando muero por follarte? —la voz jadeante y rasposa resuena en uno de los oídos de Alessa, quién se estremece ante el aliento de él y acto seguido una leve mordida en su lóbulo.

Escuchar aquellas palabras solo incrementa la lujuria contenida, y en un arrebato termina por corresponder de lleno aquel beso tan demandante que él retoma. Alessa no quiere forcejear, no quiere hacerlo hacer más fuerza de la debida, realmente teme que las suturas terminen por abrirse, pero a su vez tiene en contra esa constante necesidad de besarlo que no la deja ni por un segundo. La insistencia del varón de volver a tomar sus labios cada que ella junta un poquito de autocontrol tampoco le ayuda mucho, incluso si su mente le dice que se detenga, nada en su cuerpo obedece. Sus labios continúan en el encuentro con movimientos no tan dóciles, y su lengua se aventura a la cavidad para buscar la deseada batalla entre ambos músculos. Sus manos, que segundos antes permanecían sobre el pecho de él, intentando separarlos cuidadosamente, ahora se encuentran dejando suaves caricias por los antebrazos y hasta cuello masculino. Sin permiso alguno, su cuerpo reacciona ante los estímulos de Aleksandr, vaya que lo hace.

Alessa no puede hacer ni decir nada más porque la constante atención que él le da no se lo permite, él parece muy hábil en estimularla y responderle al mismo tiempo mientras que ella, bueno, ella a duras penas y puede decir palabra alguna. Hace lo posible por contener los jadeos y minimizar los espasmos que siente en cada roce que el miembro da a su empapada entrada, como si estuviese jugando con ella, sin embargo es inútil, total y completamente inútil, su cuerpo /ella/ lo desea tanto como él demuestra desearlo.

Alessa se ve dominada por los nervios nuevamente cuando siente el miembro alcanzando su entrada y ejerciendo cierta presión, ¿es el momento ya? Repentinamente él se retira, parece descolocarse y por efecto inmediato ella se descoloca también, no entendiendo del todo lo que ocurre, mas no tiene tiempo de preguntar, pues Aleksandr comienza a darle especiales atenciones que le hacen experimentar oleadas de placer inmediatas. Su espalda se arquea como respuesta, provocando con ello un nuevo roce entre sus sexos. Comienza entonces a mover las caderas para crear una suave relación con ello, se dice a sí misma que si va a perder la virginidad ya, al menos necesita mover más el cuerpo, siquiera las caderas; además de ello, su inquietud es enorme, Alessa se muere por sentirle dentro de sí. Aprieta los dedos contra la piel del varón por el impulso de nervios e inquietud, su mirada busca la adversa, por alguna razón se siente mejor si lo mira. Aleksandr es tan guapo, era realmente atractivo, tiene que admitirlo, pese a que jamás le da importancia a cosas como la apariencia física, pero él sencillamente la cautiva.

Perdida en sus facciones, olvida durante un segundo que está a punto de ser penetrada. Alessa sonríe con dulzura para él, como gesto inevitable ante el recuerdo de la primera vez que lo vio dormir después de salvarle la vida. Alza la diestra y la lleva hasta la mejilla correspondiente, dejando una delicada y efímera caricia en esta, pues segundos después son nuevamente sus labios los que toman protagonismo al  dar caza a los labios adversos, devorándolos sin juicio alguno, soltándose por fin, dejándose llevar por ese arranque de desmedido deseo nacido por y para él. Alessa flexiona las piernas, acomodándolas de mejor manera para la posición que mantienen, y enseguida las alza, cerrándolas cuidadosamente en torno a la cadera del varón. Entonces con cuidado presiona con los muslos, halando con estos como imán al metal, invitándolo a que se adentrase ya en ella. Siente un fortísimo cosquilleo recorriendo su cuerpo entero. Está lista para él. Lo está.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora