𝐕𝐈𝐈𝐈. Instintos

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El tiempo parece haberse escurrido entre sus dedos cual granillos en el reloj de arena. Parece increíble que ya tenga casi dos semanas compartiendo techo con ese extraño, y pese a lo indebido, no puede evitar sentir esa genuina preocupación por él.

Alessa puede pasar, literalmente, horas mirándolo dormir, acostumbrándose a los gestos de su rostro, memorizando el ritmo de su respiración, aprendiendo las manías que tiene de removerse incómodo en la cama. Y de algún modo estos pequeños hechos le hacen sentir que no es tan desconocido para ella. A veces siente desmedida curiosidad por Aleksandr, en verdad lo hace, quiere preguntarle tantas cosas, que le cuente muchas más. ¿Cómo fue su infancia? ¿Y su primer beso? ¿Cuál es su comida favorita? ¿Prefiere el frío o el calor? ¿Le da miedo la muerte? Hay tantas, tantísimas cosas, infinitos detalles que se sorprende a sí misma deseando conocer de él. Mas no debe, no puede, realmente /no/ debe. Entre más distante sea su vínculo con él mejor será. Aleksandr no es una persona que le convenga en su vida, ya tiene muchos problemas con su propia existencia como para volverse cercana y recurrente en la vida de un criminal.

En una de aquellas madrugadas en las que se queda haciendo guardia por él, horas más tarde Alessa despierta sintiéndose extrañamente cómoda, y es que después de tantos días con menos de dos o tres horas de sueño en una silla metálica, su cama parece el paraíso perdido. Se remueve entre las sábanas cuando comienza a despertar, estira su cuerpo cual felino a la par que lanza un gruñido agudo, cual cachorro; es una costumbre que tiene desde siempre, no sabe cómo evitarla. Andrew solía decirle que era como un animalito tierno. Ella siempre lo negó. Alessa no advierte que la suave comodidad sobre la que está es su propio colchón, se reincorpora de inmediato en cuanto abre los ojos y lo nota. Ahoga un pequeño grito agudo. ¿Qué ha pasado? ¿Y el hombre? Casi tiene un ataque de pánico, de un salto baja de la cama. ¿Y si se ha ido? ¿Y si no lo vuelve a ver? ¡idiota! Se reprende a sí misma ante ese pensamiento, no importa si no lo vuelve a ver, tienen que separarse de todos modos y en ese instante lo importante es que estuviese bien, aún no sana del todo. Alessa está por salir a buscarlo a las calles cuando escucha un peculiar sonido: agua corriendo. Sigilosamente se acerca hasta el baño, y con un poco de esfuerzo logra visualizar al varón dándose una ducha. Al principio siente alivio, está ahí y está bien. Seguido de eso le sobreviene un extraño momento de distracción en la que se ve absorta en la figura del varón, sus ojos recorren lentamente de pies a cabeza su cuerpo, la manera en la que las gotas de agua azotan con su piel y toman un descenso a causa de la gravedad. Siente un extraño e inesperado deseo por acercarse. Por un efímero instante Alessa siente celos y envidia de esas inanimadas gotas de agua.

¿Qué le está pasando? Ella no es así, ni siquiera le atraen esas cosas. Lleva ambas palmas a sus mejillas tan solo para confirmar que el color se le ha acumulado en los pómulos. Deja de mirarle por una sola razón: lo tercero que siente es una alarma inmediata y un coraje inminente. Ni siquiera lo piensa, de un golpe abre por completo la puerta, haciéndola rebotar incluso y va a plantarse en la puerta transparente de la ducha, el vapor hace lo suyo así que desde afuera no puede mirarlo plenamente.

—¡Aleksandr! —reprende de inmediato con voz firme y áspera, sin pensar siquiera que eso podría sobresaltarle—. ¿Qué demonios haces? Sal ya mismo, no deberías estar de pie tanto tiempo. ¡Te metiste con vendas, joder! —exclama con aire de frustración.

—¡Joder, mujer! —Aleksandr sí da un respingo y lanza a Alessa una mirada de reproche—. Perdón, pensé que eran vendas impermeables —añade mordaz, pero tras unos segundos resopla y se disculpa. Suena sincero—. No quise decir eso. Lo siento.

Para Alessa es inevitable sentir una punzada de coraje ante la manera sarcástica y cínica con la que le responde; incluso cuando cambia el timbre y se disculpa, ya ha encendido la pequeña chispa que le hace falta a ella para explotar. Alessa es una persona de esas conocidas como “de mecha corta”. Aprieta los labios entre sí y se dispone a despotricar en su contra cuando es tomada del brazo bruscamente para salir de ahí, no tiene tiempo de decir más. ¿Cómo ese hombre puede tener tanta fuerza con las heridas que lleva encima? ¿Cómo puede moverse con esa facilidad? Parece que en lugar de haber sido baleado solo hubiese sido tomado a palos. Su resistencia física es en verdad admirable, y le es imposible no sentir curiosidad a causa de ello.

Curiosidad. Sí. Esa debe ser la razón por la que es incapaz de apartar su mirada del torso desnudo, prácticamente contando cada gota que resbala por su espalda. Debía ser por curiosidad, por supuesto. Una vez en la habitación, cuando él le suelta ella se limita a resoplar.

—¿Puedes cambiarlas? Puedo darte más dinero si no tienes vendas disponibles —a pesar de que su disculpa sonó sincera, Aleksandr no parece sentir culpa o vergüenza cuando le pide cambiar las vendas. Una vez más esa actitud de “el dinero soluciona todo”.

Alessa tiene vendas, tiene todo el material de curataje disponible, no le resulta problemático cambiarlo, no le resulta molesto cuidar de él. Lo que le molesta que no siguiese sus instrucciones, que expusiera sus heridas de esa manera. Pudo haberla despertado, pudo haberle pedido que las removiera para ducharse. Alessa inspira hondamente para tomar la calma necesaria, y entonces al comenzar a hablar lo hace ya con un tono mucho más relajado. Firme, y hasta cierto punto estricto, sin embargo no por ello menos dulce. Alessa se transforma totalmente cuando trata con pacientes, especialmente cuando explica cosas, quizá por ello no tiene problemas lidiando con ese tipo de cosas.

―Mira, Aleksandr… el problema no es cambiar las vendas, no es el material tampoco. Lo que me preocupa es que, bueno, las vendas se te colocan para proteger las heridas del ambiente, del polvo, de la suciedad, de las bacterias, de todo. Si tú mojas las vendas provocas que todo eso que la venta está manteniendo fuera sea absorbido, técnicamente estás dándole pie a la suciedad para que invada tus heridas y eso puede llevarnos a una infección. No sé hasta qué punto pueda tratar heridas de bala infectadas, es peligroso, podrá ir directo a tu torrente sanguíneo y… ahí acaba todo. Por favor recuerda eso la próxima vez y sé más cuidadoso.

Mientras explica se asegura de mirarle a los ojos en todo momento, Aleksandr se limita a asentir con la cabeza en silencio, mirando a otro lado, a la mujer le da la impresión de que él está intentando encarecidamente poner su atención en cualquier parte, menos en ella. Alessa siente una genuina preocupación por él, incluso siente una extraña presión en su pecho y en su garganta al hablar sobre esa posibilidad fatídica a la que él estaba expuesto. No hay razón para ponerse así, pero no puede evitarlo, aunque no entendiese la razón. Se levanta en silencio para ir al baño a lavarse las manos y preparar el curataje, toma las tijeras con cuidado y comienza a cortar los húmedos vendajes. En todo momento se mantiene en silencio, en calma. Haciendo su trabajo siempre parece una persona radicalmente diferente, se lo han dicho mil veces y ella nunca sabe si es un halago o una crítica. Se dedica limpiar parsimoniosamente la herida con gasa estéril y desinfectando con simple yodo. Le parece realmente sorprendente notar lo avanzado que está ya el proceso de cicatrización, no le sorprende que pudiese moverse como lo hacía cuando iba así de bien, lo que sí parece inverosímil es la recuperación tan pronta como tal.

―Es increíble… lo rápido que has sanado. Realmente acelerado ―murmura pasando suavemente los delicados dedos sobre el borde de la herida más grande. Durante un instante se pierde en el tacto de esa piel almendrada, y reacciona a tiempo para apartarla.

Comienza a colocar las gasas de inmediato, y posteriormente, las vendas bien ajustadas, aunque sin hacerlo más de lo necesario pues no quiere volverlo contraproducente. Cuando finaliza deja la mano a medias sobre el torso, y suspira lentamente. Tiene su cuerpo considerablemente cerca del de Aleksandr, quizás es por ello que cuando alza la cabeza se topa directamente con el rostro masculino. Por alguna razón siente un enorme revoltijo en el abdomen, como esa sensación de mariposas en el estómago. Su corazón comienza a palpitar acelerado, ¿qué le pasa? Hace tanto que no experimenta eso. Entreabre los labios, incluso cuando no tiene siquiera idea alguna de qué decir, más no es necesario, sus cuerpo actúa por voluntad propia.

En lugar de decir algo, Alessa acorta la distancia entre sus rostros mientras ladea la cabeza y cierra los ojos en el momento preciso para unir sus labios con los adversos. Comienza entonces una serie de movimientos contra la boca adversa, succionando su labio inferior y degustándolo en la propia. Su diestra se posa de inmediato tras la nuca del varón para darle un mejor sentido, acoplándose debidamente.

Nunca jamás en su vida pensó que besaría a alguien así, jamás pensó que desearía a alguien así, pero sencillamente no pudo controlar es ese impulso que estuvo conteniendo desde, prácticamente, conocerlo.

TraicionadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora