La pequeña niña aprieta sus pequeñas manos, arrugando la gruesa tela que cubre la camilla, como si aquel desesperado gesto fuese la solución al hormigueo que le recorre en el interior del vientre. Sus pequeños ojos permanecen cerrados, apretados. Alessa siente cómo la pequeña se encoge al recibir el piquete en su diminuto glúteo. Ella intenta hacerlo lo más rápido e indoloro posible, la madre de la niña la mira con angustia, atrapando su delgado labio entre sus dientes. Alessa se apresura a retirar la jeringa y presionar un pequeño algodoncillo, subiendo la ropa interior de la infante.
—Y eso es todo. ¡Felicidades, eres una niña muy valiente! —exclama con la mayor claridad posible, aunque domina perfectamente el coreano, Alessa sabe que su peculiar acento parisino tiende a complicar su comunicación en ocasiones. Fue todo un reto durante sus primeros meses en Seúl, pero después de dos años ya se siente más segura.
—Muchas gracias —musita la madre de la pequeña en casi un tímido murmullo mientras hace pequeñas venias con su cuerpo.
—No es nada, por favor manténgala bien hidratada. El medicamento que le acabo de administrar bajará al fiebre de inmediato. Que tome esto —musita, a la par que comenzaba a garabatear en una hoja de recetas el medicamento, medidas y horarios. Arranca la hoja, entregándosela a la señora—. Si la fiebre persiste, tráigala de nuevo de inmediato.
La señora asinte reiteradas veces acompañada de unas venias más, y después le extende la mano a la pequeña, dispuesta a retirarse; pero la pequeña en lugar de tomar su mano corre a dar un efusivo abrazo a las piernas de Alessa. Eso la toma por sorpresa, los coreanos suelen ser más reservados (incluso los niños) no obstante, no le desagrada en lo absoluto. Sonríe, acariciando el cabello de la infante y dando suaves palmaditas en la espalda.
—No se preocupe, está bien —declara a la madre, quién luce bastante avergonzada e intenta inútilmente separar a la niña de las piernas de la extranjera.
—¡Cuando sea grande, quiero aliviar a la gente como tú! —la aguda voz de la chiquilla está cargada de admiración. Alessa siente una cálida sensación poblarle el pecho, pero de inmediato un invisible hoyo negro se posa sobre su pecho y se traga toda la felicidad. La sonrisa se apaga en su rostro, mas lo disimula.
—¿Ah, sí? ¡Pues estoy segura que vas a ser una excelente doctora, HyeRim! yo tenía tu edad cuando decidí que me convertiría en médico —confiesa con una suave y amena risa que también se va por el hoyo negro. Una mirada de confusión atraviesa su rostro durante un breve instante. Ha hablado sin pensar, ha hablado sin recordar.
—¿En serio?
—Sí que sí —afirma, alzando la barbilla juguetonamente, pero todo es parte de su acto. Por dentro, algo ha despertado en ella, una inquietud, un ansia que ya conoce bien.
La niña gira el rostro, mirando a su madre con emoción. La señora parece aún muy avergonzada pero también bastante agradecida de que Alessa no se mostrase molesta en lo más mínimo. Asiente un par de veces a su pequeña y le hace un ademán para que fuese con ella. HyeRim aprieta una vez más el cuerpo de la médico y acto seguido toma la mano de su madre. Asegurándole que ya se siente mejor.
Las dos salen del pabellón de urgencias con mucho mejor ánimo del que tenían al entrar, por supuesto. Alessa las sigue con la mirada medio perdida hasta que desaparecen tras la puerta principal. De pronto, una voz resuena a sus espaldas, provocándole dar un respingo.
—¿En serio era tan chica cuando decidió que sería doctora?
Es el doctor residente Lee Howon, uno de los médicos que mayor atención ha puesto en Alessa desde que llegó a ese hospital. Por alguna razón, él la hace sentir particularmente nerviosa.
—Así es, así de chica —afirma con una risa ligeramente nerviosa, jugueteando con sus manos en el aire. Se siente como decir una mentira pero al mismo tiempo no.
El doctor Howon guarda silencio, mantiene las manos en los bolsillos. Luego de unos segundos, preguntó:
—¿Qué le hizo decidirse por esta carrera a tan temprana edad?
—Yo... —una pausa. Una larga pausa, segundos devorados por el vacío en el que Alessa se sumerge en su mente en busca de la respuesta apropiada. Un suspiro escapa de sus pronunciados labios y por fin las palabras toman su lugar—. La verdad es que no lo recuerdo —las mejillas se le tintan de carmín y aparta la mirada en ese instante.
—No se preocupe, doctora Cassel. Usted tiene buen corazón, es normal que las personas nobles sientan la necesidad de salvar vidas.
Alessa no puede responder, se limita a asentir a las palabras de su colega y hacer un gesto con la cabeza cuando este se despide y se retira. Se queda ensimismada por varios minutos. No es eso. Ella sabe que no es eso. El deseo de salvar vidas no brotó de sus entrañas de la noche a la mañana y sin motivo alguno, pero... Tampoco recurda la verdadera razón para ello.
Y por eso está en Seúl, Corea del Sur. Por eso cruzó el mundo, en busca de respuestas que pudiesen llenar siquiera una parte del enorme vacío que ha tenido desde que tiene memoria. Lo que fuese que le ayudase a comprender por qué en sus sueños hay un hombre sin voz y sin rostro, pero con la misma esencia, necesitaba entender por qué llora sin razón alguna cada vez que ve artículos de cerditos, por ridículo que parezca. Necesitaba saber por qué ha vivido incompleta.
En Seúl hallará la respuesta. Aceptó hacer la residencia ahí debido a que una eminencia del psicoanálisis reside ahí. El doctor Jung es sumamente prestigioso, juzgado también por sus controvertidos métodos, pero se han probado efectivos. A Alessa le tomado literalmente un año entero conseguir cita con el afamado psicoanalista, y ahora, llevaba ya poco más de otro año en terapia. No puede decir que es un desperdicio, sí ha tenido resultados pero las cosas no fueron tan rápidas y sencillas como ella imaginó. Aún no tiene las respuestas que desea. Como cada miércoles, ese día tiene cita. Y desea con todo su corazón por fin tener un mayor avance.
Ten cuidado con lo que deseas, dicen por ahí.
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Traicionada
Teen FictionEsta es la historia de una ingenua mujer que terminó envuelta en el bajo mundo criminal, todo por haber dado vuelta en la esquina equivocada. Salvarle la vida a un capo de la mafia rusa le costó la vida propia. Vivió como la mujer de un bratva, le...