𝐕𝐈𝐈. Colorea mi vida con el caos de los problemas

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Hay un silencio un tanto incómodo, Aleksandr parece hesitar durante apenas un fragmento de segundo, aprieta los labios y entonces deja caer la bomba.

—Representa mi fidelidad a mi familia bratva.

Sus palabras suenan casi indiferentes, como si no fuese la gran cosa, como si estuviese hablando de un jodido equipo de fútbol... pero sus ojos son otra historia. La mirada del varón es una clara advertencia (o amenaza).

—¿Bra-bra. Bratva? —su voz sale en un hilillo. Pasa saliva en seco y sin darse cuenta se lleva una mano al pecho, evidenciando su angustia y bien justificado nerviosismo.

—Asi es. Y no es que no quiera hablar sobre ello, pero no te conviene involucrarte más. Entre menos sepas mejor será para ti.

Es evidente que el hombre puede leer a la perfección las emociones de Alessa en ese momento, tal vez es por eso que decide cambiar el tema. Alguna cortesía no hablada. Tal vez.

—¿Puedo usar tu teléfono de nuevo? Y necesito tu dirección también. Coordenadas exactas.

Alessa asiente, aún retumbando en su mente una y otra vez la palabra "bratva". Vuelve a entregar el celular, aunque primero se encarga de buscar en el mapa las coordenadas de su ubicación, le parece extraña la petición pero si realmente es un mafioso, seguramente considere menos riesgoso compartir su ubicación codificada en coordenadas. Las pequeñas manos de Alessa recogen los trastes sucios y los lleva a la cocina, no solo para darle privacidad al varón, también para distraerse un poco. Si bien es cierto que ella le teme a pocas cosas en la vida (como las malditas cucarachas o los payasos) prefiere mejor no jugar con fuego... O involucrarse con el crímen organizado.

Alessa está ensimismada, repasando el plato con la esponja enjabonada una y otra vez, ida. La voz de Aleksandr es un sonido lejano e inentendible, pero tras unos minutos se vuelve cada vez más fuerte, escandalosa, hasta finalmente convertirse en gritos de frustración y coraje. Alessa se alarma, deja los trastes como están y con las manos todavía cubiertas de espuma se asoma al cuarto.  Llega justo a tiempo para ver a Aleksandr gruñir fuertemente y lanzar su celular con fuerza tremenda. El aparato se estrella contra la pared y se hace añicos.

—¡Oye! Agh... Maldición, lo acababa de comprar —refunfuña, apresurándose a recoger las piezas del aparato, completamente irreparable.

—Lo lamento. Te compraré uno nuevo.

Alessa voltea, mirando al hombre con el ceño fruncido. Comprar uno nuevo... Cómo si eso solucionara todo. Bueno, técnicamente sí lo hacía pero ese no era el punto.

—¿Qué te hizo enfadar tanto como para arremeter contra mi pobre celular?

Aleksandr la mira como si ella estuviese preguntando de qué color es el cielo o cómo se usa el shampoo.

—No leo mentes ni tengo súper oído —replica ella frunciendo el ceño y haciendo casi un puchero involuntario, claramente ofendida.

Aleksandr aprieta los labios, a la mujer le parece que quiere sonreír pero se aguanta. Lo sabe no solo por el leve restiramiento de sus labios, también por la forma en que un efímero destello de diversión se asoma en sus ojos oscuros.

—Tengo algo que pedirte.

—¿Qué es? —siente una puntada, un mal presentimiento.

—Necesito quedarme aquí por algunos días. Una semana, por lo menos.

Alessa siente un vuelco al corazón. ¿Una semana? ¿Lo estaban obligando? Entreabre los labios para protestar, para decirle que tiene un vuelo en dos días, pero él decide seguir hablando.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora